Enero-Marzo 2004, Nueva época No. 73-75 Xalapa • Veracruz • México
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Sinfonía ilegal
Patricia P. Gainza1 y Álvaro Pérez García2

Introducción y objetivo
Nos encanta viajar. Cualquier viaje implica conocer, descubrir, estar alerta a lo que suceda a nuestro alrededor para crecer, para comunicarnos con otros, los otros que conforman y hacen este mundo. No importa si cruzamos un océano o pagamos un ticket de metro; si nos esforzamos, viajamos a otra cultura y otras concepciones de vida con el simple hecho de escuchar un ritmo diferente. El eterno viajero, el ciudadano del mundo es el que nos lleva y nos trae al querer comprender el viaje de otros.

Tomando el metro de Madrid como límite espacial3 nos preguntamos cuántos músicos que allí tocan son inmigrantes y, como tales, qué características generales tienen. Partiendo de la base de que el ser humano necesita saciar sus necesidades materiales y espirituales indagamos en qué medida esta actividad las cubre. Buscamos responder hasta dónde esta labor es un modus vivendi o una elección temporal para ganarse el pan y, como consecuencia, qué calidad de vida implica.

La ventaja de no pertenecer
Efraín es argentino, bandoneonísta e ingeniero, ¿o deberíamos decir: bandoneonísta, argentino e ingeniero? Está “encariñado” con Madrid y enamorado de Isabel. Efraín prácticamente forma parte del inventario del metro, donde toca desde hace más de tres años. Mientras caminas formando parte de esa ola enajenada de transeúntes que hacen su trasbordo en Sol, algo te saca, de repente, de la inercia, del sin sentido y sin sentir, cambias tu ritmo y rumbo detrás de los compases y doblando esquinas y siguiendo pasillos llegas a la olla de oro. El corazón rioplatense se emociona no de oír el bandoneón, sino por cómo suena ese bandoneón.

Efraín lo abraza, si es posible abrazar tus propios dedos, y toca y toca y toca, desde lo más profundo de su alma y con una técnica impecable, según los entendidos. Cada día desde la oficina, como llaman a su rincón del metro, Efraín forma parte de un tramo del viaje de muchos pasantes, algunos hacen un alto en su travesía para disfrutar de los tangos, milongas, fostros o pasodobles de Efraín, o de sus bromas, comentarios y dulzura. ¡Ah! Porque esa es otra de las particularidades de nuestro bandoneonísta: la inacabable dulzura que, mezclada con su autosuficiencia rioplatense, logran una combinación fascinante.

En las noches también puedes oír a Efraín en algún concierto ocasional de alguna sala madrileña, o todos los jueves en su peña, ahora en el Bar Iruña (muy cerca de la Plaza Mayor). Aquí, nuestro bandoneonísta nos halaga con la misma intensidad de los acordes. Lo único que cambia es el decorado, ya no hay señalizaciones que nos indiquen hacia dónde está Moncloa. Efraín es el mismo, su sencillez y su altanería, su ternura y su entereza siguen siendo las mismas que en el pasillo del metro y la diversidad de los comensales los hace inclasificables. Se escucha, reiteradamente, a lo largo de la noche el “buenas noches, maestro”, que suena igual al pronunciado en las mañanas por los guardias del metro.

Efraín es un ser excepcional, como muchos de los músicos que nos hemos encontrado en esta odisea underground, pero además él es un afortunado: Efraín es un inmigrante que a los 63 años tuvo la audacia de dejar atrás su trayectoria de años de ingeniero en comunicaciones y profesor de matemática, y comenzar una nueva vida de la mano de su bandoneón, el único omnipresente desde sus 14 años. Todo esto porque sí, de alguna manera acompañando a un viejo amor, para más tarde encontrar a su verdadero amor, y por aquella ventaja de no pertenecer.

