Julio-Septiembre 2005, Nueva época No. 91-93 Xalapa • Veracruz • México
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Estudios culturales,
la alternativa inesperada

Carlos Monsiváis

Ponencia ofrecida el 9 de septiembre, en la USBI Xalapa, durante la FILU 2005.
 

El tema que me plantearon es uno que ahora empieza a tener fuerza en la vida académica latinoamericana, una fuerza muy mediada por la crítica de estudios culturales. No es el caso de Ciencias de la Comunicación ni mucho menos. Ciencias de la Comunicación empezó hace 30 o 35 años auspiciosamente como un intento de darle sistema y estructura al trabajo periodístico, y se ha ido convirtiendo, comparativamente, en la carrera de mayor desarrollo, de lo que hizo que ya algún vidente profetizara que en los próximos años habrá más estudiantes de Ciencias de la Comunicación que mexicanos.

Se acerca el momento
El país patito, las universidades patito, los egresados patito y todo lo que tiene que ver con ese nuevo adjetivo triunfalista lo amerita. ¿Quién con espíritu de veracidad localiza hoy el presente?, ¿quién señala con cierta precisión lo que es cultura?, ¿quién distingue entre los practicantes de la teoría crítica y los practicantes de estudios culturales?, ¿cómo seguir utilizando los conceptos hegemonía, ideología, sociedad?, ¿quién, ante las disciplinas de las ciencias sociales y del humanismo, no exclama a la manera de Rubén Darío “y pues contáis con todo, falta una cosa, la definición?”

Casi a punto de reconocer que si yo supiera con precisión qué son los estudios culturales, no estaría hablando de los estudios culturales, me detengo y lanzo nombres como exorcismos o credenciales extracurriculares: Roland Barthes, Walter Benjamin, Stewart Hall, Edward Said, Michel Foucault, Ángel Rama, Antonio Cándido, Pedro Henríquez Ureña, José Martí, José Carlos Mariátegui, Octavio Paz, Francisco Romero, Homi Baba, entre otros. También tendría que citar temas: las migraciones culturales, la desaparición de un gran número de fronteras –entre otras, las que separan los temas culturales–, las definiciones de cultura (cada libro que sale con definiciones de cultura es más voluminoso que el anterior), el avasallamiento mediático, el género, la clase social, la raza y un eje, la modernidad y la que no alcanza a hacerle mella su descendiente y su proyecto de negación: la posmodernidad.

Contextos que vienen o no al caso
En los campos de las ciencias sociales y las humanidades, se advierte la severidad de la crisis de la producción editorial. La producción de las editoriales universitarias está atada a los círculos de autoconsumo y urgida de convertir su público cautivo en un sector de lectores voluntarios. Hoy, la academia en el mundo entero se enfrenta a una suma de factores hostiles que incluyen, en primer lugar, la disminución presupuestal y la discriminación presupuestal, como en el caso de las universidades mexicanas –todas las universidades son pobres, pero hay unas que son más pobres que otras–; el desempleo, y es que para los jóvenes es casi una hazaña obtener una plaza en las universidades, ya no se diga el tiempo completo, que ahora equivale a un título nobiliario –donde decía Conde, ahora dice Tiempo Completo–; la rigidez de la burocracia; la renovación caprichosa y fatigada de los planes de estudio; la disminución salarial en términos relativos, en el mejor de los casos.

En la zona de las humanidades, la academia latinoamericana y mexicana se acerca a los niveles de la sobrevivencia: se editan más libros sin garantizar más lectores; el público especializado disminuye o tiene que leer su propio trabajo –no se pueden hacer dos cosas al mismo tiempo–; la televisión y el DVD acaparan el antiguo tiempo de lectura y el círculo del autoconsumo se restringe, de ahí que un número importante de investigaciones se escriba en beneficio casi exclusivo de los comités de evaluación, que deben ser los más enterados del mundo porque están leyendo casi todo.

En este panorama, un sector creciente de las ciencias sociales y las humanidades descubre la alternativa inesperada: los estudios culturales (muy posiblemente muchos de ustedes no hayan oído hablar de los estudios culturales, si esperan que yo los defina ¡no! Puedo acometer hazañas, pero esa no, lo tengo claro). No tanto la novedad extrema como la zona experimental todavía indefinible, porque precisar los límites disminuiría el impulso del desarrollo y la conquista de públicos, o también porque precisar en alguna medida los límites de este campo sería una técnica de exclusión.

