Enero-Marzo 2004, Nueva época No. 73-75 Xalapa • Veracruz • México
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El conocimiento tiene en sí mismo
el riesgo de la ilusión y del error

Edgar Morin

Discurso pronunciado por el destacado pensador francés durante la ceremonia en que la Universidad Veracruzana le otorgó el Doctorado Honoris Causa, el 5 de noviembre de 2003.
 

Es visible la emoción que tengo de vivir una ceremonia que, más que una ceremonia, es para mí un momento de comunión, de calor humano, de sentido de amistad. Esta ceremonia me genera felicidad al tiempo que me honra. Es una ceremonia, además, que me integra a vuestra universidad. ¿Por qué? Porque vuestra universidad ha integrado el núcleo radiactivo de mi concepción a través de las actividades de la cátedra de la unesco dedicada al pensamiento complejo que dirige Raúl Mota y por la intención de crear un doctorado en ciencias humanas de la complejidad, a lo que hay que agregar la constitución del nodo veracruzano de un observatorio sobre la planetarización. Por todo ello, doy las gracias al rector Víctor Arredondo, así como por su apoyo para poder sesionar al lado suyo y de sus docentes, educadores que en pocas horas se volvieron amigos y amigas para toda la vida.

En las escuelas y las universidades se enseñan los conocimientos, pero no se enseña lo que significa conocer, no se enseñan los peligros que entraña la aventura del conocimiento humano. ¿Por qué? Porque el conocimiento tiene en sí mismo el riesgo de la ilusión y del error y, cuando consideramos el pasado, incluso el pasado más reciente, sentimos que ha caído bajo el dominio de los errores y las ilusiones. Hoy día hemos establecido de una manera más visible que los hombres siempre han elaborado falsas concepciones de sí mismos, de lo que hacen y de lo que deben hacer, del mundo en el que viven. Marx mismo, a pesar de sus elucidaciones, no escapó a los errores y a las ilusiones en nosotros. No es un problema del pasado; es un problema de hoy y del futuro. Por esto, el problema del conocimiento no debe quedarse reservado, encerrado por un especialista llamado epistemólogo; el conocimiento es un problema de cada persona.

El talón de Aquiles del conocimiento se encuentra en el hecho de conocer a partir de una percepción visual. Una percepción visual no es una fotografía, no es el espejo de una realidad exterior; es una traducción de diversos tipos de estimulación de luz y sombras que llegan hasta las células de los ojos. Este estímulo se transforma en un código y los mensajes llegan al cerebro con muchas transformaciones para hacer una representación, una percepción. En otras palabras, conocer es siempre traducir y reconstruir. En la traducción existe el peligro de equivocarse. Y en la comunicación, lo mismo la exterior que la interior, también existe el riesgo del error.

En la teoría de la información de Shannon se explica muy bien que la comunicación de los mensajes y de la información tiene siempre el peligro del ruido, de los rumores que destruyen el sentido de la información. Y nosotros sabemos que en la percepción hay una cosa semejante a ella, que es la alucinación. No hay ninguna indicación interior del cerebro para establecer la distinción entre alucinación y percepción. Es únicamente el contacto con los otros lo que nos permite decir: “Ah, no, esto no es verdad, es una alucinación”. No podemos escapar a la problemática del error. Pero esto sucede no sólo en el caso de las percepciones; también en el caso de las ideas, las teorías y los estudios sociológicos e históricos que, de igual forma, tampoco escapan a la interpretación.

Tomemos un acontecimiento muy bien conocido: los hechos fundamentales de la Revolución Francesa de 1789. Los hechos son conocidos, pero las épocas que siguieron a la Revolución hicieron nuevas interpretaciones en función de la experiencia histórica del momento en que se hizo dicha interpretación. Entonces, se dice, hay una interpretación después la Restauración de los reyes, muy crítica de la Revolución, y una interpretación con la República Francesa, la Tercera República, una interpretación centrada en la representatividad electoral y las asambleas, y una interpretación socialista de la revolución, y luego una interpretación lenninista y una interpretación trotskista, y una nueva interpretación con la obra del historiador francés François Furet. En otras palabras, nunca podemos escapar a este problema.