Sinfonía ilegal
Bajo tierra probablemente haya el mismo número de usuarias que de usuarios del metro; no es así en lo que respecta a los músicos que nos podemos encontrar en esa red, ya que sólo 3.9 por ciento está conformado por mujeres. La mayoría masculina es apabullante (igual que la forma de tocar), mayoría de la que 92 por ciento responde a la categoría móvil, es decir, se suben al metro guitarra al hombro y tocan de vagón en vagón. Para esto hay varias técnicas posibles: unos se paran en los pasillos claves a determinadas horas y se mueven a otros sitios a medida que avanza el día; otros escogen una línea (dentro de las más socorridas están la 1, la 2 y la 5), se suben al vagón, tocan dos o tres canciones (el tiempo justo para que no se baje la mayoría de los pasajeros), recolectan el dinero, descienden y esperan el próximo tren; y hay otros que en el mismo tenor se suben a los vagones, cantan dos canciones (exactamente calculadas para el tiempo que dura el recorrido de dos estaciones), recaudan el dinero y cuando el tren para en la segunda estación descienden y corriendo se cambian al vagón de adelante, donde se reinicia el ciclo. Los músicos que utilizan este tercer sistema (lo que no quiere decir que no haya otros) tienen como ventaja el hecho de que ganan más dinero, pero también incrementan su ya alta cuota de estrés. Deben atender el tiempo de duración de las canciones, la coordinación de las paradas, la música propiamente dicha y la posible llegada de los guardias. El 62 por ciento de los entrevistados toca individualmente. La inmensa mayoría, 70 por ciento de los músicos, tiene entre 21 y 40 años, y sólo el 15 por ciento de ellos son españoles, tres de cada cuatro son inmigrantes y casi uno de esos tres es ecuatoriano. El instrumento preferido por más del 40 por ciento es la guitarra y otra opción con el mismo peso porcentual es el instrumento folklórico. Aquí comienza el otro viaje que el metro tiene para los transeúntes, un tour por distintos instrumentos y ritmos musicales, que van del piano, el acordeón y el bandoneón al saxofón y la flauta, pasando por una lista interminable de instrumentos autóctonos4.

El 30 por ciento de los músicos encuestados hace menos de seis meses que se gana la vida haciendo música en el metro y si bien no son muchos los casos, para algunos esto se transforma en un verdadero modus vivendi que puede durar años, y cuando es así, pasan a trabajar bajo la modalidad fijo; es decir, dejan de tocar de vagón en vagón para quedarse solamente en un sitio lo que dure su jornada laboral diaria. De un total de 26 entrevistados, 16 trabajan de cinco a siete días a la semana, y uno de cada dos músicos labora más de cinco horas diarias. Hay un 42 por ciento que trabaja menos de cuatro horas, donde está comprendido el total de los argentinos encuestados. Los que más horas trabajan son los rumanos, pues 60 por ciento de ellos lo hace más de nueve horas diarias.

La mitad de los músicos gana en promedio menos de 20 euros diarios, considerando ocho horas de trabajo. Los que menos dinero perciben son los ecuatorianos, que conforman la cuarta parte de los trabajadores, y los inmigrantes de Europa del Este (rumanos y búlgaros), que representan la quinta parte del total. Los nacionales que mejor ganan son los argentinos, pues el total de ellos gana más de 21 euros diarios y, como vimos anteriormente, son los que menos horas trabajan.

Exactamente a la mitad de los entrevistados no le gusta tocar en el metro, a 30 por ciento sí le gusta y a ocho por ciento le es indiferente. Aquellos a quienes sí les gusta argumentan que es un espacio apropiado para conocer gente, que no sólo reditúa en vínculos personales y afectivos sino también en actividades laborales y/o profesionales. De este grupo, 25 por ciento además afirma que el metro es más rentable que cualquier otro lugar de la ciudad.

En lo que respecta a aquellos a quienes no les gusta, 62 por ciento opina que se debe a la persecución de los guardias. Viven músicos y vigilantes en un constante jugar al gato y al ratón, aunque a veces estos últimos se hacen de la vista gorda, a pesar de que tocar en el metro está prohibido.

Esta es una relación ambivalente: los músicos reconocen cierta permisividad por parte de los guardias para estar allí, pero también son ellos la mayor fuente de sus frustraciones. Hay algunos, como Mario (rumano), que consideran que el trabajo de los guardias es muy ingrato, pero que además son muy mal educados:

[…] los vigilantes molestan mucho: he hablado con ellos, les explico que soy un músico que toco por un dinerito, […], coopero con ellos, me salgo cuando vienen, […]tienen que tener más educación, no decir ‘hijo de puta’, ‘eres un cabrón’, no puedes usar eso para hablar con la gente, no es de hombres educados y Madrid es una capital […] Yo tengo vergüenza y salgo, pero ellos dicen: ‘eres un puto extranjero’. […] He visto a un guardia pegándole a un músico, creo que no hay ley que permita pegarle a un músico. […] Deben crear confianza, que no temas hablar con él. (sic) […] un músico no es mal educado ni viene de una sociedad más baja […]