Extracción de dogma sin dolor
En la década de los sesenta, en medio de la represión generalizada en América Latina, se acelera la difusión de las tesis marxistas. Las dictaduras no son la única expresión del autoritarismo y el autoritarismo es lo propio de los gobiernos que razonan y votan por la ciudadanía, como es el caso de México, donde si había un gran elector, para qué existían los demás. La violencia institucional radicaliza a muchísimos académicos que, de pronto, apoyan vías únicas de pensamiento. El extremo: un grupo de profesores de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, convencido de que el estudio de dos libros El Capital y Materialismo y empiriocriticismo de Lenin era todo lo requerido por los estudiantes. El sectarismo sojuzga al debate académico y en las preparatorias y los colegios de humanidades miles de jóvenes extraen su primera visión unificada del mundo de, por ejemplo, los manuales de Martha Harnecker.

Todo se recompone o descompone en unos años: las dictaduras militares se derrumban con una que otra excepción; la caída del muro de Berlín, en 1989, precipita el descrédito de un marxismo que era dogma, mucho más que guía para la acción; aparece la normalidad democrática –hoy ya sin las comillas– con rasgos comunes en todos los países; se improvisa la clase política, que es uno de los precios que estamos pagando, es una clase política que se improvisó porque la anterior ya no respondía a ningún criterio de modernidad (y la nueva tampoco, pero ya no es la antigua, entonces, es moderna); el autoritarismo persiste con un mínimo de concesiones a la democracia o a la televisión; se intensifica la dependencia extrema de los organismos financieros –FMI, Banco Mundial, etcétera–; se declara la absoluta falta de alternativas al neoliberalismo (eso es el sexenio de Salinas y el de Zedillo); el desempleo pasa de ser estación de paso de la demasiada gente y se vuelve zona de arraigo; la violencia transforma las urbes y reduce el espacio real y psicológico de los habitantes; la utopía se quiere presentar desde la derecha como sinónimo de baile de quince años con el Imposible dream; el mercado de trabajo para los académicos es, por lo menos en las universidades de que tengo noticia, un bunker, y el marxismo, de acuerdo con los criterios que rigen el mundo académico, se instala en el museo de los sistemas demolidos por sus adeptos y recuperables o no por los requisitos de la realidad.

Del surgimiento de vías interpretativas
El trabajo de Stewart Hall y su grupo en Birmingham, que son los que empiezan con los estudios culturales, es en verdad notable. Quieren poner al día las perspectivas del marxismo, ajustando las ediciones alejadas del mecanicismo, y ponen a prueba la jerarquía de los temas. Entra a escena una variedad de asuntos antes impensables y el propósito de distanciar a la teoría marxista del enorme descrédito de sus practicantes en el poder, a este propósito lo ayuda considerablemente la explosión demográfica de las universidades, uno de cuyos resultados inmediatos es el acercamiento de profesores y estudiantes.

En la academia norteamericana, los estudios culturales parecen un relevo estimulante del estructuralismo, al principio. Pronto, la crítica despiadada, que declara al fenómeno de los estudios culturales una conjura de lo superficial, más bien afirma su existencia (ahora sí es una regla casi de oro que si quieres que algo desparezca, elógialo, porque si lo criticas, lo afirmas). Y al ser la obtención del posgrado, en universidades norteamericanas, una exigencia creciente de los latinoamericanos, se produce la búsqueda profunda y apasionada de nuevos enfoques, y ésta es la oportunidad de los estudios culturales, cuya fuerza –que es mucho más descriptiva que interpretativa– se ofrece al principio como alternativa intelectual de tres carreras: Letras, Comunicación e Historia.

Los estudios culturales en América Latina se caracterizan por el equilibrio entre la despolitización ganosa de ratificar el prestigio de la indiferencia y la politización que ansía modernizarse. Lo que hemos visto en estos años es cómo la despolitización cree que ser indiferente es ser objetivo y cómo la politización cree que ser moderno es ser radical. Y, al principio, viene a menos la preceptiva exigida en las carreras universitarias, y más o menos los estudios culturales son hasta hoy lo que cada uno decide que sea. Por lo demás, el clima neoliberal lo afecta todo: impone a la industria editorial una lógica de mercado libre; afirma el culto al bestseller; repite el credo “los pobres son por naturaleza ajenos a la cultura”; deteriora a las universidades públicas sin fortalecer la calidad educativa de las universidades privadas –el que las primeras estén en mal momento, no quiere decir que las segundas no padezcan de lo mismo, el nivel sí está en crisis en ambas–, y ratifica la indiferencia ante el mundo de las ideas.

