Abril-Junio 2005, Nueva época No. 88-90 Xalapa • Veracruz • México
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René Avilés Fabila
La obligación del intelectual, ponerse del lado de la sociedad, no del poder

Juan Carlos Plata

La disolución de la izquierda mexicana, las consecuencias de un priísmo casi inmortal, los yerros del gobierno foxista, el periodismo y el estado actual de la literatura mexicana son algunos temas que toca René Avilés Fabila, para quien el periodismo es una especie de desahogo, pero cuya vocación real es ser escritor.

Mientras el gobierno de Vicente Fox presume de ser el primero elegido de manera democrática en el país y pone, sistemáticamente, por delante de sus fallas su mal entendido concepto de democracia, el Estado mexicano se sume en una severa crisis y la promesa de que la economía nacional crecería 7 por ciento al año siegue siendo sólo una promesa, ya que lo ha hecho únicamente un 3 o 4 por ciento, cifra que a final de cuentas no se ve reflejada en progreso y bienestar para los ciudadanos.

Este entorno no sólo afecta las labores de los poderes del Estado, sino en general a toda la sociedad y al desarrollo de la cultura, y favorece el debilitamiento de las pocas instituciones que nos quedan.

René Avilés Fabila, escritor, periodista y catedrático universitario, asegura que México no tiene una tradición democrática, no ha tenido ni 20 minutos de democracia, y se pregunta de dónde va a sacar este país una tradición democrática cuando es producto de dos autocracias, la azteca y la española.

Crítico feroz y decidido, primero del Partido Comunista Mexicano al que perteneció en su juventud, luego del sistema presidencial priísta, Avilés Fabila fue uno de los pocos fustigadores de Carlos Salinas; incluso, en 1992, ganó el Premio Nacional de Periodismo por un artículo de fondo en el que criticaba las medidas económicas y políticas del presidente.

Como escritor –que él considera su verdadera vocación– se inició en 1967, con la publicación de su primer libro de cuentos. Perteneciente a la generación de la Onda, reconoce que sus trabajos poco o nada tuvieron que ver con el movimiento literario encabezado por José Agustín y Parménides García Saldaña, pues “mi estilo y mi influencia fueron siempre más clásicos”. Hasta la fecha, el ex alumno del ya mítico taller literario de Juan José Arreola ha publicado cerca de 400 cuentos y varias novelas, además de libros de memorias.

Más adelante, René Avilés, periodista por ansias de desahogo y escritor por convicción y por tradición familiar, habla lo mismo de política y de historia de la izquierda mexicana que de la falta de una obra clásica en la literatura de nuestro país en los últimos 20 años y de su propuesta sobre los nuevos caminos en que los jóvenes literatos podrían buscar la calidad literaria y el éxito.

¿Cómo entiende el camino que ha seguido la izquierda mexicana desde los años sesenta?
Pienso que la izquierda mexicana empieza a diluirse hacia 1980 cuando eliminan al Partido Comunista Mexicano y se conforma el PSUM (Partido Socialista Unificado de México). Ese es el primer paso para desaparecer a la izquierda, y a partir de ahí se va atenuando, se va haciendo sonrosada.

La historia sigue, es más compleja, pero evidentemente hoy no hay izquierda, por lo menos no en los términos tradicionales; y en términos mucho más modernos existe un partido como el PRD que cuenta con algunos cuantos viejos comunistas como Pablo Gómez y Amalia García, quienes han asumido tareas que prometieron destruir: la economía de mercado, por ejemplo, ya la asumen como proyecto de ellos, y Marx nunca planteó la sobrevivencia de la economía de mercado. Por ello, me hace mucha gracia ver que lo que hoy llaman la izquierda, o lo que tratan de mostrarnos como izquierda, son ex priístas, es decir, de principio hasta el final el PRD es un partido de ex priístas.

Si Roberto Madrazo es el candidato del PRI, va seguramente contra Andrés Manuel López Obrador, y esto significa que van priístas contra ex priístas; entonces, yo no veo dónde está la izquierda hoy en día. Claro, tendríamos que ajustarnos más a los tiempos actuales y pensar en que la del PRD podría ser una posición de centro izquierda; pero una izquierda que plantee un cambio radical, quizá sería la de los globalifóbicos, ciertos sectores sindicales, pequeños grupos luchadores comunistas que se han negado a morir y algunos que forman parte del ámbito académico. La izquierda realmente está por ahí perdida, desbalagada, sin ninguna fuerza.

