Octubre-Diciembre 2003 , Nueva época No. 70-72 Xalapa • Veracruz • México
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Debemos enseñar a pensar y a analizar para crear una resistencia
El único poder social que no tiene contrapoder son los medios de comunicación: Pablo Latapí

Germán Martínez Aceves

Maestro, investigador, escritor, consultor del sector privado, asesor de secretarios de Estado y formador de investigadores en educación:
él es Pablo Latapí Sarre, quien en la siguiente entrevista habla acerca de los problemas, los retos y el desarrollo de la educación en México,
así como del papel que desempeñan el gobierno, la Secretaría de Educación Pública, los medios de comunicación y la universidad en el
ámbito educativo de nuestro país.
Pablo Latapí Sarre tiene una vocación innata por la educación. Pocos mexicanos como él han profundizado en el análisis, la planeación y la práctica de modelos educativos en que la distribución del conocimiento se realiza de manera equitativa en todos los niveles sociales, sobre todo los marginados.
La labor del Maestro (así, con mayúscula) ha sido incansable, pues a lo largo de su trayectoria Latapí se ha desempeñado como pionero del estudio de la educación en México, como creador de planes de estudio, como recopilador de las investigaciones y estadísticas que dan cuenta de los índices educativos y como analista en medios impresos de temas educativos.
A don Pablo se le puede ver en congresos internacionales de gran relevancia dictando conferencias magistrales –con toda la extensión de la palabra–, en instituciones de gobierno asesorando a quienes las dirigen, o en
 

comunidades diversas realizando su incansable apostolado, mismo que le ha permitido sembrar la educación entre los sectores más necesitados.
Durante su estancia en Xalapa, donde le fue entregada la Medalla al Mérito Universidad Veracruzana en el marco de la Feria Internacional del Libro Universitario, Latapí Sarre concedió la siguiente entrevista para la revista Gaceta y la televisión universitaria.

En los últimos años, el tema de la educación resulta muy escabroso. ¿Qué peso adquiere en estos inicios del siglo XXI?
Primero agradezco mucho la decisión de la Universidad Veracruzana y la oportunidad de dirigirme a toda la comunidad universitaria a través de esta entrevista. Es un gran gusto estar en contacto con la UV. El tema de la Feria Internacional del Libro Universitario sobre la educación y los medios de comunicación en el momento actual nos obliga a hacer una reflexión acerca de la distribución del conocimiento.

Empezaría por recordar que México ha sido siempre un país caracterizado por sus grandes desigualdades sociales y económicas. Hay testimonios de fines del siglo XVIII y principios de la vida independiente, por ejemplo del obispo Abad y Queipo o de Humboldt, sobre las enormes desigualdades económicas que había, situación que continuó durante todo el siglo XIX. En ese entonces no se logró un proyecto de país inclusivo, pues las grandes poblaciones indígenas quedaron marginadas del proyecto nacional de desarrollo. Lo mismo pasó con las clases bajas, dado el sistema de castas que existía por razones raciales.

Llegó la revolución en el siglo XX con un gran proyecto nacionalista e inclusivo, pero duró poco: de 1917, en que termina la lucha armada, hasta los años cuarenta, poco después del cardenismo. Empezó después un proyecto capitalista en el que las desigualdades no sólo se substituyen, sino que además crecen. No es este el tema del que vamos a hablar directamente, pero basta echar una mirada hoy a las enormes brechas salariales que existen en el país. Sabemos que
–según los últimos datos del INEGI– 26 por ciento de la población recibe sueldos mensuales menores a tres salarios mínimos, o sea, cerca de 26 millones de familias perciben 3 600 pesos; un 20 por ciento obtiene cinco salarios mínimos, y el porcentaje restante tiene ingresos mensuales que presentan brechas escandalosas, pues oscilan entre los 7 000 pesos para las familias medias bajas integradas por cinco o seis miembros y los 100 000 o 120 000 (pesos) para aquellos que trabajan en los sectores privado o público.