Podemos eliminar el problema, el error, rechazando la afectividad para encontrar una objetividad pura. Sí, existe la necesidad de buscar la objetividad, los rasgos objetivos, pero, ¿hasta qué punto? Porque ahora sabemos muy bien que el desarrollo de la razón y de la inteligencia es inseparable del de la afectividad a partir de la evolución de los mamíferos, que desarrollan la inteligencia y la afectividad. Ahora, con las investigaciones de Damaggio y de otros autores de la inteligencia emocional, sabemos que no se puede separar la razón de la emoción: el matemático, el más puro, tiene la pasión de las matemáticas, y es evidente que el amor y el odio pueden engañarnos, pero también pueden esclarecernos a nosotros mismos.

Hay como un bucle de lógica permanente de la razón a la afectividad y al sentimiento. Es por eso que para un conocimiento pertinente siempre se necesita el control de la razón sobre la pasión, pero también la presencia de la pasión dentro de la razón. Debemos reconocer, además, todas las fuentes de los errores que podemos encontrar en el conocimiento. Hay fuentes mentales. Está la importancia del imaginario. Están también muchos errores de percepción. Porque tenemos un modo semialucinatorio de leer: cuando leemos un libro no leemos todas las letras; leemos algún paquete de letras y hacemos la reconstrucción de todo. De este modo, vemos que esta presencia necesaria de una parte alucinatoria puede engañarnos. Está también el fenómeno que los ingleses llamaron la self deception, la mentira a uno mismo. Mentirse a sí mismo no es una cosa excepcional. Nosotros nos decimos mentiras cuando recordamos el pasado, cuando eliminamos los recuerdos que nos dan una mala imagen. Seleccionamos las cosas que nos dan ventajas. Se puede decir que la memoria misma se transforma, adorna, desfigura, pero hay testimonios sinceros y contradictorios y falsos recuerdos.

Hay también fuentes intelectuales de errores. Se puede decir que las teorías que se encierran en las doctrinas son sistemas que resisten a las informaciones y los argumentos contradictorios. Hay algunos sistemas ideológicos que tienen una especie de invulnerabilidad a los argumentos y a los hechos. Hay también la tendencia a reducir lo real a la idea que tenemos de lo real. Hay asimismo lo que estudio en mi libro sobre las ideas, la posesión sobre las ideas. Porque las ideas no son únicamente instrumentos para concebir el mundo en el que vivimos; las ideas, además, tienen un poder sobre nosotros, al igual que los dioses. En todas las religiones la divinidad está elaborada para la colectividad de mentes, una colectividad humana. Pero los dioses tienen un poder y una realidad enorme, terrible, que puede hacer que seamos capaces de morir y matar por un dios o una religión, una ideología.

Podemos obedecer, matar, morir, pero no podemos escapar a las ideas. Junto a las ideas está, a la vez, una necesidad como modo de conocimiento. Pero, al mismo tiempo, como digo, el principal obstáculo intelectual al conocimiento es la lucha crucial contra las ideas pero con ayuda de las ideas.

También hay fuentes culturales de errores. Yo lo indico en mi libro sobre las ideas; es lo que yo llamo la marca, la impronta cultural sobre las mentes y la normalización que elimina a los que no están de acuerdo. Esos hechos son muy fuertes en las sociedades cerradas, en las sociedades totalitarias, en las sociedades monolíticas. Pero también en nuestras sociedades más abiertas hay varias marcas, hay varias normalizaciones.

Podemos pensar que la ciencia es la principal manera de escapar a los errores. Efectivamente, como muy bien lo indicó Karl Popper, la ciencia no es un proceso para adquirir verdades con certidumbre absoluta; la ciencia es un proceso para eliminar errores. Una teoría científica no está reconocida como pertinente, ni contiene una verdad eterna, no, porque se puede cambiar y llegar otra teoría. Casi todas las teorías científicas del siglo XIX fueron eliminadas en el siglo XX.

Pero en esta aventura se eliminan cada vez más los errores. No recuerdo quién dice que hay más certidumbre en la religión que en la ciencia, en evidente alusión a los fieles, a los que creen en la religión. La ciencia es una escuela que no aprende que no hay una verdad absoluta que ella pueda ofrecer. El hecho fundamental, entonces, es la biodegradabilidad de las teorías científicas. El progreso de la ciencia necesita conflictos entre las teorías.

