Enero-Marzo 2005, Nueva época No. 85-87 Xalapa • Veracruz • México
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Decir la verdad sobre el imperialismo:
una conversación con Noam Chomsky

David Barsamian
Traducción: Agustín del Moral

 

Es un sentir casi generalizado entre los historiadores que el siglo XX comenzó en 1914, con el estallido de la Primera Guerra Mundial. ¿El siglo XXI comenzó el 11 de septiembre del 2001, con el atentado a las Torres Gemelas, en un enorme y temible desafío al imperio estadounidense? Tal vez sea demasiado pronto para afirmarlo.

Lo que sí es cierto, sin embargo, es que el atentado y la consiguiente respuesta del gobierno de George Bush le cambiaron el rostro al mundo, desencadenando una serie de acontecimientos cuyas consecuencias no dejamos de sentir y, hasta donde la perspectiva nos lo permite, de evaluar. Lo que es cierto, también, es que la guerra que la administración Bush desató en contra de Irak y el previsible desenlace de la misma reforzaron el sentir que los analistas políticos vienen experimentando desde 1989, es decir, desde la caída del Muro de Berlín, la desintegración de la Unión Soviética y el fin del llamado «socialismo real»: el de la instauración de un mundo unipolar en el que, más que nunca antes en la historia, la salida militar parece ser la única solución posible a todos aquellos conflictos que se planteen entre una potencia económica y un país subdesarrollado.

Lo que es cierto, finalmente, es que la respuesta del gobierno estadounidense se inscribe dentro de una especie de lógica común a todos aquellos países que, cuando menos a partir del siglo XX, han alcanzado el rango de imperios: una lógica perversa y avasallante en la que sólo importan los intereses del imperio, que de esa manera se erige en juez y árbitro del mundo entero, decidiendo así qué forma de gobierno es válida y legítima, qué forma de gobierno amenaza sus intereses, qué forma de gobierno pone en riesgo la “convivencia internacional”, en fin, qué forma de gobierno “merece” sobrevivir.

Este es el tema de una larga entrevista que el 11 de septiembre del 2003 —es decir, a dos años del 11-S— sostuvieron David Barsamian, director y productor de Alternative Radio en Boulder Colorado, y Noam Chomsky, lingüista de renombre internacional, catedrático del Instituto Tecnológico de Massachusetts, uno de los principales voceros de los movimientos por la paz y la justicia social (The Guardian se refiere a él como “un héroe radical de nuestro tiempo”) y autor, entre muchos otros títulos, de Power and Terror y de Hegemony or survival.

La entrevista apareció en la revista estadounidense International Socialist Review y recientemente la Editorial de la Universidad Veracruzana adquirió los derechos para su traducción y publicación en castellano. El libro, bajo el título de Decir la verdad sobre el imperialismo, aparecerá en próximos meses. En esta ocasión, ofrecemos a los lectores de Gaceta un breve adelanto de este título que, sin lugar a dudas, enriquecerá el catálogo editorial de nuestra casa de estudios.

David Barsamian: “Cambio de régimen” se ha convertido en una nueva expresión del diccionario. Un poco como cambio de dirección. Suena como algo inofensivo y, con toda seguridad, mucho mejor que ‘invasión’, ‘derribamiento’ y ‘ocupación’. Los Estados Unidos son expertos en cambios de régimen. En 2003 recordamos dos aniversarios: el 11 de septiembre se cumplieron 30 años del golpe de Estado en Chile apoyado por los Estados Unidos, y el 25 de octubre 20 años de la invasión estadounidense de Granada. Pero pienso sobre todo en el cambio de régimen en Irán. Hace 50 años, en agosto de 1953, la Operación Ajax, llevada a cabo por un agente de la CIA que casualmente resultó ser nieto de Teddy Roosevelt, derribó la democracia parlamentaria conservadora encabezada por Mohamed Musadaq y restauró al sha en el Trono del Pavo Real,1 desde donde reinó los siguientes 25 años.

Noam Chomsky: El problema fue que el gobierno conservador emanado del Parlamento intentó recuperar los recursos petroleros, en ese entonces bajo control de una compañía británica que primero se llamó anglo-persa y luego anglo-iraní y que había firmado con los dirigentes iraníes un contrato que era una verdadera extorsión y un verdadero robo: los iraníes no recibían nada y los británicos se servían con la cuchara grande.

