Octubre-Diciembre 2004, Nueva época No. 82-84 Xalapa • Veracruz • México
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Ballet Folklórico de la UV:
30 años de trabajo y aciertos

Jorge Vázquez Pacheco

Durante más de 30 años, el Ballet Folklórico de la
Universidad Veracruzana ha cosechado numerosos éxitos, pero el camino no ha sido fácil, ya que la agrupación y su fundador, Miguel Vélez Arceo, han tenido que sortear varios obstáculos para alcanzar el sitio que ahora ocupan en los ámbitos nacional e internacional.

El año 2004 fue de intensa actividad y, desde luego, de enormes satisfacciones para el Ballet Folklórico de la Universidad Veracruzana. Puede hablarse de un balance positivo y de una serie de éxitos concretados gracias a un desempeño que no admite improvisaciones ni cálculos a la ligera.

Parte de lo anterior es la gira que la agrupación, encabezada por Miguel Vélez Arceo, realizó del 11 de mayo al 10 de agosto por Francia y Bélgica, en un derrotero artístico que consolida el sitial de privilegio que ocupa el Ballet Folklórico de la UV entre las compañías similares de todo el mundo.

A lo largo del itinerario se registró un total de 14 festivales, seis desfiles, cuatro eventos especiales y un total, sumadas todas las actividades, de 104 funciones en ciudades como Bruselas, Lille, Meaux, Waterloo, Vignobles, Harnes, Hierges, Calais, Reims, Sullery, Schöten, Martigues. Además, la serie de programas presentados estuvo integrada por variadas coreografías: “Danzas de concheros”, “Huasteca veracruzana”, “Fiesta de las cruces en Alvarado” y “Jalisco”, entre otras.

Cabe mencionar que la participación de la agrupación universitaria se dio alternando con compañías de danza procedentes de China, Serbia, Isla de Pascua, Colombia, Polonia, Bielorrusia, Ucrania y Bolivia, lo cual habla de la internacionalización que desde hace ya varios años conquistó el Ballet.

En la siguiente conversación, Miguel Vélez Arceo, quien es calificado como el generador en Xalapa del arte coreográfico inspirado en las raíces indígenas y mestizas, narra lo sucedido en Europa durante aquellos tres meses y rememora los antecedentes de la que ahora es una de las compañías de danza típica más significativas en México.

¿Cómo se dan los inicios en la carrera de Miguel Vélez Arceo?
En la década de los cuarenta comencé a involucrarme con el movimiento dancístico del país. Estudié en la Academia de la Danza desde 1949 y egresé de la misma en 1958. Fue una carrera larga, difícil, sin aparente porvenir, pues allí no se contemplaba un futuro halagüeño por donde se le mirase. Pero yo no vivía de la danza, tenía mi carrera de profesor de primaria, que era con lo que me sostenía. Lo demás era una afición, algo que comenzó como una simple curiosidad y que terminó por motivarme a tomar las cosas con la seriedad que exigen.

¿Cuándo se dio su participación profesional?
Cuando se integró el Ballet Folklórico de Bellas Artes, que dirigía Marcelo Torreblanca. Aquel grupo resultó muy purista, no tuvo una prolongada existencia. Sin embargo, en el momento en que me integré a ese ballet, apareció el Instituto Mexicano del Seguro Social como una potencia cultural, ya que abrió teatros y dio un fuerte impulso al arte dramático y a la danza. Entonces se me dio la oportunidad de ser director coreográfico siendo muy joven, en 1962, y logré la creación de un espectáculo folklórico de buen nivel, no con la calidad del de Amalia Hernández pero sí con mucha dignidad. Eso me dio la pauta para organizar mis actividades subsiguientes.

