Enero-Marzo 2005, Nueva época No. 85-87 Xalapa • Veracruz • México
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Totalmente falso, el crecimiento
económico de México: Ivonne Carrillo

Juan Carlos Plata

Desde la década de los setenta, en México se habla de crisis económica, de recesión permanente y profunda, de desempleo, de economía informal, de contracción de salarios, de pobreza… y a pesar del tiempo que ha transcurrido y de las necesidades del país que se multiplican año con año, el Estado no ha respondido eficientemente, no ha puesto en marcha políticas que fortalezcan la economía mexicana. ¿Hacia qué rumbo deben dirigirse el gobierno, la ciudadanía y la nación en general para subsanar esas deficiencias? Ivonne Carrillo Dewar, del Instituto de Investigaciones y Estudios Superiores Económicos y Sociales de la Universidad Veracruzana, responde a éste y muchos otros cuestionamientos relacionados con el tema.
 

El contexto es explícito por sí mismo: entre 30 y 40 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) del país lo genera la economía informal; no se puede crear el número de empleos que se requieren para absorber al contingente que año con año se integra a la fuerza laboral: 1 250 000; 80 por ciento de la población de México vive en condiciones de pobreza y 60 por ciento en pobreza extrema; la banca, totalmente dependiente de consorcios financieros transnacionales, otorga indiscriminadamente crédito al consumo pero lo restringe a la producción; y el sistema fiscal hace pagar más impuestos a los que menos tienen. A pesar de ello, las instancias gubernamentales defienden con vehemencia y presumen como logro mayor que la economía mexicana ha crecido a un ritmo de 4 por ciento durante los dos últimos trimestres de 2004.

El proceso ha sido largo, desde principios de la década de los ochenta, el país vio caer la máscara de la política industrializadora y se sumió en una crisis permanente. Aunado a ello, las nuevas políticas económicas, dictadas desde el exterior, sólo estaban encaminadas a salvar el capital extranjero y no se preocuparon por la conservación del poder adquisitivo ni por la calidad de vida de las familias mexicanas.

Dependiente tecnológica y financieramente del exterior, México tiene poco margen de maniobra; el sistema neoliberal, que ha hecho prácticamente insalvable la brecha entre ricos y pobres, tiene al país completo sumido en una crisis que el gobierno federal niega a toda costa.

Acerca del falso crecimiento económico de México, de la crisis en el sector laboral, del papel que juega el sistema neoliberal en este contexto y del rumbo que debe tomar nuestro país para reactivar su economía, entre otros temas, habla Ivonne Carrillo Dewar, académica del Instituto de Investigaciones y Estudios Superiores Económicos y Sociales de la Universidad Veracruzana.

¿Cuándo inicia en el país el proceso que nos ha llevado a la incapacidad de absorber la fuerza de trabajo?
El problema de la creciente incapacidad del mercado de trabajo formal para absorber eficientemente la fuerza de trabajo, se empezó a manifestar en nuestro país a partir de la segunda mitad de la década de los sesenta, periodo en que se comenzaron a reflejar los crecientes desequilibrios estructurales del modelo de industrialización. Fue en esta década cuando apareció la economía informal, en el orden del 10 por ciento de la fuerza de trabajo ocupada.

A lo largo de los años setenta comenzó a manifestarse no sólo el agotamiento del modelo de desarrollo adoptado, sino también la crisis estructural que se endureció a partir de 1982, y lo que hemos vivido en los ochenta, en los noventa y hasta la fecha es una profundización constante de ésta.

¿Cuáles son las causas de la crisis?
Se generó un patrón industrial y un patrón productivo que no tuvieron las interconexiones adecuadas, los encadenamientos productivos, pero también se crearon un mercado interno estructuralmente estrecho y una dependencia financiera y económica del exterior, que se tradujeron en el carácter crónico del déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos.

