Enero-Marzo 2005, Nueva época No. 85-87 Xalapa • Veracruz • México
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Fusión de música y talentos en primera Temporada de Conciertos de la OSX
Jorge Vázquez Pacheco

Con el Concierto indio de Valcárcel, las Variaciones sobre un tema rococó de Chaikovski, así como el poema sinfónico Don Juan y la suite de la ópera El caballero de la rosa de Richard Strauss dio inicio la serie de presentaciones de la OSX.


Juana María Garza dio cuenta de algunas actividades que
realizará la Orteuv para conmemorar su 50 aniversario.
 

El 11 de febrero inició la Primera Temporada de Conciertos 2005 de la Orquesta Sinfónica de Xalapa. Con el estreno en México de una obra del compositor peruano Edgar Valcárcel y el debut del violonchelista peruano Jesús Castro-Balbi, el máximo organismo musical de Veracruz ofreció su audición inaugural bajo la dirección de Carlos Miguel Prieto.

En la audición, a la que asistieron autoridades universitarias encabezadas por el rector Raúl Arias Lovillo, interpretaron el Concierto indio de Valcárcel y las Variaciones sobre un tema rococó de Chaikovski. En la segunda parte, la OSX hizo escuchar dos obras del maestro Richard Strauss: el poema sinfónico Don Juan y la suite de la ópera El caballero de la rosa.

Sobre la vida y obra de Valcárcel se sabe poco, pese a ser considerado uno de los más notables compositores que ha producido Latinoa-mérica. El Concierto indio vuelve a establecerle, como si esto fuese necesario, como el autor de un acervo en que los altibajos son desconocidos y que se ubica en una agradable contemporaneidad, lejos de los chocosos ismos (atonalismo, dodecafonismo, serialismo, neoex-presionismo…). Además, esta obra conserva la misma frescura que le conocimos en piezas anteriores.

Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) tuvo durante toda su vida una verdadera veneración por Mozart y en varias obras jugó, a su manera, con el idioma del clasicismo vienés. Entre ellas, la más célebre es Variaciones sobre un tema rococó, que compuso en 1877, algunos meses antes de la Cuarta Sinfonía y la ópera Eugene Oneguin. Estas variaciones fueron escritas sin mayores complicaciones para lucir las posibilidades del violonchelo, y su permanencia en el repertorio de concierto quizá se deba en buena parte a que fueron compuestas en colaboración con un chelista, Wilhelm Fitzenhagen, quien estrenó la obra en Moscú, en noviembre de 1877, bajo la dirección de Nicolás Rubinstein, y después la tocó con bastante éxito en varias ciudades europeas.

La obra comienza con una breve introducción orquestal en la que un solo de corno conduce a la presentación del tema por el solista. Las siete variaciones, en las cuales el violonchelo hace gala de todas sus posibilidades de expresividad y agilidad, van separadas por interludios de la orquesta o del solista, y la pieza termina con una rápida y brillante coda.

La obra de Richard Strauss estuvo inspirada en uno de los personajes más importantes generados por la literatura española, Don Juan, quien aparece en numerosos textos desde que lo dio a conocer, en 1615, Tirso de Molina en una de sus obras, prohibida en España desde finales del siglo XVIII y hasta bien entrado el XIX. José Zorrilla, con su Don Juan Tenorio, vino a rescatar del olvido a este personaje tan famoso fuera de la península ibérica, en 1844 y mediante una genial obra teatral. Srauss retoma esta representación del pecador libertino y fanfarrón al que el amor puede redimir, para insertarlo en su poema sinfónico, que pone de manifiesto una madurez artística y en el que idealiza al personaje mediante un tema de proporciones heroicas, enunciado por cuatro cornos.

Por lo que respecta a Der Rosenkavalier (El caballero de la rosa), esta ópera marca el retorno hacia un lenguaje musical amable y despojado de la crudeza estridente propia de Salomé o Elektra. El libreto es obra de Hugo von Hof-mannsthal (1874-1929) y el estreno tuvo lugar en Dresde, el 26 de enero de 1911, bajo la dirección musical de Ernest von Schuch y la dirección escénica de Alfred Roller.