“Los conceptos alejan de la realidad” aseguró un dirigente empresarial de México, cuyo nombre no digo para que no se ufane, pero lo expresó así: “los conceptos alejan de la realidad», y declara invencibles a las industrias del espectáculo, el único uso posible del tiempo libre. Ante el arrasamiento, se reconoce sin mayor crítica de por medio la muy exigua repercusión de los productos académicos (esto es muy difícil decirlo, pero es muy fácil probarlo, entonces prefiero que ustedes lo prueben a que yo lo diga). Muy pocos en estos espacios vencen la indiferencia pública y lo consiguen casi siempre con biografías, manuales y panoramas de época (si hay algún regazo materno en México son las bodegas de las editoriales), y se profundiza el aislamiento de la crítica y el ensayo literario, la Sociología y las Ciencias de Comunicación, que por lo común generan libros sólo aptos para públicos cautivos.

En esta coyuntura, surgen los estudios culturales que se benefician de las teorías literarias, la historia del cine, la pasión inconfesa y confesa por la televisión, el marxismo, etcétera. Se universalizan, desde la perspectiva norteamericana, las sensaciones de lo contemporáneo, la puesta al día tecnológica, el habla común, que es unisex y uniclasista (eso sí se está logrando, ya todas las clases hablan igual, lo que no beneficia a ninguna), y sigue muy restringido el acceso a la tecnología de punta y al consumo (en materia del uso de Internet las cifras son dramáticas). Asimismo, se extreman las limitaciones de los habitantes de la pobreza y se evidencia la crisis de los mantenedores de los usos y costumbres. Esto es llevar la crisis a un momento brutal, en lo que significan los usos y costumbres. Recientemente, en un pueblo del Estado de México intentaron linchar a una persona que había robado, no que había matado ni violado ni puesto videos con algún programa de televisión, sino simplemente robado. Estaban a punto de matarlo, pero llegó la policía y lo rescató, y el pueblo mandó una carta de protesta porque no habían dejado que lo lincharan. Esto me parece lo más inconcebible que he visto, el derecho al crimen reivindicado como derecho constitucional.

No obstante, la sociedad civil global que surge irrefutablemente con la protesta por la invasión de Irak ofrece otras posibilidades de la globalización: se intensifica la tolerancia, se reconocen los derechos de las minorías, hay informes que son experiencias compartidas, lo que va de las redes de la Internet, cuyo valor durante la invasión de Irak fue notable, a las respuestas éticas a la globalidad. También la globalización no es todavía omnímoda y acepta y exige zonas de excepción.

En América Latina persisten los grandes elementos en común: el idioma (las variantes regionales aún no desembocan en la incomprensión); la religión católica, ya no la única, sí claramente la mayoritaria; el avance simultáneo de la americanización y sus correspondientes (no sólo estamos americanizados, sino que hemos mexicanizado la americanización, peruanizado la americanización, colombianizado la americanización); el canon literario de Euclides acuña a Borges, de Rulfo a Julio Cortázar, de José Lezama Lima a Guillermo Cabrera; el gusto musical (la fusión de música barroca y salsa por ejemplo); la nueva arquitectura (si parece hotel de Texas es posmoderno); los avatares de la industria cultural y la decadencia de los partidos políticos. Algo queda claro: la corrupción nunca es una asignatura pendiente.

También decrece paulatinamente lo nacional como obligación, y una de las cosas que trae consigo todo el debate es ver cómo ahora la cultura nacional es un término que necesita redefinirse, porque si alguien examina la cultura nacional que se ha vivido, verá que nunca se integró ni exclusiva ni primordialmente con autores nacionales. Por ejemplo, más cultura nacional que Picasso no concibo: toda la primera mitad del siglo XX se explica pictóricamente en América Latina por Picasso; en literatura, la poesía se renueva a partir de Neruda y de Vallejo, y así sucesivamente.