Musadaq tenía una larga historia como crítico de esta subordinación a la política imperial. Las explosiones populares obligaron al sha a nombrarlo primer ministro. Consecuente con su trayectoria, Musadaq decidió nacionalizar la industria petrolera.
La nacionalización enloqueció a los británicos, que se negaron a llegar a cualquier tipo de arreglo. Ni siquiera consideraron llegar al acuerdo que las compañías petroleras estadounidenses acababan de alcanzar con Arabia Saudita. Simplemente querían seguir robando a los ciegos iraníes.

Este hecho desencadenó un formidable levantamiento popular. Irán cuenta con una tradición democrática. Había un Majlis (cámara legislativa) que el sha suspendía con frecuencia, pero que no podía suprimir; el ejército lo intentó pero tampoco tuvo éxito. Finalmente, un golpe de Estado, organizado conjuntamente por ingleses y estadounidenses, derribó el régimen y colocó al sha en el poder. Siguieron veinticinco años de terror, atrocidades y violencia que finalmente desembocaron en la revolución de 1979 y en la caída del sha.

Dicho sea de paso, uno de los resultados del golpe fue que los Estados Unidos se apropiaron de alrededor de 40 por ciento del petróleo iraní, que antes era 100 por ciento británico. Este no era el objetivo de su intervención; simplemente fue el resultado del curso normal de los acontecimientos, parte del proceso de sustitución del poder británico por el poder estadounidense en esta región y en el mundo entero. Era el reflejo de la nueva distribución del poder en todas partes.

The New York Times redactó un simpático editorial al respecto, en el que elogiaba el golpe y decía: “los países subdesarrollados que cuentan con riquezas en materias primas han presenciado una lección sobre el alto precio que tendrán que pagar si uno de ellos enloquece con el nacionalismo fanático”. Y esto debían aprenderlo los Musadaq del mundo entero y tener cuidado antes de intentar “enloquecer” y recuperar el control de sus propios recursos, que, por supuesto, son de los Estados Unidos y no de ellos.

Pero su señalamiento es bastante acertado. El cambio de régimen forma parte de la vida política normal; este es un hecho comúnmente reconocido. Así, por ejemplo, hace alrededor de cinco años, durante la administración Clinton, la Unión Europea (UE) denunció a los Estados Unidos ante la Organización Mundial de Comercio (OMC) por la prolongada guerra económica que encabezan contra Cuba, que incluye boicots secundarios, que son ilegales bajo cualquier posible interpretación de la ley internacional y que han sido condenados por todas las instancias competentes. La queja de la UE ante la OMC tenía que ver con la restricción de la libertad de comercio. La administración Clinton simplemente respondió que Europa ponía en entredicho políticas estadounidenses que se remontaban a 1959 y que tenían por objetivo derribar al gobierno de Cuba (cambio de régimen), y que Europa no iba a interferir de esa manera en los asuntos internos de los Estados Unidos.

En realidad, quienes redactaron esa respuesta –el Departamento de Estado o cualquier otra instancia– no conocen muy bien su propia historia. Si nos remontamos a las administraciones Kennedy-Johnson, en ellas hubo un periodo de frenesí en materia de política de cambio de regímenes que a punto estuvo de llevar a una guerra nuclear. Internamente, el argumento ofrecido por los organismos de inteligencia estadounidenses a favor del cambio de régimen en Cuba, es decir, del derribamiento de Castro, era que la sola existencia del régimen castrista era un exitoso desafío a la política estadounidense establecida desde hace 150 años y que se remonta a la doctrina Monroe. Esta política establece que los Estados Unidos son los dueños del hemisferio y que la sola existencia del régimen de Castro es un exitoso desafío a la misma, por lo que hay que derribarlo a través de una campaña de terror a amplia escala y de la guerra económica.

Lo que resulta interesante de este comentario es que se hizo justo después de una campaña terrorista, bastante seria, que buscaba un cambio de régimen y que a punto estuvo de llevar al mundo a una guerra nuclear terminal. Estuvimos muy cerca de ello.

Justo después de la Primera Guerra Mundial, los británicos sustituyeron a los turcos en la dirección de Irak. Ocuparon el país y tuvieron que hacer frente, como lo dice un informe, “a una agitación antiimperialista… desde el comienzo”. La revuelta “se extendió por todas partes”. Los británicos juzgaron prudente, entonces, levantar una fachada. Lord Curzon, ministro de Asuntos Exteriores, decía que Gran Bretaña quería una “fachada árabe dirigida y administrada por los británicos y controlada por un mahometano autóctono y, si fuera posible, por un equipo árabe”.

