Enero-Marzo 2007, Nueva época Núm.101
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Dinero y corrupción. El sistema electoral más caro del mundo / I parte

Patricio Marcos 1

En 30 años, una de cada tres personas en el mundo habitará en asentamientos clandestinos sin servicios, a menos de que los gobiernos implementen políticas
I. Antecedentes mínimos sobre el dinero moderno
El dinero es una invención maravillosa, cuya historia lleva la marca de sus presentaciones tecnológicas: a) sea en la versión ecológica a través de productos vegetales, el cacao entre otros; b) sea en la versión mineral y su variada gama de monedas, metales entre los que destacan el oro y la plata –excrementos del sol y la luna, según la sabiduría poética maya, recogida por López Austin e ilustrada por Francisco Toledo2–; c) sea en su versión literaria moderna, pues cual si fuesen hojas desprendidas de libros con formatos varios, el papel moneda lleva impresos colores, dibujos, fotografías, nombres, signos de todo tipo y leyendas, acompañados siempre de letras, sellos y la expresión numérica del valor del billete; d) sea el dinero plástico, la versión petrolizada de los años sesenta en el siglo pasado, tarjetas vueltas «inteligentes»; e) sea en su presentación electrónica o multimedia, basada en el invento de Benjamin Franklin, dinero luminoso y digital que conjuga, aparte de la electricidad, la telefonía, la informática y la revolución en las comunicaciones.
El dinero es una invención maravillosa, y como se sabe, lo maravilloso es del orden del milagro, algo que refiere a la parte divina que hay en el animal político cuando logra superar su estado habitual de bestia. Sin la invención del dinero –que sigue esperando un historiador portentoso que evalúe sus repercusiones sobre el destino de la raza humana– y sin las innovaciones constantes a las que lo ha sometido el ingenio febril y concupiscente del hombre moderno, no habría comercio, sino trueque, algo que si se piensa un momento no era malo, como lo demuestra aquel caso narrado por Herodoto de las dos tribus africanas que intercambian silenciosamente los artículos elaborados por ellas una vez al año, sin contacto ni negociación alguna3. El dinero facilita el desarrollo del comercio entre los pueblos, por eso de él se dice que es principio y límite del comercio.4 ¿Cuál es su función? El valor de uso: unidad de medida y medio de cambio.5
Las finanzas son otra historia, la parte sórdida del dinero, hijas del comercio lucrativo antiguo, el cual rompe sus límites naturales.6 Para entender los efectos de la generalización de la práctica de prestar dinero, añadiremos enseguida una definición universal de la riqueza verdadera, ya que aquélla explica tanto la existencia de sociedades ricas y pobres como la de sociedades rotas, divididas entre ricos y pobres. A la riqueza comercial los antiguos la llamaron crematística, separando la natural de la antinatural;7 mientras nosotros la llamamos economía, oikonómos,8 término de la administración doméstica, de familias y estados.

Un contraste puntual entre la riqueza verdadera y su corrupción lo ofrece la palabra inglesa trustworthy: la confianza que puede tenerse en una persona o cosa debido a su carácter, habilidad y fortaleza, pero sobre todo por su verdad, valor o estima.9 La riqueza es así una cualidad del espíritu, su excelencia. Ello, no obstante la palabra trust, aparte de confianza, designa hoy también al fideicomiso, voz de origen danés y modelo del gobierno de los ricos modernos, al que John Locke dedica sus Ensayos concernientes al fin y extensión originales y verdaderos del gobierno civil, basado en la figura de la cesión de derechos.10 Worth, que refiere a lo que es digno de estima en el hombre, se ha reducido hoy a indicar el valor del dinero. No extraña que en las Actas de Navegación de 1650 expedidas por Cromwell11 se confunda a la república con la commonwealth, no la cosa pública de los romanos, sino la riqueza común del naciente imperio oligárquico inglés, saga del holandés. Tampoco sorprende que para entender la leyenda del dólar, In God We Trust, transportada a la divisa verde anglosajona desde los pabellones regicidas del mismo Oliverio, se requiera traducirla por The Trust Is Our God.12

