Julio-Septiembre 2005, Nueva época No. 91-93 Xalapa • Veracruz • México
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Para que haya democracia se necesita
una cultura política democrática

Gilberto Guevara

Conferencia presentada el 12 de septiembre en el Foro Internacional Educación, Política y Democracia, celebrado en el marco de la Feria Internacional del Libro Universitario 2005.
 

Quiero agradecer a la Universidad Veracruzana esta sorprendente y fantástica distinción de la que me hace objeto, al rector Raúl Arias Lovillo, a las autoridades de la UV y a la comisión que decidió incluirme en esta distinción. Al reconocer a Gilberto Guevara se está reconociendo a mi generación, la del 68, la aportación que este grupo de jóvenes estudiantes hizo a la democracia, que no fue poca, por cierto.

Comenzaré con una reflexión sobre educación
La democracia requiere de una educación democrática, como lo dijo Norberto Bobbio en un estudio de cultura política a principios de los sesenta, en que señala que “se necesita una cultura política democrática para que haya democracia”. Pero esa cultura democrática se forma, no es algo natural. Ninguna sociedad hereda la democracia biológicamente; es un resultado de interacciones, decisiones, reflexiones, mediaciones, etcétera. La principal manera de aprender política democrática es en la práctica democrática. Los ciudadanos aprenden democracia viendo, como dijo José Woldenberg, a los políticos. Éstos son los primeros maestros en democracia.

El segundo papel lo juegan los medios de comunicación –que son como una mediación entre los políticos y la sociedad– en los que, a veces, desaparece la mitad del mensaje o llega adulterado. Por eso el problema de los medios es un problema de la democracia. ¿Cómo lograr que tengamos medios honestos y cómo hacer que los mediadores, los comunicadores, tomen actitudes éticas y de responsabilidad ante la comunidad nacional cuando cumplen su oficio de mediadores en la comunicación?

Otra forma de aprender política es al ejercer nuestros derechos como ciudadanos, por ejemplo cuando una comunidad se organiza para reclamar la vigencia de un derecho o la satisfacción de una demanda específica, como pedir que les pongan drenaje o que les construyan una escuela. En las décadas de los sesenta y setenta, desde la izquierda se decía: «La clave pedagógica para aprender política es la participación, y participación quiere decir acción y acción significa acción colectiva», aunque esta fuera o no respetuosa de las normas jurídicas.

La principal escuela política son los movimientos
Se dice que la mejor escuela de educación política es la participación en los movimientos. La reflexión crítica de quienes intervenimos en movimientos, como el de 1968, es muy clara: a veces la actividad, en sí misma, es un principio de irracionalidad. En ocasiones, la agrupación o la constitución de una multitud –como decía Freud– liquida la racionalidad y prevalece ante las emociones, pasiones y conductas irracionales. A veces la acción se convierte en una escuela de civismo negativa porque no toma en cuenta los derechos de los demás, ni las normas que, en el marco de una sociedad democrática como la que tenemos ahora, debemos entenderlas como producto de la sociedad, de la soberanía, del acuerdo de los mexicanos. Las normas son producto de una relación de reciprocidad entre los mexicanos y su fin es regular a la comunidad.

Cuando un movimiento pierde de vista las normas o, por ejemplo, cuando unos vecinos deciden que por tener un problema de electricidad van a cerrar una avenida, el interés de unos pocos se pone por encima de los derechos de los demás. La ciudad de México frecuentemente está trastornada por grupos de no más de 50 personas que tienen un problema concreto. En este caso, el interés de un pequeño grupo se pone por encima del de la ciudad o de la comunidad y hay un conflicto de intereses mal resuelto porque trastoca el orden jurídico que se dio en la sociedad democrática.

La escuela, en los niveles preescolar, primaria y secundaria, así como en la universidad, tiene también un papel importante en la educación de los ciudadanos. La universidad forma líderes y debemos preocuparnos de que forme líderes democráticos. ¿Cómo vamos a formarlos? Para esto hay que resolver varios problemas. Primero, necesitamos que la universidad genere conciencia ciudadana. Es importante reconocer que en el nivel universitario los educadores tenemos una responsabilidad, en las preparatorias sobre todo, pero también en las licenciaturas.