Hoy, como resultado de la desaparición del PC en 1980, tenemos un grupo de ex priistas que propone un cambio a medias. No veo que el programa de López Obrador vaya más allá de lo que planteaban dos o tres gobiernos priístas juntos –López Portillo, Echeverría y el propio Salinas–, los cuales proponían la intervención decidida del Estado, pero no para cambiar la estructura del país, sino para mantener la situación política económica como está.

Esta pregunta se la hago al intelectual, al escritor y al periodista. ¿Los mexicanos nos merecemos el gobierno que tenemos?
Considero que sí. No hablan bien de nosotros 70 años de priísmo, y mucho menos cuatro años de foxismo. Una y otra cosa han sido degradantes; una, por la cantidad de tiempo ejerciendo el poder, corrompiéndose cada vez más, y la otra porque en cuatro años el país ha estado peor. Como dice un periodista por ahí: “estamos peor que cuando estábamos peor”.

Creo que en todo esto ha influido la devoción de los mexicanos por el caudillo. Votaron por Fox porque era un caudillo, patético pero un caudillo. Hoy van a votar por López Obrador porque es un caudillo tropical, patético pero también caudillo. ¿Qué no hay proyectos, que no hay planes, no hay sistemas, no hay organizaciones que sean las que nos lleven a votar? ¿Tiene que ser la simpatía por el caudillo, por el dirigente?

México es un país de caudillos, sin tradición democrática, ¿de dónde va a salir la tradición democrática en una nación que es resultado de dos autocracias, la azteca y al española, y que no ha tenido ni 20 minutos de democracia? Estamos así porque no hemos sabido reaccionar ante el poder. Ya es el momento de que la sociedad mexicana reaccione y sepa conducir, ella y no los partidos, al país.

En el prólogo de su libro de periodismo cultural, dice usted que sus trabajos políticos son un desahogo y que por sus trabajos culturales siente simpatía. ¿Eso se debe a una cuestión de intereses personales solamente?
Lo que pasa es que yo soy literato, literato que se ha metido a la política a través del periodismo. Me inicié y quise siempre ser un escritor de literatura, pero nunca dejé de militar políticamente. A los 17 o 18 años ya estaba en la Juventud Comunista, más adelante pasé al Partido. Estuve en La Habana, en Praga, en la Unión Soviética; es decir, la historia que se hacía en esa época, con la finalidad de hacer un cambio radical en México, nunca se llevó a cabo, eran tomaduras de pelo. Cuando me di cuenta de eso, me volqué hacia el periodismo y ahí es donde hago mis planteamientos y comentarios políticos. El periodismo es, efectivamente, como un desahogo, pero siento que mi vocación real es ser escritor.

¿Se puede ocultar las inclinaciones políticas o las simpatías a la hora de escribir literatura? Pienso en Mario Benedetti, que se asume como subjetivo y militante a la hora de escribir y no tiene problema para decirlo públicamente.
No, creo que la subjetividad existe tanto en la literatura como en el periodismo. En este último se puede ocultar un poco, pero pienso que, finalmente, prevalece eso. Vicente Leñero y Marín, en el manual que hicieron cuando eran amigos, señalan muy claramente la subjetividad del periodismo; es decir, la nota está ahí, los hechos están ahí, pero lo que va a contar es la manera en que el periodista lo narra, la ideología, su cosmovisión, su manera de ver el universo… y eso cuenta mucho.

De esta manera, tanto en el periodismo como en la literatura, he tratado de mostrar mi visión del mundo, y siempre me he manifestado como un hombre que tiene una cierta militancia política, en función de ideas, no de partidos. Ahora mi obligación, y en general la obligación del periodista y del intelectual, es ponerme del lado de la sociedad, no de los partidos, no del poder.

Eso tardé en entenderlo, o ya lo intuía cuando estaba en el Partido Comunista, porque nunca fui un militante cómodo. Fui expulsado dos veces, acusado de maoísta, de trotskista; incluso, cuando estuve en la Unión Soviética, en cursos para tomar el poder en México, tenía cierta simpatía por libros de Trotsky, de Rosa Luxemburgo, libros que estaban prohibidos, señalados como imposibles de leer. Entonces, nunca fui un militante cómodo, siempre tuve dudas.

