Enero-Marzo 2004, Nueva época No. 73-75 Xalapa • Veracruz • México
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La violencia no es un acto instintivo,
sino una acción aprendida: Irma Torres

Irma Villa

La violencia no es un acto instintivo como la agresividad, sino una acción que se aprende. Una de las contradicciones que surge de este fenómeno es que las principales víctimas, o sea las mujeres, son las que generan los actos violentos, al educar a los hijos e inculcarles ciertas conductas según su género. Pero ¿cómo enfrentar este problema que forma parte de un círculo vicioso que pareciera no tener fin? Según la psicóloga Irma Torres Fermán, la reeducación pareciera ser clave para eliminar la agresión tanto física como psicológica de los núcleos familiar y social.
 

En México, con una sociedad donde el maltrato es una forma de educación y el silencio su principal protector, las cifras de violencia contra la mujer son innumerables y, paradójicamente, el número de víctimas que denuncia a sus agresores es escaso. Desafortunadamente, éste es un problema generacional que, de una u otra forma, las propias mujeres fomentan al educar a los hijos y al desarrollar en el seno familiar un trato diferencial de acuerdo con el género.

Según los patrones sociales, la mujer es la parte pasiva, es quien debe asumir el papel de subordinación, es la que provee los servicios y las atenciones en el núcleo familiar y en otros ámbitos; en cambio, al hombre le correspondió ejercer el mando y el poder. Por todo ello, vale decir que el sistema social es el que ha propiciado y solapado la violencia familiar, la agresión, las desigualdades.

Irma Torres Fermán, investigadora y docente de la Facultad de Psicología de la UV, habla sobre el origen de la violencia contra la mujer, pero también acerca de algunos factores que fortalecen y encubren a los actos violentos, como algunas creencias religiosas, las cuales provocan que las mujeres se vuelvan pasivas, temerosas, pero, sobretodo, reproductoras de la violencia.

Otro tema que desarrolla en las siguientes líneas es el de la reeducación, dado que esta labor es necesaria para erradicar o, al menos, disminuir considerablemente los índices de violencia en México y en cualquier país del mundo. La violencia –a diferencia de la agresividad– es un acto social aprendido, es –según algunos teóricos– un producto histórico-cultural que se transmite a través de los procesos educativos. De ahí la importancia de inculcar, por medio de la educación, valores como el respeto, la igualdad, la tolerancia, entre otros.

¿Por qué hombres y mujeres somos violentos? ¿Cuáles son los factores que generan la violencia?
Hay una diferencia entre lo que es la agresividad y lo que es la violencia. La violencia es un comportamiento por el que media, de alguna manera, el razonamiento; no es –según lo que ha estudiado la psicología– un acto instintivo, como lo sería la agresividad.
El comportamiento violento es una conducta, un acto en el que ya media el aprendizaje social; esto es, aprendemos de alguna manera a ser violentos y este aprendizaje social es, al menos por lo que dice una de las teorías, producto histórico-cultural. Por ejemplo, sabemos que desde épocas remotas el hombre ha ejercido el poder y la autoridad tanto en la familia como en otros ámbitos, y esto se ha ido pasando de generación en generación. En cambio, la mujer ha tenido un papel sumiso, de subordinación, de servidora, de alguien que provee servicios y atenciones en el núcleo familiar y en las diferentes organizaciones de la sociedad. Y en todo ello ha habido dosis de violencia y sometimiento que se transmite a través de los procesos educativos.

Las mujeres, encargadas de cuidar y educar a los hijos, ¿han propiciado tanto las diferencias de género como la violencia misma?

Sí, hay un trato preferencial desde la perspectiva de género; incluso, hay películas que lo muestran, entre ellas Como agua para chocolate, donde la hija más pequeña tenía que cuidar a la madre, porque ese era el rol que le tocaba desempeñar.
En la época posterior a la Conquista, en las zonas rurales, los padres heredaban a los varones, no a las hijas porque éstas se iban a casar; entonces, quienes debían darles bienes eran los futuros maridos. Esta práctica, que todavía podemos ver en el campo mexicano, es violencia, violencia emocional o afectiva.
Hay muchas manifestaciones de violencia contra la mujer, pero el problema más grave es que ésta, desde su papel como educadora, las ha originado. Lo contradictorio es que nosotras nos quejamos de ser las receptoras de los actos violentos, pero al mismo tiempo somos quienes educamos a los hijos y les inculcamos patrones de conducta de acuerdo con su sexo. Son las madres las que exigen: “atiende a tu hermano, sírvele la cena, tiende su cama, etcétera, porque tú eres mujer”.
En siglos pasados, a las mujeres se les decía que no podían estudiar por ser precisamente mujeres. De hecho, para poder asistir a la universidad, Sor Juana Inés de la Cruz estaba dispuesta a vestirse de hombre, porque no se la admitía en las universidades. Aquí tenemos un tipo de violencia institucional –aunque en ese momento no se concebía como tal– que promovía el rechazo y la exclusión.

