Julio-Septiembre 2004, Nueva época No. 78-81 Xalapa • Veracruz • México
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José Luis Cuevas ha enriquecido
el patrimonio cultural de México

Ángeles González Gamio

Texto leído durante la ceremonia en que José Luis Cuevas recibió de la UV el doctorado Honoris Causa, en el vestíbulo de la USBI-Xalapa.
 

José Luis Cuevas nació y creció en los viejos barrios de la Ciudad de México. Vivió su niñez rodeado de la calidez de la familia extensiva –abuelos, tíos, nanas–, en los altos de la fábrica de lápices “El Águila”, propiedad del abuelo. Situada en los rumbos del Centro Histórico, eran vecinos de la mal afamada calle Cuauhtemotzin, corazón de la prostitución citadina. En los alrededores pululaban los desprotegidos de Dios, las mujeres mal llamadas de la “vida alegre”, vagos, malvivientes y sifilíticos, que en esas épocas se iban tornando en seres monstruosos como efecto de la enfermedad. El pequeño niño rubio, bello y sensible, percibía este mundo a través de sus grandes ojos verdes e iba tornándolos en forma fantásticas, en su precoz mente infantil, ya de artista. Sus familiares cuentan que a los dos años hizo su primer dibujo, sentado en el suelo junto a un espejo: sin duda su primer autorretrato.

A partir de ahí nunca dejó de pintar.

Sus tesoros más preciados eran los lápices, de los que tenía la fábrica y todos los papeles que caían en sus manos, así fuesen los de envolver. Él aprovechaba todo. Estos papeles se iban llenando de imágenes que lo impactaban, como la visión de los damnificados de un temblor, que aconteció cuando el artista era niño, a los que vio envueltos en sus petates, como gigantescos tacos mientras dormían en los albergues. Años después fueron tema de excelentes dibujos.

Fanático cineasta, el cine también lo nutrió de imágenes que se reflejan en su magna obra. El gusto por el séptimo arte se le desarrolló en los cines del centro, ubicados principalmente en la célebre avenida San Juan de Letrán, a los que asistía en compañía de su tío, al igual que al famoso Teatro Politeama. Cuando su familia se trasladó a vivir en la colonia Roma, el Balmori y el Roma fueron los cines que alimentaron su afición.

Todos estos recuerdos plasmados en deliciosas crónicas tituladas Cuevario se han publicado a lo largo de muchos años en distintos periódicos y afortunadamente, crónicas que han sido recogidas en libros, lo que nos permite conocer la vida de la Ciudad de México a partir de los años cuarenta: sus calles, gente, cines, arquitectura y maneras de pensar. El detalle con que describe situaciones, lugares y personas, convierten a José Luis Cuevas en uno de los grandes cronistas de la capital.

Es fascinante caminar con él, a través de sus relatos, por las calles del Centro Histórico; entrar a su estudio en Donceles e imaginarlo cubierto de sus dibujos precoces de los 15 años e impregnado de sus momentos amorosos con Mireya, su primera amante; visitar el llamado Seminario Axiológico, que en un despacho del mismo edificio organizaba su hermano Alberto, y constatar la influencia que tuvo su cercanía con ese grupo que lo llevó a estudiar filosofía con José Gaos y Ramón Xirau, de donde nació una entrañable amistad que aún perdura.

Es también deleitoso acompañarlo a merendar a los cafés de chinos en la calle de Dolores, a donde solía ir con su tío después del cine, sin olvidar los paseos por San Ángel, la corta época que vivió en ese lugar durante su infancia. Pocos han descrito mejor que él la personalidad de la gente que vivía en ese barrio. Ese es un aspecto que quisiera destacar: la notable percepción que tiene de la psicología de las personas. Yo siento conocer íntimamente a muchos personajes, tanto de nuestro país como extranjeros, por la descripción que hace José Luis de su personalidad, gestos, manera de pensar y atuendos, pues famosos o desconocidos nos los hace cercanos.