A pesar de que el modelo era fuertemente proteccionista de la planta industrial nacional, hasta principios de los ochenta, en cada una de las ramas punta de la industria en México la empresa dominante era de capital extranjero; entonces, estamos hablando de una serie de contradicciones del modelo de industrialización adoptado, que se traducen en insuficiencias permanentes, en estrechez crónica del mercado interno para permitir un crecimiento sostenido y sostenible de la planta industrial.

En el momento en que sucedió –en los años ochenta– el cambio de un modelo de industrialización hacia adentro a un modelo hacia fuera y se abrieron los mercados, se liberó la economía en todos los sentidos y se retiró el sistema de proteccionismo. La empresa privada estaba muy protegida por el Estado, por la vía fiscal, por los aranceles al comercio exterior y por una serie de mecanismos no fiscales que impedían el desarrollo tecnológico y la eficiencia de las unidades de producción de la empresa, en consecuencia, los costos de producción resultaban muy altos.

Cuando se dio la apertura y entraron masivamente productos del exterior, lo que observamos fue una quiebra masiva de empresas y, por lo tanto, un incremento impresionante del desempleo. Al cerrar empresas, la gente fue lanzada a la calle y obviamente no hubo apertura de nuevas empresas que absorbieran a los desplazados, y si consideramos que hasta la década de los noventa el crecimiento de la población económicamente activa estaba por el orden de los 750 000 por año, la economía tendría que haber estado creando 750 000 empleos nuevos, más los desplazados por el cierre de empresas, más los desplazados por la creciente contracción del Estado.

Al desincorporarse las empresas paraestatales y los organismos públicos, en la segunda mitad de los años ochenta y durante los noventa, que habían sido una parte de la política redistributiva del Estado y cuyo papel fue compensar la incapacidad de la empresa privada para absorber los contingentes de fuerza de trabajo que se iban incorporando al mercado, se dio una contracción brutal del empleo público.

Entonces, el problema desencadena muchos otros: se deja de crecer, y no sólo eso: el país vive desde la década de los ochenta un proceso de desindustrialización y el Estado contrae el empleo público. Entonces, la opción es el crecimiento impresionante de la economía informal. Y si hablamos de economía informal, cualquier dato que nos dé el INEGI o cualquier dependencia generadora del dato no es más que un estimado, pero se calcula que entre el 30 y 40 por ciento del producto generado anualmente (Producto Interno Bruto) se genera desde la economía informal. Esto es alarmante porque, entonces, cuáles son las perspectivas del crecimiento real de nuestra economía y, por lo tanto, de la generación de empleos productivos. La economía informal parece como la válvula de escape a toda la presión terrible de la contracción del mercado de trabajo y del aparato productivo nacional.

¿Qué papel juega el sistema neoliberal en esta crisis?
El modelo neoliberal, implantado a partir de 1982, no es el que causa este problema en la economía nacional –el conflicto viene de los desequilibrios estructurales del modelo anterior–, sin embargo, sí profundiza las causas estructurales de la crisis, porque al agotamiento del modelo de sustitución de importaciones y de su estrategia de desarrollo estabilizador, tendría que haberse respondido con una política de crecimiento que fortaleciera el aparato productivo y, en lugar de eso, lo que se genera es una política de ajuste de la economía, una política económica
pro-cíclica.

Lo que se vive en la economía mexicana en general es una recesión permanente y cada vez más profunda, a pesar de que coyunturalmente se hable de recuperación de la economía y de tasas de crecimiento relativamente altas del Producto Interno Bruto (PIB), como durante algunos años del régimen de Salinas y a partir de 1996 del gobierno de Zedillo. En los últimos dos trimestres del año pasado se habló de un crecimiento de 4 por ciento del PIB, pero todo eso está sostenido con alfileres: el hecho de que México sea la séptima, octava o novena potencia mundial en el comercio exterior está dependiendo de un número muy pequeño de empresas.

Lo que hay que hacer es adoptar una política económica anti-cíclica que elimine todas las deficiencias de la estructura económica y que genere crecimiento del trabajo, que se rompa el agotamiento del sector primario y que se genere consolidación por tipo y tamaño de unidad de producción agropecuaria. La crisis es general, pero la crisis en el campo es alarmante, nosotros ya no podemos aspirar a la autosuficiencia alimentaria, mucho menos a la soberanía en ese sentido.