¿Cuál es la definición más exacta de la violencia?
La violencia es definida por la Organización Mundial de la Salud como todo acto de omisión, que consiste en no proporcionar un derecho, un privilegio o un servicio, o de comisión sobre una persona, que puede ser una agresión de tipo físico, emocional, psicológico, etcétera. También la negligencia es un tipo de violencia, y un ejemplo de ello es el que se tenga abandonada a una persona sin apoyo alguno.
Hoy tenemos un tipo de violencia muy común que se está dando en el ámbito laboral: el acoso. Diariamente se denuncian casos relacionados con este problema, lo cual evidencia que antes las mujeres callaban y ahora ya no lo hacen, a pesar de que no es fácil probarlo. El problema es que la violencia emocional que golpea a la mujer en estos casos no se mide ni se cuantifica ni se toma en cuenta; incluso, el acoso no está tipificado como delito en nuestro país, tal como ocurre en otros países.
No hay que pasar por alto el hecho de que las mujeres también agreden a otras mujeres: un ejemplo muy común, según mujeres de escasos recursos, es el maltrato que reciben por parte del personal femenino de clínicas o centros de salud.

¿El hecho de que las mujeres agredan a otras mujeres alienta a los hombres a justificar sus actos violentos en contra de aquéllas?
No, eso sería una situación extrema de visualizar el problema desde una perspectiva unilateral. Creo que la violencia contra la mujer, efectivamente, la ejerce en mayor proporción el hombre, pero, repito, hay mujeres que atacan a las propias mujeres, y el caso lo podemos encontrar en el interior de una familia, donde las madres arremeten contra las hijas y repiten patrones de conducta heredados, dándole una vuelta al ciclo de la violencia.

¿En qué consiste el ciclo de la violencia?
Algunas estudiosas de este fenómeno hablan de que existe un ciclo de la violencia que es interminable. Aseguran que primero hay un encuentro –al que denominan la luna de miel– en el cual, en la pareja o en la familia, hay una relación maravillosa, armónica. De pronto, se acumulan tensiones, pequeños conflictos, y esto da origen a una serie de actos violentos. Después, se da una supresión: la mujer se vuelve más sumisa, callada, entra en una especie de reflujo. Posteriormente, regresa la “normalidad” y se repite la luna de miel, pero más tarde las tensiones se acumulan y, con ello, los actos violentos y la actitud sumisa vuelven a tomar su lugar, y así sucesivamente.
El problema es que el ciclo no se rompe porque la mujer no se atreve a hacerlo, no denuncia, al contrario, lo repite con sus descendientes. Esto es, tras un ambiente de armonía, la madre arremete contra los hijos y las hijas para dar paso a la tensión y a la violencia, y así se reproduce el ciclo.
Esto es grave, porque además hay implicaciones religiosas, culturales, cuestiones como: “debes obedecer a tu esposo”, “es tu marido, no puedes replicar”, “es el padre de tus hijos”. Inclusive, en algunas religiones sacan a relucir pasajes de la Biblia como para delinear normas de comportamiento. De esta manera las mujeres, los jóvenes y los niños, principalmente, son manipulados para aceptar la violencia y el maltrato con
resignación.

