Octubre-Diciembre 2003 , Nueva época No. 70-72 Xalapa • Veracruz • México
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Nuestra herencia no es sólo una red de agujeros, también registra conquistas culturales y artísticas: Carlos Monsiváis
Germán Martínez

Pocos pueden, con maestría, dibujar el panorama actual de México.
Carlos Monsiváis, merecedor de la Medalla al Mérito Universidad Veracruzana, es uno de ellos; de ahí la importancia de conversar
con él sobre temas importantes que influyen en la realidad de nuestro país, como la educación, la cultura y la política. Además, el excéntrico y ubicuo escritor que es difícil definir o categorizar, dado que su campo de acción abarca muchas áreas del pensamiento, da cuenta de un México fuerte pero con muchas fallas aún por reparar.
Y cuando Dios dijo “hágase la luz”, Carlos Monsiváis ya había hecho la crónica y exploraba lo que sería el Paraíso para profetizar que en poco tiempo eso sería un caos.
La Feria Internacional del Libro Universitario dedicó su edición de 2003 a “La comunicación de cara al siglo XXI: la distribución social del conocimiento en la era de la información” y uno de los homenajeados fue Monsiváis, el ubicuo personaje que probablemente habita este país desde el siglo XVI y se traslada a través de los siglos por medio de libros, facsímiles, litografías, grabados, canciones, poemas, crónicas, periódicos, revistas y, en tiempos actuales, Internet.
No se sabe a ciencia cierta si existe un solo Monsiváis o si acaso hay varios sembrados en los momentos nodales de la vida en México, pero el asunto es que ante cualquier hecho hay un
 

análisis, una crónica o un ensayo marcados por el estilo monsivaiesco, único e irrepetible.

En la Colonia Portales, el ojo del huracán de la actividad imparable de Carlos Monsiváis, cronista por excelencia del Distrito Federal y anexas, se realizó la siguiente charla con el fin de compartir el vasto pensamiento del escritor, cuya guarida está rodeada de luchadores que resguardan el multiplén de libros, de retablos vigilados por todos los gatos famosos –como “Félix”, “Garfield” o “Don Gato”– y de otras figuras felinas.

En esa biblioteca, hemeroteca, pinacoteca, discoteca y filmoteca de la Portales se desarrolló la conversación con aquel que hace del sarcasmo un punto de vista, de la ironía un hilo fino de sabiduría y de la estructura de mensajes con información documentada una virtud; es decir, todo es un gato encerrado, o varios gatos, a decir verdad.

Hace años usted dijo que Televisa era la verdadera Secretaría de Educación Pública. ¿Cree que a lo largo de los años ya haya formado maestrías y doctorados en el inconsciente colectivo?
En efecto, dije que Televisa era verdaderamente la Secretaría de Educación Pública. La afirmación requiere matices, sí es de alguna manera sustentable y hay efectivamente doctorados y maestrías y lo que se quiera en ese complicado panorama de la relación entre las imágenes de una sociedad completamente icónica. Sin embargo, creo que la verdadera Secretaría de Educación Pública sigue siendo la SEP por la formación histórica, por el lenguaje, por lo que se da ahí, como la comprensión de la nacionalidad. La formación básica sigue dependiendo de la sep, pero la disposición básica a entender el mundo a través de unas imágenes, sí, ciertamente depende de la televisión, no sólo Televisa, sino el cable, los videos, los DVD… Es un mundo de las imágenes que ha avasallado a lo que antes era el mundo de la palabra escrita, aunque el método interpretativo, por fracturado o minimizado que se encuentre, continúa todavía depositado en la lectura.

¿Esa herencia que hemos recibido de generaciones atrás está culturalmente más agujerada?
“Y era nuestra herencia una red de agujeros” es una traducción que hizo el padre Ángel María Garibay de los cantares nahuas, que luego popularizó Miguel León Portilla en su antología Visión de los vencidos. Creo que nuestra herencia es una red de agujeros, pero es también todo lo que ha sido la tradición nacional que es mucho más vigorosa de lo que se piensa. Para empezar es una herencia que nunca fue autista o que nunca se pensó aislada del mundo, dado que el legado cultural mexicano incluye desde luego la cultura española, la francesa y, en los años recientes, la norteamericana.