Vamos ahora hacia Xalapa. ¿Qué le hizo fijar su atención en este lugar?
No fue iniciativa propia. Esto fue producto de la enorme amistad que cultivé con el maestro Ángel Hermida Ruiz. Fuimos compañeros de trabajo en la escuela primaria Artículo 123 de Minatitlán y más adelante nos reencontramos en la ciudad de México, cuando Hermida Ruiz se desempeñaba para Pemex. Al asumir la gubernatura de Veracruz Fernando López Arias, en 1962, Hermida Ruiz se hizo cargo del departamento de Educación Popular y me invitó a crear el departamento de Educación Estética. La prioridad artística se centraba en la Orquesta Sinfónica de Xalapa, la Escuela de Bellas Artes no contaba con un considerable movimiento y la danza era un renglón prácticamente ignorado. Esa es la razón por la que llegué a Xalapa. Y llegué a picar piedra, porque nada había de lo que yo sabía hacer ni infraestructura que me motivase a generar algo, y la intención inicial de Hermida Ruiz era generar un conjunto folklórico representativo de Veracruz. No se pensaba en un ballet.

¿Cómo fue posible crecer de esa forma, sobre todo si consideramos que partió de cero absoluto?
Inicié con algunos maestros de primaria, mujeres en su mayoría, pero no se pudo lograr algo. Después, en 1964, inicié en la Escuela Normal con mis clases de danza, luego de una convocatoria que reunió a quienes pasarían a integrarse al denominado Conjunto Folklórico de la Normal Veracruzana.

La Escuela Normal era el soporte de la actividad artística en Xalapa y lo lógico era esperar que la danza se mantuviese allí como un eje de creatividad. ¿Por qué no se dio eso?
Desgraciadamente, y como es común en este país, los programas desaparecen con las personas. Aquella época fue de un cobro de conciencia en torno a la importancia de la actividad artística: se practicaba el teatro de aficionados, la danza contemporánea con Esther Juárez, la danza folklórica bajo mi responsabilidad, los coros con Mateo Oliva... y se generó un movimiento muy significativo pero que adolecía de un verdadero objetivo específico. Esa falta de especialidad era evidente en las veladas de la Normal, donde se reunía todo un emporio de artistas natos, que allí planeaban y trataban de encauzarse, pero allí mismo terminaba toda aquella ilusión. Nuestra responsabilidad era contribuir a la generación de grupos sólidos. Comenzó, entonces, a destacar la actividad folklórica en el estado. De esas fechas data la serie de premios que nos otorgó el Instituto Nacional de Bellas Artes, en una época en que la danza típica no contaba con cobijo alguno y era incluso menospreciada.

¿Cómo contribuyó Amalia Hernández al despegue de la danza folklórica?
Las directrices de una política de cultura mal entendida dictaban que lo importante en la danza eran sólo los renglones clásico y contemporáneo. Lo demás no tenía sentido. En esto cabe el reconocimiento a Amalia Hernández, quien en medio de ese conflicto pudo crear la primera compañía profesional, el Ballet Folklórico, con la que se lanzó a conquistar el mundo con todos los pronósticos en contra y con los más pesimistas augurios. Ella, con los premios que obtuvo en Europa, abrió las puertas de la danza mexicana en nuestro propio país y, con ello, el apoyo de las instituciones. Recordemos que fue representante oficial del gobierno mexicano en el Festival de las Naciones de París, en 1961, y antes en los Juegos Panamericanos de Chicago, en 1959. Veracruz, con el impulso de Fernando López Arias, fue una de esas agradables consecuencias.

¿Qué ocurrió después de que se retiró López Arias?
Cuando Fernando López Arias dejó el gobierno estatal se retiró todo recurso económico a la actividad artística. No había presupuesto para mantener u organizar grupos, y no nos quedó más que funcionar con base en la buena voluntad de los protagonistas y de algunos interesados. En medio de este doloroso paréntesis apareció Roberto Bravo Garzón. Este fue un momento clave, pues Bravo se abocó a organizar el área de las artes en el interior de la Universidad Veracruzana, creó los institutos, después las facultades... Puedo decir, con certeza, que con Roberto la UV se convirtió en la primera institución de estudios superiores en México que otorgó toda la importancia a la actividad artística y las acogió en un mismo entorno. No hubo discriminación; no hubo renglones por encima de otros.