¿Por qué sucede esto? Hay ciertamente condicionamientos externos como la capacitación de las personas –y de eso vamos a hablar en la educación–, pero sobre todo hay una falta de políticas económicas que procuren una mayor equidad social, no sólo en lo económico sino en lo social y en lo cultural; hay muy poca cohesión social, somos muchos grupos yuxtapuestos. Los pobres tienen sus propios mundos, los medianos los suyos y lo ricos también, eso significa calidades de vida diferentes, maneras de divertirse distintas, capacidades de viajes desiguales, circuitos de recreación diversos: somos muchos Méxicos, no somos uno, eso es falso y muy peligroso.

Ante esta situación de inequidad social, la educación se ve afectada por muchísimas variables sociales y económicas, sobre todo en la calidad. Los indicadores son terribles: seis millones de analfabetas, que persisten desde hace varias décadas principalmente entre personas de más de 50 años, se encuentran principalmente entre indígenas, sobre todo en las mujeres. Hay municipios en Oaxaca, Guerrero y algunos otros estados que tienen un índice de analfabetismo de entre 35 y 40 por ciento, mientras que el índice nacional es de nueve
por ciento.

Nuestro promedio de escolaridad es de siete grados. Hace 30 años nos ufanábamos de que fuera de cuatro grados, o sea, más o menos una década es lo que se requiere para elevar en uno este promedio de años de escolaridad y basta ver las facilidades que tienen unos y las dificultades que enfrentan otros. Hay ciudades que cuentan con grandes universidades privadas –nacionales y extranjeras–, cuyo acceso está condicionado a la capacidad que se tenga de pagar la educación considerada de calidad, y podríamos discutir el término de calidad. Pero, por otro lado, existen poblados chicos que tienen una mala escuela multigrados perdida allá en la sierra a donde no llega casi nada, sólo maestros heroicos que tienen que caminar cuatro o cinco horas para asistir a su trabajo.

La distribución de la educación no es tan grande, estadísticamente hablando, como la distinción del ingreso monetario. Los pobres tienen mala educación, los medianos reciben mediana educación y los ricos adquieren buena educación, al menos mucho más cara. Ésta es la situación de inequidad en este rubro no sólo en cuanto a cobertura de oportunidades se refiere, sino sobre todo en cuanto a calidad. Lo comprobamos ahora con las nuevas evaluaciones del aprendizaje en matemáticas, en español, en geografía y en otras asignaturas curriculares: vamos viendo una estrecha correlación entre clase social y aprendizaje.

El sistema educativo nacional, ese gran operativo tan caro que absorbe nuestra mayor parte de presupuesto de egresos, no funciona colectivamente. Y ahora el mundo nos dice que entramos a la era que llaman la sociedad del conocimiento, donde la riqueza de las naciones, su capacidad de producir, no depende de los recursos naturales ni de los salarios, sino del conocimiento acumulado que le denominan capital humano, expresión que no me gusta porque rebaja al hombre a términos de materia-capital. Estamos, entonces, condicionados a una distribución de ese capital humano sumamente virtual y sumamente caro. Tenemos poco conocimiento como sociedad mexicana en su conjunto y tenemos una escasa capacidad de aprendizaje para asimilarlo, para hacerlo productivo y aplicarlo de una manera creativa a nuevos productos, a nuevos servicios, a nuevos procedimientos de mercantilización. Esa es nuestra situación.

La educación es un ejercicio fundamental para impulsar el desarrollo de nuestro país; no obstante, sigue siendo una materia pendiente…
Así es. Realmente el gran proyecto nacional de José Vasconcelos de concebir a la educación como un componente en un proyecto nacional sigue en el papel, pero las políticas reales que se aplican, los efectos de equidad, apenas si se dejan ver.