Pensar en los antiguos términos de cultura nacional es erigirle un túmulo a la autoconsolación –lo que no tiene ya mucho sentido–, y esto empieza ya con el Modernismo, con Darío, Amado Nervo, José Martí, Manuel Gutiérrez Nájera, José Asunción Silva, Ricardo Jaimes Freyre, Salvador Díaz Mirón… que se leen y se memorizan en toda América Latina (la muerte de Darío, por ejemplo, provoca en Uruguay un duelo nacional, incluso, izan las banderas a media asta, y lo mismo pasa con otros. Darío llega a México en 1910 para las fiestas del Centenario y arriba en Veracruz donde le hacen un gran homenaje, pero por cuestiones de papeles no puede ir a la Ciudad de México, mas hubiese sido recibido masivamente y competido con los dos grandes desfiles de éxitos del siglo XX ocurridos en México: el primero, una visita del Papa y el segundo, un desfile de los personajes de Walt Disney; ambos tuvieron el mismo público, son las rarezas del record Guinness). Y una minoría de lectores frecuenta a sus autores predilectos y de alguna manera se vuelven corresponsables.

En fechas recientes, las leyes del mercado modifican la situación, el consenso de las minorías o de las elites es desbaratado por el criterio tiránico de la rentabilidad, «lo que vende es lo que vale» se proclama, ante eso lo que puede hacer la industria académica es poco y por lo general lo hace sin energía.

Temáticas de los estudios culturales
La participación creciente de las mujeres le añade un público considerable a la compra de libros y –lo que nunca es lo mismo– a la lectura. Para que un escritor tenga éxito, tiene que llevar ya su propio público; ya casi está desapareciendo el público instalado. Ese público tiene sus requisitos de lectura, sus criterios y sus injusticias profundas (no me quejo, pero Carlos Cuauhtémoc Sánchez lleva vendidos cuatro millones de ejemplares, es decir, cuatro millones más de los que yo he vendido. Por fortuna, Juan Rulfo acusa baja productividad, que si no…). Las mujeres, pues, aportan un público. En el siglo XIX, las mujeres son las que leen. Numéricamente, las editoriales, que son muy pocas y hacen tirajes de 500 ejemplares, se sostienen básicamente por las mujeres. A este proceso le dedica Ignacio Manuel Altamirano un ensayo.

En el territorio de los vislumbramientos que presagian las conductas íntimas, la idea de que la literatura que no tiene una resonancia en la vida cotidiana no tiene posibilidad de perdurar, en el sentido de alcanzar un público significativo, porque lo otro es el público estrictamente literario. A la poesía la complementan y, de algún modo, casi la arrinconan la novela y el cine. En cambio, a principio del siglo XX, todo lo que valía la pena tenía que ser poético: el paisaje era poético, la pieza musical, la sinfonía, la pintura, la peregrinación… y luego el adjetivo va viniendo a menos de muchas maneras y la principal es que se pierde el peso de la poesía en el habla. En la poesía va impuesto un ritmo del habla que ustedes todavía pueden percibir en Cantinflas o en Tin Tan, tan alejados como se encuentran de la poesía, pero tan cercanos como están a una idea del habla como ritmo.

El deseo de captar el ritmo de las sensaciones nuevas y la vida de las transformaciones personales lleva, por ejemplo, a los jóvenes de los años sesenta a leer con devoción Paradiso, Rayuela, La ciudad y los perros, Juntacadáveres, La traición de Rita Hayworth, Tres tristes tigres, La región más transparente, que para ellos descodifican y codifican una convicción prevaleciente: la realidad de la literatura sólo a ella le pertenece. No hay tal cosa como la realidad en la literatura, sino la realidad de la literatura, que es una zona aparte. También eso depende mucho del nivel de comprensión de los textos. Hoy Rayuela tendría muchos menos lectores porque ha cambiado el nivel de información de los lectores jóvenes, y estas encuestas de la ONU demuestran cómo se ha ido perdiendo todo un mundo de significados debido a que ya no existe la lectura compartida. No es que la literatura ya no signifique, pero el sustento, el almacén, el acervo de imágenes ya no viene de la poesía o de la narrativa, sino del cine mayoritariamente.

El acercamiento del cine se da a través de la literatura. Son la poesía y la narrativa las vías de acceso al film noir, al western, al melodrama, al cine épico, al costumbrismo. Escritores como James Agee o Guillermo Cabrera Infante representan la presencia de un idioma en otro. La interpretación de Agee al cine de John Huston otorga las claves de las que surge la teoría y la remodelación interpretativa del film noir. Cabrera Infante traza el horizonte canónico del cine de Hollywood más allá de las revistas Cahiers du cinema especializadas, y convierte en experiencia gozosa y literaria la frecuentación de la obra de Hitchcock, Orson Welles, Vincente Minelli, John Ford y Douglas Sirk.