Todos los sabios de Oriente y de Occidente, todas las comunidades sanas, a lo largo de la historia, han separado los bienes en tres clases: en primer lugar están los del alma: sabiduría, excelencia y placer; subordinados a ella le siguen los  del cuerpo: la salud y la belleza; y al final están los bienes externos: la riqueza material, los cargos públicos y el honor, que por su inferioridad conviene, siempre y en todo caso, que estén gobernados por los primeros.13 Esto es así porque la propiedad significa parte, y la parte siempre pertenece al todo, a quien la produce, el hombre, y no como ocurre hoy que el antiguo dueño se ha vuelto parte y la parte todo, metonimia que esclaviza al hombre al poder moderno del dinero.14
Antes de que nombres y cosas se corrompieran hasta llegar a la degradación que padecemos –cantada admirablemente en el tango Cambalache–,15 antes de nuestra espantosa modernidad, la voz riqueza aludía a las excelencias individuales o colectivas de hombres y pueblos, no a la loca acumulación de bienes externos, suplantadora del honor y de toda virtud. Hoy, el hombre es esclavo de su propia criatura, un Frankenstein de la progenie de Quimera, Escila y Cerbero, sólo que inanimado, a quien el Siglo de Oro español denuncia como usurpador al llamarle Don Dinero, no obstante ser un simple instrumento útil, no algo que genera utilidades por sí mismo, cuando –como dice Aristóteles– el interés multiplica al dinero.16

Un indicador del erotismo financiero que avasalla a la cultura de poder de nuestros días es el invento del inolvidable comediante Dick Van Dyke, no en su papel de director y dueño tenebroso y funerario del banco que comparte con sus tres hijos, sino en el de deshollinador tiznado, alegre, cantante y bailarín. Desprendido de eufemismo de la flemática toda fuerza de gravedad, mientras toma té con el tío de Mary Poppins suspendido en el aire de la sala, le revela el secreto del mejor perfume para las mujeres: uno con olor a dinero.
Durante el siglo XVII se verifica en Inglaterra La Batalla de los Libros, historiografía británica para encubrir el ataque encarnizado contra la sabiduría Antigua, a cargo de los saberes y las artes serviles de la modernidad.17 Esta batalla anticipa el triunfo de la pujante oligarquía británica contra la aristocracia en decadencia, cuya temática es determinante en este futuro que vivimos hoy del globalizado planeta azul. Así, llegamos hasta donde hemos llegado al cabo de más de 300 años, ahora que el dinero es todo menos lo que fue en el mayor periodo de la historia humana.18 Este enfrentamiento descifra el misterio de saber si es lícito o no cobrar dinero por prestar dinero. La victoria, decidida de antemano, dio el triunfo al rédito o interés, idea atrabiliaria y demencial sancionada por la Iglesia Católica con posterioridad, al decretar que la tasa del cinco por ciento de interés anual, aparte de justificada, no puede considerarse agio, algo que la Santa Sede condena durante centurias.
¿No podríamos considerar también al interés una innovación prodigiosa, prodigiosamente luciferina? Al hijo del dinero los griegos lo llaman con sal ática tokón, primogenitura o retoño.19 Por eso los merolicos de todos los tiempos respaldan, con entusiasmo, esta charlatanería que ha logrado vender, como la cosa más natural del mundo, la existencia de un ADN del dinero, genoma incluido, con una fertilidad natural que le otorga una capacidad de reproducción con sólo yacer con su amante, el tiempo, con quien copula segundo a segundo, minuto a minuto, hora a hora, over night, por meses, años y centurias.

Una vez que se generaliza esta práctica alucinada, el signo numismático obtiene su connotación presente, pues de ser estéril naturalmente, adquiere, contra natura –nunca mejor empleados los latines–, la potencia de un progenitor dedicado a follar insaciablemente, con prisa y sin pausa.20 Es el dogma del capital financiero, pontífice de las finanzas y los financieros, listos para ejercer el oficio profesional de celestinaje: calculadora en ristre, operan de casamenteros de dineros ajenos.

Según su jerigonza, “matchean” los dineros aportados por el enjambre de depositantes, sus proveedores, mismos que prestan a quienes convierten en sus clientes o acreditados. Para todo efecto práctico, es gente que vive de lo ajeno, piratas con patente de corso, autorizados por casi todos los gobiernos del mundo a amasar fortunas, producto de un engaño colosal, legal y, para colmo, voluntaria y socialmente aceptado. Es la servidumbre de la que habla La Boetie, aquí un Uno sin carne ni esqueleto.
¿Qué decir del prestigio de las finanzas? Platón hace de los financieros una especie entomológica. Antes que bípedos implumes resultan insectos: zánganos pedestres, no alados, con aguijón, el capital, que clavan a diestro y siniestro,21 y que sirve de arma punzocortante que les permite hacer negocios pingües, actos grandiosos de trapecismos. En realidad, vistos con despejo, no pasan de ser prestamistas vulgares.

