Enero-Marzo 2004, Nueva época No. 73-75 Xalapa • Veracruz • México
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Espectáculo con calidad de exportación
A tres cuartos de siglo, la OSX
crece en experiencia y relevancia

Jorge Vázquez Pacheco

Durante el primer semestre del año, diferentes directores y
solistas compartieron el escenario con esta agrupación,
cuyo primer concierto lo ofreció el 21 de agosto de 1929.

Este es el año de la Orquesta Sinfónica de Xalapa (OSX), ya que celebra su septuagésimo quinto aniversario de existencia ininterrumpida, lo cual le concede una tradición que pocas organizaciones de su género en América poseen.

Con sus 75 años a cuestas, la osx resulta más antigua que las orquestas Filarmónica de Londres, Sinfónica de la BBC, Filarmónica de la Radio y Televisión Españolas o la Orquesta de París.

Sus integrantes son ejemplo de pundonor y pasión por el arte sonoro, quienes han podido sortear profundas crisis y hasta intentos por hacerla desaparecer. Sólo la firme convicción de que el arte es un nutriente vital tan importante como las necesidades básicas logró que este esfuerzo trascendiese hasta nuestros días,
Alexander Korsantia.
 

cobijado por una uv atenta a este tipo de manifestaciones.

Es 2004 el año del 75 aniversario, y el festejo inició en enero con una serie de conciertos que seguramente pasarán a la historia como los más ambiciosos planeados por el máximo organismo musical en Veracruz.

Para empezar, obra de Gustav Mahler
A finales de enero, en la sala grande del Teatro del Estado y en el Teatro Francisco Javier Clavijero de Veracruz, dieron inicio las jornadas conmemorativas con la monumental Tercera sinfonía de Gustav Mahler (1860-1911), uno de los autores más impactantes en el siglo XX. La dirección fue responsabilidad de Carlos Miguel Prieto, con la participación de la excelente mezzosoprano estadounidense Marieta Simpson; la sección femenina del Coro de la UV y el coro infantil de la Pequeña Cantoría.

Considerada como una de las obras más personales y representativas del espíritu creativo de Mahler, la Tercera sinfonía fue compuesta durante el verano de 1895. Su estructura es por demás contrastante, ya que entre sus movimientos recorre enormes distancias emotivas y extremos sentimentales, se abordan tantos puntos de tensión y tan diversos clímax que semejante discurso musical sólo podría exponerse mediante una obra cuya duración superara los cien minutos.

Esta obra ha sido descrita como un enorme fresco sinfónico pleno en colores que se complementan o se contraponen, según el estado de ánimo del compositor. Como el gigantesco y fascinante mosaico sonoro que es, no guarda una evidente unidad debido a la enorme cantidad de ideas expuestas, lo que motiva a que con frecuencia se le
Marieta Simpson.

acuse de inconsistente y hasta de contener temas banales. La Tercera sinfonía fue terminada en 1896; pero Mahler la revisó tres años después y dirigió su primera ejecución, ya completa, el 9 de junio de 1902.

Alexander Korsantia y James Snapp, solistas
En la audición ofrecida en el Auditorio del snte, se interpretó el Primer concierto para piano, trompeta y orquesta del soviético Dmitri Shostakovich y la Segunda sinfonía de Serguei Rajmaninov. Los solistas fueron el georgiano Alexander Korsantia en el teclado y el estadounidense James Snapp en la trompeta, con la dirección de Carlos Miguel Prieto.

El Primer concierto para piano, trompeta y orquesta de Dmitri Shostakovich (1906-1975) se ubica en 1933, período en que la Unión de Compositores Soviéticos había dado a conocer la serie de principios que habría de regir la creatividad de los músicos soviéticos. En ella se nos presenta un Shostakovich mordaz y juguetón, con una formación instrumental a la que añadió un importante solo de trompeta, de modo que el trompetista es como un segundo solista. Este cáustico sentido del humor de ninguna manera resta seriedad y formalismo. El segundo movimiento contiene pasajes realmente inspirados y es posible observar su cercanía con Poulenc y Hindemith, así como una indudable alusión a la música norteamericana, que el compositor supo trabajar como una burla a los burócratas que intentaron hacerle la vida imposible.
Rubén Flores.
Serguei Rajmaninov (1873-1943) escribió música cargada de una atmósfera de añoranza; es creatividad que siempre voltea hacia el pasado. La obra de este compositor está fuertemente emparentada con la de otro genial ruso, Piotr Chaikovski. La Segunda sinfonía mantiene todas las características propias de la obra de su autor y fue terminada en enero de 1907. Se escuchó por vez primera en San Petersburgo, en agosto de 1908. Aún los analistas se sorprenden de su vena intensa y potente, así como de aquel ámbito de misterio tan propio del músico. Buenas razones había para ello, ya que se trata de la obra con que afianzó su seguridad en el quehacer artístico, luego del lamentable fracaso de su Primera sinfonía. Después de esta segunda obra, su producción se dio por un derrotero más firme y seguro.
Beethoven, Brahms y Chaikovski
El hecho de no contar con una sede propia y permanente, comprometió a la OSX a inopinados cambios de escenario. Tuvo que actuar en la sala chica del Teatro del Estado; escenario reducido, lo que no mermó el entusiasmo de sus seguidores. El maestro invitado fue Juan Carlos Lomónaco, joven del Distrito Federal, que actualmente se desempeña como titular de la Orquesta Sinfónica Carlos Chávez.