Hay avances. Acaba de salir un estudio muy valioso del Proyecto de las Naciones Unidas sobre Desarrollo (PNUD) que tiene un índice que combina diversos indicadores: el de ingreso per cápita, que es el clásico, e indicadores de educación, de salud, de calidad de vida en general. Este índice de desarrollo humano lo publica desde hace nueve años la Organización de las Naciones Unidas, y de 180 países solemos sacar el lugar 52 o 54 –por ahí andamos arriba de la media–, pero sólo por las condiciones en que viven los países africanos y del sur asiático.

Este año apareció el proyecto de Índice de Desarrollo Humano México 2003, un esfuerzo de un grupo de investigadores vinculados al PNUD y que tiene una metodología original aprovechando los datos estadísticos disponibles que estudia a México por estados. Ahí me encontré con sorpresas: sí hay dinámicas de convergencia en índices de salud, de educación e, incluso, de ingreso per cápita; es interesante el dato, quiere decir que, no obstante los errores de las políticas y a pesar de las presiones internacionales para adoptar ciertas estrategias que fortalezcan al capital y no al trabajo, se va logrando un poquito más de homogeneidad social, educativa y cultural.

Con esos datos que usted nos da, aparece una radiografía que ya conocemos, pero hay otras instituciones que han hecho su labor amparadas por el Estado, hablo de los medios de comunicación. ¿Qué valores nos han dado? ¿Cómo nos han educado como país?
Es un tema fundamental y por eso celebro mucho que sea el tema de la Feria Internacional del Libro Universitario. Karl Popper, filósofo austriaco que murió hace pocos años, conocido como el filósofo de la democracia, decía que lo esencial de la democracia es que a todo poder corresponde un contrapoder; que si hay un ejecutivo, haya un legislativo; que si hay un presidente municipal, haya un concejo municipal; que si hay fuerzas populares, haya un voto que controle; que si hay administración pública, haya contadores, y que el único poder social que no tiene contrapoder son los medios de comunicación.

¿Quién los controla? Al menor intento de reglamentación rasgan sus vestiduras y argumentan que se atenta contra la libertad de expresión. En este año tuvimos varios casos. Algunos canales de televisión se han defendido ante la mínima pretensión del Estado de llamarles la atención, no se diga de reglamentar. Pero el aspecto cualitativo de los valores que difunden la radio y la televisión, principalmente, es trágico.

He visto de cerca cómo se hacen los noticiarios en las grandes cadenas comerciales de televisión, cómo cada mañana el equipo de un noticiero verifica qué pasó a las seis de la mañana y mide el rating de cada noticia; así revisan que si en Arkansas un gatito se subió a un árbol y tuvieron que venir los bomberos, que si el presidente está peleado con el Congreso, que si murieron más soldados americanos en Irak… ¿Para qué hacen eso. Para no perder audiencia, y así planean su próximo noticiario de la noche, no en función de la trascendencia de la noticia, no con la intención de formar una opinión pública, no con el propósito de dar ciertos criterios humanos para opinar sobre lo que pasa en el mundo, sino en función de no perder audiencia, de que el oyente de radio o el televidente no cambie de canal. El rating, la búsqueda de mercado para poder vender más caro su espacio a publicistas o a la empresa que se anuncia, es la norma del noticiario.

Todos sabemos lo que son los programas de televisión, las telenovelas, el gran producto que exportan esas cadenas televisivas, los programas de entretenimiento tan absurdos, triviales y estúpidos que, no obstante, logran audiencias inmensas (como el Big Brother en su acepción más grotesca). No hay duda: lo que menos importa en la televisión es difundir valores para construir un país humano, y no hay poder que se contraponga a los medios. ¡Y eso es el futuro de la niñez y de la juventud!