La trama se centra en los deslices amorosos de la mariscala María Teresa, princesa de Werdenberg, y en su apasionamiento por el joven Octavio, a quien también denominan Quiquin. El pintoresco barón Ochs de Lerchenau, primo de la mariscala, resulta un tipo curioso que, pese a su avanzada edad, aún se supone irresistible para las mujeres. Ochs pretende a la hija del advenedizo Faninal, Sofía, pero ella termina por enamorarse de Quin-quin. Ciertamente, los valses de esta ópera han cobrado tanta celebridad que existe una suite con los mismos; cosa curiosa, porque en la época de la historia –mediados del siglo XVIII–, el vals era totalmente desconocido y hubo de transcurrir un siglo para su irrupción como música bailable.

James Paul, director invitado
Para su segundo concierto de temporada, el 18 de febrero, la OSX contó con la presencia del maestro invitado James Paul y con la participación de Manuel Lozano como solista. El repertorio que se escuchó durante esa noche estuvo conformado por el poema sinfónico La hija de Póhola de Sibelius, la Fantasía escocesa de Max Bruch y la Cuarta sinfonía de Johannes Brahms.

Paul es un renombrado músico que se ha convertido en uno de los directores norteamericanos contemporáneos más distinguidos. Actualmente se desempeña como director musical de los principales festivales de Oregon. Ha dirigido algunas de las más importantes orquestas del mundo, como la Orquesta de Cleveland, la Sinfónica de Chicago y la Orchestre Symphonique Française, y se ha presentado en diversas ciudades estadounidenses, entre las que destacan Filadelfia, Pittsburgh, Washington, Houston, Dallas, Seattle, San Diego, San Antonio, Nueva Jersey, Oakland y Honolulu.

Johan Julius Christian Sibelius, mejor conocido como Jan (1865-1957), nació en la parte central del sur de Finlandia, y su carrera artística se desarrolló en un ambiente de agitación política. Durante su época de estudiante, Finlandia se encontraba bajo dominación rusa y sus obras de 1890 a 1900 expresan las aspiraciones de su pueblo por generar una cultura propia y acorde con su identidad. Ello explica por qué los temas centrales de su producción apuntan a un arrebatado amor por la naturaleza y el paisaje de Finlandia, así como a la mitología, en especial por la contenida en el poema épico finlandés Kalevala.

La fantasía sinfónica La hija de Pohjola fue escrita en 1906, y nos remite a las aventuras de Väi-nämöinen en sus intentos por tratar de casarse con la hija de Lohui, meta que obtendrá con la condición de no mirar hacia el cielo en el transcurso del viaje. El aposento de la dama es el arcoiris, desde donde hace girar incansablemente su rueca. Una vez frente a frente con su enamorado, ella impone condiciones que resultan imposibles de cumplir para el héroe. Finalmente el hombre desiste de su propósito, en una resolución que para algunos resulta el equivalente a la leyenda de Orfeo, en el mundo terrenal.

Max Bruch (1838-1920), en vida, fue reconocido en Alemania y disfrutó de celebridad tal que en algún momento llegó a ser comparado con Brahms. Pero su fama comenzó a decaer en los últimos años de su existencia, y su permanencia actual en las salas de concierto se debe básicamente a tres obras: el Primer concierto para violín y orquesta; el Kol Nidrei opus 47, una serie de variaciones sobre un tema hebreo para violonchelo y orquesta; y la Fantasía escocesa para violín y orquesta.

La amistad de Bruch con eminentes violinistas dio como resultado nueve trabajos para violín y orquesta. También se sabe que conocía muy bien las técnicas violinísticas y que, aunque no lo tocaba, mostraba un especial aprecio por el instrumento. Durante su desempeño como director de la Filarmónica de Liverpool, de 1880 a 1883, escribió la Fantasía escocesa, obra que fue estrenada por el genial violinista español Pablo de Sarasate, en el Festival Bach de Hamburgo, en septiembre 1880.

La Cuarta sinfonía del alemán Johannes Brahms (18133-1897) es considerada la cúspide de la creatividad sinfónica propia del Romanticismo del siglo XIX, y comparte con sus tres compañeras de catálogo la inclinación de Brahms por los temas de apariencia intrascendente, que sólo cobran su verdadera significación en medio de un complejo movimiento armónico.