Dentro del concepto universal que engloba el término “universidad”, Roberto nos hizo palpar que “arte es arte”, trátese del género que sea. Entonces se creó el primer grupo folklórico de la Universidad Veracruzana, es el grupo que nació en la Normal, con 10 años de experiencia y con una beca que nos permitió un funcionamiento decoroso y como toda una compañía. Para esto, ya habían surgido en la misma institución la Compañía de Danza Contemporánea y el grupo
Tlen Huicani.

¿Qué se hace necesario para contar con una visión como la de Roberto Bravo Garzón? ¿Qué hay de especial en ese hombre?
Se adelantó a su tiempo. Concibió una cultura globalizada en un encuadre que guarda dimensiones proporcionales a la Universidad Veracruzana y visualizó anticipadamente que el arte es una de las formas que consolidan la imagen de una institución. Pero no supongamos que todo aquello fue observado con buenos ojos. Bravo Garzón fue muy criticado por quienes no admitían que la UV incorporase artistas como parte de su plantilla laboral. Aún ahora, no falta quienes creen que educación y cultura son cosas radicalmente distintas.

En la integración ideada por Roberto, el profesionista tenía el compromiso de involucrarse con el arte y conocerlo de una mejor forma. La investigación, la ciencia, la tecnología, la enseñanza, el arte, la difusión del mismo tanto en el interior como en el exterior de la Universidad... todo eso es la esencia de la universalidad de una institución educativa de elevados alcances, de una universidad, pues. Ese fue uno de los aciertos más grandes de Bravo Garzón, y eso nunca se perderá de vista ni lo borrará la historia. Roberto es, para decirlo en pocas palabras, todo un pionero.

Como tampoco se pierde de vista el apoyo de quienes siguieron a Roberto Bravo en la Universidad Veracruzana.
Eso es cierto, y no tan sólo en la Universidad, también en el gobierno estatal, porque la UV fue autónoma a partir de 1996. Sin la debida continuidad, todo pudo desintegrarse. Recordemos que Acosta Lagunes llegó al gobierno estatal con una visión muy distinta a la de sus antecesores, Rafael Hernández Ochoa y Rafael Murillo Vidal. Hernández Ochoa no poseía una gran cultura, pero era extraordinariamente aficionado al arte popular y de él recibimos un fuerte impulso para proyectar el Ballet Folklórico de la UV fuera del estado de Veracruz. Siguen cambiando los nombres en el gobierno, pero la batalla es universitaria. De todos recibimos poco o mucho y, al final, aquí estamos.

Ha sido, pues, una largo camino en el que han encontrado duros obstáculos, pero también importantes apoyos. Al final los esfuerzos han sido recompensados, pues bien sabemos que el Ballet ha recibido numerosos reconocimientos tanto nacionales como internacionales.
Así es. Al crear nuestra compañía, pensamos en un ballet que tuviese la calidad que exige un grupo de primer orden, con la idea de ubicarnos en un lugar destacable en el epicentro del ambiente dancístico internacional, y hemos cosechado éxitos. De hecho, alguien mencionó que el Ballet Folklórico de la UV parece concebido para ganar concursos y primeros lugares. Por fortuna, el tiempo y las circunstancias nos han permitido alcanzar nuestros objetivos y, con ellos, muchas distinciones.

A propósito de distinciones, ¿cuál fue el primer significativo reconocimiento obtenido por usted y el Ballet de la UV?
El del Instituto Nacional de Bellas Artes, cuando organizó un festival en la Ciudad de México a fines de los años setenta. Y en realidad fue una serie de reconocimientos: me otorgaron el premio como el mejor coreógrafo y al Ballet lo premiaron por la mejor coreografía, la mejor interpretación y la mejor música viva.

Aquí debo decir que, desgraciadamente, en nuestro país éramos –y seguimos siendo– muy malinchistas. Lo que menos nos importaba era el arte generado por aquellos a quienes el vulgo ha denominado calzonudos, a nadie llamaba la atención la coreografía con huaraches y rebozos o huipiles; lo que estaba en boga era la danza contemporánea luego de la consolidación de la danza clásica a finales de la década de los cuarenta. Sin embargo, aquel fue uno de los primeros festivales en que el folclor comenzó a cobrar una verdadera importancia como espectáculo.