El programa incluyó la obertura Las criaturas de Prometeo de Beethoven, el Segundo concierto para piano y orquesta de Brahms y la Sexta sinfonía de Chaikovski. El solista al piano fue el maestro estadounidense Norman Krieger.


La obertura Las criaturas de Prometeo forma parte de una serie de piezas escritas por Ludwig van Beethoven
Jerzy Swoboda.

(1770-1827) en 1800, cuando el coreógrafo Salvatore Vigano le encargó la música para un ballet con el mismo nombre, el cual se estrenó en 1801 en el teatro de la Corte Imperial de Viena y tuvo gran éxito, al grado que hubo necesidad de representarlo en varias ocasiones.

Pero la producción de Vigano se ha olvidado por completo y la música que Beethoven compuso para este espectáculo no se ubica precisamente entre lo más célebre de su autoría. De hecho, haber sido escrita en una época en que su estilo primario acusaba una fuerte influencia del clasicismo de Haydn parece haberle restado méritos. Pero este asunto es engañoso, ya que de los fragmentos que Beethoven escribió para Las criaturas de Prometeo se derivaron varios temas que fueron utilizados en la sinfonía Heroica.

El Segundo concierto para piano y orquesta de Johannes Brahms (1833-1897) fue compuesto en un lapso relativamente prolongado, entre 1878 y 1881, durante los veranos que Brahms pasaba en la zona austriaca de Portschach. Pese a sus dimensiones y características (Joaquín Gutiérrez Heras y Jorge Velazco le han denominado “concierto mamut”), Brahms acostumbraba referirse al mismo en términos sumamente modestos. Una vez terminado, le llamaba: “un pequeño concierto con un breve scherzo”, según una misiva que envío a su amiga Elisabeth von Herzogenberg. En él encontramos una formidable fuerza emotiva, profundidad conceptual y sonrientes gestos. Pese a ello, en su estreno en Budapest, en noviembre de 1881, registró una recepción muy fría.

Por su parte, la creación de la Sexta sinfonía, conocida como Patética, se ubica hacia la parte final de la existencia de Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) y en uno de los periodos más amargos de su periplo creador. En diciembre de 1890 el compositor recibió un duro golpe que le afectó el resto de sus días, cuando la viuda Nadiezhda von Meck, su mecenas durante un período de más de 12 años, le retiró el subsidio argumentando una inexistente quiebra y se negó a responder a las misivas de Chaikovski.

La Sexta, la más grandiosa y personal de sus obras, fue recibida fríamente por el público la noche de su estreno, el 28 de octubre. Nueve días después, Chaikovski estaba muerto. Semejante extraña circunstancia, combinada con la atmósfera an-gustiante y pesimista que se respira a lo largo de toda la obra, así como el hecho de que el músico ingiriera agua contaminada por el virus del cólera, le han valido el mote de La sinfonía del suicidio. El Adagio lamentoso del final es un fragmento de emocionada desolación, de una amargura sin estridencia que nos da la idea del acatamiento de un acre destino. No hay aquí el más mínimo detalle de rebeldía; es la más absoluta claudicación. Este final se da en medio de una música que se disuelve entre las sombras de una mortal desesperanza.

La OSX inundó de música otros escenarios
Durante la tercera semana de febrero se cumplió con uno de los objetivos: atender a las poblaciones cercanas lo que condujo a la OSX a Perote, Naolinco, la sala chica del Teatro del Estado y a la iglesia de Guadalupe en Coatepec. El director huésped fue el xalapeño Rubén Flores, con los solistas Martha Elizabeth Paredes en el violín y Juan Manuel Solís al clarinete.