Por ejemplo, Douglas Sirk es un cineasta que hace 20 años era importante, pero ahora se le toma como modelo para entender el melodrama, desde el momento en que se llegó a percibir hasta qué punto el melodrama era decisivo en la cultura familiar; no que a la familia le guste el melodrama, sino que la familia en buena medida es melodrama para ser familia. Por ejemplo, Manuel Puig y escritores como él descubren que el melodrama no es tanto un género como el idioma que evita en las familias la repetición de la torre de Babel: el melodrama unifica el idioma familiar y le da a las personas los elementos que califican a sus desdichas como proyectos de hazañas. Esto se ve con mucha claridad en la etapa entre 1920 y 1960 y tiene que ver también con lo que era el teatro de principios del siglo XX, pero ahora está mucho más filtrado porque hoy el melodrama se encuentra en el thriller, en todas estas experiencias brutales: es tan melodrama Pulp Fiction como lo pudo haber sido El derecho de nacer, lo que pasa es que una es la catarsis que se da después de 40 balazos y otra, después de 50 lágrimas.

También el cine es el árbitro de sacudimiento de prejuicios y de elaboración continua de modelos de vida y, gracias al star system, el cine genera los modelos irrefutables y cambiantes de lo masculino y lo femenino: de Clark Gable a Marlon Brando, de John Wayne a Montgomery Clift, de Lillian Gish a Marilyn Monroe, de Greta Garbo a Meryl Streep, de Pedro Armendáriz a Gael García Bernal, quienes como representan lo mismo pero con cuerpos diferentes ya no representan lo mismo. Los mitos y las leyendas fílmicas se ajustan a las sensaciones de éxito y fracaso, y antes de que viniese la inmensa moda de la autoayuda –que de hecho es la universidad alternativa de muchos sectores de la sociedad–, el éxito o el fracaso se medía con relación a los role models que uno tomaba del cine.

En tiempos recientes, se produce la gran ruptura que en buena medida ha condicionado el énfasis sobre el cine en los estudios culturales. El intérprete del cine ya no es la literatura, sino el cine mismo; ya no se lee el cine desde la literatura, se lee desde el cine (esto es particularmente claro en los adolescentes y en los jóvenes). Los jóvenes se vuelven adictos a lo que sólo pueden interpretar a la luz de otras películas. No digo con esto que la poesía y la narrativa hayan perdido sus facultades de encender y potenciar la imaginación y su influjo mítico que continúa, pero luego de las filmografías de la complejidad de Bergman, Godard, Antonioni, Pasolini, procede la inundación mercadotécnica de Hollywood y el cine norteamericano que controla internacionalmente cerca del 90 por ciento de la distribución y de la exhibición, que se decide por el cumplimiento de la frase nuevotestamentaria: “El que no sea como niño, no entrará en el reino de los cielos”.

A partir de la obra y las producciones de Steven Spielberg, de Star Wars, ET y Artificial Intelligence en adelante, sobreviene el flujo de filmes en donde la mitificación de lo infantil, el gozo incontaminado de las visiones de la infancia como perspectiva para enfrentarse al entretenimiento, hace de los efectos especiales el elemento que consolida a un público Peter Pan –o con vocación de Peter Pan­– que, si ante el cine labora una idea de complejidad, está traicionando lo que se le ofrece. El éxito del cine comic prueba esto. El cine cambia la vida de los espectadores y de las familias hasta cierto momento, después lo que se prepara es el ajuste de mentalidades; la complejidad no es un lenguaje de todos, sino un lenguaje sectorial. Cuando los milagros dejan de trastornar la racionalidad porque se producen los efectos especiales, a quién le preocuparía hoy que alguien caminara por las aguas cuando sabe que hay efectos especiales.

También la puerilización de la realidad va del cine a la política, de la política al crecimiento del esoterismo, de la fe en la autoayuda al olvido de todo lo que no divierte al niño que uno debe guardar intacto si quiere seguir siendo alguien relacionado con el espectáculo. Lo de la puerilización de la realidad es un hecho, todas las campañas políticas parecen redactadas por niños y parecen dichas por niños a niños. Se ha disminuido el nivel de complejidad porque colectivamente se piensa que lo complejo aísla, crea una categoría de edad que se sobrepone o que margina a la edad única desde la cual contemplamos lo que sea, que es la edad de una infancia perfecta, virginal. De hecho, la publicidad del PRI en el Estado de México era exactamente la que se le podría ocurrir a niños, no necesariamente aventajados, entre los seis y los 10 años (no estoy haciendo una crítica política, estoy tratando de ser el Pestalozzi o el Freinet).

