Enero-Marzo 2007, Nueva época Núm.101
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Entrevista a Adrián de Garay Sánchez
En materia de transferencia de tecnología, universidad y sociedad, divorciadas


Juan Carlos Plata

Además de los graves problemas presupuestales que enfrentan las universidades públicas para desarrollar investigación científica, y a pesar de los esfuerzos que se han realizado en el seno de éstas para generar nuevos conocimientos, sigue habiendo un divorcio entre la sociedad y las instituciones de educación superior para lograr la transferencia de tecnología y la aplicación de estos nuevos saberes.

Donde más se ha avanzado es en el acercamiento de las universidades con los sectores más necesitados. En los proyectos de desarrollo tecnológico, así como en la investigación sobre medio ambiente y energía que las instituciones hacen en sus regiones, ha habido un progreso notable, pero es una vinculación con comunidades, organizaciones no gubernamentales y regiones. El problema es que el sector productivo, el que genera riqueza, sigue viendo a las universidades como un ente extraño.
Las carencias en materia de ciencia y tecnología son la falta de articulación entre todos los organismos dedicados a estas disciplinas, el desarrollo desigual de la investigación en el país, la insuficiencia de recursos para hacer investigación y la disminución de presupuesto para estos rubros en el último sexenio.
A lo anterior se suma el hecho de que cada una de las casas de estudios superiores quiere inventar y ser la punta en el desarrollo de los estudios en todas las áreas, lo cual impide el quehacer coordinado de la investigación en distintas zonas y en distintas áreas del conocimiento. Por ello, en términos de responsabilidad institucional, hace falta mucho para establecer redes de cooperación y de intercambio de profesores entre universidades.
Por otro lado, el rezago en el impulso de una dinámica científica es tremendo. Los distintos planes de desarrollo educativo plantean, desde hace mucho tiempo, esa preocupación. Y es que no se han podido romper los vicios y las inercias del sistema educativo mexicano. Es decir, un sistema de educación básica como el de este país, donde no se forma para la ciencia, donde la cultura por la ciencia –más allá del ámbito escolar– sigue siendo nula, genera una dinámica social en la que a los pocos que logran llegar a la universidad lo que menos les interesa es precisamente dicha disciplina.
Sobre todos estos problemas que enfrentan las universidades públicas a la hora de formar profesionistas encaminados hacia las disciplinas científicas y acerca del desarrollo de la investigación científica y tecnológica en México habla en la siguiente entrevista el rector de la Universidad Autónoma Metropolitana, campus Azcapotzalco, Adrián de Garay Sánchez.

Hay muchas personas que, de acuerdo con el desarrollo que ha tenido el país en materia de ciencia y tecnología, creen que se puede ser optimista. Desde su punto de vista, ¿cómo está el país en la materia?
Creo que en los últimos 15 o 20 años ha habido avances importantes en el intento de crear un sistema nacional de investigación en México. Sin duda, todavía existen muchas carencias y debilidades, pero en términos positivos uno puede pensar en los distintos programas que el Gobierno federal ha creado, como el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), que fue el viso de que importaba la ciencia y la tecnología, que luego prosiguió con otras políticas, como el programa del Fondo de Modernización para la Educación Superior (FOMES), y más recientemente la separación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT) de la Secretaría de Educación Pública (SEP), lo que le dio autonomía al organismo. A ello hay que sumar la propia ley del CONACyT, la Ley de Ciencia y Tecnología, el Programa de Mejoramiento del Profesorado (Promep) y distintas políticas públicas que han procurado fomentar el desarrollo de la ciencia y la tecnología
en el país.
Tenemos una burguesía mediocre, atrasada, interesada en la ganancia rápida y cuya lógica es: “gano más si compro tecnología barata, en lugar de invertir en tecnología nacional que las universidades nos pueden proporcionar”. Esto ha provocado que los empresarios no se acerquen a estas instituciones educativas o se acerquen con mucho recelo.
Las carencias son: la falta de articulación entre todos estos organismos y políticas, donde no hay una claridad de cuáles son los objetivos fundamentales o las prioridades nacionales; el desarrollo desigual de la investigación en el país, pese al avance que se tiene con respecto a décadas previas a la última (la investigación sigue concentrada en la Ciudad de México, Puebla, Morelos y Querétaro, y si bien los fondos sectoriales y los fondos mixtos han permitido mayor participación de los municipios y los estados, aún no hay una articulación importante), y uno de los puntos más débiles de la política pública es la insuficiencia de recursos para hacer investigación. Y es que hacer ciencia aplicada o experimental cuesta millones de dólares y no hay recurso que alcance para que una universidad pública pueda sostener una investigación de punta.

Aunado a lo anterior, ha habido disminución de presupuesto para ciencia y tecnología en el último sexenio, aunque sí hay proyectos y recursos. Por ejemplo, en los fondos sectoriales se presume que se invirtieron 500 millones de pesos. Para tener una idea más certera, en la UAM Azcapotzalco, el presupuesto regular, quitando salarios y prestaciones, es de 150 millones para un plantel de 15 mil alumnos; entonces, con 500 millones de pesos para todo el país no se puede hacer investigación.