El programa se integró con el Concierto para violín y orquesta en sol mayor de Haydn, el Concierto para clarinete y orquesta y la Cuadragésima sinfonía de Mozart.
Se supone que Franz Joseph Haydn (1732-1809) escribió por lo menos cuatro conciertos para violín entre 1761 y 1771, todos dedicados a Luigi Tomasini, quien se desempeñaba al lado del propio Haydn como kontzertmeister en el castillo de Esterházy. Es de creerse que pudo haber escrito algunos más, pero el músico no era precisamente un hombre ordenado y esto se hace evidente ya que no existe un catálogo de sus obras.

El Concierto para clarinete y orquesta ocupa un sitio sumamente especial en el catálogo de la obra de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791). Es la última partitura puramente instrumental que escribió y fue terminada en 1791, a unos cuantos meses de su muerte. Se sabe que había pensado escribir un concierto para corno di bassetto (un clarinete de timbre grave) pero por razones no del todo claras se decidió a escribir el concierto que nos ocupa.

Es una obra que se ajusta al estilo maduro propio del compositor hacia finales de su existencia. Contiene la huella de una mano maestra firme y sorprendente, la cual estructuró una de las pocas obras musicales que pueden ser calificadas sin reserva como perfectas. Su desarrollo se da en medio de una serena naturalidad y luminosa transparencia que borra por completo las dificultades técnicas que también le son propias. Al mismo tiempo, el manejo de sus temas se da de manera tan profunda y personal que con frecuencia suena abstracto y misteriosamente distante.

Dos fueron las formas musicales que funcionaron admirablemente para que Mozart mostrase sus formidables posibilidades como orquestador: los conciertos con solista y las sinfonías. Con Mozart, la orquesta se convirtió en un formidable vehículo expresivo en cuyo perfeccionamiento y desarrollo ejerció la más poderosa influencia de su tiempo.

En el lapso increíblemente corto de tres semanas, durante el verano de 1788, Mozart escribió sus últimas tres sinfonías: la 39 en mi bemol mayor, la 40 en sol menor y la 41 en do mayor. La Cuadragésima fue escrita en una tonalidad menor, algo que el autor no hacía desde 1773, cuando asignó la misma tonalidad de sol menor a su Vigésima quinta sinfonía, de modo que la Cuarenta abre un compás de oscura melancolía en medio de la luminosidad optimista de la 39 y la 41.

Los nacionalistas mexicanos y un invitado
Una de las tendencias dominantes en la dirección artística de Carlos Miguel Prieto es el nacionalismo mexicano. De hecho, todo en él nos muestra a un director que ha hecho su especialidad la obra de los compositores mexicanos de la primera mitad del siglo XX. Es precisamente la época en que la música sinfónica se nutrió de elementos populares y característicos de nuestro pueblo.

El quinto programa de la Temporada 2004 incluyó la Sinfonía india de Chávez, un intervalo en el que se incrustó el Tercer concierto en do mayor opus 26 para piano y orquesta de Prokofiev, con la pianista de origen argentino Ingrid Fliter, y dos obras de Revueltas: Redes y Sensemayá.

La Sinfonía india fue escrita por Carlos Chávez (1899-1978) en la ciudad de Nueva York, durante el invierno de 1935-1936 para un concierto que sería transmitido por la radio. Se estrenó el 23 de enero de 1936 y poco después, durante este mismo año, la obra fue incluida en la programación de la Orquesta Sinfónica de Boston y en la de México.

Para su Sinfonía india (no nos confundamos; no es una sinfonía en varios movimientos sino, en realidad, un movimiento sinfónico único), Chávez empleó temas de los indios seris y yaquis de Sonora y huicholes de Nayarit. Tratados de una forma sumamente personal -con una nutrida formación de percusiones -, estos temas se incorporan admirablemente al discurso orquestal y por momentos nos dan la impresión de ser ideas surgidas espontáneamente.

El Tercer concierto para piano de Serguei Prokofiev (1891-1953) no surgió de un impulso creador espontáneo. Fue el producto de un trabajo lento y largamente madurado. Se sabe que desde 1911 Prokofiev ya tenía en mente algunas ideas que posteriormente empleó en esta obra; las variaciones del segundo movimiento fueron trabajadas entre 1916 y 1917 y fue terminado en 1920, durante una breve estancia en la región francesa de Bretaña. Se estrenó el 26 de diciembre de 1921 con el autor como solista y la Orquesta Sinfónica de Chicago dirigida por Frederick Stock.
El propio compositor lo presentó en Nueva York en 1925 con una aceptación regular y más tarde, en 1927, fue recibido en Moscú con verdaderas aclamaciones.

