Octubre-Diciembre 2003 , Nueva época No. 70-72 Xalapa • Veracruz • México
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El papel de la antropología en supersociedades infelices
La globalización que vivimos,
totalmente opuesta a valores
de solidaridad: Tullio Seppilli

Edgar Onofre Fernández

¿Cuáles son los retos del estudio de la americanística? ¿Por qué es importante analizar el devenir histórico y los procesos actuales de América? ¿Qué hacer ante la globalización? ¿Cómo deben organizarse las sociedades modernas? ¿Mirar al pasado es la solución a los problemas que enfrenta el mundo actual? ¿Hacia dónde deben dirigirse los estudios antropológicos? ¿Qué papel desempeñan los antropólogos en el tejido de una nueva organización social? Estas son algunas preguntas a las que respondió el pionero en la etnología y la antropología cultural, Tullio Seppilli, para quien el reto es conseguir la felicidad en un medio donde impera el desarrollo tecnológico.
Acaso la manera desbocada que las sociedades contemporáneas han elegido no sólo como forma de organización sino también como estilo de vida ha llevado a múltiples estudiosos y científicos a dirigir sus investigaciones hacia visiones alternativas para el funcionamiento del mundo. Desde las ciencias naturales y sociales, sobre todo, distintas líneas de trabajo académico y de investigación apuntan a encontrar, primero, un alto al
 

desenfreno tecnológico y, segundo, una alternativa al progreso desmedido que, paradójicamente, no ha hecho feliz a la mayor parte del mundo y sí ha enriquecido a los menos.

Una de las soluciones para uno de los problemas puede ser la que Tullio Seppilli, pionero de la antropología médica, expuso durante la ceremonia en que la Universidad Veracruzana le confirió el doctorado Honoris Causa y que propone hacer una síntesis de los logros de la medicina moderna –pero evadiendo aquella concepción que considera cuerpo humano se le trata como una máquina de engranajes independientes entre sí– y los conocimientos que las expresiones tradicionales de la medicina en distintas culturas.

A través de la siguiente conversación, el antropólogo italiano permite acercarnos a su visión de la infelicidad de las supersociedades que hoy se ufanan de su apariencia refulgente y magnífica pero que desdeñan las enfermedades que padecen, al tiempo que propone puntos de vista alternativos para enfrentar la realidad contemporánea.

Además, Seppilli hace un recuento del papel que corresponde a la antropología en relación con los temas que son verdaderamente importantes para el desarrollo del hombre y de sus comunidades, como la felicidad, y revisa las propuestas que pueden surgir desde el seno de esta disciplina.

Aprovechando su visita a la Universidad Veracruzana, donde recibió el doctorado Honoris Causa e inauguró las actividades del XXV Congreso Internacional de Americanística, se le cuestionó sobre otros temas como la inmigración, la americanística y el papel de la investigación en el progreso de las comunidades.

Tal vez podríamos empezar por mencionar los retos en el estudio de la americanística...
Yo creo que hay muchos. Pero hoy, por ejemplo, considero que es muy importante analizar e interpretar, desde el punto de vista cultural lo que pasa actualmente con las diferentes tradiciones, con los conflictos de marginación, de cambio cultural y de hegemonía, con trabajos etnográficos y también con la síntesis de éstos, porque el problema es que muchas veces, en el campo de la antropología, tenemos trabajos aislados, de monografías etnográficas, pero una visión, una interpretación de conjunto, no es fácil.

Eso sería fundamental, pues aunque el estudio de las culturas indígenas en América es importante, lo es más el desarrollo de una visión de síntesis comparativa en los diferentes países. Asimismo, es necesaria la investigación tradicional sobre las civilizaciones antiguas, dado que hoy es posible obtener información con técnicas nuevas que permiten hacer lo que de modo muy difícil se conocía e interpretaba 20 años atrás.

Es complejo dar prioridad a las cosas, pero yo creo que es muy valioso el Congreso de Americanística en el sentido de que permite una visión de síntesis de los estudios que en diferentes países, en diversas condiciones y con distintos objetivos, contribuyen, al final, a crear una imagen de lo que pasó y lo que pasa en el continente americano.

