Marzo 2003 , Nueva época No. 63 Xalapa • Veracruz • México
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Investigador de la Universidad de Granada:
En los medios de comunicación,
la imparcialidad es sólo un mito

Edith Escalón

 
La objetividad informativa no proviene de los medios, sino del contraste de fuentes que busque el público mediático, afirma Antolín Granados, doctor en Sociología por la Universidad de Granada, para quien los beneficios que se pueden obtener a través de la prensa, la televisión, la radio o la Internet motivan a los medios a modificar la realidad y presentarla con el rostro que les conviene a ellos, a los gobiernos, a los grandes capitales y a todos los que tienen poder económico.

Prohibido usar el “yo”, las palabras coloquiales y, por supuesto, la opinión personal. En su lugar, serán de rigor el lenguaje neutro, impersonal, las citas de fuentes y la descripción de los hechos en directo, el apoyo en citas de testigos cercanos y de representantes de la autoridad, el manejo de cifras y porcentajes, edades, fechas, hora de los hechos… así y sólo así lograrán la objetividad.
Durante décadas, estudiantes de todas las escuelas de periodismo y comunicación aprendieron con esta receta las bases de la objetividad informativa que, decían, tenía el propósito de “reflejar la realidad social” a través de los medios de comunicación. Aunque una sencilla aplicación de sentido común habría bastado para cuestionar esa pretensión, para empezar a quitarle el disfraz de objetivas a las noticias fueron necesarios años de estudio e investigación para, incluso conseguir los primeros matices en los clásicos axiomas del trabajo periodístico, por lo menos, en la academia.
Pareciera que un poeta español hubiera logrado con una sencilla fórmula lo que teóricos de la comunicación, editores, directores de medios y periodistas se negaron a reconocer: “En este mundo traidor nada es verdad ni es mentira; todo es según el color del cristal con que se mira” decía Ramón de Campoamor en el siglo xix, cuatro versos que adquirieron una categoría casi científica. Con ellos se demostró que si los colores son muchos, es prudente reconocer que los medios construyen también muchas versiones de la realidad.
Y tal vez si así hubiera sido, el público mediático hubiera tenido plena conciencia de que los medios no pueden separarse de sí y reflejar la “realidad social” como espejos tecnológicos, y que la recurrencia a esas muchas versiones era lo único que podía aproximarnos más o menos al concepto casi utópico de la objetividad informativa, pero, como todas las grandes soluciones, no fue así, porque justo cuando este reconocimiento empezaba a ganar terreno, el mundo conoció un nuevo concepto tan engañoso como el primero, tan polisémico y a la vez tan inasequible que terminó por significar lo que no es, el concepto globalización.
Algunos teóricos creen que globalización es un término que traiciona su significado, pues por un lado nos promete posibilidades de interconexión con lugares remotos, de conocer sociedades, instituciones y sobre todo personas, y por otro
–sin embargo–, nos limita a un único pensamiento global (o planetario) del discurso de la racionalidad occidental, “empapado de presunta objetividad y etnocentrismo”. Claro, ésta es sólo una versión, pero algunos hechos la confirman, y nos dan indicios de que la globalización no es más que la colonización mundial tan pretendida (y alcanzada) por los discursos de los países dominantes.
Un ejemplo. Cada vez es más evidente que la búsqueda de los medios de comunicación se dirige a la “versión única” de los hechos, porque, pese a las enormes posibilidades tecnológicas y la variedad de formatos, los contenidos emitidos son (contrariamente) cada vez más uniformes, equivalentes y cerrados.
¿Qué motiva estas semejanzas?, ¿quién se ha convertido en el rector informativo del mundo? Tal vez el problema no es la parcialidad que los medios presentan, sino que el propio uso del término “objetivo” les otorga cierto poder sobre la audiencia, los lectores, radioescuchas, usuarios o televidentes, un poder que está basado en un mito.
Antolín Granados Martínez, investigador y catedrático de la Universidad de Granada, España, quien estudia el racialismo y el etnocentrismo en los medios de comunicación y en los libros de texto escolares, además de las distintas formas de exclusión de la diversidad cultural y de las diferencias sociales, compartió con Gaceta sus opiniones en torno a la objetividad informativa y las realidades que los medios ayudan a construir.