Nuestra herencia es una red de agujeros si pensamos en el desperdicio que se hace de todas las posibilidades de lectura, de todo lo que significa –por ejemplo– la gran poesía, la gran novela, el gran teatro, la gran música, que la mayoría de la población desaprovecha para su empobrecimiento. Es una red de agujeros si se considera que todo lo valioso que hay en la versión mexicana o en la versión que se ha conocido en México de la cultura de otros países no está funcionando como debería ser en la vida cotidiana.

Por otro lado, nuestra herencia no es una red de agujeros si tomamos en cuenta que todavía tenemos presentes muchísimas de las grandes conquistas artísticas culturales, que ahora más que nunca se reconoce el valor del arte indígena anterior a los españoles o posterior, que se pondera lo que ha significado el muralismo con pintores como Rufino Tamayo, que hay una idea muy clara de lo que representan poetas como Ramón López Velarde, Carlos Pellicer, Octavio Paz, etcétera. En ese sentido, aunque se trate de una minoría, como sucede en todos los países, nuestra herencia no es una red de agujeros.

Pero ese peso cultural del que nos habla, muy importante por cierto, está ubicado en el siglo XX.
No sólo en el siglo XX, sino también en el virreinato con Sor Juana Inés de la Cruz, en el Siglo de Oro y el siglo XIX con la generación liberal de la Reforma, la lectura de Balzac, de Stendhal y de Flaubert y los poetas simbolistas. Nuestra herencia es también Jorge Luis Borges y es Julio Cortázar, es Gabriel García Márquez y es Andrés Bello, es Simón Bolívar y es José Martí… Es una herencia muy variada que, desde luego, en el siglo XX tuvo una expansión enorme acorde a lo que ha sido la ampliación del conocimiento y la multiplicación de las creaciones culturales y artísticas. Pero ¿qué sucede con esto?, que una mínima parte se aprovecha y se desaprovecha también, porque en la medida que no está incorporado todo este peso cultural a la visión de Estado, lo que ya se iba diluyendo, ahora se ha desdibujado casi por entero.

Desde luego tenemos una clase política que no lee, que no se interesa por las cuestiones culturales y cuya dejadez en materia de conocimientos es tan grave que eso explica el carácter preverbal que uno pueda verter en la televisión cuando se les entrevista. Sin embargo, al mismo tiempo, siento que tenemos quizá la infraestructura cultural más vigorosa de América Latina, y esto hay que señalarlo porque hay que defenderlo: tenemos canales culturales de televisión que no existen en otros países y también disponemos de generaciones jóvenes que están muy al tanto de lo que se escribe, lo que se pinta, lo que se compone, y que ya han incorporado al rock como parte de nuestra herencia.

Creo que el problema, más que de tipo cultural, es de tipo económico. Esta epidemia de desempleo, que está a punto de convertirse en el gran rasgo del país de principios del siglo XXI, es la idea de que el empleo es para cada quien una estación terminal, es casi un nicho en la Basílica. Esto sí amenaza el proceso cultural porque convierte todo –la cultura, la vida social e, incluso, la pasión por las imágenes– en cuestión secundaria ante la crisis psicológica, cultural y desde luego económica que provocan el desempleo y subempleo o la sensación de que al término de la carrera lo que espera es ese inmenso paisaje desconocido y borroso en donde lo que se halle tendrá que ser aferrado con ambición desmedida porque lo que se consigue es terminal.

Usted que ha seguido nuestra cultura popular muy de cerca, ¿siente que ésta se ha desvanecido? ¿Es un amor perdido o es parte del ritual del caos?
Considero, creo que la cultura popular que se vive en estos momentos más bien es escuálida. Todo es cultura de masas con una impronta de la televisión comercial –desde mi perspectiva– muy deplorable. No obstante, lo que veo que permanece en la cultura popular también es fuerte.