Tomemos un conflicto que fue muy importante para concebir la vida, la organización de la vida. El conflicto era entre los vitalistas y los reduccionistas. Los vitalistas decían que hay una sustancia particular, que es la sustancia de la vida, que no tiene los rasgos de las sustancias físico-químicas del mundo físico-químico; los reduccionistas decían que la vida está hecha únicamente de la materia físico-química. Al final, a la mitad del siglo XX, parecía que los reduccionistas alcanzaban el triunfo absoluto, pues se descubrió que la vida de los organismos pluricelulares está hecha de los elementos físico-químicos que únicamente podemos encontrar en el mundo material. Pero esta victoria del reduccionismo fue una falsa victoria. ¿Por qué? La cuestión importante, la verdad fundamental, era que la diferencia y la complejidad de la organización de la vida, que se puede llamar una auto-organización o, si prefiere, una auto-ecoorganización, radicaba en que necesita tomar energía, información del ambiente exterior. Entonces, el reduccionismo, que quiere explicar los fenómenos globales a partir únicamente de los elementos primitivos, conduce a la invisibilidad de las cualidades que aparecen con la organización de un conjunto.

Sabemos que a pesar de los éxitos maravillosos de la ciencia está también el problema de la compartimentación de las disciplinas. Esta compartimentación impide ver las interacciones y las relaciones entre los campos disciplinarios, impide ver los fenómenos y los sistemas globales. Pienso que al mismo tiempo que hay elementos de conocimientos nuevos, hay elementos de desconocimientos nuevos. Este es el sentido, la verdad de la palabra de Heidegger, quien dice que nunca como hoy tenemos tantos conocimientos como hombres y nunca se desconoció tanto lo que significa el humano, lo que significa el hombre. Porque el hombre está desintegrado en pedazos que se encuentran dispersos en todas las ciencias, no sólo en las humanas o sociales, sino también, por lo que hace a su parte animal, en la biología, la física, la química, que encuentra que la evolución humana es producto de una evolución cósmica.

Por esta razón existe el hecho humano de que nosotros, los hijos del cosmos, de la naturaleza, tenemos integrado el cosmos, la historia del cosmos. Pero, al mismo tiempo, estamos fuera de este cosmos, con la cultura, la conciencia, la mente. Tenemos esta doble naturaleza, esto que se debe concebir y que se vuelve imposible con la dispersión del saber. No se trata únicamente de hacer conexiones entre las disciplinas, es decir, de dar forma a un saber interdisciplinario. Porque la disciplina es como las Naciones Unidas: cada quien quiere conservar sus territorios, sus fronteras. Es muy difícil hacer una cosa común.

No basta hablar de transdisciplinariedad, porque ésta es posible únicamente si existe la capacidad de organizar juntos los saberes dispersos. Esta capacidad llegó ya a algunos campos científicos, como la ecología. La ecología es un tipo de ciencia de reagregación, de saber que hay, sí, comunicación porque se trata de un ecosistema. Además de un ecosistema, la biosfera es una organización espontánea a partir de las interacciones que se establecen entre unicelulares, vegetales, animales y, también, la atmósfera, el clima, la geología, la geografía. Asimismo, la biosfera se ve influida ahora por todo el desarrollo de las civilizaciones técnicas humanas, en términos de interacciones del fenómeno humano, el fenómeno biológico. La ecología es una ciencia que puede utilizar los hechos, los datos que vienen de múltiples, diferentes partes del saber para materializar la posibilidad de ver la relación entre los humanos, las sociedades humanas y la naturaleza.