Exactamente como hoy en día sucede en Irak con el consejo dirigente de 25 personas levantado por el virrey estadounidense Paul Bremer…

En realidad, Lord Curzon era más honesto en aquellos días. Se trataba de una fachada árabe y de eso partieron. Los británicos dirigieron detrás de un velo de “ficciones constitucionales”, como ”Estado tapón” y otros términos parecidos, pero básicamente se trataba de una fachada árabe. Fue así como Gran Bretaña dirigió toda la región y, en realidad, todo el imperio. La idea era tener estados independientes, pero con gobiernos débiles que dependieran del poder imperial para sobrevivir. Esto les permitía embaucar a la población a su conveniencia, lo que es estupendo. Para ello, entonces, necesitaban una fachada detrás de la cual se pudiera ejercer el verdadero poder. Así funciona el imperialismo clásico. Lord Curzon era simplemente un poco más honesto que la mayoría.

Podemos citar muchos otros ejemplos; Paul Bremer es uno de ellos. The New York Times publicó un maravilloso organigrama por ahí del 7 de mayo (del 2003), justo después de su nombramiento. Desgraciadamente, el organigrama no aparece en la edición archivada; sólo se puede encontrar en la edición vinculada. Este organigrama presentaba 16 o 17 puestos en formación clásica, con una persona hasta arriba –Paul Bremer, rindiendo cuentas ante el Pentágono– y, sobre las líneas de abajo, numerosos generales y diplomáticos, todos ellos estadounidenses y británicos. El nombre y la responsabilidad de cada uno de ellos aparecían, en un gran recuadro, en negritas. Luego, en la parte inferior del organigrama se encontraba un recuadro más, de la mitad del tamaño de los otros, que en letras normales, sin indicar responsabilidades, decía: “consejeros iraquíes”. Esta es una fachada. Cometieron el error de publicar el organigrama; esa es la razón, creo, por la que no lo archivaron. Pero el hecho expresa lo que piensan, y Lord Curzon lo habría encontrado completamente normal.

No está claro que los estadounidenses logren manejar la situación. Para mi asombro, debo decir que la ocupación no está teniendo éxito. Se necesita talento para fracasar en algo así. En primer lugar, las ocupaciones militares casi siempre funcionan.

Cuando ocuparon Europa, los nazis tuvieron muy pocos problemas para dirigir los países, con ayuda de colaboradores. Cada país estaba lleno de colaboradores que ofrecían una fachada nacional y que mantenían el orden y a la población bajo su férula. Este es un nivel extremo de brutalidad en la historia. Además, eran atacados desde el exterior y la resistencia era dirigida y sostenida desde el extranjero; como los nazis lo decían: «terroristas sostenidos desde el extranjero, dirigidos desde Londres». Incluso la propaganda más grotesca tiene, normalmente, algún elemento de verdad. Pero de no haber sido aplastados por una fuerza exterior abrumadora, no habrían tenido demasiados problemas para dirigir la Europa ocupada.

Los rusos tuvieron muy pocos problemas para dirigir Europa del Este detrás de fachadas, aunque, de nueva cuenta, se trató de regímenes muy brutales.

En realidad, si se hace un recorrido histórico, las ocupaciones militares normalmente funcionan. Se dan casos de levantamientos contra la dominación imperial, pero son muy raros, no es la regla.

El caso de Irak es extraordinariamente sencillo. Estamos ante un país devastado por una década de sanciones criminales que han matado a cientos de miles de personas, que han dejado todo en ruinas y pegado con cinta adhesiva. Un país devastado por guerras, dirigido por un tirano brutal. Difícilmente se pueden hacer mejor las cosas. La idea de que no se logre hacer funcionar una ocupación militar bajo esas condiciones, con una resistencia sin apoyos exteriores, es casi inimaginable. ¡Me imagino que si tomáramos a dos personas de este piso, aquí en el MIT [Instituto Tecnológico de Massachusetts], probablemente alcanzarían a explicarse cómo poner en marcha la electricidad! Es, pues, un asombroso fracaso que de verdad me sorprende. Su plan original, ejemplificado por el organigrama, no parece funcionar. Esa es la razón por la que ahora tenemos esta marcha atrás que consiste en intentar que la ONU venga y comparta algunos de los costos y la oposición interna en los Estados Unidos. Es una gran sorpresa para mí. Yo creía que esto iba a ser pan comido.

1. Célebre trono que originalmente perteneció al rey de Delhi y que posteriormente fue robado por los shahs de Persia.

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