Tenemos que considerar que el término cultura popular no es estrictamente la relación entre la persona o las colectividades y los espectáculos, es también la gastronomía y, en ese sentido, hay un renacimiento de la gastronomía mexicana importantísimo, incluso hay un barroco gastronómico que no se tenía pensado. También hay una recuperación de lo que era la arquitectura popular que es fundamental para nuevas generaciones de arquitectos y diseñadores; hay todo lo que va dando una cultura popular internacional que, asimilada, forma parte ya de las mejores tradiciones.

La cultura fílmica, por su parte, en su mejor nivel es cultura popular y es una cultura popular globalizada. Lo que sucede es que las culturas populares nacionales tienden a irse cada vez más al museo, pero una cultura popular internacional no; por ejemplo, en estos momentos pienso en los Rolling Stones, en cineastas como Kurosawa o Hitchcock, que son indudablemente cultura popular. Todo eso es muy enriquecedor; lo otro, eso que ofrece la cultura de masas, pienso que por sí mismo se desgasta porque su tiempo de vida es muy inferior a los cuatro o cinco años, si dura más es debido a situaciones casi de nostalgia. En cambio, hay que ver el poderío de Pérez Prado, de Daniel Santos, de Celia Cruz, de las grandes cantantes de bolero, de la arquitectura popular, del colorido popular, de la gastronomía, del sentido de la decoración, del culto por la miniatura… muchísimas manifestaciones de la cultura popular que sí se mantienen y que se agregan a otros países. Ya no se puede pensar en una cultura popular que no sea latinoamericana y yo diría mundial. Y, en este sentido, cuando uno sabe que de alguna manera García Márquez es cultura popular en Cien años de soledad o que La suave patria de López Velarde lo es también, al igual que Jaime Sabines, uno tiende a valorar más al optimista: hay cultura popular para mucho rato si ampliamos el término.

A propósito de personajes populares, ahora leyendas, que el siglo XX nos trajo, ¿considera que los medios de comunicación actuales forman este tipo de figuras?
Esos personajes se forman con una relación muy viva no sólo con el público sino con las fuentes, el dinamismo, la potencia de una cultura que está allí, que estaba en la Ciudad de México en los años treinta y cuarenta, que estaba en La Habana, en San Juan de Puerto Rico, en Caracas, en Bogotá, en Buenos Aires. Eso era un asunto primero de las ciudades, luego de esa colectividad que llamamos pueblo y finalmente de la calidad única de estas figuras, por lo que eso no lo pueden dar los medios de comunicación, lo darán quizá procesos que ahora desconocemos.

En términos generales, las fórmulas se han agotado, porque no veo a un Lázaro Cárdenas, tampoco a un Diego Rivera, ni a un José Clemente Orozco; entonces, creo que no es sólo un asunto de cultura popular, es un asunto de una nueva etapa donde lo global tiene un papel absolutamente central.

En esa globalización, donde al parecer los medios de comunicación tienen en sus manos al mundo y donde se habla de la distribución social del conocimiento, ¿somos fuertes, débiles o estamos siendo manejados por un grupo económico?
Bueno, desde luego que estamos explotados y manejados por un grupo económico, de eso no me queda la menor duda, pero somos más fuertes de lo que se piensa. Pongo el ejemplo último, la invasión a Irak es un acto absolutamente insensato del gobierno norteamericano y de sus aliados Blair y Aznar. Se lanzan contra un tirano ominoso, de los más crueles concebibles como es Sadam Hussein, pero no lo hacen en nombre de la justicia o del rerecho internacional, o de lo que podría ser muy válidamente un rechazo a dictaduras tan sangrientas, sino en nombre de los intereses del petróleo, como se ha probado.

¿Qué sucede?, que las protestas contra tales actos van surgiendo en el mundo a pesar de los controles ejercidos. Y esas manifestaciones de repudio son la expresión más clara que yo conozco del respeto a los derechos humanos y de una ciudadanía global que en este momento se constituye en uno de los grandes alicientes, en un estado de ánimo, en una capacidad de movilización que no pasa por los controles de esa minoría monstruosa que domina. Haber logrado consolidar esos espacios, detener la mentira e imponer el criterio ético y hacer que ese criterio se desbordara en cientos de miles de millones de personas en el planeta entero, me parece que es un panorama que niega el determinismo y la sujeción permanente a una minoría depredadora.

