Julio-Septiembre 2004, Nueva época No. 79-81 Xalapa • Veracruz • México
Publicación Trimestral


 

 Ventana Abierta

 Mar de Fondo

 Palabras y Hechos


 Tendiendo Redes

 ABCiencia

 Ser Académico

 Quemar las Naves

 Campus

 Perfiles

 Pie de tierra

 Créditos

 

 

 

En Jarocho, leyenda y sentimiento
para la abolición de las fronteras

Edgar Onofre Fernández y Gina Sotelo

El espectáculo fue ovacionado nuevamente por el
público veracruzano que se congregó en el World Trade Center,
de Boca del Río, y en el Teatro del Estado, de Xalapa.

Luego de exitosas presentaciones en El Tajín, Guanajuato, Acapulco y la Ciudad de México, el espectáculo Jarocho fue ovacionado nuevamente por el público vera-cruzano que se congregó el 28 y el 29 de agosto en el World Trade Center (WTC), de Boca del Río, y el 10, 11 y 12 de septiembre en el Teatro del Estado, de Xalapa.

Miles de personas dieron una jubilosa bienvenida al espectáculo. Los porteños con su entrega expresaron una abierta aceptación y con su júbilo demostraron que las expectativas habían sido superadas; los xalapeños
Jarocho retoma las raíces de la cultura veracruzana para dar a conocer el espíritu y la expresión de un pueblo.(Foto: Luis Fernando Fernández)
 

revivieron emociones y se volcaron nuevamente en aplausos. Así fue como recibieron en estas tierras a Jarocho, coproducción de la UV y del gobierno del Estado, que retoma las raíces de la cultura veracruzana para dar a conocer el espíritu y la expresión de un pueblo, a través de una puesta en escena de dos actos, que conjuga diversos ritmos y géneros: salsa, son, jazz, flamenco, zapateado, danzón, y danza africana, clásica y contemporánea.

En 16 actos plenos de historia, tradición, colores, baile y música veracruzana, interpretados bajo una estética contemporánea que ha despertado regocijo, Jarocho contagió a la audiencia de emoción y alegría. Sin duda, logró, como en otros escenarios, establecer una comunicación abierta con el público, presentando coreografías y piezas musicales creadas especialmente para grabarse en el gusto y en la memoria de quienes lo ven.

Completo como pocos y espectacular como sólo los mejores en el mundo, Jarocho ofreció espléndidas coreografías, impecables arreglos y una dinámica que llevó al público de la expectación a la emoción, de la melancolía a la alegría, de la nostalgia al gozo, en un viaje que evoca al ser jarocho en la actual posmodernidad.

De la producción destacaron la coreografía de funcionamiento casi perfecto, de enorme vistosidad en los atuendos y dinámica visual en los números ejecutados, así como la escenografía que muestra un ingenioso tejido de texturas que ha resultado ser una novedosa característica en los telones, manejados en un juego de movimientos verticales que permiten el claro lucimiento de músicos y bailarines.

Y como en cada presentación, el ambicioso proyecto fusionó el talento de 27 bailarines, cuatro solistas y 12 músicos que participaron en escena, todos ellos bajo la batuta del experimentado bailarín Richard O’Neal, el director artístico, quien pretende llevar la producción a Europa y a la Unión Americana.

Atmósferas, ritmos y cadencias que se unen
Con música que combina elementos del rock progresivo con instrumentos tradicionales del son jarocho, la pieza que abre el espectáculo arroja al escenario bailarines ceñidos en terciopelo negro y transparencias para ejecutar gallardas evoluciones, donde la cálida sonrisa de los danzantes se torna en un gesto altivo de profundo orgullo veracruzano.

Jarocho transforma el son de “La Bruja” en una fantasía sombría de luces y música, que convoca a antiquísimas leyendas veracruzanas alrededor del cortejo entre la hechicera y el varón embrujado, representados por solistas que mezclan la danza clásica y contemporánea, mientras una docena de bailarinas ilumina la penumbra con velas en las manos y se cruza en el mágico idilio.

El tradicional “Colás” se presenta en medio de un cálido tornasol de luces, telones traslúcidos y músicos en escena que esperan a bailarines ataviados con el más tradicional atuendo de jarocho y colman el escenario de chiflidos y bullicio veracruzano, de gritos de júbilo y fiesta. Enseguida, los músicos simulan un paseo por el malecón y la costa veracruzana en armonías de jazz, que por momentos se convierte vertiginosamente en golpes de alientos y percusiones y corre por en medio de un paseo de estrellas, palmera y mujer. Bajo el mote de “Jarjazz”, cualquier postal veracruzana toma un cariz de improvisación y complejas armonías.

El espectáculo gira inmediatamente hacia las profundas “Raíces” negras de la región y se convierte en una danza frenética de movimientos que recuerdan la santería, mezcla de son y selva. “Ritmo” es una representación a manera de camorra entre un solo de batería y un solo de zapateado, un diálogo vertiginoso entre tambores de piso, tarola y contratiempo y la habilidad que va subiendo de tono en tono y desemboca en un lamento de arpa y flauta que imita el encantamiento de “La Sirena”.

El “Fandango” es una fiesta de coqueteos y cortejos entre jarochas ceñidas en una versión relajada del vestido tradicional, previo al intermedio. Luego, los músicos ofrecen una revisita a la música tradicional mexicana, convirtiendo al “Son de la Negra” en jazz, “La Raspa” en bebop y el “Cielito Lindo” en algo cercano al ambient y el new age, bajo el título de “Guacamole”, antes de ceder el turno a un pasaje de los años treinta, de danzón y salones de baile, de vestidos escotados y sombreros de fieltro en el “Salón Veracruz”.

Inmediatamente, la parte española que todavía corre en la sangre veracruzana se adueña del escenario, entre guitarras, cantos flamencos y una caja de ritmos electrónicos, mientras la bailaora María Juncal lleva al extremo las técnicas del zapateado ibérico hasta un solo fenomenal que ha levantado ovaciones donde se ha presentado por su maestría y extrema sensualidad.

El “Torito” importa de Tlacotalpan y la cuenca del Papaloapan la alegría jarocha, y la “Noche Cubana” trae una mezcla afortunada de danza clásica y malecón, de caderas y academia de baile, en medio del son estilizado. Del malecón de La Habana al de Veracruz, la salsa y el zapateado, las guayaberas y los trajes de rumberos viajan de ida y vuelta.

“La Malagueña” recrea, con evoluciones de bailarina y cantante solista, una atmósfera de melancolía y cariño profundos hasta que la pieza «Jarocho» rompe el escenario de nuevo en son y rock zapateados, mezclando la tradición y el futuro del baile jarocho y entrecruzando atavíos veracruzanos.

Jarocho cierra su puesta en escena con el canto de Veracruz al mundo, “La Bamba”, que mezcla el sonido del arpa con los beats de la música electrónica para subir hasta convertirse en son estilizado y un poco de flamenco, al tiempo que la salsa pasa de repente al jazz y vuelve al son y regresa de nuevo a la jarana, mientras la noche que rodea al espectáculo se tiñe de colores veracruzanos.

Es así como el espectáculo, que refleja la energía vibrante y el orgullo de Veracruz, se transforma en una fiesta escénica de la que nadie queda al margen y en la que todos son invitados a compartir, con entusiasmo, la energía y el talento de todo el equipo que gozoso hace posible cada una de las funciones. Jarocho suena a leyenda y sentimiento. Es la abolición de la frontera.