En un mundo global donde la información transita sin fronteras, es evidente que el poder de los medios de comunicación es enorme. ¿Cómo se analizan sus alcances desde la academia?
Los grandes teóricos y conocedores del tema declaran sin demasiados tapujos que los medios de comunicación se han convertido en un segundo poder, sólo superado por el poder económico. Efectivamente, el poder que tienen los medios de comunicación para configurar y manipular la realidad es inmenso, manifiesto y evidente; de hecho, ese poder reside en la capacidad de imponer la realidad de acuerdo con el modo en que los medios la definen.
En la guerra contra Irak, por ejemplo, y ya que estamos en el ámbito de la globalización, se vio cómo la opinión pública se fue acomodando a una posible guerra. Es decir, mediante un efecto polifónico orquestado por los medios de comunicación más influyentes del mundo, se fue configurando y conformando una opinión en torno a una guerra que se pretendió inevitable. Esto ya ha ocurrido en otras épocas; sucedió en la guerra del Golfo Pérsico hace 12 años y pasó recientemente en Afganistán.
Las grandes compañías y corporaciones que manejan los medios de comunicación configuran una versión de la realidad y definen un contexto en torno a sus propios intereses, salvo en algunos casos, en los que una parte de los medios se alinea del lado de quienes tienen el poder de definir realidades desde ópticas o perspectivas distintas.
Ése sería el caso, y también la novedad, en relación con la guerra de Irak: la falta de sintonía y de acuerdos entre las grandes potencias que tienen intereses encontrados y contrapuestos en el Oriente Cercano obligó a los medios que cada una de ellas controla a mostrar versiones distintas de una realidad sumamente compleja que, de otro modo, de haber consenso, sería presentada de forma simplista.

¿Está el poder de los medios claramente supeditado al poder económico?
Yo parto de la base de que los medios de comunicación no son buenos ni malos; son instrumentos que permiten dar a conocer realidades que, de otro modo, probablemente, no podríamos llegar a conocer nunca.
No considero a los medios de comunicación como positivos o como negativos, pero en
la medida en que son instrumentos pueden ser fácilmente utilizados, en un sentido o en otro. Respondiendo a tu pregunta, creo que sí: los grandes grupos mediáticos tienen fuertes intereses en importantes sectores punteros de la producción, lo que les vincula irremediablemente al poder económico; eso parece relativamente claro.

¿Debemos dejar de creer en la objetividad entonces?
Creo que no. Hay medios y hay periodistas que desarrollan su profesión con una cierta ética profesional, como en cualquier otro quehacer. Quizá no sea justo, o no se corresponde con la realidad decir que todos los medios manipulan o no son objetivos. Lo que sí creo es que quienes realmente tienen poder para decir qué tipo de información sale a la luz y cómo son los que saben de su capacidad de llegar al gran público; en este sentido, las investigaciones sobre los medios demuestran de manera muy clara que se está sacrificando cualquier atisbo de objetividad en beneficio de resultados económicos, políticos, ideológicos o de cualquier otro tipo.