Entonces, el problema del error en el conocimiento también forma parte de las actividades científicas. Es evidente que la racionalidad es una protección contra los errores, las ilusiones. Pero la racionalidad tiene en sí misma el peligro de la racionalización. Esta palabra, racionalización, significa que se hace un sistema que parece racional porque es muy coherente, muy lógico, pero que no corresponde a toda la realidad que pretende comprender o explicar. Hay como un delirio lógico de la racionalidad que es más difícil de ver que el delirio de la incoherencia total. El delirio lógico viene de conocimientos empíricos pasados o incontrolados. Por ejemplo, tomemos la astrología. La astrología no es una cosa racional. Es una cosa racionalizada en el sentido de que hay relaciones matemáticas, geométricas entre los planetas y el destino de una persona que nace en cierta hora y en un planeta entero. Esto es totalmente racional, pero un racional limitado porque no toma en cuenta los factores genéticos ni tantos otros factores. No es la irracionalidad de la astrología la que se ha equivocado; lo que pasa es que se trata de una racionalidad insuficiente, cerrada y mutilada.

No podemos concebir que la razón obedezca a la lógica; es la lógica la que debe obedecer a la razón. En aquellos casos en que los conocimientos científicos se adelantan, llega un punto en que se encuentran contradicciones. No es posible evitar las contradicciones. Es la realidad abierta, es un modo de reconocer las contradicciones y de superar el principio de ser excluido: una cosa puede ser ella misma y, al mismo tiempo, otra.

La racionalidad no es propiedad de la mente de los científicos. Popper afirma correctamente que los científicos tienen una enorme racionalidad porque las construcciones de los laboratorios los obligan a ser racionales en el laboratorio, pero transplantar la racionalidad del laboratorio a la realidad de la sociedad o de la política conduce a errores. Muchos de los físicos, de los premios Nobel, se equivocaron totalmente en materia de cuestiones políticas, sobre la naturaleza de la Unión Soviética, sobre otros tantos problemas y, también, sobre la necesidad de hacer las armas nucleares. La vida no obedece a las leyes de los laboratorios y, digamos, la racionalidad no es una cualidad de nosotros, hijos de una civilización occidentalizada que la ha monopolizado.

Hay racionalidad en todas las culturas, en todas las civilizaciones. En todas las culturas hay una mezcla de racionalidad, mito, errores, supersticiones, verdades, sabiduría, saber hacer y saberes. Pero nosotros tenemos también los mitos, entre ellos el mito de la razón –no olvidemos que Robespierre, en la Revolución Francesa, hizo un culto a la diosa de la razón–. Tenemos la tendencia a mitificar el progreso, a mitificar tantas cosas que creemos racionales. El conocimiento tiene la necesidad de reconocer todos estos peligros. La diferencia entre la teoría y doctrina radica en que la doctrina está cerrada, no quiere abandonarse, no quiere su propia biodegradabilidad, mientras que la teoría acepta la refutación de los argumentos y de los hechos. La virtud teórica es una cosa importante con esta apertura.
Está también la racionalidad crítica de las ilusiones, que tiene la virtud de la descentralización de tantas religiones. Pero más importante me parece que es la racionalidad autocrítica, que es una corriente minoritaria que en la historia de Europa empezó con Bartolomé de las Casas, Montaigne, Montesquieu, Voltaire. Esta conjunción es una aportación maravillosa de los franceses.

Hoy en día, la más reciente antropología, a partir de Lévi Strauss, considera a las civilizaciones de los pueblos, de las naciones pequeñas, arcaicas, no como atrasadas, infantiles, privadas de razón, sino con otro modo de vivir: no más una dominación de pensamiento occidental. Esto es un triunfo de la racionalidad, un reconocimiento de las limitaciones de nuestra racionalidad.

Todo esto para llegar a las cegueras. Las más invisibles e importantes son las cegueras paradigmáticas. Paradigma, ¿qué significa esta palabra? Hay varias definiciones de la misma. Yo tomo como definición de ella el sentido místico de la palabra paradigma, el sentido que dice que algunos principios son gobierno y conocimiento. Un paradigma son las relaciones lógicas, imperativas, que vienen de conceptos maestros del conocimiento. Por ejemplo, tomamos la cuestión de la relación entre el humano y la naturaleza. Hay un paradigma de disyunción que dice que para comprender al ser humano debemos rechazar todo lo que en él se encuentra de natural, de biológico, y concentrarnos únicamente en los elementos de conciencia, de cultura. Hay un paradigma de reducción que dice que nosotros podemos comprender al humano únicamente a partir de los genes, de lo biológico, de las sociedades animales, de todo esto. Aquí podemos ver que disyunción y reducción son los dos pecados primitivos de la ciencia occidental que hoy en día empieza a dividir su potencia.