Los jóvenes posponen cada vez más su ingreso a la madurez, a la vida ciudadana. Es una especie de complejo que he nombrado en otras charlas como «Síndrome de Peter Pan», es decir, los niños que quieren ser siempre niños y que cuando cumplen la mayoría de edad quieren seguir siendo niños, viviendo en la casa y tener la protección de papá y mamá. Este es un fenómeno actual, no lo había hace 30 ó 40 años.

Lo que ocurre es que esta infantilización va asociada a muchas otras cosas. Por ejemplo, un fenómeno sorprendente que advertimos quienes somos maestros en cualquier escuela es la inteligencia de los jóvenes de las nuevas generaciones, su capacidad de asociación y, también, no son tan aprensivos como nosotros lo fuimos en nuestra edad juvenil. Las nuevas generaciones son más libres. Nosotros peleamos porque hubiera respeto a los derechos de los niños y de los jóvenes en los años pasados, y ahora hay más respeto, aunque todavía es insuficiente.

Para educar en ciudadanía, la universidad necesita dialogar, tomarse en serio esa educación como un fin y, desde luego, revisar sus prácticas pedagógicas, pero también es muy importante que la universidad se organice, que revise conceptos que hasta ahora han pasado como moneda corriente en la institución, como el de autonomía, lo cual no significa que la universidad se aísle de la sociedad. Esto es muy importante. Muchos académicos insisten –por razones de las inercias corporativas que ahora dominan en el mundo académico– en defender sus comunidades académicas de la influencia del Estado, y no cabe duda que, en ciertos momentos de la historia, el Estado se ha excedido, sobre todo después de la Revolución Mexicana, en que hubo muchos abusos y qué más abuso que el ocurrido en 1968. Por ello se debe revisar el concepto de autonomía universitaria.

La universidad debe someterse a la vigilancia democrática de la sociedad, tiene que rendirle cuentas, no puede estar de espaldas a la democracia y a la soberanía democrática, tiene que responder a los ciudadanos. Por otro lado, hay que combatir toda esa idea republicana de la universidad.

En los años setenta, los del Partido Comunista luchamos mucho en la UNAM porque algunos defendían la idea de que sí debíamos ser como un gobierno. Esta es una idea que vino de Argentina, del Manifiesto de Córdoba, pensar falsamente que la Universidad es una república y, por lo tanto, en esa república del conocimiento, los estudiantes deben tener la soberanía, ya que son equivalentes al pueblo; sin embargo, la verdad es que, en estricto sentido, si existe una soberanía estudiantil, necesariamente entra en conflicto con la popular. No puede ser que dentro del Estado exista otro Estado, no puede ser que exista, paralelo o en conflicto, dentro del Estado nacional un Estado universitario. En otras palabras, el concepto democracia en la universidad no necesariamente significa elegir por voto universal a los rectores. Aunque se practica y existe, desde el punto de vista de la salud académica de las universidades tenemos que poner en entredicho ese mecanismo, porque al final tenemos los rectores más populares y no necesariamente a los administradores o académicos más competentes, que es lo que las universidades necesitan para mejorar.

¿Cómo hacer líderes democráticos? Primero, hay que formarles conciencia de lo que es la democracia y la nación; en segundo lugar, desarrollar su responsabilidad, y en tercer lugar, ampliar sus competencias para gobernar. Algo sorprendente es que sólo la escuela privada está recogiendo los perfiles de competencias que tienen los gobernantes y los está metiendo en sus planes de estudio. La universidad pública lamentablemente va rezagada en eso. En la maestría en Políticas del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) están tomando los perfiles que debe de tener un Secretario de Educación y están tratando de aplicar esos perfiles a la práctica de entrenamiento de cuadros. Hay que formar líderes con ética y competencias técnicas en la Universidad.