Y como no existe tal contrapeso, ¿los medios de comunicación se convierten en nuestro único educador?
Así es, el gran educador sentimental de la sociedad mexicana ha sido, en los últimos 40 años, Televisa. Caso aparte son los canales 11 y 22 que, siendo del Estado, hacen una labor cultural muy seria, importante y apreciable, pero cuyos ratings en general no pasan del tres por ciento de las audiencias.
¿Qué decimos, entonces, de los medios de comunicación y la escuela? Hay un artículo en la Ley General de Educación que dice casi textualmente lo siguiente: “Los medios de comunicación masiva procurarán ajustar sus programas a los fines de la educación nacional, que figura en el artículo 7 de la Ley General de Educación, y a los criterios de la misma que figuran en el artículo 8”. Artículos totalmente inofensivos que nunca han pensado reglamentar, nunca se han discutido en el Congreso de la Unión y puedo asegurarles que no pasará nada en los años siguientes. Por un lado va la escuela con sus buenas intenciones, sus propósitos, sus artículos constitucionales, sus orientaciones para la formación de maestros, sus empeños por la formación cívica y ética en secundarias y primarias, pero por otro lado va la televisión, con su terrible programación que es vista por los chicos durante más de cuatro horas y media en promedio, destruyendo por la noche, como se dice, lo que se hizo por la mañana.

¿Quién controla a los medios? La SEP no, incluso se lava las manos diciendo que los medios dependen de Gobernación.

¿Qué pueden hacer las instituciones educativas ante esto? Primero, y dada la ocasión que nos reúne en las universidades, creo que las instituciones pueden ser más equitativas en el acceso de los muchachos a ellas, en la manera en como se les promueve y, sobre todo, en la calidad que se distribuye en las diversas carreras. Pueden tener políticas más inclusivas que procuren compensar, desde adentro, lo que toda sociedad hace tan difícil afuera. De hecho, hay universidades que se han esmerado en ser más equitativas, que no se han dejado llevar –como muchas de las privadas– por el éxito económico conseguido gracias a un mayor número de matrículas o a la venta de una “calidad” que tiene los mismos valores de “éxito” que presenta la televisión, sino que han procurado dar realmente valores humanos formativos.

Segundo, considero que tenemos que enseñar a los estudiantes a ver televisión y a oír radio, lo que se llama educación para la recepción. Luchar directamente blandiendo espadas en contra de los medios es una batalla perdida, pues éstos están hechos para hacer dinero, no los araña siquiera una denuncia de un grupo de investigadores o un nuevo libro crítico, no los lastima la oposición que pueda hacer una universidad; en cambio, si se educa a los alumnos a analizar lo que ven, a reflexionar sobre la manipulación que se promueve en un programa o un anuncio, fortaleceremos una resistencia en contra de esa labor nefasta de los medios en México.

Hay diversos grupos privados –formados por padres de familia o maestros– que se esfuerzan en educar para la reflexión, y ahora con la explosión tecnológica proliferan más, pero no creo que sea distintivo de nuestras universidades. Fuera de algunas escuelas de comunicación social que son ejemplares, pocas son las que enfatizan esta capacidad crítica de oyente y televidente tan importante para el futuro.

¿Y en dichos grupos está presente la reflexión, el análisis sobre la educación?
Hablar de educación es un término muy general. Hay grupos de profesores e investigadores, hay postgrados excelentes –no se diga en la unam y en algunas muy buenas universidades del país en que se hace una labor crítica–, hay revistas espléndidas para analizar la situación social, económica, política y cultural, pero cuando uno ve el tiro de revistas de espectáculos que llegan a 40 000 o 50 000 ejemplares mensuales comprende uno que este ambiente de crítica está confinado a una elite intelectual. Los que estamos habituados a seguir la prensa crítica, a leer periódicos y revistas, a coincidir y discutir con nuestros colegas del medio universitario o con nuestras amistades, seremos tal vez el dos por ciento de este sector intelectual, más la clase política y quizá con un poco de la clase empresarial dudo que lleguemos al cinco por ciento.

