Julio-Septiembre 2005, Nueva época No. 91-93 Xalapa • Veracruz • México
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La crisis de representación en la región Andina
Aldo Panfichi / Profesor Principal de la Pontificia Universidad Católica del Perú

Ponencia presentada el 14 de septiembre, durante la mesa “Experiencias democráticas en los países de Latinoamérica”, realizada en el marco de la FILU.
 

De acuerdo con distintos informes y reportes sobre el estado de la democracia en América Latina, una de las mayores dificultades de nuestras democracias es la llamada crisis de la representación política. Entendemos por ella la creciente separación e, incluso, el amargo divorcio entre los ciudadanos comunes y corrientes y las redes partidarias de representación política, situación que debilita las estructuras regulares de mediación de intereses entre la sociedad civil y el Estado, lo cual produce desconfianza en el sistema democrático, acciones de confrontación para plantear demandas, así como crisis de gobernabilidad. Si bien este es un fenómeno general en la región, la crisis de la representación es mucho mayor en sociedades con sistemas políticos frágiles como los de los países andinos, donde incluso la propia existencia de la organización jurídica estatal está puesta en cuestión. Al respecto, basta mencionar las recurrentes crisis y caídas de presidentes en Ecuador y Bolivia en los últimos años, así como la extrema desconfianza y crisis de legitimidad de los partidos y líderes políticos en el Perú. Frente a esta situación, las preguntas aquí son cómo entender esta crisis y cuáles son las salidas que se vislumbran.

Hasta el momento son dos las principales explicaciones que circulan en medios académicos y políticos: por un lado, aquella que explica la crisis de representación vinculada directamente con la insatisfacción de los ciudadanos por los pobres resultados de las políticas económicas neoliberales implementadas por los gobiernos democráticos –con el consiguiente agravamiento de los niveles de desigualdad, pobreza y exclusión social–, insatisfacción que se agrava aún más con las incumplidas promesas electorales de enfrentar estos problemas. Por otro lado, están quienes, influidos por la perspectiva del “Nuevo Análisis Institucional”, identifican las causas de la crisis en la ausencia de reglas claras de juego, en el incumplimiento impune de las mismas por parte de los poderosos y en los endebles diseños de las instituciones de representación política, situación que habría dado lugar a una distancia entre un orden legal formal y un orden consuetudinario y que es la que en la práctica funciona dentro del sistema político con una lógica de clan, de familia y de pequeño grupo.

Sin duda, ambos enfoques hacen importantes aportes al entendimiento de la crisis y sus probables caminos de salida, pero no creemos que la crisis de la representación política –un problema tan complejo y agudo en nuestros países– pueda superarse sólo con cambios en la política económica o con cambios en la normatividad y en el funcionamiento institucional de los partidos y el gobierno: el problema parece ser mucho más profundo.

Pensamos que la crisis de la representación hay que ubicarla en la relación, en los vínculos cambiantes entre representantes y representados, en un contexto de profundos cambios socioeconómicos ocurridos en la región en las últimas décadas. Por lo tanto, no se trata sólo de ver qué es lo que hacen o dejan de hacer los representantes políticos, sino también cómo, en una sociedad civil fragmentada por la violencia política y el autoritarismo neoliberal, los ciudadanos han visto debilitarse sus formas tradicionales de organización de intereses, al mismo tiempo que han formado nuevas organizaciones con intereses y demandas sectoriales (regionales, locales, laborales, étnicas, de género, etcétera), sin que éstas hasta el momento puedan ser representadas políticamente por los partidos y el Estado de manera regular. La crisis ocurre precisamente cuando las redes de representación de los partidos, también debilitadas por la violencia política y el autoritarismo antipolítico, no pueden canalizar políticamente estas nuevas organizaciones de intereses sectoriales, como tampoco a los que recién se incorporan a la vida política (jóvenes, mujeres, indígenas). Con esto se incumple uno de los principios básicos de la representación política, que es dar cuenta de la diversidad de intereses existente en una sociedad.