Pero eso excluye a la gran mayoría; si recordamos que la tendencia de las grandes cadenas y servicios informativos es concentrar a los medios pequeños o independientes, hablar de objetividad informativa sería una utopía.
Yo creo que en los grandes medios de comunicación la objetividad es un mito. Es una luz en el horizonte que parece como si cada vez estuviera más lejana y que ya no preocupa a mucha gente, o por lo menos eso parece. Un caso muy concreto: a poco que se analice el organigrama que representa a quienes controlan los medios de comunicación, en cualquier país, se verá que los grandes poseedores de esos medios tienen intereses muy diversos; por ejemplo, tienen que ver con la industria del armamento o empresas editoriales de libros de texto están ligadas a las grandes firmas comerciales.
Desgraciadamente, los medios de comunicación no sólo se nutren de sus lectores, o de lo que los lectores aportan económicamente, sino que se sustentan fundamentalmente sobre la publicidad, que es la que manda, y quienes la piden y la pagan son las grandes industrias del automóvil, de la cosmética, de la moda
o de la política…

Creo que como lectores, espectadores o radioescuchas lo sabemos, pero el problema es que los medios no se asumen como un negocio.
Pues yo creo que lo hacen cada vez más. Tan sólo con analizar la obsesión que tienen los medios, por ejemplo en el caso de la televisión, con los índices de audiencia, veremos que les preocupa más el número de personas que pueden ver un programa de televisión que la calidad o la objetividad de ese programa. Insisto, independientemente del valor ético o estético, el interés que hay detrás es fundamentalmente económico, los ranking de audiencia son los que marcan la pauta, y una noticia generalmente se diseña a la medida del público al que se pretende llegar para tener impacto y ventas.

Entiendo que es difícil medir claramente el impacto de los medios de comunicación, incluso en el ámbito local, pero en problemáticas como el racismo, en la que usted es un experto, ¿cómo influye en la opinión pública la información que ellos difunden?
Yo conozco sobre todo el caso de la prensa escrita. La televisión y la radio son otra cosa, digamos que los niveles de análisis son distintos. La prensa, y en un caso muy concreto la prensa española, la imagen que da del otro, especialmente el representado por el inmigrante, es bastante negativa. La prensa ofrece una imagen creada de todas las piezas: una especie de guión diseñado que lleva al lector a asociar inmediatamente a un individuo, o a un grupo de individuos, con ciertas características negativas que proceden básicamente de los medios de comunicación. Son ellos los que se han encargado de perfilar esa imagen y de indicarle al lector del periódico cuál es el universo que define al inmigrante y, por extensión, a minorías que están estigmatizadas o marginadas por alguna razón.
Yo estoy convencido de que los medios de comunicación son, en una parte considerable, responsables si no de comportamientos racistas, sí de presentar una imagen conflictiva de individuos o de grupos estigmatizados por su color de piel, por su actividad económica, por el sitio en el que viven, por su manera de expresarse, o por otras cosas. Por lo demás, eso ocurre no sólo en relación con las minorías étnicas sino también con grupos muy significados como son los homosexuales o las personas que la cultura dominante discrimina o estigmatiza.

Pero no lo hacen abiertamente…
No, salvo excepciones, salvo un tipo de prensa considerada como prensa amarilla, los famosos tabloides británicos que sí suelen hacerlo de una manera más o menos abierta. Pero la prensa bienpensante, la prensa de elite y la prensa mayoritaria en un país como España lo hace de una manera oculta y da ‘una de cal y otra de arena’, como decimos en España. En los editoriales es probable que se dé una visión muy medida del fenómeno, que esa visión sea acorde con los valores dominantes de respeto, de pluralidad, de tolerancia, pero luego, el modo en que los mismos periódicos notician las informaciones relacionadas con esas minorías, el modo en que construyen la noticia induce fácilmente a una percepción del otro que podría ser fácilmente calificada como racista.