Diversos actores de la comunidad científica, y aun personas que no son científicos, han afirmado que en México falta una política de Estado en materia de desarrollo científico. ¿Cuál es su opinión al respecto?
Tengo dudas acerca de que no existe una política de Estado, porque si uno revisa las políticas en los últimos tres sexenios, podremos darnos cuenta de que ha habido una línea clara. Por ejemplo, se ha mantenido el apoyo para la formación de recursos humanos, que empieza con el estímulo del SNI y continúa con el Promep durante dos sexenios. Si se analizan los planes de desarrollo desde la administración de Carlos Salinas, veremos que ya se hablaba del fortalecimiento y autonomía del CONACyT y de una la ley de ciencia y tecnología, y esto se ha logrado durante tres sexenios. Además, el programa FOMES, que luego se convirtió en el PIFI y promovió el fortalecimiento de la infraestructura y de las condiciones para el desarrollo de la investigación, tiene ya dos sexenios y medio. Es decir, no estoy tan seguro de que debamos seguir hablando de una falta de política de Estado, dado que ya hay ciertos visos de continuidad al respecto.
Por otro lado, se dice que la investigación debe estar ligada al desarrollo de la sociedad, pero creo que eso todavía no se logra con suficiente fuerza. Muchas de las instituciones de educación superior no se dedican a la investigación, son pocas las que lo hacen en términos de producción de nuevos conocimientos, y muchas de las universidades que deberían, que tienen las condiciones para hacerlo, no lo hacen, por distintos factores. Además, la propia política pública, con el objeto de tener a su propio personal académico formado, generó una serie de estímulos e incentivos que ocasionó que amplios sectores de académicos estén más preocupados por publicar artículos o memorias de congresos que por hacer investigación vinculada a la sociedad y al sector productivo. Eso ha generado un proceso de relativo aislamiento entre las universidades y las comunidades.

Precisamente, ésa es una de las críticas más fuertes que se le hacen al SNI.
El SNI es el caso más característico, pero lamentablemente ya lo rebasó. El personal académico de las universidades públicas que tiene derecho a todos estos incentivos va más allá del SNI. Y en esta jugada de desarrollo social, hay que decirlo, las universidades privadas no han asumido su responsabilidad, salvo contadísimas excepciones y en áreas muy específicas. Estas instituciones educativas tampoco se han comprometido con el desarrollo del país, excepto en el hecho de formar profesionistas.

Más allá de los problemas de articulación de políticas gubernamentales y de la falta de presupuesto, ¿qué han dejado de hacer las instituciones encargadas, las universidades y los propios investigadores en este proceso de fortalecer la investigación científica en el país?

Hay el propósito –incluso se aprobó en el Congreso de la Unión– de que el .4 por ciento del producto interno bruto se destine a la ciencia y la tecnología, y las mismas autoridades han reconocido que no se ha logrado ese objetivo, lo cual repercute, sin duda, en las condiciones para hacer investigación.


Es curioso, hace 15 años, las autoridades decían: “No podemos equipar a las universidades para hacer investigación de punta mientras los académicos no sean doctores”. Ahora ya tenemos a los doctores, pero no tenemos equipo para hacer investigación. Eso se ha vuelto un círculo vicioso y es uno de los puntos más débiles en la construcción de una política de Estado, el no haber un financiamiento firme, consistente, equilibrado entre regiones e instituciones.

Ahora, respecto a lo que las instituciones de educación superior no han hecho, debo decir que es evidente una falta de coordinación entre universidades públicas. El problema radica en que cada una de ellas quiere convertirse en la que hace todo tipo de investigaciones en todos los niveles sin darse cuenta de que tal vez otra institución tiene mejores condiciones, por razones históricas si se quiere. Es como si aquí en la UV, que tiene un gran desconcentración geográfica, en Poza Rica quieran recursos para una investigación X, cuando en Xalapa ese tipo de estudio se realiza desde hace 30 años, y en lugar de que se vinculen los investigadores de Poza Rica con los de Xalapa, se busque tener las mismas condiciones en los dos lugares. Este tipo de hechos suceden en todas las universidades.

En efecto, cada institución se ha vuelto muy endogámica, cerrada; hay pocas redes entre académicos, lo que dificulta el aprendizaje de lo que hacen los otros y el aprovechamiento de recursos humanos y de infraestructura. Cada universidad quiere inventar y ser la punta en el desarrollo de la investigación en cualquier área. Eso no se puede hacer en ningún país del mudo, menos en un país con tantas necesidades. En términos de responsabilidad institucional, todavía nos falta mucho para establecer redes de cooperación, de intercambio de profesores entre universidades, lo que impide el desarrollo coordinado de la investigación en distintas zonas y en distintas áreas del conocimiento.