Nuestros productores del campo, como buena parte de los productores mexicanos de los que se trate, no pueden competir contra los precios internacionales. Nuestro nivel de productividad está entre 13 y 20 por ciento abajo del nivel de nuestros socios del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y en general del de cualquiera con quien comerciemos. Por ello, hay que reforzar tecnológica y financieramente a los productores de todos los sectores y de todas las ramas, además de promover su inserción en el mercado.

¿Qué tenemos que entender por políticas económicas pro-cíclicas y anti-cíclicas?
Una política pro-cíclica es la que se sigue a partir de 1982: hay recesión de la economía y se aplica una política económica contraccionista, una política monetaria que fija tanto la cantidad de dinero que va a circular en la economía como la cantidad de créditos y de ahí no se mueve, incluso, las baja a través de los cortos para que la inflación no se dispare. A lo largo de los años ochenta, la tasa de inflación fue muy alta y se convirtió en un problema de todo tipo, que redujo los ingresos reales de las familias y de las empresas.

En la política anti-cíclica, si hay recesión se inyectan posibilidades de crecimiento, otorgando crédito a las empresas, pero crédito productivo, no para el consumo porque esto no reactivaría nada, solamente volvería a meter a las familias en un problema como el de 1994 y 1995. El crédito tiene que ir a la planta productiva, aquella que va a generar productos, actividad, empleo, salarios, expansión del mercado interno.

¿Hacia dónde se tiene que orientar un cambio de política económica en México para subsanar esas deficiencias?
Se trata de establecer una política económica que programe por sector, por rama, por sub-rama, por tipo y tamaño de empresa, por región. No es lo mismo hablar de la agricultura del norte que de la del sur-sureste, no es lo mismo hablar del área metropolitana de Guadalajara, de Monterrey o del Distrito Federal que de cualquier otro lado del país. La actividad económica está fuertemente concentrada y hay profundos desequilibrios y disparidades regionales.

La tesis del Estado mínimo del modelo neoliberal no opera en un país como el nuestro, no opera en Suecia, Suiza, Inglaterra o en Estados Unidos, donde el Estado tiene entre el 40 y el 75 por ciento del PIB. A nosotros nos vendieron la receta y el Estado mexicano no tuvo márgenes de libertad para pelear, no los ha encontrado, pero creo que urge un cambio de modelo, no un modelo estatista de nuevo, sino un modelo en donde se genere las condiciones de crecimiento del mercado interno. Hay que cambiar de un modelo hacia fuera a un modelo hacia adentro, con inserción correcta en el mercado mundial, sin proteccionismo ni estatismo, pero con soluciones hacia adentro, porque no hay viabilidad. Si la economía informal está produciendo entre el 30 y 40 por ciento del PIB, estamos mal, evidentemente.

En todo este contexto, ¿qué papel juega la economía informal?
En este momento, la población económicamente activa del país está arriba de los 40 millones de personas, de esos sólo menos del 30 por ciento tiene empleo formal con prestaciones, empleo a largo plazo. Más del 30 por ciento de la población ocupada no percibe ingresos o percibe menos de un salario mínimo.

El Estado decía que la tasa de desempleo andaba alrededor del 2 por ciento hasta el año pasado, pero precisamente en 2004 se reconoció que había un desempleo abierto de 4 por ciento más o menos. Para considerar población ocupada, ellos toman en cuenta a las personas que trabajaron una hora en la semana de referencia de la encuesta, entonces estamos hablando de que el 70 por ciento de la población ocupada está en condiciones de precariedad, de no formalidad del trabajo.

¿Cómo se soluciona eso? La solución debe ser compleja. No es una solución que busquen la manera de cobrarle impuestos a la economía informal, porque es la válvula de escape de toda esa gente que está pidiendo prestado para comprar cualquier cacharrito para vender y así sostener a la familia en los límites de la supervivencia. Si sobre eso se carga una tasa de impuesto, lo que se provocará será una fractura.