Quienes como usted, desde la academia, tienen otra percepción del problema y de las necesidades de traer a la práctica un discurso multicultural, ¿creen que exista un contrapeso para los medios de comunicación cuando sus posturas e intereses influyen de manera negativa en la opinión pública?
Digamos que la sociedad civil en su conjunto no siempre participa de estas opiniones, y esto puede ser contradictorio en la medida en que los medios de comunicación son los que informan a esta sociedad civil, pero sí hay síntomas en esa dirección. Es cierto que los académicos tenemos una audiencia minoritaria, nos dedicamos a plantear, en térmi-nos que aspiran a ser contrastados y demostrados, la forma en que se manifiestan estos comportamientos, pero no siempre sabemos transmitir ese conocimiento de manera clara y precisa. Son fundamentalmente las organizaciones no gubernamentales las que realizan, en ese sentido, una actividad importante que puede servir de contrapeso al efecto que producen las noticias en los medios de comunicación, aunque el impacto que tienen no siempre sirve para contrarrestar los efectos negativos que producen los medios.
Como ya he dicho, el caso que mejor conozco es el de la prensa escrita y a él me remito. Pero es obvio que no puedo negar el impacto de la televisión sobre la opinión pública: en España como en cualquier otro país es impresionante, hecho que se ve reflejado en los niveles de audiencia de los informativos; tanto es así que se puede decir que una proporción muy alta de la información que recibe el ciudadano medio llega a través de la televisión. Lo lamentable es que una gran parte de las imágenes que recibe son imágenes de violencia, tanto física como simbólica. Los desastres, las miserias de colectivos, de pueblos o de grupos son imágenes muy impac-tantes y que venden. Se diseña una imagen muy sesgada de esos grupos y de esos países, porque si bien los desastres y las miserias que muestran no son inventados sino reales, su rei-teración les convierte en fenómenos naturales propios de dichas naciones.

Entonces, ¿hay forma de evitar los estigmas que crean los medios de comunicación?
Es ya común decir que la educación es uno de los pilares sobre los que se asienta un modo de comprender la diversidad, el espacio más indicado para resolver estas cuestiones; de hecho, a la escuela se le cargan todas las responsabilidades. Pero también hay que considerar el lugar que ocupa la familia, sobre todo en las sociedades donde la educación formal no está lo suficientemente extendida. No obstante, son los propios medios de comunicación los que deben dotarse de principios mínimos reconocidos y amparados por organismos internacionales, basados en los derechos humanos de cualquier ciudadano, porque son ellos los que pueden llegar a un público importante.
Estos principios tendrían que condicionar el modo en que los medios actúan, pero condicionar a los medios es una tarea compleja, porque en sociedades que supuestamente son libres cualquier intervención parecería una intrusión del Estado para controlarlos, y porque el principio de libre expresión impide que los medios de comunicación adopten una actitud distinta a la que tienen ahora. Y es que los medios de comunicación sostienen que dan al público lo que el público pide y, aunque a mí me parece una falacia, es una cuestión que los propios medios tienen que resolver y revisar. Pero insisto, los periodistas no siempre son los culpables de esa situación, ya que están al servicio del medio, de un redactor, de un editor y de los propietarios de los consorcios informativos.

En casos como el racismo, ¿cuál es el riesgo que se corre cuando los medios de comunicación pueden dirigir la opinión pública?
Cuando la información se convierte en propaganda los riesgos son muy grandes. Es necesario recordar que en 1916, en el ecuador de la Primera Guerra Mundial, el presidente Wilson –que si recuerdo bien llegó al cargo al proponer, entre otras cosas, un programa que se basaba en la paz– consiguió volcar la opinión pública americana a favor de la intervención en Europa, gracias a la ayuda de los medios de comunicación, la prensa sobre todo, que desarrollaron una estrategia perfectamente orquestada. Esto en relación con la guerra o el terrorismo, pero también vale para cualquier fenómeno social como el racismo.
Obviamente, sería absurdo pensar que hay una clase de estrategia orquestada que favorece actitudes racistas en países europeos o en Estados Unidos, pero sí creo que, en aquellas naciones en las que hay presencia de población inmigrante numéricamente importante, los medios contribuyen –de forma involuntaria en muchos casos– a generar actitudes racistas hacia estas poblaciones.