¿Esta visión de síntesis del pasado y presente del mundo americano nos ayudaría a construir una alternativa de organización social para el continente?
Considero que ese es el problema real, porque hoy existe el peligro de que la globalización se transforme en una globalización de mercados dirigidos por pequeños grupos de dos o tres países del mundo. Por lo tanto, creo que no es posible pensar que la globalización se detenga, porque la historia de los siglos, del XVI hasta hoy, nos muestra que la globalización es un proceso continuo y que, con el mercado capitalista mundial, el proceso es muy acelerado.

Sin embargo, hay diferentes posibilidades de globalización. La que está pasando hoy es una muy vertical: los objetivos son estrictamente de renta económica y las condiciones de salud, sociales y económicas de los diferentes grupos son un elemento absolutamente secundario. Además, pienso que una resistencia de culturas aisladas, particulares, no tiene posibilidad. Por ende, es indispensable difundir una conciencia más amplia de lo que significa hoy la globalización, de cuáles son las fuerzas que están empeñadas en ella, de cuáles son los mecanismos de hegemonía que hoy rigen el mundo.

En África, por ejemplo, destruyeron prácticamente toda su cultura tradicional, que tenía muchos elementos de solidaridad, de respeto interpersonal, y hoy ese continente está en una condición muy difícil de problemas de salud, de pobreza cultural, de carencia política. Ante tales escenarios es urgente conocer qué fuerzas sociales están trabajando en torno a la globalización y organizar un proyecto alternativo de este fenómeno, no una resistencia aislada de grupos determinados, sino un proyecto alternativo de globalización en el que no pesen sólo los intereses de pequeños equipos concentrados en los países más ricos.

Esto no es fácil, ya que tenemos que organizar un proyecto realista sobre una situación en que la hegemonía es de otros, por lo que hay que trabajar bastante para interpretar los procesos actuales de lo que podría ser una sociedad muy moderna pero, al mismo tiempo, más igualitaria, menos ligada a poderes económicos y capaz de respetar las diferencias culturales, la alteridad cultural. El problema de los pueblos indígenas de América está en este marco. El reto es, pues, armar un proyecto planetario de globalización alternativa.

En el contexto al que alude, la pregunta fundamental de la antro-pología en el sentido de qué es el hombre, ¿qué respuesta tiene?
El problema “qué es el hombre” es un gran problema: los seres humanos han estado pensando en eso desde hace unos 3 000 años. Sin embargo, creo que lo importante es crear una sociedad donde el hombre sea feliz. Pero nosotros sabemos que la felicidad no significa lo mismo en todas las culturas. Por ejemplo, podríamos pensar que la eliminación de conflictos económicos inmediatos, como pasó en Europa –donde una parte importante de la población puede comer, está más o menos bien, tiene casa–, resuelve la cuestión de la felicidad. Sin embargo, no es así, porque en los países más ricos hay mayor cantidad de depresión, de anorexia, de indicadores de infelicidad. Esto lo conocemos muy bien, porque ya en los años cuarenta un antropólogo americano escribió un texto en el que demostró cómo en un país donde hay una enorme concentración de personas, la soledad es mayor que en naciones donde hay menos gente. Por lo tanto, la felicidad no es solamente resolver algunas dificultades sino también construir las relaciones sociales a partir de la resolución de los problemas más inmediatos, como el hambre, la miseria o la falta de vivienda.

Así, pues, debemos empezar por dichas bases para inventar una sociedad en que las relaciones humanas sean de provecho al hombre, para superar el aislamiento, para vencer los conflictos de civilizaciones ricas donde no hay felicidad y sí suicidios, depresión, infortunio...

¿Eso tiene que ver con lo que se ha dado en llamar el malestar de la cultura?
Tal vez. De hecho, creo que no se trata de malestar de la cultura sino malestar de las relaciones sociales, es decir, el problema es de organización de relaciones sociales antes que de cultura, porque ésta es, en cierta medida, resultado de la tipología de aquélla. En consecuencia, el desafío es crear una organización social en que los intereses colectivos y los intereses individuales vayan en la misma dirección, ya que en todas las sociedades donde hay divergencia de intereses no hay felicidad. Pero hay que construir una sociedad feliz en términos reales, analizando qué tipo de economía, de organización social y de relaciones interindividuales pueden garantizar, al mismo tiempo, una vida más fácil –desde el punto de vista de la alimentación, la miseria, etcétera–, y más provechosa –desde la perspectiva emocional– con valores de solidaridad.