Así, los tres primeros movimientos de la Cuarta se organizan de acuerdo con la forma sonata, mientras que para el cuarto el autor optó por una forma aparentemente arcaica y fuera de toda funcionalidad: la chacona. Ésta consiste básicamente en la reiteración de una melodía a la que se añaden diversos contrapuntos.

En el Allegro energico e passio-nato, una secuencia de ocho compases se repite casi sin modulaciones a lo largo del movimiento. El tema inicial, de naturaleza sombría, se detecta melódicamente y todo lo anterior resulta indicativo de la formidable pericia del músico en la construcción y desarrollo de su obra. Aquí se identifica, ligeramente alterado, el tema de una chacona de Bach que aparece en la Cantata 150 y esto, en un movimiento para cerrar una obra ambiciosa, representa un verdadero problema: la repetición de una frase que se cierra cada ocho compases podría arruinar la sensación de movimiento y crear una atmósfera de pasividad. Paradójicamente, Brahms lo evita gracias a su dominio de la forma sonata. No es de extrañar, entonces, que esta sinfonía haya asombrado a los contemporáneos del autor. Aquí trabajó sobre dos renglones inesperados totalmente: el empleo de una antigua forma musical y una resolución de atmósfera pesimista y hasta trágica, pues, después de un tercer movimiento de optimista empuje, Brahms se niega a sí mismo un final triunfante.

Interpretan obras de Elgar, Scriabin y Walton
En la audición del 25 de febrero, la OSX presentó un programa integrado por Introducción y allegro de Edward Elgar, el Concierto para piano y orquesta de Scriabin y la Primera sinfonía de Walton. La dirección también estuvo a cargo del maestro James Paul, pero en esta ocasión el músico solista fue Alejandro Corona.

La idea para escribir Introducción y allegro llegó al compositor inglés Edward Elgar (1857-1934) a través de August Jaeger, funcionario de una casa editora londinense a quien dedicó el adagio del noveno fragmento –denominado Nimrod– en las Variaciones enigma. Elgar utilizó algunos motivos ideados tiempo atrás, y que pensaba usar precisamente en un caso como éste, un encargo inesperado y más o menos apremiante. Así, Introducción y allegro fue armado tomando como punto de partida un tema que el mismo compositor definía como “una tonada galesa” y que ideó desde 1901, cuando asistió a un festejo en Cardiganshire, en la región occidental de Gales. Se sabe que aquella «tonada galesa» iba a ser empleada en una obra de fuerte sabor regional, que Elgar nunca concretó.

El 25 de febrero marcó también el estreno en Xalapa del Concierto para piano y orquesta del compositor ruso Alexander Scriabin (1872-1915). Hombre solitario y artista de talento sumamente especial, Scriabin resultó un innovador en el terreno de la armonía y un defensor de la idea de que el arte sonoro debía hermanarse con la teosofía y con elementos extramusicales que aportarían una nueva dimensión a la creatividad musical. El origen de su estilo se encuentra en Chopin y en Liszt. Comenzó a estudiar piano a los 11 años e ingresó al Conservatorio de Moscú en 1888. Egresó de esta institución convertido en un pianista admirado por todos, y se sabe que de 1893 a 1897 se la pasó haciendo giras como concertista.

Prácticamente todas sus obras de este periodo fueron escritas para el piano, pero a partir de 1905 se volcó hacia un estilo lleno de audacias armónicas y dictado por sus teorías esotéricas.

El Concierto para piano opus 20 fue la primera obra orquestal que escribió y es una síntesis de sus impulsos e ideales juveniles. De estilo lírico y efusivo, esta pieza no ha llamado la atención de los grandes intérpretes, pese a su intensidad emotiva y a su escritura pianística, sumamente refinada y brillante. Esta obra fue ejecutada por primera ocasión en Odessa, en octubre de 1897, con el compositor como solista.