Cualitativamente no es poco, porque es un porcentaje que puede influir en decisiones políticas y que tiene capacidades para presionar a las instancias gubernamentales, particularmente la Cámara de Diputados y algunas de sus comisiones, así como la Cámara de Senadores, pero la educación fuera de esos núcleos o pequeños cabildos de intelectuales preocupados por las situaciones y el desarrollo del país no hace todo lo que pudiera hacer por elevar esa conciencia crítica de toda la población: creo que ahí tenemos una gran tarea por realizar.

¿Le corresponde a cada individuo, a cada mexicano hacerlo?
Por supuesto, yo creo que cada profesor de la universidad, cada trabajador universitario y cada estudiante debe plantearse esto como un problema personal y colectivo.

Sin embargo, la sociedad se construye y los medios –queramos o no– contribuyen a la educación informal de niños y jóvenes que tarde o temprano tendrán en sus manos la responsabilidad de tomar decisiones. ¿Cómo ve el futuro de estas generaciones?
Con enorme preocupación. México es un país joven demográficamente. Estamos en un proceso de transición y son los jóvenes los que decidirán lo que va a pasar de aquí al año 2050, y no vayamos más adelante. Las próximas elecciones dentro de tres años van a estar dominadas por el enorme porcentaje de menores de 25 años, y si los partidos no encuentran la oferta adecuada a esa juventud, están perdidos. No estamos sólo ante una brecha generacional, no estamos ante una liberación de tabúes o una sacudida radical del pasado en busca de un futuro determinado por los jóvenes, y lo veo con preocupación porque no toda la juventud tiene la educación suficiente ni las familias que la respalden. De repente, en los noticieros, se ven eventos de verdaderos grupos vandálicos que se lanzan a la calle con dos o tres lidercillos sin ninguna norma, sin ningún valor… y la ley no se aplica.

Hemos llegado a un momento, por las mismas desigualdades sociales, de falta de cohesión y conflictividad latente, a una fase en que se habla mucho de Estado de Derecho pero el político prefiere la solución negociada: diario tenemos uno o dos ejemplos de impunidad. Me preocupa que esta situación se prolongue ante una juventud que va endureciendo su piel contra la ley, al ver que no se aplica y que, aunque se aplique, tiene tantos agujeros y tantos recursos legales para posponer una sentencia, un arresto o encarcelamiento que los jóvenes se sienten más allá de la ley.

Creo muy loables los esfuerzos que ahora realiza la SEP para promover una cultura de la legalidad, no la ley por la ley como a veces lo toman los vecinos del norte. No una ley humanamente atenida como elemento constructor de sociedad, una ley que es parte del sentido ciudadano, pero puede estar equivocada. La ley es algo sagrado, algo infalible que debemos obedecer sin cuestionar. La norma moral debe estar arriba de la ley, y si la primera está bien y la segunda mal, hay que seguir la moral. Esta cultura de la legalidad es muy importante para la formación de la juventud actual.

Hablemos de las nuevas tecnologías. ¿Cree que éstas ayudarán a la distribución del conocimiento o al control del mismo?
Tiene siete u ocho años que se empezó a hablar de la era del conocimiento como una nueva brecha entre ricos y pobres, lo estamos viendo en nuestro país. Desconozco el porcentaje exacto del acceso a Internet en México pero dudo que sea del 10 por ciento, dado que esta posibilidad está condicionada en general por aspectos económicos. No vaya a estados pobres como los del sureste, no vaya a Zacatecas, a Nayarit o a la Huasteca a buscar cuántos chicos y chicas acceden a Internet. Por lo pronto, mucho está en inglés y se requiere de una capacidad que llaman procedimentar, es decir, entender qué va primero, qué va después y en dónde se hace clic. Todo esto lo aprenden los jóvenes desde muy niños y lo hacen muy bien, los viejos nos maravillamos; sin embargo, hay una brecha entre los que tienen acceso a Internet y la aprovechan y los que no, porque una cosa es tener acceso y divertirse con un grupo de chat o buscar la última canción del grupo de rock y otra es aprovechar y relacionar los conocimientos que nos den un sentido de construcción personal.