El tipo de globalización que hoy vivimos es absolutamente opuesto a valores de solidaridad. Por eso resulta muy complicado todo esto.

El hecho de que estas supersociedades hayan llegado al punto en que, a pesar de la riqueza, existe la infelicidad ¿es lo que hoy nos hace mirar de nuevo a los pequeños grupos, a la sabiduría tradicional?
Sí, creo que son muy importantes para una ubicación y estímulo de pensamiento, pero no creo que los problemas de la sociedad tecnológica, moderna, puedan ser solucionados con las técnicas o los tipos de respuesta de los grupos tradicionales.
Pienso que es importante conocerlos y evitar que sean destruidos, pero el reto de un proyecto realista tiene que ser en relación con una sociedad muy desarrollada. Dicho de otro modo, el reto es conseguir la felicidad en un medio donde impera el desarrollo tecnológico.

¿Estaríamos hablando de un sincretismo entre la biomedicina y las medicinas tradicionales, es ello lo que deberíamos buscar?
Es un sincretismo, pero adaptado a las condiciones actuales, más adelantadas. Cuando hay una crisis en la sociedad occidental hay algunas personas, intelectuales, que opinan que la alternativa a la crisis es el Oriente –el exotismo– o la tradición. Sin embargo, los problemas actuales no se resuelven volviendo 100 años atrás ni utilizando las respuestas de sociedades muy diferentes. Lo prudente es que todo eso sirva para comprender, para tener un horizonte de interpretación muy amplio –como un laboratorio de los procesos sociales–, pero las soluciones tienen que ser elaboradas en relación con la sociedad actual y con las situaciones más adelantadas; de lo contrario, sería regresar al pasado y esto no sólo significa abandonar los problemas actuales sino también reabrir los conflictos de las sociedades pasadas en las que también había hambre, explotación, clases diferentes muy jerarquerizadas, entre otros. El reto es dar respuestas considerando todo lo que pasa y pasó, pero dar respuestas a las situaciones actuales.

¿Con todo lo que menciona podríamos preguntarnos si la felicidad es el problema de la antropología?
Yo me he preguntado siempre eso. La felicidad es un estado psíquico y está ligada a elementos culturales: “lo que es importante para mí, si lo tengo, soy feliz”. Pero lo fundamental es diferente en cada cultura. El problema es que nuestra civilización nos da la idea de que hay muchas cosas esenciales y las destruye al mismo tiempo. Por ejemplo, años atrás no se consideraba tan importante poseer bienes, que es la propuesta de los mecanismos del mercado; ahora, nos explican que ese fenómeno de posesión y consumo sí lo es. Entonces, somos poco felices si no somos parte de él. Se puede comprar, pero, seis meses después, te explican que lo que se adquirió es una cosa muy vieja y por tal debe eliminarse porque hay cosas más modernas, “más importantes”. Éste es un mecanismo permanente de propuesta y respuesta de consumo, pero el resultado de éste en pocos meses debe ser depreciado para proponer otro consumo como la alternativa de felicidad continua.

Yo puedo pensar que un coche me otorga la felicidad, me resuelve un problema, sí, pero la experiencia de los países más ricos demuestra que, a pesar de que ganan más dinero, de que no tienen hambre, de que poseen muchos coches, no consiguen la felicidad. Eso no significa que no sea importante eliminar el hambre o la pobreza, pero no resulta suficiente si no creamos una sociedad de conexiones sociales que puedan dar al hombre una vivencia emocional positiva. Por lo tanto, yo pienso que para la antropología la felicidad es un problema central; sin embargo, sabemos que la felicidad es diferente según los contextos.

