Julio-Septiembre 2005, Nueva época No. 91-93 Xalapa • Veracruz • México
Publicación Trimestral


 

 Ventana Abierta

 Mar de Fondo

 Tendiendo Redes

 ABCiencia

 Ser Académico

 Quemar las Naves

 Campus

 Perfiles

 Pie a tierra

 Créditos



 

 

 

Entrevista con Christopher Domínguez y Guillermo Sheridan
La crítica literaria tiene ánimo de conversador

Edgar Onofre Fernández

En la siguiente entrevista, realizada durante la Feria Internacional del Libro Universitario 2005, dos de los críticos literarios más importantes en el país, Christopher Domínguez Michael y Guillermo Sheridan –este último considerado uno de los discípulos más avezados de Octavio Paz– dan cuenta a vuelapluma de algunos de los meandros que implica el oficio de crítico literario, tan impopular como el de árbitro deportivo.
 

En la advertencia a su libro Manual del distraído, el crítico literario Alejandro Rossi, Premio Nacional de Lingüística y Literatura en 1999, afirma que la crítica por él desplegada a lo largo de este texto “fervorosamente cree en los sustantivos, en los verbos y en los ritmos de las frases (…) expresa mi gusto por el juego, por la moral, por la amistad y sobre todo, por la literatura. Léase, si es posible, como yo lo escribí: sin planes, sin pretensiones cósmicas, con amor al detalle”.

Rossi se refiere a la crítica literaria antes con el placer sosegado del esteta que con el ánimo destructor que reiteradamente se le imputa al oficio de crítico. Menos popular que el de abogado, por ejemplo, esta labor ha merecido lo mismo el desdén que el ejercicio cotidiano, cuando no el beneplácito, de gran cantidad de escritores a lo largo de la historia.

Ya el filósofo francés George Steiner se refirió con menosprecio hacia los críticos de esta manera: “Al mirar hacia atrás, el crítico ve la sombra de un eunuco. ¿Quién sería crítico si pudiera ser escritor?”; en tanto, el poeta portugués Fernando Pessoa dijo: “La función última de la crítica es que satisfaga la función natural de desdeñar lo que conviene a la buena higiene del espíritu”. El británico Oscar Wilde, más irónico y elegante, lo explicó de esta forma: “En los mejores días del arte no existían los críticos del arte”.

En numerosas ocasiones, los episodios entre críticos y escritores –o cualquier protagonista del hecho criticado– han arrojado frases de alguna manera célebres y disputas aún recordadas, mientras el oficio de crítico continúa revestido de un halo de iniquidad, resentimiento y mezquindad. Acaso “por deficiencias formativas de la cultura hispanoamericana, la gente ignora qué es la crítica literaria”, según el crítico Christopher Domínguez Michael.

Durante una entrevista de algunos años atrás, Domínguez Michael comentó que “este fenómeno no ocurre en Francia ni en los países anglosajones, donde la crítica literaria es algo común. Esta diferencia es un problema histórico muy estudiado. Cuando nació la crítica moderna –me refiero a la crítica política, filosófica y moral del siglo XVIII–, el Imperio Español, nuestro origen cultural, estaba en decadencia. La Ilustración nació lejos de España y, a pesar de los esfuerzos realizados por los ilustrados novohispanos, carecemos de figuras como Kant. No hemos podido emparejarnos todavía con las metrópolis que innovaron el uso del pensamiento crítico como esencia del mundo moderno. Este fenómeno no está relacionado con la pobreza económica de una sociedad: en la Rusia del siglo XIX reinaba la miseria y, sin embargo, existieron grandes críticos literarios”.

Jurado en el Premio Rómulo Gallegos de 1993, que se otorgó al colombiano Fernando Vallejo por su novela El desbarrancadero, Domínguez Michael asegura formar “parte de una escuela que considera la crítica como un temperamento artístico” y, al mismo tiempo, ha descartado la idea de que las letras enaltezcan al espíritu humano: “No creo que todas las personas tengan que leer, ni que ésta práctica garantice que sean mejores seres humanos, esa es una mentira del humanismo. La idea que estipula que el libro es un referente de civilización es parcialmente falsa; pueblos cultísimos se han masacrado utilizando libros como bandera de guerra“.