Hay un proyecto que me parece maravilloso, se llama Enciclomedia, pero no se ha dado a conocer en la prensa. En las últimas semanas, aún no he encontrado un solo artículo periodístico que hable del proyecto que intenta relacionar cuanto video educativo tenemos en México, de modo que cualquier estudiante o cualquier profesor pueda disponer de ese conocimiento con saber relacionar una cosa con otra: es un proyecto sintetizador del conocimiento. Ese material está almacenado en la Videoteca Nacional con una serie de indicadores, es decir, si quiere saber algo sobre los códices prehispánicos busca usted “códice” y le va a salir, por ejemplo, la vida de Gonzalo Aguirre Beltrán, los estudios de Miguel León Portilla, las teorías de Enrique Florescano… y usted dispone de todo eso como profesor para dar su clase y como estudiante para meterse a navegar y aprender lo que quiera, no para piratearlo y pasar un examen, sino para construir su propio conocimiento. Ese es un proyecto importante, integrador, formativo y que está progresando.

Don Pablo, platíquenos de su etapa como periodista en Excélsior y en Proceso, donde abrió espacios importantes para escribir sobre la educación.
Me fui a hacer un doctorado a Alemania y terminé en 1963. Regresé a México y opté por fundar el Centro de Estudios Educativos, una institución que se considera pionera en la investigación educativa. En aquel entonces, prácticamente no había nada de investigación con un sentido interdisciplinario, por lo que, con mucho esfuerzo, empecé a formar investigadores que afortunadamente, al correr del tiempo, empezaron a crear otras instituciones. Hoy, los especialistas en educación somos un conjunto reducido frente a lo que requiere un país de 100 millones de habitantes; si llegáramos a 1 200 sería un número demasiado optimista. En el Sistema Nacional de Investigadores los que nos dedicamos a la educación no llegamos a más de 100, pero estamos distribuidos en varias instituciones.

Como investigador siempre he considerado que ese conocimiento especializado al que me he dedicado debe llegar a la opinión pública para que los ciudadanos hagan su diagnóstico sobre determinados problemas, conozcan las críticas que hacemos los que investigamos y critiquen, a la vez, nuestros análisis para que sean capaces de proponer alternativas a los políticos.

Por lo anterior, desde la primera semana de enero de 1964 empecé a escribir en la prensa. Fue a verme Julio Scherer, antiguo amigo que conocí desde que éramos muchachos, a decirme que en las páginas editoriales de Excélsior querían especialistas que escribieran sobre ciertos temas y me invitó a hacerlo sobre educación. Le dije: “Julio, yo no soy periodista, soy investigador”. Él me contestó: “Es lo que busco. Mira, tengo a fulano escribiendo sobre comercio exterior, a zutano sobre economía, a Gutierre Tibón sobre antropología… Necesito tu colaboración en educación”.

Así empecé a escribir mi primer artículo con un tema que resultó de cierta forma preanuncio de una línea muy fuerte de mis preocupaciones: educación y justicia social. Continúe hasta que Luis Echeverría acabó con el Excélsior de Scherer, en julio de 1976, y en noviembre de ese año empecé a colaborar en Proceso, revista en la que he escrito a lo largo de más de 20 años, no de manera continua por razones de viaje, pues estuve fuera de México en servicios diplomáticos, me fui también seis años a realizar trabajo rural de alfabetización con campesinos del norte de Querétaro. Esos artículos se han publicado en siete volúmenes con el título Tiempo educativo mexicano, y están por salir en la editorial Santillana los tomos I y II de Horizontes de la educación, lecturas para maestros, porque muchos de mis textos tenían como destinatario principal a los profesores.