La televisión se adueña de los hogares y causa una irremediable adicción, pero al ser una experiencia tan fragmentada y, sin embargo, tan imperiosa no se le considera el espejo ideal de cada persona: «si en el mismo estanque se contemplan todos mis vecinos, yo ya no quiero ni puedo ser Narciso», esa sería la conclusión. La televisión no hace las veces de la exclamación dramática en el camino a Damasco «Saulo, Saulo, por qué no me apagas de vez en cuando», y a sus directivos no les interesa nada que no sea ahondar en la banalidad. Marshall McLuhan lo dijo: “el medio es el mensaje”, y la televisión lo corrige: “el medio es la moraleja, es el mensaje y es la oportunidad de convertir los spots comerciales en el nuevo inconsciente colectivo”.

La ciudad también es un tema interminable de los estudios culturales. De hábitat o albergue multitudinario ha pasado a ser el cuerpo antropomórfico que moldea de distintas maneras la conciencia de sus habitantes, y suele tener más presencia o vigencia que la idea de nación afligida por las redefiniciones. Esto se aplica sobre todo a las megalópolis Sao Paolo, Río de Janeiro, Buenos Aires, Caracas, Bogotá, Ciudad de México, Lima, Quito, cuyo desenvolvimiento exige el ánimo multidisciplinario que es propio de los estudios culturales. Junto a la reconsideración a la ciudad, se da la reconversión del público en el coautor y en el otro personaje protagónico.

Los estudios culturales necesitan tomar muy en cuenta cómo el monstruo de mil cabezas del siglo XIX y el aplauso cálido de los carentes de rostro del siglo XX necesitan ser investigados o sometidos a interrogatorios casi policíacos, revalorados por el punto de vista que acompaña siempre a los autores, los actores, los músicos, los escenógrafos, los productores. La taquilla, ese dios negociable del siglo XX, participa activamente en la creación. La hiperfamosa frase de Lope de Vega “y pues que pague el vulgo, hay que hablarle en necio para darle gusto” se reinterpreta: el que paga escribe y actúa, el necio es el idioma irrefutable y es algo más, es el placer de las mayorías de sentir suyos los estilos creativos que se le imponen.

A la religión o más estrictamente a las religiones se les había atendido por lo general desde la perspectiva del clericalismo o la de su adversario o enemigo: el anticlericalismo (ahí sí no entiendo por qué me dicen “ya no puedes ser tan anticlerical, eso es muy antiguo”, y los que son clericales ¿son muy modernos? Me ha parecido como inexplicable ese rechazo). Paulatinamente, las historias de las religiones y la sociología de la religión, bajo la vocación de Max Weber, orientan hacia lo ignorado-subestimado los valores culturales de los creyentes, significado de la disidencia religiosa; el sentido de las cofradías (hay trabajos muy buenos sobre las cofradías de San Miguel Allende, por ejemplo); el castigo corporal de la época contemporánea; las nuevas visiones de la santidad (¿qué es ser santo en nuestros días?, ¿hoy es posible ser santo cuando ya la noción de martirio ha sido sustituida por las organizaciones no gubernamentales?); el peso de instituciones como el catecismo del padre Ripalda, la consecuencia del uso del término sectas; la manera en la que se nacionalizan las disidencias religiosas y así sucesivamente.

Cada vez esta movilización de lo religioso estimula el examen de sus rasgos culturales. Por ejemplo, en Guadalajara, en la Iglesia de la Luz del Mundo se han hecho ya tres libros, pero son demasiado cuantitativos y no hay el mínimo de interpretación exigible para que yo sienta que sea el campo disciplinario de estudios culturales o no. Ahí hay una mirada indagadora y no simplemente una aplicación de la encuesta tan distante que da igual. ¿Qué es lo específico de la cultura católica hoy en día?, ¿qué es hoy el esoterismo? Uno puede estar haciendo burla del esoterismo y en ese momento su interlocutor le regala un libro, El código Darivera, donde prueba que hay una conjura desde los aztecas a nuestros días para quedarse con el gobierno a favor de Salinas.