El ser humano, se debe entender, tiene una relación de inseparabilidad, de interconexión permanente entre lo natural y lo propiamente cultural. Aquí podemos considerar, me parece, un gran paradigma de la civilización occidental que tiene su formulación en Descartes. No es Descartes quien lo impone; es el proceso civilizatorio. Pero Descartes hace su aseveración muy clara: dice que hay dos campos de conocimiento: un campo material y un campo espiritual, de la filosofía, de la metafísica, de la religión. Estos dos campos no se pueden comunicar. De este modo, están cortadas todas las posibilidades de hacer la conjunción. Por un lado, se desarrolló la ciencia, la técnica, y por el otro, la poesía, la filosofía. Pero se dice que existe la disyunción natural de dos culturas, que son necesarias una a la otra, porque a la cultura científica le falta no únicamente el carácter reflexivo que procede de la filosofía, sino además el sentido de la vida singular, subjetiva, que encontramos en las novelas de Dickens, Balzac, Dostoievsky y otros.

Es la disyunción entre las dos culturas y, también, es una problemática en la que, ahora, hay una crisis pues no hay una conexión entre los dos campos. Es también un problema que nos conduce a la problemática central de la reforma del conocimiento, es decir, la reforma del pensamiento, que necesita, a su vez, la reforma de la enseñanza.

Elaborar un nuevo paradigma no se puede hacer en unas cuantas palabras. Es un proceso histórico que necesita un esfuerzo común de mentes que vienen de varios sectores. Es una necesidad no únicamente para las ciencias, sino también para el pensamiento de cada uno de nosotros. Pienso que en el método que yo propongo hay al menos tres instrumentos de conocimiento complejo o principios: el dialógico, el de recursividad organizacional y el hologramático, instrumentos que no tengo tiempo de explicar aquí.

Cuántas fueran las cosas mencionadas: errores, ilusiones, con consecuencias de ceguera, fracaso, desastre. Es por esto que el problema del conocimiento no es un lujo, es un problema vital. Engañarse es un problema que se encuentra en el mundo animal. Para el depredador es muy importante no ser engañado cuando quiere tomar la presa; para las presas también es muy importante fluir, escapar de los depredadores, de los enemigos. Es un problema vital en el mundo animal, y lo es también en el mundo humano y social. No engañarse cuando se toma la decisión de vivir con otra persona, no engañarse cuando se toma una decisión política, no engañarse cuando se toma la decisión de hacer la guerra. Esto es un problema.
Por esta razón, el conocimiento necesita de un conocimiento del conocimiento. El conocimiento del conocimiento significa conocimiento de segundo grado, que permita integrar la conciencia en un metasistema, integrar el conocimiento y su conocimiento. Porque la ciencia tradicional es la disyunción contra la mente que conoce el objeto conocido, sin saber que hay una proyección de las mentes para caracterizar a los objetos, que hay cierta amabilidad contra los sujetos de los objetos y que hay la utilidad de integrarse a sí mismo y su conocimiento. Es una necesidad educativa fundamental para todos.

En este campo está la utilidad de las ciencias cognitivas que se desarrollan, a pesar de que no están bien coordinadas, bien articuladas. Hay dos grupos de ciencias cognitivas: las que vienen de la biología del cerebro, con el imperialismo biológico cerebral, y las que vienen de la teoría de las computadoras. Pero el interés de la conciencia del conocimiento del conocimiento es no olvidar que el instrumento y el objeto del conocimiento son lo mismo. La mente humana debe conocer como objeto la mente humana. Aquí hay una necesidad de reclusividad, de este conocimiento de segundo grado, de un mirador sobre el mirador. Se trata entonces de buscar el metapunto de vista que permita la reflexividad del conocer sobre sí mismo. Es lo que nos permite concebir también el contexto mental, cultural, histórico de los conocimientos. Podemos aprovechar la enajenación que nos hacen experimentar las ideas para dejarnos poseer por las ideas de crítica, de autocrítica, de apertura, de complejidad. Estas ideas no sólo nosotros las poseemos; ellas también nos poseen. Y ahora podemos tratar de desarrollar, con esta profesión y los métodos, un paradigma que permita conseguir la complejidad.