Cuando se habla de personas renombradas, es un absoluto deleite conocerlos de cerca: nos describe el ambiente que rodeaba el encuentro y a veces hasta el menú y los atuendos, incluso suele imitarlos con enorme gracia. Esta sola descripción de una época de la vida de la Ciudad, sus sitios y personajes, le merecería un homenaje a José Luis Cuevas, pero en primerísimo lugar está su gran obra artística, que ha llevado el nombre de México por el mundo y que aquí ha enriquecido nuestro patrimonio cultural y ha emocionado nuestras almas con la visión de seres y lugares que plasma con genialidad en pinturas, dibujos grabados y esculturas.

De ellos dice Ramón Xirau: “Extraordinaria facilidad de línea desde los primeros dibujos infantiles; extraordinaria fundación, sobre todo de una mirada, que es un mirada a partir del cuadro, a partir de los ojos interiores de las figuras transfiguradas en personas que nos ven. Ahora puede verse que Cuevas es un artista en estado constante de crecimiento. Como artista es de los que instauran y dan fundamento; y como el instaurar y dar fundamento son movimientos en el tiempo, Cuevas se desarrolla más y más, al fundar cada vez ‘de nuevo’”.

El reconocimiento de José Luis Cuevas como uno de los más grandes artistas contemporáneos de México y del mundo no fue fácil. Su rompimiento con la Escuela Mexicana de Pintura, enfrentándose a los tres grandes, le costó años de ostracismo, críticas feroces y ataques de toda índole, que tuvieron como resultado varios años de exilio en Europa y los Estados Unidos, donde tuvo desde un principio amplio reconocimiento.

Esta rebeldía se ha manifestado de diferentes formas: José Luis Cuevas es un hombre que ha roto con convencionalismos, que se ha enfrentado con arrojo en defensa de sus ideas, sin importarle el precio a pagar, que a veces ha sido muy alto. “Sin pelos en la lengua”, como se dice vulgarmente, expresa sin temor sus opiniones –aunque afecten a personajes importantes– cuando así se lo dicta su convicción íntima. Igualmente apasionado, es como amigo incondicional, abierto, leal y de una gran calidez. Es un privilegio contar con su amistad, además del placer que brinda con su inmenso sentido del humor, a veces poco comprendido. Su agudeza y fina ironía, en ocasiones son tomadas en serio y llevan a pensar a los que no poseen ese talento que es presumido o arrogante, sin entender la finura del humor que lo convierte en un ser especialmente gozoso.

Un aspecto que quiero destacar de José Luis es su enorme amor por el Centro Histórico de la Ciudad de México, amor que lo llevó a emprender una lucha de muchos años para encontrar un edificio antiguo y convencer a las autoridades de que lo restauraran, con el propósito de alojar la magnifica colección de artistas latinoamericanos y grabados de Picasso y Rembrandt, que generosamente donó al pueblo de México. Así se logró rescatar el antiguo convento de Santa Inés, construcción maravillosa del siglo XVIII.

Esta joya arquitectónica estaba convertida en bodegas de pedacería de trapos y su soberbio patio estaba invadido por construcciones viles, pero finalmente lograron que se desalojara y restaurara para convertirse en el extraordinario Museo José Luis Cuevas, en cuyo majestuoso patio se yergue la monumental “Giganta”, obra maestra de la escultura.

Curiosamente, en la iglesia del viejo convento, se estableció siglos atrás la cofradía de los pintores; incluso, en ella están enterrados varios de los más importantes de la época virreinal. Seguramente todos ellos están felices de tener junto este centro de arte, ya que el museo, además de la colección permanente, de la Sala Erótica con dibujos de José Luis y de frecuentes exposiciones temporales, es foro para obras de teatro, conciertos, conferencias e infinidad de actividades más que lo han tornado en uno de los lugares con más vida cultural del centro histórico.
El doctorado Honoris Causa que le otorga hoy esta prestigiada universidad es una merecida distinción a su gloriosa trayectoria como artista, pero también a esas otras facetas que hemos mencionado y que han enriquecido la vida cultural de nuestro país.