Hablando particularmente de las universidades ¿qué papel les corresponde en la globalización?, porque también ha entrado una idea de mercadotecnia, del éxito por el éxito…
Y la bobaliconería de la autoayuda.

Ante este panorama mundial, donde hay contrastes entre ética, conocimiento y mentiras de ciertos grupos económicos, ¿qué papel desempeñan las universidades públicas en el siglo XXI?
Bueno, desde luego creo que en las universidades públicas, en América Latina, se sigue concentrando lo mejor en cuanto a formación se refiere, lo más crítico y más actual del pensamiento. Sin disminuir a las universidades privadas, noto que en éstas –sobre todo en las que están muy regidas por el fundamentalismo religioso– hay criterios muy pueriles que tienden a adornar; de hecho, en ellas no hay propiamente una educación universitaria: son colleges, high schools más o menos disfrazados pobremente. En cambio, en las públicas, por ejemplo en el campo de las ciencias, se sigue concentrando lo mejor, lo más sistemático de la investigación, lo cual no sucede en las privadas. Además, en las primeras hay un debate y en las segundas ocasionalmente se registra, pues comúnmente están detonadas internamente por la mochería y por las sandeces de la autoayuda.

Considero que, en ese sentido, la responsabilidad de las universidades públicas es enorme porque en su seno sigue depositado lo mejor del proceso nacional, lo más vivo, lo más crítico. Pienso que ahí hay que recuperar el criterio humanista, que sí veo muy desdibujado, y que hay que luchar por esos presupuestos que permitan la formación de científicos, de gente que impone el pensamiento tecnológico, pero también el pensamiento humanista y las ciencias sociales.

Aunque estas instituciones públicas se han defendido mucho, creo que sí están viviendo una crisis considerable por falta de recursos y por el sectarismo de una minoría (vimos el desdichado caso de la unam con la huelga de 10 meses que se prolongó por la desmesurada locura seudo ideológica de un grupito). Por ello les toca asumir la gran responsabilidad, evitar el sectarismo y el doblegamiento ante el neoliberalismo y reivindicar lo mucho de lo público que ha significado y seguirá significando en la vida latinoamericana.

Ahora se habla de códigos de ética en los medios de comunicación, y también ya se empieza a hablar de códigos de ética en el trabajo. ¿Existen realmente?
Esos códigos de ética son bromas más o menos considerables que sí alientan el sentido del humor, debo decir. Cada vez que un consorcio publica su código de ética ya sé que va a decir: “Procurarás en toda ocasión ser fiel a tu ideal”, “no permitirás que las ambiciones penetren en tu espíritu”… Todas esas francas boberías que llaman códigos de ética no significan nada, salvo el tener una excusa para seguir con su misma rapiña capitalista de siempre, pero no creo que los códigos de ética como tales sirvan para algo. Lo que funciona es una educación donde la ética tiene un sentido que se le sabe defender, donde la ética –impulsada por la seguridad de una sociedad civil atenta al cumplimiento de las leyes– se instaure en el gran valor laico.

Sin embargo, pareciera que vamos en un barco a la deriva… ¿quién puede enderezar la nave?
Lo de “a la deriva” sí es una imagen con la que puedo concordar, pero lo de “un barco” me parece excesivo tratándose del modo en que el gobierno maneja modesta, errátil y torpemente su chalupa. Es decir ¿tanto como barco?… uno no piensa ni siquiera en el Titanic para levantar la imagen, sino en alguno de esos barcos turísticos que recorren la bahía de Acapulco.