¿Cree que en Europa exista un resurgimiento preocupante del racismo a partir de movimientos de ultraderecha como el que encabeza Le Pen en Francia?
Si, aunque en el caso de Le Pen confluyen múltiples factores que tienen que ver evidentemente con el racismo, pero también con una situación social y política muy conflictiva, con el paro generalizado, con el asedio y los intentos de desmantelar el Estado de Bienestar que ya no procura los mismos servicios sociales que construyó en los años cincuenta. Digamos que Le Pen triunfó en Francia porque supo manejar un discurso que culpabilizaba de todos los males a la población inmigrante. Pero eso ocurrió también en Austria y en Holanda, y hablar de resurgimiento, no sé… yo creo que el discurso por otra parte no es nuevo, no podemos hablar de resurgimiento porque finalmente el chivo expiatorio ha sido una constante a lo largo de la historia de la humanidad.
La diferencia en la época que vivimos es que los medios de comunicación son, de algún modo, los portavoces de los políticos que los utilizan en su favor, y en favor de crear un clima que oculte y haga olvidar los verdaderos problemas que afectan la vida cotidiana de los ciudadanos. Esto es lo que sucede con Bush, con sus problemas políticos y con los problemas económicos de Estados Unidos: el terrorismo y el ataque a las Torres Gemelas le proporcionaron una inestimable ayuda a la administración de Bush que hizo olvidar pronto el modo en el que electoralmente llegó a la presidencia. ¿Te das cuenta? Primero el ataque a las Torres Gemelas, luego la guerra y la invasión de Afganistán y finalmente el conflicto con Irak permiten ocultar cuestiones que deberían preocupar más a los ciudadanos.

Entonces qué lectura debemos dar al discurso de los medios de comunicación: ¿invariablemente la información que ellos presentan es tendenciosa?
Creo que es una cuestión de fuentes, de contrastar las fuentes. No podemos juzgar la veracidad o la objetividad de una información mientras no podamos contrastarla con otra versión, con otras fuentes. Para mí la objetividad informativa no proviene de los medios de comunicación, sino de las lecturas que el público mediático haga a las diferentes versiones de la información, del contraste de fuentes informativas. La contrariedad radica en que una parte substancial de la información que recibe el ciudadano proviene de grandes agencias informativas, que son las que filtran no sólo la pertinencia de que esa información pueda ser enviada a distintos medios, sino el modo en que llega a ellos. En el caso de la guerra del Golfo Pérsico, por ejemplo, la única fuente que había era la cnn, una cadena de televisión norteamericana.

¿Quiere decir, en los términos que ustedes utilizan, que no escuchaban la versión del otro?
Claro, y no sólo eso: no había manera de tener una versión del otro. En Afganistán, sin embargo, el contrapunto fue la cadena de televisión de Qatar, Al Yasira, que mostró que había otra realidad en la guerra, otro punto de vista. No quiero decir con esto que estoy a favor o en contra de sus contenidos, simplemente quiero dejar claro que las versiones parciales no ayudan a acercarnos a la objetividad, y eso es evidente.
Además, hay serias imprecisiones en el trabajo de los medios de comunicación. Después del ataque terrorista del 11 de septiembre el objetivo era perseguir al fundamentalista hasta el último rincón del mundo, como si todos los afganos o todos los musulmanes por extensión fueran terroristas o árabes, confundiendo muchas veces los términos (lo cual dice muy poco en favor de los periodistas); yo diría que es más ignorancia que otra cosa, pero igual que la parcialidad, la ignorancia está al servicio de una determinada imagen del otro modelada a partir de intereses particulares.