Me parece una vía correcta que se ha implementado –correcta para los comerciantes ambulantes, que son lo más evidente de la economía informal, porque hay muchos otros mecanismos de la actividad informal– el hecho de crear las plazas comerciales, pero con el número de puestos suficientes, con una estructura financiera del pago del local que permita verdaderamente que sobreviva la unidad de comercio; no obstante, esa es una opción parcial.

En los últimos años se han creado plazas en Xalapa, pero la gente vuelve a la calle. ¿Por qué? Porque si el mercado de trabajo está desplazando gente y, además, hay un millón y cuarto de personas que se integran al mercado laboral al año y que no hay manera de acomodar, estamos hablando de un problema exponencial. Solución es revertir la recesión permanente de la planta productiva, crear las condiciones para consolidar las empresas y formar nuevas empresas en todas las ramas, dependiendo del carácter económico de cada región.

Según datos de la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación (Canacintra), por un lado a las empresas les toma un plazo de un año o más hacer todos los trámites burocráticos para establecerse y, por otro lado, en dos o tres años quiebra la mayoría; de hecho, el año pasado quebró un número grande de pequeñas y medianas empresas. Desde la década de los ochenta, el proceso de desindustrialización es permanente y, aunque se formen nuevas empresas, el periodo de vida de la mayoría es muy corto.

¿Cómo crear una tendencia sostenida y sostenible que lleve al crecimiento económico y a la consolidación de las empresas? Con programas y planes específicos, por sector, por rama, por sub-rama, por tipo y tamaño de empresa. No es lo mismo alguien que cuenta con cierto capital para poner una empresa mediana con conocimiento de tecnología de su rama, de cómo insertarse eficientemente en el mercado, de cuáles son los mecanismos de contratación de créditos, que alguien que simplemente empieza porque tiene que sobrevivir. La gente que está poniendo pequeñas empresas requiere asesoría tecnológica y de mercados, además de un acceso verdadero al crédito.

¿Cuál es la situación de la banca y por qué hay una falta de crédito al sector productivo?
Desde los años ochenta se vive una contracción del crédito productivo. Lo que hace la banca es prestar dinero a las empresas relacionadas con el grupo financiero, como sucedió antes del problema de 1992. Con la transnacionalización del sector financiero ya no hay banca mexicana, está en manos del sector transnacional y obedece a los intereses a largo plazo del grupo financiero. A los bancos no les preocupa que haya que recuperar planta productiva y generar condiciones de crecimiento. Eso hay que revisarlo, hay que establecer una política monetaria-financiera que aliente, pero lo único que les preocupa es controlar la inflación y esa no es la única cosa importante, aunque no se puede dejar que se dispare porque es un problema económico serio, pero sí se puede soltar un poco el control de la inflación para crear condiciones estructurales de crecimiento que generen dinamismo de mercado interno, así como capacidad de expansión de las empresas, capacidad de supervivencia, capacidad de crecimiento de la economía, de la producción, del empleo… no hay de otra.

¿Cuál ha sido el proceso de la contracción del salario y la pérdida del poder adquisitivo en el país?
La contracción de los salarios ha sido alarmante. De los años setenta para acá los sueldos han caído más del 75 por ciento; más del 80 por ciento de la población está sobreviviendo en condiciones de pobreza y más del 60 por ciento vive en condiciones de pobreza extrema, porque la contracción de los índices inflacionarios se ha centrado fundamentalmente en mantener bajos los salarios.

Antes, buena parte del sostenimiento de las familias descansaba en un solo trabajador –varón o mujer–, pero al ser desplazada la fuerza de trabajo, digamos el padre de familia, las mujeres se vieron obligadas a insertarse en el mercado laboral, ya sea formal o informal (es bueno que las mujeres se preparen, se eduquen y puedan insertarse eficientemente en el mercado de trabajo). Durante la época de crecimiento económico de país, hasta los primeros años de los setenta, se dio una creciente participación de la mujer en la población ocupada; pero lo que se está dando, a partir de la crisis estructural y el creciente desempleo, es que la mujer entra en cualquier puesto de trabajo para completar el ingreso de la familia.