Ezra Pound dijo que la crítica no construye ni deconstruye, sólo proporciona puntos de partida. ¿Es precisa la definición?
Guillermo Sheridan (GS): Como todas las peticiones de principios, es interesante. Lo que está haciendo ahí Pound es subrayar la naturaleza subordinada del comentario literario al hecho literario. Pero Pound no fue muy destacado en eso. (El poeta norteamericano Thomas Stearn) Eliot, sí. Quizá un trabajo crítico y un ejercicio serio de la crítica pueden ser tan pertinentes como un hecho literario creativo, como la poesía o la novela.

Christopher Domínguez Michael (CDM): Sí, creo que sí.

En este sentido, Paz dijo que la traducción era una especie de creación. ¿También vale esto para la crítica?
GS: Desde luego. Es una cosa que se entiende como una de las grandes verdades del trabajo literario: puede haber obras literarias de una enorme valía que tienen una respuesta crítica que no desmerece en importancia y en relieve. Podemos pensar en (Samuel Taylor) Coleridge. Es quizá el más grande poeta de la lengua inglesa, pero el trabajo de (el crítico inglés John) Livingston Lowes sobre Coleridge, su gran libro sobre el poeta (The road to Xanadu) es uno de los grandes monumentos de la historia de la crítica y la inteligencia literaria, y es el caso de una mancuerna que no es tan inusitada.

En lo personal, no voy a decir que soy el gran crítico de Octavio Paz, ni de chiste, ni mucho menos haría la tontería de suponer que mis trabajos tienen para la crítica una importancia similar a la que su poesía tiene para la poesía, pero siempre intenta uno hacer las cosas bien.

CDM: Sí, desde luego, hay algunas críticas que son tan deslumbrantes como las obras a las cuales se refieren.

¿Se ha subestimado o sobrevalorado el papel del crítico?
CDM: Creo que el mundo hispánico tiende al déficit de la función del crítico. Las pautas de conformación de sociedades como la mexicana, y muchas otras del mundo en lengua española, fueron diferentes a las de otras sociedades y tuvieron un siglo XVIII muy pobre, y la crítica, que es una de las grandes arenas del mundo moderno, no se desarrolló tanto.

¿Qué perdemos al no otorgarle su peso justo?
CDM: Toda literatura, la buena literatura, requiere de la presencia y del conflicto entre los críticos literarios, porque resulta un conflicto creador. La pluralidad de opiniones sobre la obra de arte enriquece a la creación.

Entonces, ¿cuál es la función de la crítica?
GS: Acompañar, cuestionar, reflejar, iluminar y, muchas veces, también desentrañar y revelar la forma en la que la obra literaria habla con nosotros, consigo misma, con su autor, con la historia que la rodea.

A Alfonso Reyes le gustaba explicar que en sus comentarios sobre literatura, publicados en periódicos o revistas, comentaba con sus amigos lo que leía en los libros; ¿le gusta esa definición?
GS: Por supuesto que sí. Es cierto, la literatura no es que más que una larga, perpetua conversación entre el lenguaje, los poetas, los escritores y los lectores. Es una extensa conversación que a veces obtiene intensidades y relieves asombrosamente importantes para todos y que en otras ocasiones adquiere un tono menor, sosegado y más discreto. Sin embargo, siempre es una conversación que tiene como objeto la forma en la que el lenguaje puede explorar grandes verdades, entonar enormes alegrías, sondear profundos abismos de miseria, estudiar la forma en que se teje la fábrica de la historia. Pero es básicamente eso, una charla.

CDM: Sin duda. Toda persona que se dedica a la crítica tiene ánimo de conversador. Es un medio natural de existir: leer libros y comentarlos con otras personas, por escrito, generalmente es de las condiciones íntimas del crítico.