La crisis del sistema de representación tiene como una de sus expresiones más nocivas la separación entre partido y proyecto político doctrinario. En efecto, los partidos teóricamente responden a proyectos políticos, entendidos éstos como una serie de ideas o nudos doctrinarios que cohesionan sus distintas vertientes, y orientan la acción política de los individuos que los forman. Sin embargo, en la práctica se observa que unos pocos partidos aún mantienen esta característica e, incluso, hacen esfuerzos por actualizarlos, pero en otros casos, lamentablemente en la mayoría de partidos que ahora dominan el poder Legislativo y el Gobierno, la dimensión del proyecto político está ausente. Estos últimos son partidos que buscan sólo reproducirse como grupo en el poder de manera oportunista, sin preocuparse por construir estructuras de intermediación de intereses con la ciudadanía.

El penoso espectáculo de los “tránsfugas” –como se denomina a aquellos parlamentarios que, persiguiendo intereses particulares, cambian de afiliación partidaria una y otra vez en busca de mejores condiciones de negociación personal– no hace sino debilitar aún más el vínculo partido-ciudadano.

En este contexto, no es casual que en los últimos años se hayan desarrollado otros criterios de representación fuera de los partidos, basados sobre todo en intereses y reivindicaciones de naturaleza sectorial. No conocemos con precisión las distintas formas de representación que han emergido en los últimos años y esto es una tarea pendiente. Sin embargo, sí podemos decir que la creciente densidad organizativa de la sociedad civil y los nuevos espacios de participación ciudadana presentes en distintos ámbitos de la vida pública han producido una importante transformación de los vínculos representativos, donde los partidos han perdido el monopolio de la intermediación con el Estado, un rol que ahora es reclamado no sólo por la sociedad civil, sino también por los medios de comunicación que argumentan la necesidad de incorporar en la esfera pública los intereses de los actores excluidos de la representación formal. Asimismo, desde el propio mercado emergen otros actores civiles con otras estrategias y lenguajes en defensa de los derechos de los consumidores y los usuarios de servicios que igualmente no están siendo incorporados en los análisis representativos.

La emergencia de estas “nuevas” formas de representación muchas veces colisiona con el recelo de algunos partidos que las consideran una competencia política desleal o una forma engañosa de encubrir opositores. Las redes partidarias de representación no se articulan con las redes de activistas de la sociedad civil y, por tanto, continúa la falta de estructuras de intermediación de intereses entre una y otra esfera de actividad. La situación se agudiza más todavía porque, desde la propia sociedad civil, tampoco existen criterios de representación claramente establecidos; por el contrario, se observan criterios distintos para definir a los representantes civiles que forman parte de las experiencias participativas, incluyendo nivel de profesionalización o conocimiento técnico, la pertenencia a alguna organización de la sociedad civil y la confianza o cercanía con los promotores estatales. Cada uno de estos criterios tiene distinto grado de legitimidad y fragilidad e, incluso, no todos son democráticos. Además, en algunos casos existe la tentación antipolítica de pensar que los partidos no son necesarios y que la participación ciudadana es antagónica con la representación política partidaria, concepciones equivocadas que sólo agudizarán la crisis de nuestra democracia.

Nos acercamos inexorablemente a un nuevo ciclo político y es necesario ver de qué manera se puede fortalecer la endeble democracia en la región. En este sentido, creemos que es fundamental reconectar o revincular de manera organizada los múltiples intereses sociales y culturales que existen en la sociedad civil con las redes y estructuras de representación política. La democracia necesita de la participación ciudadana como un complemento que acerca a los ciudadanos a las decisiones gubernamentales. En esta tarea de reconexión se abren oportunidades de renovación para aquellos partidos que hagan el esfuerzo por incorporar de manera programática y organizada la amplia gama de intereses que existe en la sociedad y, con ello, tratar de reconstituir sus vínculos de representación con la ciudadanía.

Sin embargo, para hacer esto hay que ampliar el marco conceptual tradicional de lo que es la representación política; esto hoy aparece como un problema mucho más complejo, pues los vínculos representativos se han transformado y las fronteras entre lo político partidario y lo político civil se han vuelto en la práctica cada vez más difíciles de separar; incluso, hay algunos actores y activistas que cruzan con frecuencia ambas fronteras, mientras otros permanecen completamente al margen de esta dinámica. De la manera en que se cumpla o no esta tarea dependerá la estabilidad futura de nuestra democracia.