Los jóvenes son una realidad, una de las más portentosas industrias culturales, una mitología, una teología laica de no más de medio siglo de vida, un dispositivo psicológico que se divide en regiones y clases sociales, un variadísimo repertorio de música, un principio de exclusión, en ocasiones tan tajante como el clasismo. En los estudios culturales –revisen por ejemplo los excelentes trabajos de Rossana Reguillo y José Manuel Valenzuela–, los jóvenes son un tema insoslayable, inventados, construidos, reconstruidos, realmente existentes, pretexto para mínimas atenciones gubernamentales.

Un elemento tomado muy en cuenta por los estudios culturales es el nuevo trato de la sexualidad. A las sociedades pudibundas a la fuerza, remplazan las obstinadas en la franqueza, que van deshaciendo la censura de la televisión y han vencido pródigamente en el cine, el teatro y la literatura. Así, por ejemplo, la antigua vulgaridad muy localizada en un puñado de expresiones se vuelve indispensable en el habla pública y cambia de signo. La erosión del control de la hipocresía y la implantación de la sinceridad idiomática se vuelven la ostentación de los saberes del habla. Y si las sensibilidades negadas o aludidas eufemísticamente acceden a la superficie, se debe entre otras cosas a la disminución de la vigencia del idioma que las condenaba: “le grité maricón y no cayó un rayo del cielo”.

Entre otras cosas, se vive en América Latina una suerte de revolución semántica, donde el habla médica y la emergencia de las palabras clave de la oscuridad vuelven invisible lo antes sólo aludido con insultos, choteos y en silencio como gueto. Estos comportamientos no existen, si no se mencionan. Ahora, términos como perspectiva de género, sexopatía y homofobia ejemplifican el paso de lo indecible a lo asimilado por las nuevas costumbres.

Esto en la literatura produce otra etapa de perplejidad. Al derrumbarse la censura, su último verdugo Internet, el tratamiento literario de la sexualidad es ya indistinguible de lo producido en todas partes, y suele convertir algunas conquistas de la libertad de expresión en páramos de lugar común, al avanzar en la consignación de la sexualidad con más rapidez la sociedad y las nuevas costumbres, que el tratamiento literario convencional: “si nadie se escandaliza hay que mudar de escándalo”. En el habla coloquial, las nuevas malas palabras son aquellas que obligan a ir a un diccionario: “habló de los estípites y le recordé que había damas presentes”. Ahora, si alguien dice: “me van a perdonar las señoras”, la respuesta será: “vete con tu hipocresía machista al carajo”.

No disminuye en lo mínimo, en este mundo examinado por los estudios culturales, el papel central de la música como clave del comportamiento. Cientos de miles quieren vivir literalmente al ritmo de rock o de tecno cumbia (no sé qué es pensar ponchi ponchi –bueno sí, he oído discursos–, pero podría darse el caso). Si algún campo artístico atrae a las mayorías es la música popular, y por música popular entiendo a Mozart, Beethoven, el bolero, el hip hop o Philip Glass. Con la disciplina tan basada en lo interdisciplinario, no se puede improvisar porque el costo sería excesivo, se improvisa el conocimiento de las disciplinas. Las ediciones exógenas se dan en formaciones a medias que, al insistir en una sola vía formativa, califican de exógeno todo lo no ahí presente. Es lo que le ha pasado a muchas disciplinas, creo que muy particularmente a la sociología; lo exógeno resultó demasiado mal situado.

No se sabe ya bien a bien qué es la tradición, entre otras cosas porque el control de la tradición ya no existe como antes y cuando se amplía, no se sabe si se está o no frente a la tradición. Aquí lo otro comienza porque ya no se sabe bien qué es lo uno. Se modifica, pues, de modo incesante el mapa de la psicología social y se desploman un conjunto de inhibiciones y los dos tótems antes omnipresentes: el miedo al qué dirán y el temor al ridículo. Todo el siglo XIX y la primera mitad del XX se explican socialmente por el miedo al qué dirán y el temor al ridículo. Un ejemplo son los reality shows y los talk shows, cuyo poder de convocatoria, al margen de la opinión que de ellos se tenga, es notable. No es tanto lo que se dice de los 15 minutos de fama, sino más bien cada persona propone su vida para telenovela, cada uno sabe que su vida sería una gran telenovela, y el género se vuelve fundamental para explicar un comportamiento social más amplio. La telenovela como tal puede decaer, pero el hecho de que cada quien sienta que su vida es material para una telenovela va en ascenso.