Otras razones por las que no les gusta tocar en el metro tienen que ver con necesidades materiales no cubiertas. 46 por ciento respondió que la rentabilidad es muy baja. Los dos motivos restantes, que tienen que ver con la insatisfacción de las necesidades espirituales de este grupo, son que al cambiante público no le interesa las expresiones culturales que se dan a su alrededor, y que los músicos sienten que están perdiendo el tiempo, que no avanzan ni económica ni musicalmente.

También estudiamos las causas que impulsaron a estos individuos a emigrar a España y encontramos tres categorías: las económicas, las socio-culturales y las personales. Las primeras se refieren a la situación que se padece en los países de donde son oriundos y, con ello, a la visualización (individual o colectiva) de España como un país donde el progreso material es posible. Las socio-culturales se refieren a las alternativas que un sujeto pueda ver en una sociedad diferente movilizado por la novedad y/o la curiosidad. Las personales están restringidas a la historia de vida de cada sujeto. Algunos inmigrantes han tenido más de una razón para emigrar y se combinan dependiendo del caso.

Sobre las razones para emigrar a España, 68 por ciento argumentó como causa principal la económica. Notamos asimismo que, dependiendo de la nacionalidad, los motivos en general se homogenizan, dando así a cada comunidad nacional un porqué de su emigración.

Las expectativas de vida tienen que ver con lo que cada individuo pretende o sueña de sí mismo con relación al contexto y al trabajo, herramienta que posibilita o imposibilita que una persona pueda desarrollarse en el medio en el que está inserto. De la combinación de razones para emigrar y expectativas de vida, obtuvimos que 82 por ciento de los encuestados, con distintas razones como argumento, pretende trabajar y vivir en el país de origen, ya sea con un empleo cualquiera estable y formal, ya sea con un trabajo relacionado con la música y/o la profesión, ya sea trabajando la zafra en España. Los ciudadanos que argumentan este último tipo de vida representan nueve por ciento del total y, a su vez, representaría el deseo de la comunidad búlgara estudiada (Cuadro 1).

 
Es de resaltar 45 por ciento de las respuestas que ligan razones económicas y socioculturales con la expectativa de vida “vivir en el país de origen con un trabajo relacionado con la música y la profesión”; es decir, que tienen como horizonte ideal su cultura y su profesión u oficio. De esto y la observación anterior de que lo individual podría corresponderse con lo colectivo-nacional a lo que llamamos comunidades nacionales, resulta que:

a) 100 por ciento de los ecuatorianos ( 31 por ciento de la población total) desea trabajar y vivir en su país en dos variantes: 75 por ciento con un trabajo relacionado con la música y/o la profesión y el resto con cualquier trabajo formal y estable. Cabe señalar que 75 por ciento de esta comunidad posee un oficio o profesión.
b) 70 por ciento de los individuos de la Europa del Este tiene también como expectativa de vida desarrollarse –material y espiritualmente– en sus países de origen.
c) el total de los argentinos entrevistados quiere desarrollarse con un trabajo relacionado con la música (de la forma en que lo están haciendo) en España o en cualquier país, sin manifestar una necesidad por vivir en el suyo sino en aquel que le dé la posibilidad de desarrollarse individualmente.
A modo de conclusión diremos que 100 por ciento de los ecuatorianos y 70 por ciento de los ciudadanos de Europa del Este quieren vivir en sus países, y que ambos grupos representan 70 por ciento de la población inmigrante estudiada.

Del cruzamiento de las variables: “Músico por lugar de nacimiento” y “Razones por las que sí les gusta vivir en Madrid” obtuvimos que 56 por ciento de un total de 16 respuestas positivas pertenece a individuos de Europa del Este y que, a su vez, 78 por ciento de estos individuos considera que le gusta esta ciudad debido a que es casi posible cubrir sus necesidades materiales, o más bien, que esta ciudad ofrece a los músicos un progreso económico o su posible realización.