De su trayectoria destaca su labor como fundador de institutos de estudios en antropología. ¿Qué es lo que pueden proponer los investigadores de estos centros, cuál es la respuesta que tienen para enfrentar la desorganización social?
Realizar estudios. Un instituto de investigaciones tiene que hacerlo, pero lo difícil es escoger el problema a trabajar, porque una gran parte de lo que se hace en las universidades mantiene la investigación ligada a la vida académica, no a la importancia del problema: hay asuntos fundamentales que no son estudiados y hay otros absolutamente marginales que tienen un gran número de investigaciones.
Se debe escoger el campo de la investigación de acuerdo con los problemas del hombre actual. Eso no es fácil, dado que no siempre los presupuestos están destinados para ello, sino para estudios secundarios, y aunque los antropólogos sepan cuáles son las investigaciones necesarias, los proyectos siempre pasan por las manos de quien otorga el dinero y utiliza los resultados. Lo importante es que los trabajos que se realicen en los institutos beneficien a la sociedad.

Cuando haces una investigación financiada por una gran fábrica, generalmente piden que los resultados le sean entregados a la misma y no sirven para la liberación del hombre, sino para dar a la fábrica una oportunidad mayor, a través del conocimiento de los procesos, para realizar sus planes. Por ejemplo, gran parte de la psicología social contemporánea es una que fue financiada y usada para la conversión de los comportamientos de consumo. Ese es un uso de la ciencia que nos da respuestas reales, pero si éstas sólo sirven para aumentar el mercado de un producto que es poco importante, yo creo que no se trata de una buena solución.

Por ello, considero que los antropólogos tienen que examinar críticamente qué hacen, sobre qué trabajan, quién utiliza sus resultados. De ahí que quien financia se convierta en un problema; el dinero no lo es. Así que lo importante es saber quién aporta el apoyo económico y qué es lo que pide.

¿El papel de los antropólogos estaría inserto en el tejido de una nueva organización social?
Sí, o por lo menos como conciencia crítica de un proceso de transformación social. Podría ser ese el papel: una conciencia crítica, interpretativa y práctica de y en los procesos de cambio social.

Esta última pregunta viene a colación porque una de las principales críticas que en México se hace al investigador, sobre todo el de ciencias sociales, es que sus estudios no tienen un impacto útil y preciso, un beneficio para la sociedad...
Creo que lo deberían tener, de una manera no necesariamente tan directa. Después de la revolución soviética, en 1917, hubo un debate sobre la función social de la investigación. Sin embargo, surgió el problema de que hay investigaciones teóricas, muy profundas, que con el tiempo inciden en el desarrollo, pero no tienen efectos rápidos. Inventaron el término “reserva científica para el futuro” con el fin de subrayar que la ciencia debe tener resultados prácticos para el hombre, pero no necesariamente inmediatos, porque el desarrollo teórico tiene sus propios tiempos; no obstante, sirve para avanzar al conjunto de las investigaciones y puede tener aplicaciones prácticas de aquí a 10 años.

Un gran número de tecnologías modernas fue inventado a partir de estudios teóricos que en el primer momento no parecían ser útiles. Por consiguiente, creo que es necesario avalar la utilidad social de una pesquisa, pero no de una manera ciega, poco abierta, sino con gran interés por la teoría, pues sin ésta la investigación no sirve a la sociedad: un marco teórico facilita enormemente la investigación. Además, no hay que privilegiar solamente a la investigación empírica, porque el desarrollo del pensamiento teórico nos permite modificar enfoques, ver cosas que no se veían.

Regresando al tema del Congreso Internacional de Americanística, llama la atención el hecho de que parece haber una tendencia de Europa a voltear hacia América, ¿a qué se debe este interés?
Antes que todo, América es fundamental para el desarrollo mundial. En este continente hay situaciones muy diferentes y también está Estados Unidos, que no es poca cosa en el peso de la hegemonía mundial. Creo que el interés antropológico por América –principalmente América Latina– se debe a que es un gran laboratorio intercultural que nos permite comprender muchas cosas. Aquí convergieron civilizaciones antiguas, culturas africanas, diferentes tipos de migración europea y, ahora, hay emigración oriental de Japón, de China.

