Octubre-Diciembre 2004, Nueva época No. 82-84 Xalapa • Veracruz • México
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Los medios de comunicación están creando sociedades violentas, confundidas
Edgar Onofre Fernández

Beatriz Pagés Rebollar, directora de la revista Siempre! y heredera del legado que el periodista José Pagés Llergo construyó a base de determinación y máquinas de escribir en la década de los cincuenta –después del incidente que llevó a Pagés Llergo a abandonar la revista Hoy y a convocar en tono suyo una estela plural de periodistas–, aborda diversas aristas del amplio espectro de fenómenos que han llevado a los medios de comunicación a la irresponsabilidad irrestricta y, en
consecuencia, a la impunidad.

Según el periodista Raúl Trejo Delarbre, cuando Beatriz Pagés Rebollar, amigos de su padre y la revista Siempre! constituyeron la Fundación José Pagés Llergo en 2001, el interés primordial de todos ellos estaba (está) enfocado a “promover el análisis para mejorar la calidad y el compromiso ético de los medios de comunicación y mantener el premio de periodismo que se entrega desde hace varios años con el nombre de ese personaje”.

Sin embargo, el propio Trejo Delarbre considera que el papel de los medios en la organización social vigente de nuestro país ha tomado un carácter desmedido, al grado de que éstos han determinado en muchas ocasiones el giro que los acontecimientos ligados a la política y la vida social deben tomar. En la práctica, esta noción ha rebasado por mucho, según su opinión, el esquema teórico que sugiere que los medios masivos moldean la opinión de la sociedad a través de la reiteración perpetua de sus contenidos –y cuyos efectos de producción, distribución y consumo de sus mensajes se notan con el paso del tiempo–, para convertirse en un mecanismo casi inmediato que orienta, precisamente, la percepción de las realidades nacionales, al punto que Trejo considera que vivimos en México una mediocracia.

En un ensayo publicado en la revista Nexos, en 2004, el propio Trejo advertía ya que las inconformidades que suscitan los medios tienden a ser más frecuentes: “la intromisión en la vida privada de la gente, la confusión entre informaciones y opiniones, el aprovechamiento inmoderado del sensacionalismo, la preponderancia del escándalo en la cobertura de asuntos públicos, son algunas de las conductas que se les reprochan a los medios de comunicación”.

Si bien Raúl Trejo acepta la importancia de contar con los medios para acercar dos categorías excluyentes entre sí, ciudadanos y políticos, señala al mismo tiempo que “si entre políticos y ciudadanos no existiera la brecha que se advierte en las sociedades contemporáneas –y que está muy ligada al descrédito que la actividad política suele tener entre la población en general– los medios no tendrían tanta relevancia como puentes entre unos y otros”, como afirmó en la publicación Configuraciones, en 2003. Es decir, aclara el periodista, “la función de los medios en esa relación entre ciudadanos y políticos tiene rasgos virtuosos y, también, perversos; sin embargo, sin los medios de comunicación, la política sería aún más ajena a los ciudadanos”.

Sobre el papel que el llamado “Cuarto Poder” desempeña en nuestro país habla otra autoridad en el tema, Beatriz Pagés Rebollar, actual directora de la revista
Siempre!

¿Podemos considerar, como dice Raúl Trejo Delarbre, que vivimos una mediocracia?
Sí, por supuesto, entendida como la tiranía de los medios de comunicación. Tan es así, que los medios han sustituido al Congreso y a los ministerios públicos, han desempeñado su papel. En lugar de analizar los grandes temas nacionales en los Congresos, tratar de encontrarles respuesta y definir así políticas nacionales que se traduzcan en el fortalecimiento del Estado de derecho, en una mayor justicia social, en el establecimiento de programas importantes para el campo o la productividad… simple y sencillamente los estamos arrojando, los estamos ventilando en los medios de comunicación de manera escandalosa, sin dar una respuesta constructiva a estos grandes problemas nacionales.

En la transformación de los medios de relatores de la vida pública en protagonistas de ésta, ¿quién resulta responsable?
Creo que es todo. Naturalmente que esta situación que los medios de comunicación viven es en gran parte responsabilidad de este neoliberalismo alocado, sin rumbo, que estamos viviendo, pero también de este falso concepto de la democracia. Hay una equivocada definición de lo que es la democracia y también un equivocado concepto de lo que es libertad de expresión. Usted ya no puede tocar a los medios de comunicación, no puede decirles nada, porque inmediatamente saltan y dicen “estás tratando de coartar la libertad de expresión”. Tanto la libertad de expresión como la democracia se han convertido en una especie de santones, de ídolos intocables. Pero estamos cayendo en la cuenta de lo equivocados que están estos conceptos. ¿Por qué? Porque no puede haber libertad de expresión sin el respeto a los demás. No puede haber libertad de expresión si ésta se usa para la mentira, para la distorsión o para no cumplir con el papel fundamental que deben tener los medios de comunicación, esto es, la orientación y la superación intelectual de la sociedad.