El poderío artístico de Silvestre Revueltas (1899-1940) ha sido comparado con la creatividad del Stravinski de La consagración de la primavera. Semejante parangón contiene una buena dosis de sentido común. Sin embargo, el personaje musical que mejor parece emparentar con Revueltas es el también ruso Modesto Musorgski (1839-1881). Ambos han sido ubicados como los máximos representantes del nacionalismo, ambos padecieron los demoledores efectos de la dipsomanía y murieron casi de la misma forma.

La música para la realización fílmica Redes de Fred Zinnemann fue entregada por Revueltas en 1934, luego que se reunió con el equipo de filmación en el puerto veracruzano de Alvarado. Esta música hubiera descansado el sueño de los justos de no ser por la intervención del director de orquesta Erich Kleiber, quien reunió los fragmentos para las diversas escenas y los conjuntos en la suite sinfónica que hoy conocemos.

El poema Sensemayá de Nicolás Guillén funcionó como elemento inspirador en el ánimo artístico de Revueltas. Este poema, poseedor de una rítmica poderosa, pertenece al poemario West Indies, Ltd., publicado en 1934 por Nicolás Guillén. La repetición de palabras y frases, a la manera de la música afroantillana, se encuentra palpitante en esta creación que nos remite directamente a los rituales de la santería caribeña y que inspiró a Revueltas para escribir su poema sinfónico Sensemayá.

De finlandeses, rusos y soviéticos
El sexto programa contuvo un interés especial: la presencia del director polaco Jerzy Swoboda y del vio-lonchelista mexicano Carlos Prieto. Este último, padre del titular de la OSX, se hizo presente para participar como solista en el Primer concierto para violonchelo y orquesta, del soviético Shostakovich. El programa inició con la obertura Karelia opus 10 de Sibelius y culminó con la interpretación de la Segunda sinfonía de Chaikovski.

La obertura Karelia y la suite que lleva el mismo nombre comparten un origen común. En 1893 la Corporación Estudiantil de Viipuri, de la Universidad Imperial de Alexander, realizó los arreglos necesarios para poner en marcha un programa educativo tendiente a reforzar la cultura finesa en la provincia de Viipuri, en Karelia occidental, zona muy cercana a la frontera con Rusia. La idea era generar una obra teatral con escenas propias de la vida en Karelia, con el apoyo de los mejores artistas de Finlandia. La música incidental para esta producción fue asignada a Jan Sibelius (1865-1957), quien retomó algunas ideas impresas en su obertura Karelia, dada a conocer un poco antes con el número de opus 10. En ella nos aporta su apreciación global en torno de la áspera belleza de la región, con una introducción que describe el emblemático castillo de Viipuri.

En 1959, al regresar de Estados Unidos en un segundo viaje efectuado para recibir su designación como miembro de la Academia de Ciencias, Dmitri Shostakovich trabajó en su Primer concierto para violonchelo y orquesta, que habría de ser dedicado al virtuoso Mstislav Rostropovich. Shostakovich describió el primer movimiento como “una marcha jocosa”, que supone una descripción extremadamente eufemística. Se trata, en realidad, de un fragmento cargado de ironía mordaz y humor sarcástico, acentuados por las cáusticas sonoridades de las maderas y los agresivos pasajes asignados al solista. Contiene además, en su movimiento final, una gro-tesca secuencia que recuerda la canción popular denominada Suliko, muy gustada por Stalin. Por lo demás, el segundo tiempo es un lírico mode-rato de carácter elegíaco y el tercero es una extensa cadenza que mantiene la continuidad en el carácter total de la obra.

El compositor ruso Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) escribió, en rigor, siete sinfonías; las seis que le conocemos y otra no incluida en el listado: la sinfonía Manfredo, opus 58, escrita en el año de 1885, precisamente entre las sinfonías Cuarta y Quinta.