También analizamos la percepción de los inmigrantes respecto a cómo son tratados por los españoles, leemos claramente formas de trato positivas (el interés y el respeto) y negativas (la indiferencia y el rechazo). Nuevamente dos comunidades nacionales se hacen notar: 100 por ciento de los ecuatorianos responde que se le trata con indiferencia o rechazo y la totalidad de los argentinos responde que recibe interés o respeto por parte de los españoles. Asimismo, tres de cuatro rumanos consideran que el trato que reciben se basa en la indiferencia.

Enlazando diversas variables, arribamos a un punto contradictorio e incluso paradójico, tanto para los rumanos como para los búlgaros: cuando dan sus razones de porqué les gusta vivir en Madrid se refieren a la búsqueda de la prosperidad económica o a la prosperidad económica propiamente dicha. No obstante, son ellos los músicos que más horas trabajan y menos dinero ganan, lo cual provoca que 57 por ciento no le guste trabajar en el metro; sin embargo, para esta población inmigrante Madrid teóricamente sigue ofreciéndole la posibilidad de satisfacer sus necesidades materiales.

El pecado de un Ángel
Un ecuatoriano parte de su país con una maleta, ilusiones y dinero prestado en los bolsillos. Es un hombre de 25 años, de piel oscura, pelo negro y lacio y con un brillo en los ojos que se va apagando a medida que cuenta su periplo por Madrid. Llegó hace siete meses, pensó que con su oficio de matricero industrial tenía el camino hecho, que de inmediato se iba a ubicar laboralmente e iba a ganar lo suficiente para pagar la deuda del boleto de avión y comenzar a girar dinero a su familia.
Ángel tiene dos hijos y una esposa, con quienes vivía en Quito. Tenía una casa y su taller, en el que trabajaba para una empresa multinacional, lo que le permitía cierto bienestar e independencia. También cultivaba esa pasión que a veces le daba alegrías: “vas a tener que decidirte, es la música o la familia”, le dijo un día su esposa sin que llegara a mayores. Un día empezó a mirar hacia Europa como posibilidad. “A mí me decían que yo en España: con mi oficio, podía llegar a ganar 1 800 euros al mes”, cuenta Ángel con tristeza recordando tal vez su credulidad o su ceguera.

Cuando pisó tierra española creyó que ya había logrado parte de su objetivo y salió a la calle a ofrecer sus servicios. “Eres un fantasma si no tienes papeles”, repite más de una vez mientras se acuerda de las tres veces que estuvo empleado en esta ciudad: en una no le pagaron luego de haber trabajado un mes entero, de la segunda lo echaron acusándolo de haber roto una herramienta de trabajo, y en la tercera tuvo que desistir de perseguir a su deudor luego de llamarlo reiteradamente a sus teléfonos móviles inexistentes.

Luego de estas experiencias decidió recurrir al otro talento para comer: su guitarra. Y eligió meterse en el metro, entre tantas sombras humanas, a ganarse el pan, el dinero del alquiler de una habitación compartida con cuatro coterráneos en un apartamento en el que habitan 14 personas y la mensualidad del boleto de avión Quito-Metro La Latina. Y a soportar la rutina de tener que vivir huyendo: “estoy estresado, eso es lo peor de este trabajo, porque tengo que andar corriendo de los guardias”, dice, mientras agrega que labora 12 horas diarias por unos 20 euros. Sólo Dios sabe, y este incrédulo Ángel, cómo hace con ese dinero para costear la habitación, comer y pagar su deuda. Claro que estar hacinado le cuesta 100 euros mensuales y no gasta mucho más en comida. Vidas austeras, si las hay.

Lo del metro, además, le ha ido apagando la pasión por la música, ahora sólo toca para sobrevivir: “cuando llegue a mi país lo primero que haré es colgar la guitarra”. Ángel no ve la hora de irse de Madrid. Nadie sabe, ni él mismo, quién le dijo y cómo se dejó convencer de que en España su vida iba a dar un salto cualitativo. Esta fue la historia de un Ángel y su inocencia, quizás, o su discreta codicia, que ha sido su mayor pecado y del que sólo se redimirá cuando tome el camino de vuelta.

Hallazgos y valoraciones finales
A lo largo de esta investigación obtuvimos un abanico de nacionalidades desplegado en el espacio físico del metro. Encontramos latinoamericanos, españoles y europeos del Este, con una ausencia total de comunitarios. Esta muestra es representativa de los músicos que trabajan en el metro, pero no lo es de la población inmigrante que España está recibiendo, ya que por ejemplo, los marroquíes no están representados, a pesar de que constituyen el 10 por ciento de la población extranjera de la Comunidad de Madrid, según datos actuales de la Consejería de Servicios Sociales de dicha comunidad.