El compositor inglés William Wal-ton (1902-1983) nació en Oldham. Su formación musical, autodidacta en gran parte, la inició desde pequeño, cuando formó parte del coro de una iglesia en Oxford. Su primera composición importante fue Façade (1923), una suite compuesta como acompañamiento a los poemas de Edith Sitwellm, que más tarde fue convertida en ballet. La mayor parte de la música de Walton actualmente vigente fue escrita entre las décadas de 1920 y 1930, como el Concierto para viola, de 1929; el oratorio El festín de Baltasar, de 1931, o el Concierto para violín, de 1939.

Walton comenzó a trabajar sobre su Primera sinfonía por encargo de la Orquesta de Hallé, en enero de 1932. El proceso fue lento y sólo hasta un año después pudo concluir los dos primeros movimientos, de modo que el estreno previsto para ese mismo año hubo de ser pospuesto. Ya en el concierto de estreno, que se llevó a cabo el 3 de diciembre de 1934, con la Sinfónica de Londres, el autor sólo presentó los tres primeros movimientos, dado que aún no había escrito el fragmento final; no obstante, la audición resultó un éxito que motivó dos interpretaciones más, en abril de 1935, bajo la dirección de Malcolm Sargent. Finalmente, el cuarto movimiento fue terminado en agosto de 1935, y el estreno de la obra completa se ofreció el 6 de noviembre de 1935, con la misma Orquesta Sinfónica de Londres y la dirección de Hamilton Harty.

Evocación de historias y paisajes húngaros
Con el concierto para dos pianos, percusiones y orquesta de Béla Bartók, y la suite Háry János de Zoltan Kodály, más el añadido de La Valse de Ravel, la Orquesta ofreció su cuarta audición de la temporada, junto con los pianistas veracruzanos Edgar Dorantes y Óscar Tarragó, y los percusionistas Alvin Krueger y Jesús Reyes López, ambos integrantes de la OSX. Este repertorio también se presentó el sábado 5, en el Teatro Clavijero de Veracruz, bajo la batuta de Carlos Miguel Prieto.

El concierto de Bartók (1881-1945), que nunca antes había sido interpretado en Veracruz, se derivó directamente de la Sonata para dos pianos y percusiones que el compositor había terminando en 1937. Con la expansión del nazismo, la obra de Bartók fue ubicada dentro de lo que se denominaba Entartete Musik o “música degenerada”, un término acuñado para etiquetar aquella creatividad que no se ajustaba a los lineamientos e ideales del partido que asumiría el control de Alemania y de casi toda Europa. Durante los años de preguerra, la música de este autor fue prohibida en Alemania e Italia, y con este veto los nazis le cobraban haber simpatizado abiertamente con el líder comunista húngaro Béla Kun. Todo esto resultó terrible para el músico, quien, para tratar de olvidar las amargas experiencias políticas, pasaba mucho tiempo en los campos y entre los granjeros húngaros.

Su estudio sobre las tradiciones rurales le ayudó en sus procesos creativos, ya que, de manera casi instintiva, trasladó al papel pautado aquel mundo de leyendas y paganismo ancestral, elementos con que nutrió su Sonata para dos pianos y percusiones. Es esta pieza, Bartók fue capaz de generar toda la energía partiendo del ritmo y con escaso empleo de recursos melódicos. Fue en Estados Unidos, después de una audición en que se interpretó la Sonata, donde el músico decidió hacer las modificaciones para convertirla en el Concierto para dos pianos, percusiones y orquesta, mismo que fue estrenado en enero de 1943 por la Orquesta Filarmónica de Nueva York y la dirección del también húngaro Fritz Reiner.

Zoltán Kodály (1882-1967) compartió con Bartók muchas inquietudes estéticas, y una de ellas fue la pasión por la música folklórica de su país. Desde 1905 ambos iniciarían una intensa colaboración en la tarea de recopilación de la tradición musical húngara, labor que hasta entonces nunca había sido sujeto de un estudio amplio y sistemático. Esta inclinación hizo que el compositor volteara también hacia los temas populares infantiles. En 1926 Kodály concluyó su ópera Háry János, que narra las peripecias de un viejo soldado fantasioso y mitómano.

Dos años más tarde echaría mano de varios temas de la misma ópera para dar forma a la suite, una síntesis de los acontecimientos que Kodály nos narra en su ópera mediante el personaje y que, además, no se aleja mucho de la tónica de las historias que los padres acostumbraban contar a los niños.