Los medios de comunicación no están construyendo mejores sociedades; por el contrario, están fabricando sociedades violentas, confundidas, a las que se les ofrece contenidos mediocres, incluso a una sociedad como la mexicana que es de un muy bajo nivel cívico y educativo. Y si no estás utilizando la libertad de expresión para cumplir con estos propósitos fundamentales, a eso no se le puede llamar libertad de expresión; a eso se le llama irresponsabilidad y una falta
ética en el oficio y en el manejo de los medios.

¿Y a la mediocracia quién la juzga? ¿Queda impune?
Sí, en este momento sí. Por eso hace falta que los Congresos realicen importantes reformas en la materia. Claro que los grandes intereses económicos y financieros son los que están impidiendo y presionando para que esto no suceda. Hace un año, aproximadamente, algunos partidos políticos intentaron llevar a cabo una reforma muy profunda para lograr la democratización de los medios de comunicación y procurar que las concesiones no estén en unas cuantas manos, sino que otros ciudadanos probos, talentosos, sean quienes también manejen los medios de comunicación. Pero la Presidencia de la República, es decir, Vicente Fox, dio un gran albazo y no permitió que esto llegara siquiera a la discusión. Vetó esta iniciativa precisamente cuando se redujeron los tiempos oficiales en los medios, de manera que creció el negocio que están haciendo los grandes consorcios en materia de campañas políticas y publicidad oficial.

Hoy se dice que no existe censura por parte del aparato gubernamental. ¿Ahora la censura viene del empresariado, son ellos quienes llevan la batuta?
Claro, la maneja a su gusto y no solamente eso: es el empresariado el que dice quién debe hablar y quién no, a quién darle voz y a quién no. Y si tú quieres tener voz, te cuesta varios millones de pesos, porque si no tienes esa cantidad, entonces no tienes derecho a decir siquiera que te opones a una opinión que se haya vertido y que afecta directamente tu fama, tu prestigio, tu integridad física, intelectual y moral.

Frente a estas circunstancias, ¿los valores democráticos que se promueven no vienen a ser una especie de simulación?
Ese es precisamente uno de los grandes riesgos en que hemos estado involucrados como país porque son los medios los que están determinando quién debe ganar en una elección y quién no. Sin embargo, se están dando fenómenos muy interesantes: me parece que los medios de comunicación comienzan a ser derrotados en estas intenciones, pues no siempre a quienes apoyan o a quienes les otorgan grandes espacios son los que triunfan en las elecciones. Un ejemplo: Francisco Labastida Ochoa.

En los comicios de 2000, Fox fue un candidato mediático que gastó mucho dinero en medios de comunicación; sin embargo, ese dinero también lo tenía Labastida, además de que estaba apoyado por toda la maquinaria de Estado y toda la maquinaria del PRI, que al mismo tiempo era gobierno. Con todo ese respaldo y difusión –recordemos cómo se trataba de sacar a Fox de debates públicos, cómo los medios de comunicación en los noticieros le daban más tiempo al PRI que a los otros partidos políticos–, no ganó Labastida.

Pero, además, hay otro hecho reciente que se dio en España, con Aznar. El gobierno del presidente Aznar tenía muy controlados a los medios de comunicación españoles y su candidato (Mariano) Rajoy, del Partido Popular, perdió. Quiere decir, entonces, que la sociedad comienza a tener grandes dudas acerca de lo que están diciendo los medios; de ahí su desgaste y la falta de credibilidad que comienzan a sufrir y de ahí también el riesgo de dejar de ser el famoso Cuarto Poder.

En medio del desgaste de los medios, ¿los llamados alternativos, libres o independientes que han privilegiado discursos de mayor credibilidad, pueden aspirar a dejar de ser solitarias atalayas en la guerra de información?
Creo que, indudablemente, esto está contribuyendo, aunque de manera muy lenta, a saber quién es quién. El problema que tienen aquellos medios creíbles, que tienen una conducción ética, es que no son precisamente los más poderosos en términos financieros y que esta batalla de cualquier modo la siguen ganando, de manera injusta, aquellos consorcios que responden a grupos empresariales muy importantes. Sin embargo, esto permite un decantamiento, es decir, la ciudadanía comienza a discriminar la información manipulada. Pero es un proceso muy lento, no creo siquiera que se pueda dar a mediano plazo, sino a un muy largo plazo. Con las reformas electorales y de otro tipo que se puedan dar –y que se van a tener que dar–, los medios van a tener que regresar al lugar que deben tener en la sociedad, ni más ni menos.