Algunos de los temas que me han entusiasmado son el de la mujer que engaña al marido y dice: “lo he engañado porque no me he acostado con nadie”, ¿pero no se supone que engañarlo es acostarse con alguien?, su respuesta es: “eso es lo que él cree que voy a hacer, pero lo engaño”; la madre apenada con sus vecinos porque de sus nueve hijos ninguno es homosexual; el stripper que fue monaguillo y que por sentimiento de culpa duerme con el abrigo puesto. Todos ellos se sienten en rigor telenovelas a la espera de patrocinadores.

Todo se redefine y el primer examen a fondo se da en las fronteras entre un género y otro y entre una disciplina y otra –estoy hablando de los campos de humanidades y ciencias sociales­–, y se revisan también los grandes términos, nunca más pasiones del comportamiento y obligaciones de la definición: el nacionalismo; la identidad nacional, que ahora es uno de los términos más sujetos a revisión; la pureza del idioma (el lenguaje puro no existe a menos de que se trate de un modelo de la autofagia verbal, un lenguaje que es tan puro que se va devorando a sí mismo hasta que sólo queda una palabra y el que la habla tiene que saber cuál es).

Si lo nuevo se acepta con rapidez y sumisión, ¿qué es entonces lo nuevo? El tradicionalismo es siempre el círculo donde se alojan las resistencias terminales. Diré una de las frases más citadas y más difíciles de entender con justeza, voy a citar a alguien sin el cual esta ponencia no tendría nada que ver con estudios culturales, a Walter Benjamín, quien afirma “todo documento de civilización es también un documento de barbarie”. Esta sentencia debería estar presente más para asimilarse que para comprenderse en el frontispicio de los estudios culturales, sean estos lo que sean, pues indican la frivolidad de aceptar sumisamente el estado de cosas, porque a) está aceptado y b) es por naturaleza provisional.

El culto a lo efímero participa agudamente de la civilización y de la barbarie. Son dos usos distintos, opuestos y complementarios del término en las realidades de la globalización, sin los usos distintos de la globalización. No se entienden los estudios culturales ni como moda (entre una muerte y otra) ni como sistema de iluminación de los parques temáticos aún no reconocidos. Todo es mezcla, fusión, alianza morganática entre la alta cultura y la cultura popular: Tonantzin es el antecedente y la cómplice de Guadalupe.

La identidad nacional homogénea debió ser estudiada en la Samoa por antropólogos clásicos como Franz Boas. El discurso público que se dirige al auditorio de hace una década, y que no ha tomado en cuenta lo diverso, se niega a poner al día sus bases teóricas. Quedan siempre los cánones sujetos a debates, modificaciones, subastas, negociaciones, dinamitaciones verbales, homenajes que los embalsaman, como si con frecuencia eso hiciera falta. Y un mérito, o una zona muerta de los estudios culturales, es el énfasis depositado en los nuevos cánones, en especial, los situados cerca de las fronteras hoy tan móviles y mudables entre lo público y lo privado.

La migración, otro gran espacio de los estudios culturales (de hecho, estamos viviendo años donde la migración y lo migratorio son fenómenos de primer orden, y no sólo en el sentido de las remesas, que es la otra Secretaría de Hacienda) y las mediaciones electrónicas son hoy dos fuerzas notables en la producción de los cánones culturales y en la determinación de la cultura y la educación en esta etapa del siglo XXI. Si no se entiende lo que está pasando con las comunidades hispanas en Estados Unidos, no se va a entender lo que está pasando aquí, hay una integración a la que todavía es muy difícil asomarse pero que tiene una fuerza impresionante. Si en América Latina tiene mucho más sentido hablar de la diversidad y del multiculturalismo, la disolución cotidiana de las fronteras entre lo público y lo privado le imprime a la investigación y a la reflexión de las ciencias sociales y de las disciplinas del humanismo una reorientación aún no vislumbrada en sus alcances.

Y repito, sean lo que sean los estudios culturales, definir es arrepentirse a corto plazo. Una pregunta básica al respecto es la siguiente: ¿su objeto de estudio son las estructuras de poder o las estructuras de la falta de poder? Las respuestas deberán darse en público y en privado, si ahora es posible la localización de estos espacios.