La calidad de vida de las familias está en detrimento; si antes la gente trabajaba 40 horas semanales por un salario que permitía un nivel de vida X, de acuerdo con el sector a que se perteneciera, ahora tiene que trabajar muchas más horas para percibir un salario menor, entre varios miembros de una familia, no sólo uno. Se reducen los sueldos y aumentan mucho los tiempos de trabajo.

El salario mínimo regional, que es como un referente, en la década de los setenta se calculaba en función de una canasta básica que contenía leche, carne, huevos, frutas, verduras, educación, transporte, esparcimiento, salud, vestido… ahora, esa canasta básica se calcula con un mínimo de productos.

Hoy en día, el salario mínimo está entre 40 y 50 pesos. El último dato creíble es que, para sobrevivir al mismo nivel de los años setenta, una familia tendría que estar percibiendo entre 5 y 6 salarios mínimos diarios. Esto refleja la pérdida del poder adquisitivo y de calidad de vida, y es urgente revertir esa situación, porque si estás hablando de pérdida creciente de capacidad adquisitiva de las familias, estás hablando de contracción permanente de mercado interno y de imposibilidad de la planta productiva mexicana de crecer. Es como una trampa, como un círculo vicioso.

Y aun con todo esto, ¿se puede hablar de crecimiento económico?
El gobierno habla de crecimiento y le dan toda la difusión, pero está prendido con alfileres. Son unas cuantas empresas las que están marcando esas tasas de crecimiento del PIB, las que están haciendo que México contribuya de tal manera al mercado mundial que es, según el momento y las cifras que manejen, la séptima, octava o novena economía mundial, lo cual es completamente falso. México tiene alrededor de 700 o 1000 empresas con capacidad exportadora y, por lo tanto de crecimiento, con capacidad de vincularse al mercado mundial eficientemente, pero varias de esas empresas son subsidiarias de empresas transnacionales o están coordinadas con las transnacionales. No hay crecimiento interno, hay una contracción permanente de la capacidad de supervivencia de las empresas, y quiebra de empresas es igual a una contracción del empleo.

¿Los indicadores de la macroeconomía reflejan la realidad nacional?
La macroeconomía no refleja la realidad del país. Los datos de los que hemos estado hablando reflejan que el nivel agregado puede estar creciendo un 7 por ciento –como durante los últimos años de la administración de Zedillo– y, al mismo tiempo, puede estar creciendo la pobreza extrema e incrementar exponencialmente la economía informal; esto significa que hemos llegado a los extremos del capitalismo salvaje.

Un dato agregado no refleja nada en realidad; hay que hacer el análisis por sectores, por ramas, por tipo de empresas, hay que ver cómo está viviendo la gente.

Ese crecimiento del 4 por ciento de los dos últimos trimestres del año pasado es un buen indicador, pero un dato que contrasta con esa estadística, por ejemplo, es que entre 2000 y 2003 sólo de la industria maquiladora de exportación se perdieron entre 245 000 y 400 000 plazas de trabajo; es decir, en lugar de generar el millón 250 000 empleos anuales nuevos, se están perdiendo, y eso sólo en un sector.

Hablando de ese sector, apenas años después del auge de las maquiladoras en México vimos un éxodo masivo de estas plantas, ¿a qué se debió?
El gobierno trató de hacer una reforma fiscal al régimen especial que tiene la maquiladora y las empresas encontraron mejores condiciones en el sureste asiático, mejores condiciones fiscales y de salario; también tuvo que ver con un proceso de contracción mundial de la inversión extrajera directa. Ese es uno de los problemas de orientar el modelo de desarrollo hacia el exterior y no hacia el mercado interno, cualquier vaivén de esos nos lleva como huracán.