Es cierto que el panorama no es del todo árido, pues sí se generan nuevos conocimientos en el país. Sin embargo, existe un problema más y es el hecho de que no se ha podido llevar ese saber a la sociedad, lo que se conoce como transferencia tecnológica y aplicación de conocimientos. En ese sentido, ¿qué tan lejos estamos de un sistema que funcione bien y que brinde resultados prácticos a la sociedad?

El país ha avanzado en la idea de transferencia de tecnología y aplicación de conocimiento de las instituciones de educación superior hacia la sociedad; no obstante, creo que hay una especie de divorcio entre ambas del que las dos partes son responsables, porque ni la sociedad se ha acercado a las universidades ni éstas han sabido cómo, y cuando lo hemos intentado, lo hemos hecho mal muchas veces.

Son muchos los factores que han influido en ello, pero si hablamos del sector productivo, debemos decir que tenemos una burguesía mediocre, atrasada, interesada únicamente en la ganancia rápida y cuya lógica es: “gano más si compro tecnología barata de donde sea, en lugar de invertir en desarrollo y tecnología nacional que las universidades nos pueden proporcionar”. Esto ha provocado, durante décadas, que los empresarios no se acerquen a las instituciones de educación superior o se acerquen con mucho recelo. A la vez, éstas no han sabido aproximarse a estos sectores sociales para realizar transferencia de tecnología, y cuando lo hacen, ha habido muchos fracasos, compromisos no cumplidos, tareas que se entregan años después. 
Hay distintos esfuerzos, pero no han sido suficientes para generar una cultura de interés por la ciencia en este país. Para aquellos que llegan a las universidades, el conocimiento práctico, inmediato, sigue siendo lo más atractivo. Mientras no se reforme el sistema educativo previo a la universidad, seguiremos con esta carencia.
Donde más se ha avanzado es en el acercamiento con los sectores más necesitados. En los proyectos de desarrollo tecnológico y en la investigación sobre medio ambiente y energía que las universidades hacen en sus regiones ha habido un progreso notable, pero es con las comunidades, con las organizaciones no gubernamentales, con las regiones. Sin embargo, el sector productivo, el que genera riqueza, sigue viendo a las universidades como un ente extraño.

Ruy Pérez Tamayo ironiza sobre cómo puede ser México un país de ciencia cuando hay encuestas que revelan que el 50 por ciento de la población cree en el diablo. En ese sentido, ¿cómo estamos en cuanto a la creación de una dinámica científica en la población y no sólo en los estudiantes y académicos universitarios?

Ahí sí el rezago es tremendo. Los distintos planes de desarrollo educativo, desde hace mucho tiempo, plantean esa preocupación, pero creo que no se han podido romper los vicios y las inercias en nuestro sistema educativo. Es decir, un sistema de educación básica como el que tenemos con sus carencias, donde no se forma para la ciencia, donde la cultura por la ciencia –más allá del ámbito escolar– sigue siendo nula, genera una dinámica social en la que a los pocos que logran llegar a la universidad lo que menos les interesa es la ciencia. Se dice que tenemos déficit de científicos, de estudiantes que quieran estudiar ciencia; sin embargo, la matrícula para este tipo de carreras sigue en picada.

Hay distintos esfuerzos, como La ciencia para todos del Fondo de Cultura Económica, pero no han sido suficientes para generar una cultura de interés por la ciencia en este país. Para aquellos que llegan a las universidades, el conocimiento práctico, inmediato, sigue siendo lo más atractivo. Mientras no se reforme el sistema educativo previo a la universidad, seguiremos con esta carencia, tendremos ciudadanos desinteresados en el quehacer científico. Y si la población tiene su mayor consumo cultural en la televisión y los programadores no le ponen interés a la ciencia, a la investigación, sino a todos los programas chatarra que hay, entonces no se forma un interés por dicha área. De no ser por Canal 11, Canal 22 y algunas televisoras estatales, para los realizadores de la televisión, la ciencia no importa.

Ante la carencia de políticas, de programas y de un entorno favorable, ¿qué tendrían que hacer las universidades para acercar a los jóvenes a la ciencia?

Creo que la apuesta debe ser por el posgrado, porque lamentablemente por la manera en que nuestros jóvenes han sido formados, sus carencias son de tal naturaleza que prácticamente hay que volver a empezar. Tenemos que pensar en una licenciatura de formación genérica, no –como en muchos casos– querer especializar a los alumnos en el último año de la carrera, cuando prácticamente en el primer año tienen que ser alfabetizados.

Los posgrados tienen que ser, entonces, la apuesta nacional. En ese sentido se ha avanzado con la creación del padrón nacional y el establecimiento de becas para cursar posgrados de calidad, sobre todo de investigación. Ésta debe ser la ruta para formar a las nuevas generaciones de investigadores, que nos urgen para llevar a cabo el recambio generacional, y es que el promedio de edad de los investigadores en todas las universidades es de 55 años y no existe una política de recambio.