¿Debemos aceptar que la cuna de la violencia es la familia?
Ciertamente, todo se aprende. No debemos pensar en que los modelos son externos, en que sólo la televisión o los medios de comunicación la promueven. En la familia se presentan modelos de sumisión, de violencia no sólo física sino también emocional; por ejemplo, en China, todavía hace algunos años, se privilegiaba el nacimiento de los niños y se rechazaba el de las niñas, por lo que muchos padres las mataban al nacer, debido a que en ese país sólo se debe tener un hijo por familia. Hay otras cosas igualmente terribles en otros pueblos, como la mutilación a la mujer para que no tenga goce ni placer sexual, porque –según las reglas de sus culturas– no son dignas de ello, pues sólo fueron creadas para satisfacer al hombre.
Podría seguir enumerando muchas crueldades contra la mujer que no se dieron precisamente en culturas con características de barbarie, sino en culturas donde se cultivaban las artes y la literatura, como la griega, y en sociedades contemporáneas, donde la mujer sigue siendo objeto de violencia, de instrumento que ayuda a los hombres a bajar su adrenalina o sus frustraciones. Un ejemplo es el caso de las muertas de Juárez que, según la hipótesis de los criminalistas, resulta ser una especie de ritual realizado por narcotraficantes con el fin de que su negocio sea exitoso y próspero.
Ante hipótesis como ésta y ante una sociedad que no procura la protección a la mujer, uno se pregunta: ¿hasta qué punto ha ido perdiendo valor la mujer dentro de la sociedad? ¿Cuál es la verdad de los discursos oficiales en los que se dice que la mujer es el centro o el núcleo de la familia y, por serlo, es el núcleo de la sociedad?

Se dice que la mujer poco a poco está ganando terreno en esta sociedad falocéntrica. ¿Qué opina sobre esto?
Sigue habiendo desventaja en el nivel de poder, ya que éste lo siguen detentando los hombres. Esta estructura jerarquizada se planea en el seno familiar y, posteriormente, se formula también en el ámbito laboral. Es muy raro encontrar mujeres en puestos de mandos altos, y las que sí logran alcanzarlos en realidad son utilizadas por los varones como estandartes para decir: “efectivamente aquí está la mujer, tiene un lugar privilegiado, es importante porque está en la toma de decisiones”. En realidad son figuras decorativas, porque detrás de ellas están ellos tomando las decisiones.
Claro, existen excepciones, en el mundo hay mujeres que han destacado en la política y que han tenido posiciones muy importantes. No obstante, sí hay mucho manejo político o de mercadotecnia de la figura de la mujer, con el que los hombres pueden obtener votos, simpatía, popularidad, pues sólo hay que recordar que las mujeres representan más del 50 por ciento de los votos.

¿Qué se puede hacer ante el hecho de que hay mujeres que permiten ser utilizadas como carnada para que los hombres alcancen sus propósitos?
Creo que la defensa de la posición de la mujer es valiosa, es muy importante. Ellas tienen que promover una imagen de grupo, tienen que ser más solidarias con los miembros de su mismo género, pero, sobretodo, deben cultivar y desarrollar muchas habilidades para destacar en los ámbitos político, laboral y social. Hay muchas que han tratado de hacerlo, pero se han enfrentado con situaciones difíciles que las han llevado a renunciar a estos caminos. Otras se han visto obligadas a tomar rumbos distintos para hacer escuchar sus voces, pues si desde una trinchera no se puede, hay que buscar otras opciones. Y no se trata de un enfrentamiento entre hombres y mujeres, porque nosotras somos gestoras de los futuros ciudadanos, somos las madres de niñas y niños que pueblan el mundo, por lo que deberíamos dignificar el papel de la mujer, buscar equidad, conseguir que nuestros derechos sean reconocidos no sólo en el lenguaje político sino en la vida cotidiana.
Algo que también debe promoverse para darle a la mujer el lugar que le corresponde en la sociedad es la formación de valores como el respeto, la igualdad, la tolerancia ante la diversidad y ante la diferencia de opiniones, de creencias, de gustos… porque si éstos no se fomentan en el seno del hogar, en otros ámbitos, como la escuela o el trabajo, las mujeres no serán respetadas y sí excluidas o maltratadas física o psicológicamente.
La formación de valores es, pues, fundamental para contrarrestar la violencia. La educación no es la panacea, pero sí es la explicación y, al serlo, es también el remedio.

¿En la relación de pareja es posible detectar indicios de lo que será un matrimonio conflictivo o una familia en la que se generarán actos violentos?
Puede ser que sí, que en la relación de noviazgo detectes indicadores pero no es seguro, porque hay gente que finge muy bien. Hay casos en los que aparentemente no hay problemas, pero en cuanto empiezan la vida juntos, las fricciones también empiezan a surgir debido a innumerables razones, como las diferencias culturales. Creo que la violencia en la familia o en la pareja no está nada más relacionada con el nivel socioeconómico –como muchas veces se trata de plantear–, hay personas de un nivel educativo elevado o de una buena posición económica que realizan actos violentos, no precisamente físicos sino emocionales, en contra de su pareja: no se hablan durante mucho tiempo, se chantajean o utilizan a los hijos para agredirse, lo cual provoca conflictos severos en estos últimos.
Ahora bien, cuando un miembro de la pareja se muestra violento durante la etapa del noviazgo hay que tener mucho cuidado porque esto no es corregible. Por ejemplo, hay mujeres que piensan que es seguro que su novio alcohólico va a dejar de serlo en el momento en el que se casen. ¡No, nada de eso cambia! Cuando una mujer acepta esto, sabe a lo que va, no hay pierde, pero al mismo tiempo se deja llevar por la ilusión que no le deja ver la realidad. Por todo ello, es indispensable que las personas tengan mucho cuidado en la elección de la pareja, y esto nos lleva de regreso a los valores.