Eso sucede en México, ¿pero qué hay en el arte autóctono que tanto llama la atención en Europa?
Es como cualquier público de cualquier parte del mundo. Cuando los europeos llegan aquí, nosotros vamos a presenciar la exposición de un arte desconocido que las compañías extranjeras tratan de mostrar con la mayor elegancia posible. Nos sorprenden la precisión de su ritmo coreográfico, la belleza de sus mujeres, la sonoridad de su música. Eso es precisamente lo que hemos logrado con el Ballet Folklórico de la UV. Es por la entrega de cada uno de los integrantes, por la dedicación de cada uno de los maestros asistentes, como Alberto García, Horacio Cantero y Luis Casasco, por el trabajo de un gran número de personas que forman parte del equipo y sin las cuales no seríamos lo que somos: una agrupación con un enorme sentido de la disciplina escénica y la responsabilidad.

¿La idea es impactar mediante una imagen pulcra y disciplinada?
El Ballet Folklórico ha roto con aquella imagen del indio sucio e ignorante, del mexicano flojo que se la pasa durmiendo bajo la sombra de un cacto. Veamos el atuendo de los totonacas, sus ropajes son coloridos y elegantes, dignos de aparecer al lado de las más sofisticadas vestimentas. A todas partes donde vamos, los bailarines lucen con orgullo sus trajes jarochos, huastecos y totonacos, y despiertan la admiración de quienes los contemplan.

¿Fue audacia tratar de mostrar la belleza de los trajes típicos? Tal vez, pero eso va de la mano con las características naturales de un estado lleno de colorido y musicalidad. Esa riqueza en la indumentaria y en la música es la clave para el éxito. No somos ni los directores ni los bailarines, es el pueblo que nos ha dotado de estos elementos y de su patrimonio. Son los indígenas y mestizos el punto de partida, quienes aportan la fuente de inspiración para crear los espectáculos folklóricos, y la difusión de eso se ha convertido en nuestro modo de vida y trabajo. Muchos pretendidamente cultos viven de explotar ese acervo pero, por desgracia, les incomoda reconocerlo.

¿Y la colección de trajes?
Es tan variada y abundante la vestimenta típica veracruzana que actualmente poseo una colección de más de 50 trajes femeninos y más de 30 masculinos. A eso yo le llamo mi segunda piel y siempre que tengo la oportunidad de exponerla, lo hago con mucho gusto.

¿Cuáles son las ramificaciones que han surgido de la escuela generada por usted?
Mencionemos inicialmente al Ballet Nimbe de Misantla, cuyo director se llama Martín Andrade Arcos y fue alumno mío. Tenemos también al Ballet de la Universidad Pedagógica Veracruzana, que dirige René Ramírez; el semillero de la escuela “Adolfo Ruiz Cortines”, a cargo de Horacio Cantero; el grupo de Coatepec; el grupo de la sec encabezado por Gustavo Tapia... De momento, son los que recuerdo. Se trata de ballets con méritos propios, con sus propias coreografías y producciones, todos derivados de nuestro trabajo. Las ramificaciones se han dado también en diversos estados de la República Mexicana, porque cuando alguien en alguna parte necesita de recopilación o de información, recurre a Xalapa y a Miguel Vélez Arceo. Eso no deja de ser gratificante.

2004 inició para Vélez Arceo con el Premio a las Artes y Humanidades otorgado por el gobierno de Veracruz, después la participación en la Puerta de las Américas, donde el Ballet fue ubicado como una de las compañías más importantes en el ámbito continental. Vinieron posteriormente las giras a Panamá, Utah, Chicago, La Habana y la gira que ha motivado esta entrevista. La pregunta obligada es ¿de dónde surgieron los recursos, si la permanencia en Europa fue de tres meses?
Esto hubiese significado una erogación cuantiosa para la UV o para el gobierno del estado. Sin embargo, y por fortuna, los organizadores de los festivales nos pagaron los boletos de avión, el hospedaje y los alimentos. Esto último fue una experiencia novedosa, porque no nos atendieron en restaurantes sino en convivios amistosos y casi familiares organizados por los habitantes de las ciudades que visitamos.