El estudio de la americanística es esencial para el destino de las poblaciones de este continente, pero también es sumamente interesante desde el punto de vista de la antropología, pues nos deja ver una serie de procesos en el mismo momento en que ocurren, en tiempo real. Eso es muy importante porque nos permite comprender sucesos que pasarán en otros continentes también, ver el problema de la creolización del mundo –como dicen algunos antropólogos– con presencia de todas las culturas que ahora, con la comunicación de masas, de la globalización, de todo ello, se están compenetrando.

Si todos somos ciudadanos de todo el mundo y hay presencia de todas las culturas en todos los países, ¿estamos eliminando fronteras, tal y como lo soñó John Lennon?
Es complejo. Discutimos mucho en Europa el tema de la migración de África, América, Asia y la Europa Oriental, porque el problema es lo que resulta en términos culturales. Sería ingenuo pensar en un país donde todas las culturas coexisten, pues eso significaría que una cultura es buena para todo tipo de sociedad. Eso no es tal, dado que la cultura es producto de la historia de una sociedad con un tipo de organización y con problemas particulares sobre los que se edifica el pensamiento colectivo y la creación de una cultura.

Por lo tanto, cuando a Italia llegan inmigrantes del África Occidental el problema es el respeto por su cultura, pero no podemos ignorar que un africano que arriba a Italia, porque piensa vivir mejor, trabajando en una industria del norte del país, no puede conservar la cultura campesina tradicional de África y usarla para ser obrero de una industria tecnológica desarrollada.

Inevitablemente, cuando hay migración, hay contacto cultural, pero también cambio cultural. Por ello, cuando llegas a un país que tiene otra forma de vida y otra organización social, tienes que elaborar una cultura funcional para comprender los problemas de aquel lugar y vivir dentro de una situación completamente diferente.

De esta manera, es una utopía pensar que en una nación pueden convivir todas las culturas, porque los pueblos llegan y con ello surgen procesos de cambio e integración culturales, pero también elementos de homogeneización, porque
–siguiendo el ejemplo anterior– el obrero italiano que trabaja en la Fiat y el emigrante de Nigeria o de otro país que también labora en esa empresa deben tener elementos culturales comunes para pensar como operarios, no para aceptar las relaciones sociales: a partir de las condiciones locales, una cultura revolucionaria campesina sirve poco en el contexto obrero.
Creo que América es un ejemplo, con toda la inmigración, de lo que acontece cuando culturas diferentes entran en contacto.

En el tema de la inmigración es recurrente hablar de la reticencia que la cultura anfitriona tiene para aceptar a aquella que llega, reticencia de la que devienen manifestaciones de racismo. ¿Cómo funciona esto?
Tenemos que combatir eso, pero también debemos comprender el fenómeno. Tener la misma cultura simplifica enormemente la vida, pues tú sabes cómo me voy a comportar la mayoría de las veces, porque hay valores, normas, conocimientos. En Italia estudiamos los problemas de inmigración provocados por los diferentes estilos de vida; por ejemplo, si a media noche un inmigrante sale a cantar y a hacer fiestas a las cuales porque está habituado a eso, y la población local está acostumbrada a dormir a las nueve de la noche, ésta considera que aquél no tiene educación, que no sabe vivir o cómo se debe vivir. Eso se multiplica con la comida, con los horarios, con la manera de comportarse y con toda una serie de expresiones culturales. Por ende, hay problemas reales cuando un grupo social está habituado a un tipo de participación.

Gran parte de las complicaciones de la vida cotidiana ya está resuelta. Tenemos que concentrarnos en los conflictos nuevos, pero la parte principal de ellos ya es obvia, es conocida. Si tenemos la necesidad de explicar algo, decimos: “es como aquella vez...” y todos lo comprenden, pero el inmigrante no, ya que para él la historia es otra. Por ende, es inevitable que haya problemas, y el desafío es trabajar para reducirlos, para hacer comprender que no es falta de educación, que no hay maldad, que no hay valores negativos, sino que son diferentes culturas. Pero es necesario que en el país que recibe inmigrantes se haga algo para comprender eso y para reducir los efectos de eso. Nuestra idea es que tenemos que trabajar para alcanzar una comprensión recíproca, pero también para establecer una parte de la cultura más o menos común.