Ahora, en la época crucial de la era planetaria –caracterizada como la edad de hierro de la era planetaria, como la prehistoria de la mente humana–, en esta época, para el conocimiento, la economía que debemos criticar es la economía cerrada y, de este modo, ciega. No es a la técnica a la que debemos criticar; es a la técnica incontrolada que tiene en sí misma a su propio proceso sin reflexividad. No es a la ciencia a la que debemos criticar; al contrario, debemos utilizar la ciencia para ver los puntos oscuros, los puntos negros de la ciencia. Necesitamos tecnología, ciencia, economía, pero no ciencia incontrolada, no economía incontrolada, no técnica incontrolada. Porque hoy tenemos ciencia incontrolada, técnica incontrolada, progreso incontrolado que gobiernan, que son los motores de la nave planetaria, de nuestra nave planetaria.

Para el conocimiento, así como para las sociedades y para la humanidad, hay que concebir que hay que cambiar el camino, el camino de la nave espacial incontrolada, que va al desastre de sí misma, de su rompimiento mismo. El camino del llamado desarrollo es el camino de la degradación de la biosfera, de los peligros mortales, de las armas de destrucción masivas, del reino del provecho, sobre todo, del reino cuantitativo, sobre todo. Es el camino que debemos abandonar, que se debe cambiar y, por esto, tiene que ver con el camino del modo del conocimiento que tenemos, el camino del modo de lanzamiento que tenemos.

Es un problema gigantesco que parece imposible resolver. Ustedes saben: cuando se produce una metamorfosis en la historia del mundo, como es la historia humana, es imposible prever lo que será dicha metamorfosis. Podemos concebir la aparición de la vida como una metamorfosis del modo de organización de la materia química que produce nuevas cualidades, nuevas propiedades de las propiedades de la vida. Cuando se ven, por ejemplo, las grandes metamorfosis en el mundo de los insectos, como la metamorfosis en la que un gusano va a encerrarse y luego revive, se presencia una cosa extraordinaria, un proceso de destrucción de sí mismo que, al mismo tiempo, es un proceso de creación de una mariposa: se crea lo mismo, pero se crea otra cosa. Es un tipo de metamorfosis que se produce desde hace millones de años.

En la historia humana ha habido varias metamorfosis. Por ejemplo, cuando las sociedades arcaicas pasaron de pequeñas sociedades sin Estado, sin agricultura, sin ciudades, sin filosofía, sin clases sociales, a sociedades grandes con un Estado, con religiones grandes, con agricultura, con comunicaciones, con filosofía. Esta metamorfosis se hizo en cuatro o cinco puntos del planeta: en Medio Oriente, en China, en México, en Perú.

Las metamorfosis pueden ser para bien o para mal. No podemos preverlas. Debemos saber que cuando llega el momento de la posibilidad de una metamorfosis es cuando un sistema no tiene más los instrumentos o la capacidad de tratar sus propios problemas. Pero el sistema planetario no tiene capacidad organizativa. Porque existe la posibilidad técnica de suprimir el hambre en la tierra. Tenemos todas las posibilidades en términos de capacidad agrícola pero no tenemos las posibilidades políticas o de dirección. Tenemos toda la posibilidad, con toda la comunicación, de una paz, de una confederación de todas las naciones del planeta; es una posibilidad concreta, pero sabemos que esa posibilidad es imposible.

Es decir, no tenemos la capacidad organizativa –y, al mismo tiempo, mental– de tratar nuestros problemas vitales. Cuando llega el momento mencionado es un momento de catástrofe, de desintegración, de regresión, o un momento de transformación decisiva. Estamos no donde estábamos al principio; estamos un poco antes del comienzo. Parece que esta dificultad es tan grande que puede dar mucho miedo. Pero si pienso en la posibilidad de las metamorfosis, si pienso en la necesidad humana de obrar en esta dirección, si pienso que es necesario andar este nuevo camino, entonces, no es más el miedo el que debe llegar a nuestras mentes: es la exaltación de un deber fundamental para todos. Muchas gracias.