En el trabajo cotidiano, ¿cuáles son las licencias, cuáles los límites para un crítico?
GS: No creo que se tomen licencias ni se fijen límites. Creo que el trabajo de un crítico, esencialmente, consiste en que su conversación y charla con una obra literaria sean honestas y congruentes, y desde luego responsables intelectual y moralmente, es decir, estar al tanto de las cosas, poder cruzar esa información con datos previos, ser muy cuidadoso de que el gusto del crítico sea correctamente educado y formado, que son elementos que sólo se consiguen con la experiencia, con la lectura, con una esencial honestidad. Yo no soy un crítico de periódicos ni de revistas, más bien hago libros y creo que los trato de hacer, hasta donde me lo permiten mis capacidades, con la vigilancia de mí mismo y de los que considero maestros de mi arte. Cuando escribí, por ejemplo, este libro sobre Octavio Paz, todo el tiempo me imaginaba que tenía sentado en el hombro derecho a Alejandro Rossi y en el izquierdo a Alfonso Reyes, y que ellos leían cada línea y yo los miraba para ver si estaban de acuerdo. Uno trata, pues, de ser honesto, honorable y respetuoso de las exigencias que ha aprendido de los demás y que uno incorpora a su trabajo diario.

CDM: Eso ha cambiado mucho a lo largo del tiempo. Cada época tiene su código de ética, digamos. Antes de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, los críticos franceses, los de derecha, decían cosas horribles contra los escritores judíos y las publicaban. Después de la Segunda Guerra Mundial, esto se volvió imposible de hacer por las razones que ya conocemos. De igual manera, ahora hay otras éticas relacionadas con el respeto a la diferencia sexual, a la igualdad de los sexos, etcétera, y los críticos, como todas las sociedades, se van adaptando a distintos códigos. Depende mucho de cada periodo. Ahora, si se trata de establecer una moral unívoca, creo que el gran crítico, si es una persona decente y éticamente educada­, se impone (a los criterios de la época); es decir, comenta lo que sea de la obra, respetando la privacidad e integridad de la persona.

Hay voces que rechazan o se refieren a los críticos de manera atroz. ¿Qué opinión le merece esta serie de actitudes frente a la crítica?
CDM: Es lógico. El crítico literario, el de arte, se dedica a una profesión basada en la diferencia de puntos de vista, en meter el dedo en la llaga de la vanidad. Que los críticos tengamos mala reputación como gente frustrada, ociosa, malvada, infértil, me parece lógico, es parte del oficio. Un crítico que no genera en ciertos sectores de la sociedad literaria esta animadversión es quizá un crítico no muy bueno.

¿Se llega a cometer excesos en la crítica, entonces?
CDM: Desde luego, como los cometen los boxeadores o los agentes de tránsito.

Sin que tenga que ver estrictamente con la crítica literaria, ¿en México no se da el peso justo a la tarea de los críticos?
GS: Eso sería un asunto de sociología de la literatura, sobre lo que realmente no me interesa decir nada. Me da igual.

Quizá el oficio de crítico no es tan popular como el de abogado. En el tiempo en que se ha desempeñado como crítico literario, ¿recuerda alguna anécdota que le haya resultado significativa en lo personal?
GS: No, creo que no.

La pregunta viene a colación porque parece que el trabajo del crítico tiene que ver exclusivamente con la inteligencia y cierta sensibilidad, y podría confundirse con un oficio hasta inhumano, que no tiene mayor anecdotario de relaciones humanas...
CDM: Siempre están los encuentros con los autores a los que uno ha maltratado como crítico, que no siempre son desagradables, pero son muy raros. Si uno escribe negativamente de una novela y luego se encuentra al autor y éste nos saluda con mucha amabilidad, uno puede sentir, aunque de manera fugaz, cierta culpa: “¿Cómo pude hablar mal del libro de este señor, señorita o señora tan amable?” Pero en la sociedad mexicana, generalmente la gente, contra lo que pueda pensarse, es bastante bien portada e hipócrita, si se quiere, y no se presentan tantas escenas terribles como las que uno pudiera imaginar.

¿Alguna vez se ha acercado un escritor y le ha dicho: “Qué buena crítica, ¿sería tan amable de abundar sobre los fallos que cometí?”
CDM: Siempre piden que abundes. Y cuando les dices que ya no tienes más qué decir salvo lo que publicaste, se ofenden muchísimo, porque todos tenemos la idea de que nuestro trabajo, bueno o malo, merece mucha atención de los otros. Entonces, si uno dedicó dos líneas, incluso si fueron favorables, siempre quieren más, y a veces no hay más que decir, salvo esas dos líneas.