La Segunda sinfonía fue escrita hacia el verano de 1872, cuando el compositor visitó a su hermana en Ucrania, en una población de la provincia de Kiev, y su estreno se dio en Moscú, en febrero de 1873, con la orquesta dirigida por Nikolai Rubinstein. El hecho de utilizar en la misma temas procedentes del acervo popular ucraniano, como la melodía Bajar por el padre Volga en el primer movimiento, o La grulla para el cuarto, despertó la admiración del exigente Grupo de los Cinco, los compositores que generaron el movimiento nacionalista ruso, quienes observaron en la Segunda sinfonía una buena manifestación de sus propios principios estéticos.
Este asunto es por demás paradójico, ya que finalmente Chaikovski nunca se alineó con los propósitos de ese grupo y actualmente se le considera como el más occidentalizado de los autores rusos de la segunda mitad del siglo XIX. La autocrítica citada hizo que Chaikovski revisara su sinfonía en el año de 1879, versión que se estrenó en 1881 en San Petersburgo.

James Paul, por primera vez en Xalapa
El viernes 12 de marzo marcó el debut en Xalapa del estadounidense James Paul. El programa presentado por Paul contó con la obertura Mar en calma y viaje próspero de Mendelssohn, Concierto para flauta y orquesta de Nielsen y las Variaciones enigma de Elgar. En este séptimo programa, la solista en el concierto de Nielsen fue la joven y talentosa Kori Wayta Bullón, cuyo nombre es una expresión en quechua que significa literalmente flor de oro.

En 1829 Félix Mendelssohn-Bartholdy (1865-1957) realizó su primer viaje a Inglaterra y las islas Británicas. De regreso a Alemania escribió su Quinta sinfonía, la obertura Las Hébridas, su Primer concierto para piano y orquesta y la obertura Mar en calma y viaje próspero en re mayor, opus 27. Esta obertura forma parte del repertorio menos difundido de Mendelssohn y se inspiró en un poema de Goethe, lo cual llama la atención desde el momento en que Beethoven también lo tomó para su opus 112. La obertura inicia con un tema lento que nos remite a la impresión que seguramente causó en el compositor la niebla marina.

Carl Nielsen (1865-1931) es el compositor danés más importante del siglo XX. Ejerció una gran influencia sobre las generaciones posteriores de compositores daneses y nórdicos, y sus sinfonías muestran un interesante tratamiento de los motivos y una gran intensidad rítmica.

En sus demás composiciones, Nielsen demostró hasta qué punto comprendía las posibilidades de cada instrumento, lo cual queda en evidencia en sus conciertos para violín y para flauta, escrito este último en 1926.

Desafortunadamente, el Concierto para flauta es uno de los menos socorridos por los solistas del instrumento. Generalmente se piensa en Nielsen como el admirable sinfonista que fue y esto parece restar méritos a los conciertos para violín y clarinete que también escribió. El Concierto para flauta fue escrito para los integrantes del Quinteto Danés de Alientos, para quienes ya había compuesto una partitura en 1922, y se estrenó en 1926.

La celebridad de Edward Elgar (1840-1893) se apoya en las cinco marchas denominadas Pompa y circunstancia, el estudio sinfónico Falstaff, su Concierto para violín opus 61 y su Concierto para violonchelo, así como el oratorio El sueño de Geroncio y las Variaciones enigma, partitura ésta estrenada en Londres el 19 de junio de 1899.

Contemplada inicialmente como una sucesión de pequeñas piezas sin esencia ni carácter definido, durante muchos años el atractivo de las Variaciones enigma residía en la tentación por resolver los enigmas que significaron los curiosos nombres y abreviaciones que distinguen a las 14 variaciones que siguen al tema del principio. Los resultados de los estudios del compositor y sus posibles motivaciones sólo fueron revelados hasta después de la muerte de Elgar.

Octavo programa, Octava de Shostakovich
Regresó Carlos Miguel Prieto al podio de la OSX con un programa de excepción y en la sala grande del Teatro del Estado. El Segundo concierto para violonchelo y orquesta de Haydn y la Octava sinfonía de Shostakovich conformaron el programa, en una sesión que reunió a uno de los tres grandes clasicistas y al más poderoso compositor surgido de los oscuros tiempos del estalinismo en la antigua Unión Soviética. El solista habría de ser el canadiense Demond Hoebig.

Pocas partituras en la historia de la música merecen el calificativo de radiante y placentera como este Concierto en re mayor para violonchelo y orquesta. Los tres movimientos que le componen son el más pulido ejemplo de música pura, y el oyente se ve atraído por los temas inspiradísimos, tan claros como espontáneos, que surgen de la orquesta y del solista. En ningún momento aparece el rigor o la pastosa severidad de los conciertos propios del estilo centroeuropeo de fines del siglo XVII. En este Concierto sólo hay motivos tan breves como límpidos, brillantes frases al estilo galante y el más optimista humor, la sonrisa más clara y abierta del estilo propio de quien ha sido denominado el padre de la sinfonía. Por todo esto, el Concierto en re mayor es uno de los preferidos de los violonchelistas de todo el mundo.