En el trabajo además hallamos una serie de justificaciones o explicaciones del porqué los individuos no estaban integrados laboral o culturalmente al país. Detectamos diversos eslabones de una cadena viciosa donde siempre hay una obstáculo a ser salvado, detrás del cual la integración sería, en sus fantasías, un hecho: para los europeos del Este, el no dominar el idioma; para algunos de los que dominan el idioma es regularizar sus papeles; para quienes tienen regularizados sus papeles es encontrar un trabajo, para quienes tienen trabajo es que éste cubra sus aspiraciones mínimas…

También cabe resaltar que los individuos que pertenecen a una misma comunidad nacional manifiestan características, intereses y proyecciones comunes, así como homogéneas relaciones con el contexto. Tenemos varias lecturas, la primera desde la percepción individual o grupal de estas comunidades: los ecuatorianos dicen recibir rechazo e indiferencia, persecución de los guardias, no encontrar espacios laborales adecuados a sus necesidades, y los que tienen una actividad laboral complementaria lo hacen en áreas muy duras como la limpieza o la construcción, cuando en su amplia mayoría son obreros calificados, tienen un oficio o profesión. En cambio, los argentinos, según ellos mismos, son tratados con total respeto e interés y pueden integrarse tanto laboral como culturalmente en un ámbito de mayor igualdad.

Si bien existen características culturales, históricas y raciales que podrían explicar estas dos formas tan distintas de sentir su paso por España –y podríamos suponer que la sociedad receptora tiene una forma institucionalizada de tratar a las diferentes comunidades nacionales–, también surge la incertidumbre de conocer hasta dónde existe una automarginación o una actitud frente a la sociedad receptora que los predisponga a ello. Por otro lado, en el caso ecuatoriano es revelador el hecho de que el 100 por ciento desearía vivir en su país, lo que indica que España es solamente una forma de paliar la mala situación económica que atraviesa su nación. En el mejor de los casos, para ellos esta estancia podría representar mejoras materiales e incluso llegar a cubrirlas, pero es muy baja la probabilidad, según sus testimonios, de que esta sociedad pueda saciar sus necesidades espirituales.
Otro descubrimiento es que los búlgaros plantean su propia solución: lo deseable para ellos sería poder vivir en su país y realizar estancias de trabajo en España de cuatro a seis meses, donde llegasen cada año a un trabajo específico y por un período finito.

Podemos concluir que el factor real para combatir estos flujos migratorios sería la creación de polos de desarrollo verdaderos en los países emisores de corrientes migratorias. Gran parte de los inmigrantes de nuestro universo no pretende la permanencia en este país, incluso si pudiese saciar sus necesidades materiales, porque las espirituales sólo las resuelve su cultura. Aunque, en este sentido, también podría ser posible que el hecho de vivir apartados de sus culturas nativas es lo que los haya llevado a redescubrirlas y revalorizarlas (Madrid, septiembre de 2003).

Notas
1. Licenciada en Sociología, Universidad Veracruzana, México.
2. Licenciado en Ciencias de la Comunicación, Universidad de la República, Montevideo, Uruguay.
3. Se excluyó la zona MetroSur y se realizaron 26 entrevistas con un cuestionario base de 24 preguntas, las cuales se aplicaron en 47 estaciones que resultaron de una muestra aleatoria simple del total de las estaciones del metro de Madrid. Esta muestra fue cubierta en 95 por ciento y tres de las entrevistas fueron realizadas a profundidad pues se volvió a dialogar con los entrevistados las veces que se consideró necesario. Para el recorrido de las estaciones de metro se dedicó un total de 45 horas.
4. La quena, prima hermana de la zampoña o caramillo, que desde antaño ha sido un instrumento fundamental en las fiestas andinas, nos deleita igual que la güira, la conga y el charango con ritmos latinoamericanos, que pasan por la samba y el bayón brasileros, el bambuco y la guabina colombianas, la rumba, el pasillo, la cueca chilena, etcétera, frutos todos estos de la penetración de la tradición musical negroafricana en el continente americano. También encontramos el caval, especie de flauta travesera que emite ritmos búlgaros.