En México se trató de modificar el régimen fiscal hacia la empresa maquiladora en una tasa marginal, ridícula, pero estos empresarios están acostumbrados a que los tratamientos a la inversión extranjera, a partir de la desregulación, es preferencial: la conexión productiva de la inversión extrajera directa con la planta productiva nacional es del orden del 2 por ciento, ellos cobran por sus patentes, importan todo y usan mecanismos preferenciales de importación, aprovechan la calidad de la mano de obra nacional, su bajo costo, el régimen fiscal preferencial y la proximidad del mercado más grande del mundo.

Habría que buscar mecanismos de mayor control y regulación de la inversión extrajera directa, eso también debería de considerarse en un proceso de crecimiento. Para empezar, la inversión extranjera debe articularse productivamente, ya que nosotros siempre estamos fuera del juego del desarrollo porque estamos pagando siempre el asunto tecnológico. El conocimiento es poder, y ese es el poder de las empresas transnacionales.

¿Qué hacen Japón, China y la mayoría de los países del sureste asiático? Condicionan al capital extranjero a establecer encadenamientos productivos con las empresas locales y las transnacionales dan las especificaciones tecnológicas de lo que van a necesitar como insumos y éstos se producen en el país; además, dichos países se preocupan por incorporar nuevas tecnologías y no por adoptar con retraso las tecnologías que dejan de ser sujetas de patente.

¿Cómo se puede incorporar México a esa dinámica?
Se puede hacer muchas cosas: no dejar que la empresa transnacional entre aprovechando las ventajas del país y no insertándose productivamente; que se genere una cadena para que las empresas mexicanas puedan surtir insumos con las especificaciones que ellos planteen; que den el adiestramiento tecnológico y los recursos financieros para ello. Esa es la manera de adaptar la tecnología.

Aquí también tiene que ver una serie de políticas específicas de investigación y desarrollo de tecnología, que el Estado y la iniciativa privada aporten recursos para la investigación tecnológica. Por ejemplo, en Estados Unidos y Europa las empresas financian proyectos de universidades; lo mismo debería hacerse aquí, como se debería reorientar el sistema educativo y darle el peso que se requiere a las ciencias duras.

¿A qué se refieren cuando hablan de reforma fiscal?
Cada quien habla de una cosa diferente. El Ejecutivo federal, al hablar de reforma fiscal, piensa en lo más fácil, en aumentar el IVA a los productos que están exentos como alimentos no procesados y medicinas, y piensa en una serie de medidas que le signifiquen ingresos mayores sin complicar el asunto de la recaudación.

Una reforma fiscal que sea efectiva tiene que romper una serie de problemas que tiene el sistema fiscal mexicano: uno, el sistema fiscal está atado, no tiene mucha viabilidad para echar a andar una política económica de reactivación de las regiones, de los sectores, y por cada tipo de empresa, necesita dinero y tiene una carga global del 11 por ciento del PIB, es muy pequeña en el ámbito internacional.

Los contribuyentes cautivos cubrimos más del 60 por ciento de los ingresos tributarios y somos los que estamos en los rangos medios para abajo en cuanto a ingresos; en cambio, hay regímenes especiales que permiten la evasión y elusión de impuestos a aquellos que podrían estar aportando la mayor cantidad de los ingresos públicos porque son los que ganan más.

Ante ello, hay que buscar la manera eficiente de evitar la evasión y la elusión; hay que gravar las ganancias del capital correctamente; hay que establecer un régimen fiscal progresivo –el nuestro es absolutamente regresivo, pagamos más los que menos ganamos; es decir, aun cuando hay una aparente progresividad en la fijación de las tasas, la aplicación real es regresiva–; hay que aplicar un sistema como el de Estados Unidos o Francia de personalización del impuesto sobre la renta que haga que se pague a nivel familiar y dependiendo de los niveles reales de ingreso y de las necesidades familiares; y habría que instalar mecanismos de simplificación en el pago del impuesto.