Es muy común encontrar casos de mujeres maltratadas que no denuncian a sus agresores. ¿Por qué sucede esto a pesar del dolor y los daños físicos y psicológicos provocados?
Hay mucho miedo, y el miedo detiene, limita, inmoviliza. Cuando una persona tiene un temor extremo se paraliza, es decir, no sabe cómo responder y, por tanto, no encuentra las habilidades para defenderse, al tiempo que se siente en una situación sin salida.
Muchas dicen que no lo hacen por su situación económica, aunque hay otras que argumentan esto a pesar de que ellas sostienen a la familia. En este último caso no se trata de un problema económico, sino de un problema social que lleva a las personas a entrar en el círculo de violencia del que hablé anteriormente, el cual empieza con momentos de mucho amor, continúa con tensiones, prosigue con golpes o cualquier otro tipo de violencia y después aparecen el miedo, el sufrimiento, el dolor, la pasividad, la sumisión…

¿Se da una relación de dependencia, de sadomasoquismo?
Sí, recuerdo mucho a un maestro de psicología que nos platicaba, entre broma y serio, de una señora que llegó a decirle: “Estoy triste, porque mi esposo ya no me quiere. Creo que tiene otra mujer”. El maestro, sorprendido, le preguntó por qué pensaba eso, y ella le contestó: “porque tiene tres meses que
no me pega”.
La explicación de esta situación está en que después de ser golpeada, la mujer y su pareja tenían relaciones sexuales y había una reconciliación, es decir, el castigo y la gratificación se daban casi simultáneos. Entonces, creo que por eso se mantiene ese tipo de relaciones en las que hay “palo y dulce”.

¿Con este tipo de relación se rebate la hipótesis de que la violencia no sólo se puede explicar en términos culturales o religiosos?
Sí, definitivamente, hay factores patológicos que nada tienen que ver con las líneas de la religión, por ejemplo.

¿Otra razón por la cual la mujer no denuncia a sus agresores pudiera ser el hecho de que vivimos en un Estado de derecho donde no se siente protegida?
Sí, hay mucha desconfianza. Muchas señoras cuentan que van ante las autoridades correspondientes, una y otra vez, y lo único que hacen éstas es llamar al hombre, registrar la queja y después no pasa nada, porque se privilegia el hecho de preservar a la familia por sobre todas las cosas, a pesar de que a veces es mejor ya no mantenerlas unidas por el grado de violencia que en
ellas existe.
Ante tal escenario, las víctimas se decepcionan, se desarman, pues no encuentran una salida, no hay una instancia que sancione severamente al agresor de la familia (la madre y los hijos, en la mayoría de los casos). Y ya no hablo de sancionar, esto no es lo importante, sino de reeducar al varón, porque ¿quién nos ha dicho que las sanciones educan y hacen que la gente actúe de otra manera? Realmente lo que hace falta es una reeducación.

Y en ese proceso de reeducación, ¿qué pautas deberán seguirse?
Se requiere manejar programas preventivos y correctivos. Así como las parejas reciben pláticas prematrimoniales religiosas o se someten a exámenes prenupciales, deberían recibir también una capacitación de lo que es la vida en familia, porque este aspecto fundamental no está cubierto. Los psicólogos no han podido incidir y las instituciones no han dado al factor educativo de las futuras familias la importancia que merece. Considero que estos programas deberían manejarse como un sistema de atención a la salud integral de las familias.

Y las universidades, ¿qué función tienen que desempeñar en dicho proceso?
Podrían presentar propuestas de apoyo a las familias en las comunidades, diseñadas por psicólogos y equipos de salud dedicados a promover la salud familiar. De hecho, la UV ha puesto en marcha programas de apoyo en los que participan académicos y estudiantes en servicio social de carreras como Psicología, Medicina, Nutrición, Arquitectura, entre otras.