La educación básica es la educación universal
Evidentemente estamos ante un problema. Primero, porque en una sociedad democrática los ciudadanos adultos, además de elegir a sus gobernantes, tienen derecho a decidir cómo se va a educar a la nueva generación de ciudadanos. Si los adultos volvemos la espalda a esa obligación y a ese derecho, la facultad de educar a los nuevos ciudadanos se diluye. Eso es lo que está ocurriendo en México: los ciudadanos no nos damos por enterados de la obligación y el derecho que tenemos de educar a los nuevos ciudadanos.

Los padres de familia llegan y dejan a los niños en la escuela a las ocho de la mañana y los recogen a la una de la tarde, pero se preocupan muy poco por saber qué les enseñan, qué están viviendo los niños, qué valores y conocimientos están adquiriendo, y mucho menos se responsabilizan de apoyar la vida escolar y de ayudar a atender los problemas de la escuela; en consecuencia, tenemos una ciudadanía que no está cumpliendo su responsabilidad ni ejerciendo su derecho de educar.

Además, ¿qué tanto sabemos los ciudadanos de la política educativa? Si hacemos una encuesta en este momento para saber qué tanto conocen los ciudadanos de México sobre el programa Escuelas de Calidad, sobre el Instituto Nacional de Evaluación o Enciclomedia, vamos a encontrar, para nuestra sorpresa, que hay una gran ignorancia de la política educativa, porque tampoco hay en México un sistema que esté informando a la sociedad sobre aquella. En gran parte, por eso inventamos la revista Educación 2001 hace 11 años.

No hay información y el debate es deliberación. La democracia es, fundamentalmente, deliberación y la deliberación pública en materia educativa es muy pobre; incluso, ahora el Secretario de Educación confiesa que el programa de la Reforma Integral para la Educación Secundaria (RIES) es un documento secreto, confidencial, y que por lo tanto no lo han podido dar a los periodistas. Esto, además de absurdo, es una fuerte tradición en la Secretaría de Educación Pública.

La información de las estructuras educativas no fluye, pero además, si alguien va a una escuela y se quieren informar de qué pasa en la escuela o intenta entrar a ésta, es muy difícil lograrlo si no es maestro o alumno. Esto pasa en preescolar, primaria y secundaria. Es muy difícil entrar a las escuelas porque hay un régimen de hermetismo inexplicable dentro de las mismas. Por ejemplo ¿cómo nos enteramos que en 1995 hubo el examen del IEA que incluyó a 28 a países dentro de los cuales estaba México y que este ocupó el último lugar? La Secretaría de Educación Pública guardó los resultados hasta hace dos o tres años. Quienes son maestros saben que hay, por lo menos, dos exámenes en primaria y por lo menos uno en secundaria que hace la SEP y la información no fluye o fluye muy lentamente, o si alguien quiere saber los resultados tiene que ir al Instituto de Transparencia.

Si quieren saber cuánto cobra el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación por cuotas y cuánto le toca a la profesora Elba Esther Gordillo, vayan al Instituto de la Transparencia porque no hay información.

Cuando se lanza la reforma de la secundaria, ¿quiénes protestan por esas reformas? Los profesores son los primeros que se oponen. Los buenos profesores dicen: “Aquí viene más trabajo, entonces tengo que cambiar mis hábitos”, o por otro lado: “La materia que enseño va a desaparecer y me voy a quedar sin chamba”. Son los profesores, el sindicato y los padres de familia quienes reclaman, pero principalmente los profesores. ¿Recuerda alguien alguna reforma educativa en los últimos 50 años que no haya generado controversia? En 1959 el plan de 11 años, el libro de texto gratuito, es decir, el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica, las reformas en los libros de historia, etcétera. Cada vez que se toma una decisión educativa sucede.

En lo que tenemos que pensar es en cómo está estructurada la autoridad educativa y no en cuál es la decisión. Necesitamos que haya una autoridad educativa democrática porque lo que hoy ocurre es, reconozcámoslo, que tenemos un sistema en donde todo lo normativo está en manos de la Subsecretaría de Educación Básica de la SEP, lo que quiere decir que, por ejemplo, los grupos de técnicos deciden los programas de educación preescolar, así como los libros de texto y la RIES. El problema de la RIES –quienes estamos en educación lo sabemos– es que quienes han encabezado la reforma son un pequeño grupo de gente muy pretensiosa, con todo respeto, pero manejan la información educativa patrimonialmente como una propiedad privada. Hay una competencia entre grupos de investigación y expertos y, finalmente, la información y el conocimiento son un poder que usan unos contra otros. Esto es algo muy lamentable que ocurre en el sector educativo y eso pasa con la RIES. La autoridad educativa no es democrática, hay una tecnocracia que decide la norma.