He sido, por tanto y en cierta forma, un testigo permanente del desarrollo educativo de México, un crítico independiente. He colaborado con tres secretarios de Educación que me lo pidieron y a los cuales acepté, otros dos me invitaron y decidí declinar, pero siempre les he dicho: “compran mi tiempo, mas no mi criterio ni mi cabeza”. He sido, pues, un crítico independiente, razonado, documentado, centrado… y ese conocimiento ha contribuido a formar una opinión pública –creo yo– más madura, más independiente, en materia educativa. En estos 40 años ha habido un cambio muy profundo en la concepción misma de la política educativa nacional. Cuando empecé a trabajar, todavía alcancé la segunda época de Jaime Torres Bodet –en 1964 con López Mateos– cuando estuvo al frente de la Secretaría de Educación; después, siguieron Yáñez, Bravo Ahúja, etcétera. A lo largo de este tiempo siempre he propugnado para que la sep no sea una secretaría como las otras, sino un ministerio del pensamiento.

La política educativa tiene que ver con el ser humano, con su formación, con México, con lo que es y puede ser; o se elabora ahí un proyecto de Nación o no se elabora en ninguna parte: no esperemos que Gobernación, Relaciones Exteriores, Comercio Exterior o Agricultura lo hagan. Creo en ese camino de concebir a la política educativa vinculada a valores humanos, no sólo como una instancia técnica en donde se planee con indicadores cuantitativos muy perfectos, donde se hagan diagnósticos y evaluaciones, sino donde se piense. Lo primero que debe hacer un secretario de Educación es ser un filósofo –la palabra puede ser excesiva–, pero tiene que ser político, lidiar con presiones enormes, con fuerzas políticas sindicales, con sectores empresariales conservadores, etcétera; sin embargo, tiene que defender las grandes orientaciones, las políticas de Estado en la educación. Los encargados de esta labor fundamental deben pensar, no se puede gobernar sin hacer antes ese esfuerzo.

¿Usted cree que lo entienda el secretario de Educación?
La secretaría es muy compleja, hay grupos muy valiosos. Admiro mucho, por ejemplo, el trabajo continuado del Acuerdo Nacional de Modernización de la Educación Básica y Normal (ANMEBN), que se firmó en 1992 entre el gobierno federal y todos los gobernadores. Lo valoro porque a partir de éste se derivan ciertas políticas de Estado en materia de federalización de la educación básica, de calidad y contenido curriculares y de políticas de magisterio. Pondero también la labor de la Dirección General de Contenidos y Métodos Educativos que desarrolla la renovación gradual de currículo de todas las asignaturas y la producción de libros de texto que son realmente un ejemplo en el ámbito internacional.

Tenemos magníficos libros de texto gratuitos que son elaborados con mucho conocimiento y esmero por investigadores no sólo de México sino del extranjero, y que se ponen a disposición de nuestros niños y jóvenes. Hay mucho de bueno en la SEP como hay también deficiencias, omisiones, pérdidas de oportunidades para saltar hacia delante. Creo que en el campo de la educación hay muchos pendientes que no se supieron atender con el bono del cambio, de la transición que no es tal sino que se quedó en la alternancia.

Hoy elaboro un libro que se llamará tentativamente La SEP por dentro en el que se incluyen entrevistas con varios ex secretarios que han sido actores fundamentales a partir de 1992 hasta la fecha. A través de este trabajo he visto cómo algunos supieron moverse muy aprisa en sus primeros meses. Por ejemplo, es increíble lo que hizo Ernesto Zedillo, quien, sea cual sea su actuación como presidente, como secretario logró el ANMEBM, elaboró el proyecto de iniciativa de la Ley General de Educación, organizó toda la federalización y la transferencia de la educación básica y normal a todos los estados y fortaleció sus equipos técnicos, echó a andar la reforma curricular integral con programas emergentes de libros de texto –aun con los tropezones que dio con el libro Historia de México y con La Cartilla Moral de Alfonso Reyes, de la cual tuvo que embodegar 600 000 ejemplares, debido a que la dirigencia sindical no quiso que circularan–. Sin embargo, Zedillo se movió en muchos campos a favor de la educación tecnológica y de las políticas de financiamiento de la educación superior. Es increíble la cantidad de instituciones que impulsó, como el Consejo para certificar las competencias laborales. Pasó sólo 20 meses en la SEP e hizo todo eso.

