Octubre-Diciembre 2007, Nueva época Núm.104
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Trimestral



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Nuestro artista invitado
Mauricio Chalons: Entre la luz y las tinieblas


Carmen Izquierdo Álvarez

El ojo fijo, la mano enfoca hasta medir la distancia adecuada; la mirada del fotógrafo atrapa el instante. El tiempo se detiene mientras aprieta el obturador y capta no una imagen, sino la interiorización de ella.

Tiempo atrás, hace algunos años, viajó por el continente americano y dibujó un mosaico de imágenes que trazaron un paisaje infinito de culturas, pueblos, etnias, lenguas, costumbres, personas. Al alba, como el pescador que se levanta para capturar peces, el fotógrafo salía en busca de la luz del ser humano; de la luminosidad y la belleza de aquello que otros denominan feísmo; en busca de la belleza en paisajes deshabitados, o de la orfandad de las almas que deambulaban por tierras inhóspitas. Descubrió que la imagen dice mucho más que un rostro, porque detrás de él hay una historia que se desgrana justo en el instante en que las miradas se cruzan. Y el fotógrafo queda prendido a esa historia para siempre.

 

No la puede olvidar; la incorpora a su piel, respira por ella, la huele… Sabe que esa vida se perdió en la guerra, o en alguna de las muchas revoluciones que desangraron un país, o que aró el campo hasta desfallecer por el hambre y la miseria. Rostros. Vio muchos en las guerras que asolaron tantos países... Los cuerpos se amontonaban en las calles, cosificados, sin nombre. Aprendió que el peor cáncer no es la enfermedad, sino el odio. Captó con su objetivo la mancha de sangre que se extendía por el Kurdistán y Bosnia, pero también en su propia tierra, Chiapas.

Ahora sí, dispara, esta vez en una Europa hastiada que se regodea en una voluptuosidad decadente. En esta parte del mundo hay pocas ganas de luchar, a no ser contra los inmigrantes, auténtica marea humana que remueve las conciencias del arrogante occidental.

Mauricio Chalons planta el trípode en medio de esa marea y traspasa con la lente el corazón de las tinieblas. Pero, por fortuna, también atrapa la sonrisa de unos labios que están aprendiendo a besar, al viticultor que mima sus viñas; capta el estallido de color en la vendimia o la ciudad en blanco y negro al atardecer. Dispara vida. Estrecha lazos con ella.