Hay cosas que deben ser iguales para los inmigrantes y para los italianos, ya que el italiano no aceptaría que lo que es obligatorio para él no lo sea para el extranjero sólo porque en el país de este último eso no existe. Por ello, es necesario trabajar para construir una cultura común sobre los problemas más inmediatos y dejar que cada cultura continúe viviendo. El realismo, más la contribución de la antropología, es fundamental, pues la utopía no sirve para resolver problemas.

En el discurso que pronunció durante la ceremonia en que recibió el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Veracruzana, mencionó que México es muy importante en la antropología. ¿Podría explicarnos esto?
Creo que el problema actual es que la hegemonía norteamericana en el mundo se transforma también en una hegemonía de las ciencias y de la antropología. Sé que la antropología norteamericana es muy importante, nos dio contribuciones de gran valor. Pero el ejemplo que yo siempre pongo es que si tú lees un artículo de un antropólogo norteamericano y vas a ver las referencias bibliográficas, todo está en inglés.

¿Qué quiere decir esto: que ellos no se informan?
Yo siempre digo que los antropólogos americanos (estadounidenses) pueden aprender español
–de la misma manera en que podrían aprender el swahili en África o el urdu en Asia–, pero sólo lo hacen con el fin de interrogar a campesinos mexicanos para sus investigaciones de campo, mas nunca pensarían en leer un libro de antropología en español. Eso determina, en la ciencia antropológica norteamericana, la impresión de ser líder del mundo, pero también un gran atraso, ya que no utilizan las contribuciones francesas, italianas, españolas y de toda América Latina.

Nuestra estrategia en Italia, en el campo de la antropología –y en la antropología médica particularmente–, es dar gran importancia a las contribuciones latinas, no por cuestiones de nacionalismo latino, sino porque hay algo en la antropología latina, mexicana, brasileña, española, italiana, que no hay en la americana; por ejemplo, la importancia que se da a las condiciones materiales de existencia, a la relación entre la manera de pensar y la manera de vivir.

Los americanos son más culturalistas; para ellos, la cultura es un proceso dinámico semiautónomo. En cambio, nosotros pensamos que la cultura –como pensamiento colectivo sobre los problemas, conocimientos, normas, valores, modelos de comportamiento, etcétera– es el resultado de que el hombre colectivamente piensa a partir de sus condiciones reales de existencia. Por lo tanto, la conexión entre cultura y las condiciones objetivas de existencia, en la antropología de los países latinos, es muy importante.

Otro problema es el poder. En la antropología latina, el poder es central. De hecho, analizar lo que pasa en relación con las dinámicas del poder, por lo tanto de la comunicación del poder y de los mecanismos de hegemonía, es fundamental para comprender por qué los hombres piensan esto o aquello. Eso es una de las características principales de la antropología latina, esa atención a las condiciones de existencia, a la pobreza, a los mecanismos de hegemonía, a los procesos de circulación cultural, a toda esta serie de elementos que para nosotros es muy importante y que, creo, forma parte de una antropología muy adelantada.

Para nosotros es muy importante lo que pasa en las antropologías mexicana y brasileña, porque son las antropologías de vanguardia en la parte latina del continente americano. En Italia estamos haciendo un número especial de 400 o 500 páginas sobre la antropología médica mexicana para darla a conocer en mi país, porque en Europa se conoce solamente la antropología médica norteamericana debido a que tiene mayor número de mecanismos –como revistas, libros u otros medios–, a que la hegemonía en general se transforma en hegemonía de las ciencias, a la influencia cultural que ejerce a través de congresos… Para nosotros, para mí, la atención a las antropologías mexicana y brasileña también es fundamental porque son muy semejantes a la italiana, y nosotros juntos, con los españoles, podemos organizar algo diferente a la antropología gringa, lo que no quiere decir luchar contra ésta, sino sobrevivir.

En antropología médica, las contribuciones de países como Francia, Italia, España, México y Brasil son esenciales. Por un lado, significan el inicio de un proceso de conexión con las antropologías latinas de América y, por otro, un enlace con las del norte de Europa, que están muy influenciadas por los antropólogos norteamericanos.