¿La promoción oficial, incluso se podría decir el patrocinio oficial, genera intelectuales que sirven exclusivamente al poder?
Sí claro, por supuesto. El mejor ejemplo es Sartre, filósofo, novelista, dramaturgo francés que no aceptó el Premio Nobel de Literatura porque decía que eso lo comprometía y él optaba por la libertad, lo que significaba poder decir cualquier cosa de cualquier persona o institución.

Creo, y lo he visto, que la gente que se deja apapachar por Martha Sahagún o por Sari Bermúdez es gente que recibe premios, que recibe el favor del poder y, a su vez, este gobierno trata de conquistar a ciertos autores con una gran incapacidad. Al menos el PRI tenía estilo para tratar a los intelectuales y artistas; en cambio, la administración de Fox no lo tiene. No me puedo explicar cómo es que hay un política presidencial que se llama “México país de lectores”, cuando el propio presidente hace alarde de no leer, cuando Sari Bermúdez ha sido incapaz de leer un libro. Me pregunto cuántos libros habrá leído (el secretario de Educación Pública) Reyes Tamez, quien se jacta de nunca haber leído el Quijote.

Entonces, considero que el intelectual tiene que seguir su propio camino, dejando de lado el poder, aunque es muy difícil. Octavio Paz lo pregonó durante 20 años, una y otra vez dijo que el poeta y el príncipe tenían que mantener distancia, y terminó en brazos del príncipe, que pudo haber sido Salinas o Zedillo.

Actualmente hay más escritores mexicanos que antes, ¿pero hay mejores escritores que antes?
Creo que no, no uno equivalente a Revueltas o a Rulfo; no hay en la literatura fantástica uno equivalente a Arreola, y los que tienen más éxito son autores cuyas obras más importantes las escribieron hace 40 años, como el caso de Carlos Fuentes. Por tanto, tengo la impresión de que, en efecto, ha aumentado la cifra de escritores, de los cuales algunos tienen un gran éxito, pero eso no significa que sean mejores. Incluso, me atrevo a pensar en que, en este momento, tampoco hay mujeres equivalentes a Elena Garro, narradora y dramaturga extraordinaria, quien es infinitamente superior a Elena Poniatowska, a cualquiera de las mujeres que están escribiendo hoy en día. Pero uno no tiene que separar la literatura en literatura de hombres y de mujeres, eso no es necesario. Pienso que la literatura es una y es innecesario dividirla en sexos. Un amigo dice que la literatura es como los ángeles, no tiene sexo, y yo así lo veo.

Ahora bien, sí considero que hay muy buenos escritores en este momento, pero no tienen la talla, la grandeza, el impacto internacional que tuvieron algunos de los que he señalado.

¿Las llamadas mafias literarias ayudan a la mediocridad, al conformismo, a que no haya mejores escritores que antes?
Mafias y grupos siempre los hay. Cuando era joven, existía la mafia que comandaba Fernando Benítez, con Carlos Fuentes, y ahí estaban todos los escritores afamados de aquella época, que de hecho son los mismos: Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis… Pareciera que aquí no hay ningún cambio, uno abre las páginas de un libro y están Elena y Carlos, uno lee un suplemento y están Poniatowska y Monsiváis, uno ve una película y ahí están ellos, dan un premio y se lo ganan Elena y Monsiváis, es una cosa exagerada. El propio país se está cerrando puertas, es muy patético que crean que tenemos cuatro, cinco o seis escritores: el mundo es mucho más amplio.

Definitivamente, me da la impresión de que las mafias y los grupos no ayudan ni entorpecen el desarrollo cultural; la cultura se sigue desarrollando, el buen pintor con o sin grupo crea, el buen escritor, el buen músico. Por ejemplo, ahora, el Sistema Nacional de Creadores dio becas exclusivamente a alumnos de Hugo Gutiérrez Vega, porque justamente él fue uno de los jurados determinantes. Se quedaron sin beca muchos escritores que ya tenían obra hecha. Eso no significa nada, seguirán escribiendo y tal vez a la larga puedan probar que con la beca o sin la beca, parafraseando a José Alfredo Jiménez, siguen siendo escritores.

Durante muchos años la literatura mexicana ha vivido bajo la sombra del agrarismo de Juan Rulfo y Edmundo Valadés. ¿En la actualidad ya se apunta firmemente y con seguridad hacia otra dirección?
Hoy la literatura básicamente es urbana, pero yo creo que eso es temporal, siguen existiendo muchos problemas rurales. Simplemente pensemos en la guerrilla; no sólo está el EZLN, hay varios grupos guerrilleros o agrupaciones que pueden llegar a serlo. Es cuestión de tiempo para que vuelva a haber un estallido si no se solucionan las cosas.