En su pieza de introducción, Háry János comienza con el estornudo que, según la tradición húngara, otorga veracidad a las historias. La segunda parte se denomina “El reloj musical vienés”, que nos narra las experiencias del personaje en Viena, con sus palacios imperiales y los infaltables relojes mecánicos con figuras y música de campanas. Sigue una tierna canción evocadora, un tema de resplandeciente dulzura cargado de añoranzas; más adelante, se describe al personaje como general de un regimiento que se enfrenta al ejército de Napoleón, al cual consigue derrotar. La quinta sección es el Intermezzo, un fragmento optimista en el que es posible detectar de inmediato los aires típicamente húngaros que el compositor nos presenta mediante dos temas básicos, a los que sigue un pasaje cuyo inicio es destinado a los cornos. No parece haber aquí alguna intención narrativa, sino que la última sección ofrece la personal visión del héroe sobre la corte vienés, con una marcha que marca la entrada del emperador y su corte.

Kirill Gerstein, sobre el escenario del Teatro del Estado
La noche del 11 de marzo subió al escenario del Teatro del Estado el joven pianista ruso Kirill Gerstein para interpretar el Primer concierto para piano y orquesta de Félix Mendelssohn, en una audición que se complementó con la portentosa Séptima Sinfonía de Mahler.

Criado en un ambiente familiar de enorme refinamiento, no resulta extraño que Félix Mendelssohn (1809-1847) fuese a la edad de 20 años un joven de amplia cultura y extraordinarias dotes artísticas. Nacido en Hamburgo, fue nieto del célebre filósofo judío Moses Men-delssohn. Como pianista y director realizó giras por Europa, sobre todo por Inglaterra, donde era muy admirado por la reina Victoria y el príncipe Alberto. En 1842 colaboró en la fundación del Conservatorio de Leipzig y falleció el 4 de noviembre de 1847, en Leipzig. Mendelssohn no sólo era un consumado compositor y director de orquesta, sino además uno de los mejores pianistas de su tiempo y un brillante organista.

La facilidad para escribir le condujo a trabajar sobre piezas que combinaron la sensibilidad roman-ticista con el equilibrio propio del clasicismo. Muchos observadores han señalado que en su repertorio abundan las piezas francamente superficiales, pero aun así en su música para piano existen páginas memorables que en nada desmerecen al lado de la música de Schumann o Chopin. No obstante, resulta curioso que su obra maestra en el terreno del concierto no haya sido una pieza escrita para el piano, sino para el violín, instrumento que nunca fue su preferido.

Mendelssohn sólo publicó dos conciertos para piano y orquesta. El primero, en la tonalidad de sol menor, data de 1831. Se sabe que fue escrito con rapidez, que se estrenó con el compositor como solista, en octubre de 1831, en Munich, y que resultó una novedad para su época, ya que su autor desechó la acostumbrada doble exposición de apertura, esto es, la costumbre de asignar a la orquesta la exposición de los temas principales antes de la entrada del solista. En esta obra, la orquesta funciona como elemento de introducción antes de que el solista aparezca y se encargue de presentar las ideas principales del movimiento. Otro detalle distintivo es el encadenamiento de los movimientos: el paso del primero al segundo se efectúa por medio de una transición iniciada con un toque de cornos y trompetas, y este toque también inicia la transición al tercer movimiento, en cuyo final reaparecen los dos temas principales del primer movimiento.

Con frecuencia se cita que la obra de Gustav Mahler (1860-1911) es descendiente directa de la Novena sinfonía de Beethoven, del cromatismo propio de la música de Wagner y de los ciclópeos trazos sinfónicos de Anton Bruckner. Lo anterior es cierto en parte.

Catalogar las sinfonías de Mahler es una de las labores más complejas en el mundo de la musicología, iniciando por el hecho de que hoy es imposible averiguar cuántas escribió realmente. Damos por establecido que fueron nueve concluidas y una décima que quedó sólo en esbozos, pero son incontables las referencias y los detalles que apuntan hacia por lo menos cuatro más, hoy dadas por irremediablemente perdidas.