La Octava de Dmitri Shostakovich, escrita en 1943, inicia donde termina la Séptima; esto es, retoma el tema de la guerra y es observada por algunos como el equivalente musical al Guernica de Picasso. Hay en ella un profundo anhelo de paz y el reflejo de los terribles efectos generalizados de un conflicto bélico cuyo final nadie veía cercano pero que el pueblo deseaba fervorosamente.

Independientemente de todo, la Octava es la manifestación de la madurez artística del compositor, no sólo por su imponente estructura en cinco movimientos –los tres últimos se interpretan sin interrupción– y el sorprendente manejo de una instrumentación tan nutrida como en la Séptima, sino por la profunda expresividad impresa en la misma y que condujo al escritor y periodista ucraniano de origen judío Ilya Ehrenburg (1891-1967) a describirla como: “un coro de tragedia griega, una música que sin palabras es capaz de expresarlo todo”.

La obra se estrenó hacia finales de 1943 en Moscú, con la orquesta dirigida por Evgeny Mravinski, y los burócratas dieron su propia interpretación a la música. Durante el Primer Congreso General de Compositores Soviéticos los incondicionales Zhdanov y Krennikov, regidores stalinistas en el ámbito del arte y la cultura, se lanzaron sobre “los compositores de desviada orientación formalista y tendencias antipopulares”. Para ellos, la Octava sinfonía resultó entonces “tendenciosa y contrarrevolucionaria”. Shostakovich estaba nuevamente en la mira de sus represores.

El clasicismo en su más pura esencia
El noveno programa, con obras procedentes del período clasicista, cerró el primer trimestre del año con la Sexagésima sinfonía, conocida como El distraído, de Haydn; el Vigésimo séptimo concierto para piano y orquesta de Mozart y la sinfonía Los adioses de Haydn. La dirección fue, de nueva cuenta, de Carlos Miguel Prieto y el solista fue el norteamericano Howard Shelley.

Mozart escribió su concierto en si bemol mayor en 1791 –año de su muerte– y él mismo se encargó de estrenarlo como solista, el 4 de marzo en una audición dedicada al clarinetista Bähr. Esta portentosa obra continúa siendo motivo de análisis por parte de los musicólogos y estudiosos. Hay en ella un sentido de esencialidad de verdad pasmoso, en que Mozart se despoja de accesorios colaterales y recurre a una sorprendente concentración de ideas tanto estructurales como temáticas en la orquesta y el instrumento solista. A diferencia de la brillantez de los conciertos inmediatos anteriores, en el 27 nos encontramos con una obra de recogimiento espiritual, suavemente íntima y sin el menor detalle de espectacularidad, acentuado todo ello por frecuentes incursiones a las tonalidades menores.

La dulce belleza del movimiento central le ha valido el calificativo de religioso, mientras que la inocencia sosegada del último allegro nos proporciona la última imagen de un Mozart tan lúcido como transfigurado.

Resulta curioso observar que muchas sinfonías de Haydn cuenten con un subtítulo. De las 104 que escribió, por lo menos 35 cuentan con él. Algunos impuestos por el propio compositor y otros por sus contemporáneos. Llama la atención que otros más fueron asignados después de su muerte y algunos datan del siglo XX. Recordemos que algunas sinfonías fueron bautizadas con los nombres más curiosos, como El filósofo, El eco, Mercurio, La caza, Sorpresa, Militar, El reloj, La gallina, La reina, El puño, El fuego, La Roxelane y muchos más.

La número 45 es, al parecer, el único ejemplo de una sinfonía en tonalidad de fa sostenido menor durante el siglo XVIII. La anécdota en torno de esta sinfonía es de sobra conocida, aunque bien vale la pena citarla de nueva cuenta. Data del año 1772. Fue escrita con la intención de enviar un mensaje entre líneas al patrón de Haydn, el príncipe Nikolaus Esterházy. El compositor y los músicos de la orquesta de la corte habían permanecido en la residencia de verano del noble más tiempo del razonable, casi tres años, y necesitaban un merecido descanso. Solo quedarían el compositor y el concertino, quienes finalmente también habrían de salir del escenario. Esterházy captó el mensaje y los músicos obtuvieron los ansiados días de descanso. La número 60, El distraído, fue escrita en 1774 con fragmentos de música incidental.