Este problema social, cuyo origen sigue siendo el campo –simplemente veamos la cantidad de mexicanos que migran a los Estados Unidos–, puede llamar la atención de la literatura, de los escritores, y dirigir la mirada hacia el campo, ya no de manera tradicional, sino quizá como lo ha hecho Carlos Montemayor, buscando en la guerrilla y en problemas sociales del campo de nuevo cuño.

Si consideramos la cantidad de literatura que se escribe hoy, podemos decir que antes los escritores escribían menos. Por simple aritmética, ¿no debería haber mejores novelas, mejores cuentos, mejores poemas?
Yo me imagino que sí, pero da la impresión de que se ha creído que es un problema de cantidad, no de calidad; entonces, uno se asombra de la cantidad de novelas y de cuentos que aparece diariamente. Como jurado, como profesor de universidad y de talleres literarios, me asombra la cantidad de personas que escribe y no sólo jóvenes, sino también de mediana edad, de la tercera edad que de pronto deciden convertirse en escritores. Pienso que esto es poco respeto por la literatura, porque hay que pensar seriamente y dedicarse intensamente a la literatura.

En los últimos 20 años, creo, no se ha generado un clásico, una obra que podamos seguir leyendo dentro de 50 o 100 años. Esos (los clásicos) siguen siendo los que he mencionado, donde la atención va a estar fija; quizá rescatemos a muchos que están olvidados, que han sido marginados por el peso de toda la maquinaria publicitaria, que es lo que cuenta hoy. Fox diría que es rating y es cierto.

El hecho de que no haya habido un gran escritor mexicano en los últimos tiempos, ¿es por falta de talento, por falta de apoyo, es algo personal o tiene que ver el contexto?
El contexto tiene algo que ver, quizá son años menos dramáticos, tal vez nos hemos distanciado de los grandes acontecimientos sociales del país, pero también cuenta la banalización de la política, la frivolidad de los partidos, la incapacidad de los dirigentes políticos… Creo que todo eso cuenta. Además, me parece que nadie se ha sentado a pensar con una gran ambición en términos de literatura. No sé si Rulfo o Arreola de pronto empezaron a crear pensando en que iban a ser inmortales, no lo sé. El caso es que ahora, francamente, no veo a nadie escribiendo para la posteridad, aunque uno no escribe para la posteridad, sino para lo inmediato.

Entonces, no tengo una respuesta precisa, pero mucho me temo que pueden ser todas las cosas juntas: una falta de motivación social, del contexto, del entorno, una gran pereza y la frivolización de los medios, que es muy importante. Los suplementos y las secciones culturales de los periódicos se han convertido en una especie de tiranos semicultos que indican quiénes son los valores, por lo que si uno no aparece en esas listas está perdido, si uno no habla con propiedad o con cautela está perdido. Es muy difícil enfrentar a los medios de comunicación y eso también está dañando la creación. Se vive muy atento para el éxito, para el best seller.

Yo no lo veo así; de hecho, estoy escribiendo un libro que será un hito en la literatura mexicana, con la idea de que nadie lo va a leer. Es un bestiario prehispánico absolutamente fantástico, pues incluye animales inventados. Es un esfuerzo de imaginación que nadie va a leer, que no va a tener siete u ocho ediciones porque no aborda el problema inmediato, periodístico.

La gente joven que escribe, que escribe bien, ¿por dónde cree usted que podría intentar? ¿Por dónde habría que caminar?
Hay caminos por los cuales apenas se está intentando caminar. Escritores como José Luis Ontiveros o como Jorge Volpi están buscando en el entorno internacional los personajes, las escenas, los recursos… Otros nos hemos empecinado en buscar nuestros argumentos en lo inmediato, y quizá hay más fortuna si hurgamos en otros lugares una novela, una literatura más universal.

En ese sentido, tengo la impresión de que es mucho más impresionante y fuerte la presencia de Borges que de García Márquez. Este último no ha influido en nadie
–no quiero decir que no tenga lectores y admiradores, los tiene por montones y bien ganados porque es un gran escritor–, pero un autor como Borges tiene en Islandia, en Suecia, en Argentina, en México, a escritores imitando su estilo, pensando en su estilo, en sus personajes, en sus situaciones, en sus grandes temas. Quizá eso haga falta: una idea de universalidad, ya que estamos inmersos en la globalización.