En la Séptima sinfonía, conocida como La canción de la noche, convergen varios motivos de inspiración, entre ellos el cuadro de Rembrandt “La ronda nocturna” y el sonido que producen los golpes de los remos contra el agua. En el primer movimiento, el golpe de remos al que aludió Mahler, se hace evidente una melodía de contornos irregulares construida sobre tres temas, uno de los cuales contiene importantes pasajes para los cornos; vendrá después un desarrollo sobre el que Mahler hace una turbulenta repetición del tema inicial y el fragmento concluirá con una coda de violencia extrema.

La forma del segundo movimiento –sugerido por la observación del cuadro de Rembrandt– es de un Rondó con variaciones, aunque marcado por una fantasía tímbrica casi onírica. Una vez concluida esta música nocturna, Mahler nos presenta el Scherzo más asombroso y feroz que haya incluido en su creatividad. Con sus impresionantes disonancias, este fragmento es una caricatura grotesca del vals vienés. La segunda música nocturna incorpora guitarra y mandolina, instrumentos que reciben aquí un tratamiento especial; no hay para ellos fragmentos sofísticos, en el epicentro de una serenata de atmósfera ambigua. Por momentos es letárgica y en otros suena agresiva y rebelde.

El Finale será tan desconcertante como los movimientos que le anteceden. Hay aquí nuevas referencias al vals vienés y, por momentos, a Los maestros cantores de Wagner. Nuevamente, la conclusión, lejos de sonar triunfalista nos remite a las incógnitas presentes en la totalidad de la obra de este compositor: la titánica batalla entre la alegría y la desesperanza, el optimismo contra la desesperación. Con todo ello, Mahler no evita transmitirnos aquella mezcla de vulnerabilidad humana y consumada musicalidad. La Séptima sinfonía se interpretó por vez primera en Praga, en 1908.

Erasmo Capilla, músico virtuoso que ha trascendido las fronteras nacionales
La audición del 18 de marzo fue un acontecimiento, dado que el violinista Erasmo Capilla compartió nuevamente el escenario –después de una larga ausencia– con la OSX, agrupación con la que interpretó el Concierto para violín y orquesta de Piotr Ilich Chaikovski, una de las obras cumbre en el concertismo del siglo XIX. Además, esa noche la Sinfónica presentó la suite La edad de oro de Shostakovich.

Capilla es el único artista mexicano que ha logrado obtener tres primeros lugares en concursos internacionales europeos: el Isidro Gyenes de España, en 1982; el Luis Coleman, también de España, en 1984, y el Karol Szymanowski de Bélgica, en 1987.

Por añadidura, logró toda una hazaña en el Real Conservatorio de Música de Bruselas, al graduarse con calificación perfecta de 100 sobre 100 puntos posibles. Nadie lo había logrado antes.

Doctorado en Música por la Chapelle Musicale Reine Elisabeth de Bélgica, sus maestros fueron pedagogos de altísimo nivel como Agustín León Ara, André Gertler, Hermann Krebbers y Henryk Szeryng. También realizó estudios de dirección orquestal con Sylvain Cambreling. La carrera de Erasmo Capilla se ha proyectado hacia Alemania, España, Francia, Austria, Hungría, Bélgica y, por supuesto, México. Cuenta con un vasto repertorio, en que se incluyen obras que van desde el periodo barroco hasta la música de nuestro tiempo y en el que se muestra una marcada preferencia por las difíciles partituras para violín solo de Bach, Paganini, Bartók y Ernst. Cuenta también, en este mismo listado, con 43 conciertos para violín y orquesta.

En 1987, Capilla recibió la distinción de la Unión Mexicana de Cronistas de Música y Teatro como Solista del año, y en 1993 representó a México en el Festival Europalia con una serie de recitales que ofreció al lado del pianista norteamericano Daniel Blumenthal. Ha participado por tres años consecutivos como catedrático en las clases magistrales, en la Academia Internacional de Verano de Bélgica, distinción reservada sólo para profesores de celebridad internacional. Sus próximos compromisos artísticos como solista, director y pedagogo en el ámbito internacional se darán en Estados Unidos, México, Bélgica, Luxemburgo, Holanda, España, Finlandia, Japón y Túnez.