¿Hay alguna coordinación entre la academia de estudios interculturales de Granada y los medios de comunicación?
El gobierno que preside la Junta de Andalucía, que es la comunidad autónoma donde tiene su sede la Universidad de Granada, está articulando una serie de medidas que tratan de frenar esta imagen unívoca de la inmigración. En ese proyecto yo mismo he asumido la responsabilidad de desarrollar un Observatorio de la inmigración, que trata de establecer relación entre el conocimiento académico que se tiene del fenómeno y el conocimiento que tienen los periodistas, de manera que se está pensando en introducir en las facultades de periodismo materias que tengan que ver con la antropología y con el modo en que se puede gestionar la diferencia o la diversidad.
El problema de los periodistas, como el de cualquier mortal, es que no pueden saber de todo. Por eso nuestra propuesta es que la formación del periodista sea mucho más específica en determinados ámbitos. Parece claro que no se le puede pedir a un periodista que tenga conocimiento experto de economía, de geografía, de derecho, de religiones, de ecología… es imposible, pero sí se le puede exigir, para cubrir y tratar un determinado tipo de información, que tenga una preparación, si no muy profunda, por lo menos sensible a este tipo de fenómenos. Sin embargo, esto no deja de ser un mito, porque los periódicos lo que buscan son personas polivalentes que estén disponibles para cualquier reportaje, para cubrir cualquier noticia, además, porque en última instancia quien decide qué información se va a difundir y cómo, es la redacción del periódico. Paradójicamente, el periodista puede dar una información relativamente aproximada a la realidad, pero los intereses del medio van a determinar si tal nota se estructura de modo distinto para atraer más lectores.

Pero ése es un cambio que se plantea en el seno de la academia para las universidades de periodismo, es decir, desde la academia hacia la academia, pero ¿han tenido contacto directo con los medios de comunicación?
Ha habido encuentros con distintos medios de radio, televisión y prensa sobre el tratamiento de la información acerca de los inmigrantes en España, pero todavía no han desembocado en ninguna estrategia de trabajo.

¿Y ellos muestran disposición?
Generalmente, sí. Se ha conseguido que se identifique por ejemplo a los inmigrantes de manera distinta. La población mayoritaria en su conjunto es de origen marroquí, pero el término nacional no es más que un término entre otros; hasta ahora se utilizaban frecuentemente expresiones que por otra parte no tienen ninguna solidez en términos jurídicos o culturales. Por ejemplo, ya no se utiliza tanto la palabra “moro”, y cada vez menos la palabra “ilegal”; en su lugar se utiliza más “indocumentados” o “sin papeles”.
Tampoco se utilizan ya términos raciales que han sido reemplazados por otros más aceptables desde un lenguaje políticamente correcto: en lugar de “moros” se habla de “magrebíes” (originarios de la zona del Magreb), y en lugar de “negros” se habla de “subsaharianos”.
A pesar del esfuerzo no siempre se alcanza lo que se persigue; en última instancia se ofrece otra versión ficticia de la realidad: al querer evitar el término “negro” se utiliza el de “subsahariano”, reduciendo una realidad compleja a un absurdo, por simplista, como si por encima de la línea del Sahara o del Trópico de Cáncer no hubiera negros. Ése es un trabajo de mucha constancia, muy lento y que esperamos que ofrezca pronto buenos resultados.

¿Cuánta responsabilidad hay en las universidades para impulsar este movimiento de reconocimiento multicultural?
No es nada fácil. Voy a poner un ejemplo. En el actual curso de doctorado que he impartido he comprobado que los estudiantes frecuentemente refieren el término “hombre” como sinónimo de humanidad. A mí me llama la atención porque todos sabemos que es un genérico, pero se puede utilizar perfectamente la expresión “seres humanos” o “humanidad”, que incluye también a la mujer, sobre todo en un doctorado donde determinados términos deberían estar muy cuidados… A veces es difícil de entender. A nivel de las declaraciones de principio todos estamos de acuerdo en que hay que tener sumo cuidado con determinadas expresiones y con ciertos talantes, pero el hecho cierto es que en el mundo académico hay muchas personas que dan lecciones de todo y en su comportamiento cotidiano son auténticos dictadores. Yo soy pesimista por naturaleza, pero me da la impresión de que en muchísimos casos la investigación va por un lado y los talantes van por otro y eso permite poco lugar para el optimismo.