Está también Fernando Solana, quien durante su primera estancia en la secretaría (1977-1982) creó el inea, el Conalep, la UPN, entre otros. Además, la verdadera desconcentración con el establecimiento de las delegaciones en los estados fue obra de él. Buenos ejemplos como los anteriores existen, pero, desgraciadamente, no podemos decir lo mismo de estos tres años de la actual SEP.

El proyecto de educación mexicano le puso un candado muy fuerte a la Iglesia, pero parece que actualmente ésta lo quiere derribar incluso con barretas para abrir las puertas. ¿Eso pone en peligro a la educación de nuestro país?
Desde años atrás ha habido un conflicto de poder entre Iglesia y Estado: una Iglesia renuente a aceptar el nacimiento de un Estado secular y unas Leyes de Reforma que se enconaron contra el catolicismo. Llegó la Constitución de 1917 que explayó todavía más la laicidad escolar, la cual oprimió injustamente iniciativas religiosas en la educación que debían quedar libres de coacción y estableció un régimen de excepción con los ministros de culto en materia educativa.

Están, por ejemplo, el artículo 3° y sobre todo el 34, donde Jaime Torres Bodet mantuvo muchos de estos elementos de verdadera situación de indefensión jurídica de los particulares y no es más que un término para incluir también a la Iglesia, pues dentro del sector privado ésta va a ser la institución de mayor capacidad de organización educativa y de formación de maestros.

Entonces, el conflicto seguía latente, pero por razones internacionales se dio la primera reforma del artículo 3° constitucional que hizo el presidente Carlos Salinas de Gortari y se quitaron estos elementos para que nuestra legislación pasara la prueba de la democracia internacional y para ajustarla a los compromisos contraídos.

Sin embargo, no está resuelto el problema de poder entre la Iglesia y Estado, no están suprimidas las pretensiones de algunos obispos de introducir una clase de religión en la educación obligatoria. Todavía en abril de 2002, la Conferencia Episcopal levantó esas demandas alentadas quizá porque en la campaña del presidente (Vicente) Fox hubo declaraciones y promesas deliberadamente confusas en materia de laicidad escolar que tendían a favorecer los intereses religiosos. Afortunadamente no ha sido así, los funcionarios actuales de la sep son prudentes y se ha respetado la laicidad escolar, por lo que las aguas han tomado su nivel nuevamente. A ello hay que agregar que existen grupos empresariales que pretenden llevar el agua a su molino.

La educación es siempre un estanque turbulento y en una sociedad conflictiva como la nuestra, en que lo mismo se encuentran anticlericales y católicos junto a pensadores y mochos, todos tratamos de convivir y a veces nos peleamos, aunque a veces nos toleramos. Es obvio que al discutirse políticas educativas resurjan estos pleitos que a veces llegan a situaciones ridículas.

No quiero concluir esta conversación sin antes preguntar: ¿la Medalla al Mérito Universidad Veracruzana que este año recibió significa algo para la educación en México?
Desde los años cuarenta conozco la labor cultural de la UV porque descollaba entre las demás universidades (todavía no había una universidad por estado). En 1984 tuve el privilegio de conocer al ex rector Fernando Salmerón y llevamos una amistad realmente cercana. Tuve también la suerte de conocer a otro ex rector, Rafael Velasco Fernández, con quien colaboré muchos años. Además, por la labor que hacía la revista La Palabra y el Hombre y la actividad editorial ejemplar y excepcional de la UV, esta institución me era desde entonces muy conocida. Mayores nexos de colaboración personal en lo académico no he tenido, pero espero que con motivo de esta medalla podamos estrecharlos.