Enero-Marzo 2005, Nueva época No. 85-87 Xalapa • Veracruz • México
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Marcel Proust: una obra más allá de lo posible
Gaëtan Picon

 

La obra de Marcel Proust —esta amplia Búsqueda del Tiempo Perdido, cuya primera parte pasó inadvertida en 1913 y cuyos últimos tomos en 1927 llevan a la cúspide la gloria póstuma del novelista— es una de las más altas de toda la literatura francesa.

De las grandes obras tiene el ímpetu y la autoridad misteriosa, la coherencia secreta y el infinito poder de sugestión. Auténtica Suma es, al mismo tiempo, epopeya de una sensibilidad individual y retablo de la sociedad francesa de comienzos del siglo XX, confesión y encuesta, psicología y magia, un estudio de las pasiones del hombre y una interrogación de su destino.

Es también el espacio cerrado de una visión que colorea todo lo que roza de una incomparable irisación. Junto a la obra de Balzac —con la que puede compararse en más de un título— es en nuestra literatura la sola creación novelesca que ha sido capaz de encerrar, en el contorno de una estilización soberana, todo lo que en un cierto momento de su historia fue capaz de comprender el espíritu humano.

Una luz, alternativamente mágica y cruel, baña el universo extraño e inhumano que atesora y ahonda ante nuestros ojos un insecto tenaz, una ciudad de arena gigantesca y minúscula, con sus galerías, su agitación incesante, sus derrumbamientos imperceptibles, sus erosiones, pero pronto reconocemos que se trata del mismo hombre y que la obra es una Odisea donde el Tiempo sustituye al Mar, la Muerte a los escollos, la Eternidad al puerto natal.

Con mucha más fuerza que en otra parte circula aquí la savia misma de lo novelesco, el acontecimiento tiene su ritmo y su elocuencia, lo duradero gravita y se aquieta, el tiempo del relato se impone como la misma vida y una complicidad profunda con todas las formas de lo humano permite que aparezcan los más diversos personajes.

Pero esta forma de novela lleva a la novela ¡más allá de sí misma, la distiende al tiempo que la rompe y por primera vez lo poético pasa a ser la esencia misma de lo novelesco, por primera vez la novela es el modo de expresión de una encuesta, de una investigación espiritual que se confunde con la búsqueda de una vida —tanto para Proust como para Mallarmé, por la obra precisamente deben resolverse los problemas personales del destino.

Obra crítica, saturada de inteligencia como pocas, lleva el peso de una conciencia tan alerta, tan escrupulosa que parece someterse y repentinamente liberarse; obra lúcida en extremo, en exceso trabada por su desdoblamiento y sin embargo, fuerte en su delicadeza, animada de un soplo creador tan profundo que la hace obra instintiva, animal, provista de antenas, en la que se cree oír escarbar un insecto nictálopo avanzando y ahondando siempre, infalible y ciego, hacia la roca.

Obra diversa y dúctil, tan dócil al menor soplo, a la mínima distracción, que parece inorgánica como agua dispuesta a adoptar todas las formas. Maravilla de estructura ordenada, ramificada como venas o nervios, construida como una catedral, medida como una sinfonía, con sus melodías y sus retornos que son, a la vez, motivos y símbolos, mitos y número áureo.

Obra de impasibilidad, de testimonio irónico, obra única de naturalista; obra de empeño, búsqueda llameante de salvación. Obra de confines, de dominios prohibidos, de paréntesis de vida.

Obra particular, si las hay, no viendo el mundo más que a través de la reja de los complejos, de lo anormal, de lo neurótico y más cargada de universal y de esencial que cualquier otra: un niño anciano maneja la linterna mágica y surge el hombre; la habitación negra de un enfermo tapizada de corcho en la que se desarrollan todas las imágenes del mundo; un homosexual analiza el amor y su análisis es uno de los más profundos y lúcidos que se hayan hecho.

Es necesario poseer la gracia de las grandes obras para lograr que ardan aquí, en un mismo fuego, la inteligencia y la fuerza creadora, la lucidez y la magia, la experiencia de lo excepcional y el sentido de lo fundamental.

* * *

Proust nació en 1871 como Valéry, pero su muerte prematura, en 1922, lo ha a1ejado de nosotros desde hace un cuarto de siglo. Su obra ha rebasado desde hace tiempo este período de imitación apasionada en la que está debatiéndose aun la de Gide. Tal distancia nos permite verla en su grandeza inconciliable, pero también en su historicidad. En muchos aspectos parece más bien una apoteosis magnífica del XIX que el comienzo del siglo XX.

Este mundo de la reclusión individual nos enfrenta más que a una experiencia personal, a las libertades de una sociedad desaparecida y a la mitología surgida del romanticismo. Esta acentuación en lo individual, lo moviente, lo afectivo, lo intermitente, la identidad de lo esencial y lo subjetivo, la oposición entre la incomunicabilidad de la sensación y las categorías del lenguaje, el uso del símbolo, todo ello, se refiere a un clima de la sensibilidad, y a un sentido de la expresión que del Romanticismo al Impresionismo y al Simbolismo; de Chauteaubriand a Mallarmé, Bergson, Debussy, Monet, Rilke, define el siglo XIX.

Al abrirse al sentido de lo social y de la acción, la literatura viril del año treinta se separará de Proust. Pero más allá del romanticismo es precisamente al clasicismo, donde por otros vínculos se liga La Búsqueda del Tiempo Perdido. A través del naturalismo y Balzac el documento de lo social que interrumpe constantemente la crónica poética nos hace pensar en Molière y en Saint Simon.

Si el hombre, en Proust, aparece en muchos aspectos como hombre moderno, el análisis lo identifica conforme a las perspectivas clásicas. Quiere decirse con ello que Proust ha guardado del siglo XVII la idea de los tipos psicológicos y la creencia en una motivación del acto, por pasional o contradictorio que sea. M. de Norpois es el Embajador como Harpagon es el Avaro y Swann en un instante se reduce a la Envidia. En cuanto a la sutileza analítica de lo que se conoce, el incansable movimiento está orientado continuamente por la búsqueda de una casualidad, sostenida por la certeza de una inteligibilidad de la conducta en el seno mismo de lo contradictorio y lo moviente.

Galería de tipos psicológicos, repertorio de sentencias y leyes, se ve claramente qué vínculos unen esta obra a los dramaturgos y a los moralistas clásicos, obra por otra parte tan nueva y tan moderna (particularmente por la preferencia que da a los dominios prohibidos, por ejemplo la escena que transcurre en los primeros capítulos entre Mademoiselle Vinteuil y su amiga, levanta un telón que aún no ha bajado).

Todo ello es suficiente para comprender que el surrealismo en nombre de una concepción muy distinta de la poesía y el existencialismo defendiendo una concepción totalmente opuesta a la conducta humana, nada han asimilado de Proust. Pero este ejemplo nos permite, mejor que cualquier otro, demostrar que la distancia entre una obra y la creación literaria de un tiempo no es un juicio de valor.

Lo que impide a Proust tener influencia en la literatura actual no le priva de la admiración del lector. Aquellas obras que no se pueden continuar no son siempre las que han equivocado su camino, sino muchas veces —y este es eminentemente el caso de la obra proustiana— aquellas que habiendo ido más allá de lo posible nos obligan a explorar otros caminos.

Traducción de Juan Gich