Al respecto, se habla con frecuencia de que hay que elevar el nivel intelectual de los medios, de la educación, ¿pero una oferta de medios mejor preparados respondería a la realidad de un país cuyo 50 por ciento de habitantes no vota?
Esta sociedad la tenemos por responsabilidad de nuestros gobiernos, que realmente no han logrado construir y aplicar políticas o cruzadas de educación para elevar el nivel educativo, cívico, de la gente.

Ahora añádase que, junto con gobiernos que no cumplen con sus responsabilidades, tenemos medios de comunicación que tampoco lo están haciendo. Entonces, la gran pregunta es ¿quién demonios está educando a la sociedad, quiénes son los que están preocupados y haciendo algo para elevar el nivel de la gente? Ese es el gran vacío que tenemos. ¿Por qué fracasan las ferias del libro? Podemos comentar que en el Festival de la Palabra, en el Distrito Federal, participaron las editoriales más importantes y se llevó a cabo en un centro de convenciones muy importante donde caben quizá 500 000 personas, ¿y quién fue a comprar libros? Las editoriales están desesperadas porque no va nadie, y a los pocos que van tampoco les interesa comprar libros o no pueden hacerlo. Esto es un círculo vicioso donde lo que es claro es que las autoridades no están haciendo lo necesario ni lo suficiente para tener un mejor pueblo, una mejor sociedad.

Regresando a la presencia de los políticos en los medios a través del escándalo, ¿esto no convierte a los medios y a la primera plana de la prensa en una especie de patio de vecindad donde se exhiben unos a otros?
Pues sí, pero la pregunta sería: ¿qué de saludable tiene esto? Claro que por ahí dice alguien, lo dijo el presidente Fox, “qué bueno, esto está supurando, está saliendo la pus”, y sí, sale la pus, pero te vuelves a infectar. Entonces, ¿quién está metiendo los controles para evitar que esa corrupción que presenciamos en las pantallas y en las páginas de los diarios no se vuelva a dar?, ¿quién está haciendo algo para evitar que este gobierno llegue al 2006 enjuiciado por malos manejos de los funcionarios que lo integran?, ¿quién?

A final de cuentas, creo que los medios de comunicación tampoco están dando alternativas, no exhiben todo esto y, al mismo tiempo, presionan al gobierno para que modifique la conducta de sus funcionarios y de los políticos. Tampoco los medios están haciendo algo para presionar al Congreso para que vote a favor de leyes o de políticas que eviten la corrupción y la cultura de la corrupción política nacional que tenemos.

Imaginemos que alguien llega a su casa y empieza a insultar a su familia porque considera que cada uno de los integrantes ha actuado mal, pero, como jefe de familia, tendría que poner, al mismo tiempo, una serie de reglas para evitar que eso se repita. Aquí nadie está haciendo eso. Entonces, la gran pregunta es: ¿y todos estos escándalos de qué sirven? No se trata de decir “no, no hablen, hay que callarlo, censurarlo”, como en otros tiempos, no; sino: “muy bien, exhíbelo, dilo, pero no hagas de eso un espectáculo”.

¿Esto tiene que ver con que se está votando más por el marketing político que privilegia la imagen? ¿No refuerza esto la idea de que todo se trata de mero espectáculo?
Pongamos por ejemplo los programas de televisión donde puedes votar para decir si te gusta o no lo que ofrecen. Primero, qué tipo de telespectador tienes, qué le gusta. Ya sabemos lo que le gusta, le gustan las barbaridades, porque nadie ha educado a ese telespectador. Ahora, aliméntalo con el deterioro de valores que tenemos como sociedad, ¿por qué podría votar alguien como el Mochaorejas, que es también un telespectador? Un tipo como él diría a los productores: “me gustaría un programa donde se mostraran crímenes crudos”, ¿Y le vas a dar gusto porque eso genera un alto rating? Eso es lo que ha pasado con los famosos talk shows o el Big Brother, que me parece un canto al retraso mental y la mediocridad. ¿Eso es una representación de la democracia porque la gente va y vota? Esa es una distorsión de un valor tan importante como la democracia.

Si la gente está pidiendo la barbarie, el caos, el desenfreno, la estupidez, ¿no la democracia, que es la voz del pueblo, obliga a satisfacer estas demandas?
No es así, porque sería llevar las cosas a extremos. Ni la democracia ni la libertad de expresión pueden ser, en un caso, decir lo que te dé la gana, aunque sea una mentira. Y en el caso de la democracia, lo mismo: no se trata de abrir el voto a lo que sea y como sea. Todo esto tiene que formar parte de un contexto, de un programa muy completo de gobernabilidad, educación, civilidad… sí dar el voto, pero saber cuándo y a qué hora y por qué se debe darlo, y al mismo tiempo en-tregárselo a una población educada, responsable; esto es un mundo integral, donde no podemos concebir las cosas como si fueran partes independientes y autónomas.