¿Qué es lo que está pasando? Que no saben qué país gobiernan, no saben entonces qué proyecto conducir, encauzar, formular; no saben cuál es la historia del país que se les encomendó. Por lo mismo viven improvisando el punto de vista, el proyecto…

Yo veo un coro nacional de improvisadores en lugar de gobierno y eso no me entusiasma. Cada vez que tienen oportunidad de mostrar su relación con el país, leen textos que les escriben –por lo general– jóvenes aburridos en la madrugada y que sí tienen que ver con lo que estudiaron en carreras como Ciencias Políticas o Ciencias de la Comunicación o Leyes. La parte política de los informes presidenciales ha sido de lo más patética en los años últimos, porque ahí quieren levantar la voz en nombre de la ideología que no tienen, del proyecto que ignoran, del país que desconocen y de la energía cívica y moral de la que carecen, entonces, no sé de qué estamos hablando.

Como dice la canción del juego infantil La víbora de la mar, “los de adelante corren mucho y los de atrás se quedarán”. ¿Quiénes se quedarán atrás?
Los de atrás ya se quedaron, los de adelante no corren; ese es el problema: que hay la inmovilidad de quienes deberían conducir el país y hay el rezago de los que están sufriendo el atraso provocado por el desastre educativo, la injusticia social causada por la concentración de capital, el pasmo moral suscitado por la ausencia del Estado de Derecho, la estupidez sangrienta de pretender hacer justicia por propia mano con los linchamientos y ese tipo de actos bárbaros. Creo, primero, que este es un mal momento de América Latina y de México y que el optimismo sobreviviente está muy concentrado en primer lugar en las acciones de la sociedad civil sectorial, deleznable, lo que se quiera, pero que implican un proceso de solidaridad y de reajuste a partir de una idea de justicia social. En segundo lugar el hecho de que, pese a todo, el espíritu público permanece y el espíritu privado no se ha hecho ni de lejos como el dueño del escenario, y en tercer lugar porque la sobrevivencia cree su racionalidad y esa racionalidad tiene que imponerse porque ningún país se suicida.

¿Esta crónica caótica de la sociedad civil no estará llevando a una nueva revolución?
Espero que no, y no creo que la revolución sea la respuesta, porque, entre otras cosas, el término se ha gastado en barricadas construidas febrilmente en artículos
que nadie lee.

Pienso que los sucesos que estamos viviendo nos pueden conducir a una afirmación de la democracia como un sistema de reparto equitativo e igualitario de las oportunidades y nos pueden llevar a una concepción de la sociedad civil como la entidad o el espacio en donde las personas se forman reconociendo sus capacidades, sus potencialidades, y reconociendo que el interés colectivo sigue teniendo una enorme fuerza. Este es el primer interés que hay que levantar; además, despojar las formas más mezquinas del egoísmo también contribuirá a encontrar esa salida que, desde luego, no veo fácil ni próxima, pero mi optimismo se funda, entre otras cosas, en la profunda estupidez de la clase gobernante, en la insensibilidad grotesca del sector empresarial y en la derrota continua de la intolerancia de los grupos fundamentalistas.

Algo se avanza si lo mejor que tiene el país no está ya con esas elites y si lo mejor que tiene esta nación rechaza la intolerancia y la sujeción a las formas más inquisitoriales que ya no se pueden padecer, lo vimos cuando intentaron prohibir la proyección de El crimen del padre Amaro.

(Monsiváis estaba a punto de partir a Monterrey a una reunión de bailes populares y nos pidió con un gesto de indulgencia cortar la plática, lo que confirmó que no hay muchos Monsis, sino uno solo que se desplaza en el tiempo, así es que la pregunta última, de ese momento, era obligada):

¿Qué valor adquiere para usted la Medalla al Mérito Universidad Veracruzana?
La Medalla al Mérito me sorprendió, siempre las injusticias sorprenden. Creo que no la merezco y entonces trato de ajustarme a la injusticia con toda la capacidad de agradecimiento que tengo.

La UV ha mantenido un muy buen nivel en medio de situaciones dramáticas en lo presupuestal, tiene una historia editorial de buen nivel, de formación de escuelas como la de Antropología, etcétera; entonces, que la UV me conceda esta distinción me sorprende, me parece que forma parte de las injusticias que no quiero denunciar y que me permite seguir en contacto con una comunidad académica de la que, estoy seguro, el país –bueno, esta región específica– aprovecha bastante.

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