Ahora, ¿cómo se deciden las relaciones laborales en México en el sector educativo? Primero se negocia un presupuesto entre el Congreso y el Presidente, además ahí hay un conflicto que se soluciona democráticamente acudiendo a la Suprema Corte de la Nación, que este año lamentablemente ya se está anunciando. El siguiente problema viene con la negociación nacional, en mayo. El 15 de junio hay un acuerdo laboral a nivel federal con el sindicato nacional. ¿Con qué se regula esa relación laboral? Con el Convenio Colectivo de Relaciones de Trabajo en Educación, que es un convenio que se firmó en 1946, en la época de Miguel Alemán y sigue siendo el convenio actual. Ese convenio establece una serie de disparates corporativos, por ejemplo, que los directores, supervisores, jefes de sectores y otros sean trabajadores de base de la empresa y del sindicato y, por lo tanto, la relación de jerarquía que debe haber entre jefes y subordinados en cualquier empresa, en el sector educativo es muy difícil de establecer porque los directores son trabajadores de base de acuerdo con ese contrato. ¿Quién nombra a los directores? Oficial y legalmente el sindicato. ¿Quién nombra a un supervisor? Oficial y legalmente el sindicato. Entonces, se ha permitido que en una cierta zona del sector educativo en escuelas primarias y preescolares, los directores se nombren a través de concursos de oposición; por cierto que en Veracruz se ha extendido bastante, pero de iure, como se dice, la facultad es del sindicato. O sea, la ley está con el sindicato, éste debe nombrar al director, sin embargo, no es una estructura democrática.

Si los grupos tecnocráticos con criterios menores y mezquinos deciden las normas y, por otro lado, en la operación de los poderes hay normas tan obsoletas y además se le da tanta facultad de decisión a la organización gremial, estamos ante una autoridad educativa mal educada y mal estructurada, pero lo peor es que la sociedad, en ese núcleo educativo, no cuenta para nada. ¿Qué papel tienen los ciudadanos en la educación? Si alguien tiene una queja contra la escuela donde van sus hijos, ¿qué puede hacer contra la escuela? Va uno a hablar con el director pero no hay una estructura donde se pueda quejar, hay una estructura muy secundaria sin ninguna facultad normativa de decisión que se llama asociación de padres de familia. Se necesita reunir un buen grupo de padres para poder presionar al profesor. Las asociaciones son fuertes en las zonas ricas de clase media alta pero son muy débiles en las zonas pobres; en éstas los profesores cometen, a veces, abusos excesivos. En contrapartida, cuando a un profesor se le pasa la mano en una escuela, por ejemplo de Tlalpan en el DF, la asociación de padres lo presiona muchísimo.

Necesitamos, entonces, revisar en profundidad la educación superior, los términos de la democracia y la estructura de la autoridad educativa, así como los fines de la educación. La calidad educativa no abarca necesariamente la educación cívica, ni la necesidad del profesor o su obligación de formar niños autónomos, autocríticos, libres. La calidad es una palabra que viene de economía y que se refiere, sobre todo, a los aspectos técnicos, instrumentales de la educación. Por lo tanto, hay que revisar los conceptos que usamos para esta reforma educativa democrática. Necesitamos cambiar las escuelas. Veamos, con mucha distancia crítica, a Foucault, en cuanto a vigilar y castigar. No es gratuito que Foucault se refiriera al ordenamiento de las escuelas. Los niños experimentan esto 10 meses del año durante cinco horas: “Siéntate”, “no te muevas”. Muchas veces, el profesor más prestigiado es el que más guarda la disciplina en el salón de clases. Esos son los valores que siguen rigiendo el sistema educativo. Entonces todo esto es lo que tenemos que cambiar.