¿Acaso, debido al prestige del que gozan, los académicos de nuestra lengua no saben qué hacer con la voz “finanza”? Luego de indicar su procedencia francesa, confiesan desconocer su connotación, limitándose a denotarla: “relativo –dicen– a la hacienda pública, las cuestiones bancarias y bursátiles, y los grandes negocios mercantiles”.22 Un plagio del petit Robert, diccionario que ubica la cuna de la palabra a fines del siglo XIII, la cual nace de un derivado del verbo finir que significa llevar a término.23 Se trata de un true cognite del verbo finiquitar, cuyo sentido es concluir, rematar o saldar una cuenta, pero también acabar el caudal.24 La procedencia del vocablo finanza viene de finas, que quiere decir rescate, el pago en efectivo con el que termina un secuestro. Su cortejo, las palabras bárbaro o barbarie, provenientes del griego antiguo barbarós, tienen acepción doble, la original y la figurada: extranjero, por supuesto, de donde el barbarismo de lenguaje, y lo que es rústico, cruel y violento, forma en que las tribus de Asia arrasan con el imperio de Rómulo y Remo.25

La etimología gala es sorprendente. Coloca a las finanzas y a los financieros en un mundo paralelo al del secuestro y sus victimarios, los secuestradores. Mientras éstos privan a sus víctimas de su libertad, con lujo de violencia, exigiéndoles un rescate en efectivo a los familiares del secuestrado, los financieros, amantes franceses por demás voluptuosos, captan y prestan ajeno, pagando, eso sí, menos a quienes les prestan, y cobrando más a quienes prestan. Matrimonio de tasas pasivas y activas sin las que no habría ganancias, producto alguno. ¿Justifica la escala masiva del préstamo moderno la alquimia que los transforma de prestamistas en financieros? Difícilmente. Por eso se antojan parientes de aquel personaje de la picaresca mexicana que administraba con éxito un microchangarro en el centro viejo del Distrito Federal, del que se cuenta que, hastiado, decide un buen día mudarse a París para probar una atmósfera diferente. Bastan seis meses en la Ciudad Luz para que se vuelva apátrida. Comunica así a los amigos de barrio su determinación inquebrantable: “No me esperen; jamás volveré –les manda decir–”.

¿La causa? Mientras aquí sus amigos le dicen “Pancho” en vez de Francisco, y debido a su oficio, “Pancho el padrote de la 5 de Mayo”, en París le llaman François, y por el mismo oficio, ejercido luego de hacer de guía de turistas durante el día, François, le maître de la sensualité.
II. Del socorro a la exacción
¿Qué son los cerca de cinco billones de dólares oficiales gastados en las elecciones federales de este sexenio, tanto en las intermedias del 2003 como en la presidencial del 2006; recursos federales y estatales que no toman en cuenta el costo  de las elecciones de gobernadores y congresos locales ni las de presidentes municipales y regidores, y tampoco el monto cuantioso conseguido por los candidatos, cuyas fuentes son los propios recursos públicos, los dineros de personajes del sector privado, aparte de los del crimen organizado?26
Si se me permite parafrasear al Cri-Cri de Gabilondo Soler, preguntaría: ¿Si crédito no es, y capital tampoco es, entonces, qué es? No se trata de finanzas, sino de gasto. Más aún: se trata de un gasto de la hacienda pública, por lo tanto, de recursos fiscales, de un gasto corriente a fondo perdido. Es un subsidio o auxilio que, debiendo ser extraordinario, de única vez, en nuestro sistema electoral se ha vuelto ordinario, con ya 30 años de viejo; mancha de aceite en un régimen mórbidamente pulcro, que ofrece triunfalmente el tortibono para combatir la pobreza con eficacia neoliberal hace ya más de dos lustros. Su monto oficial y legal, un lunar sobre la piel inmaculada del nouveau regime de los economistas actuales, supera en este sexenio los 50 mil millones de pesos. Sin embargo, no respondemos la pregunta con decir subsidio; menos si decimos que alcanza para borrar de un golpe la pobreza extrema, la de un dólar al día según la paupérrima definición de Banco Mundial; tampoco con decir brasileramente que las mexicanas son las elecciones más caras del mundo. Todo ello a pesar de que México es un país con ya más de cinco centurias de pobreza, medio milenio bien contado, pobreza de la que dice el de Estagira es el medio más fácil de esclavizar a un pueblo.27 La respuesta política a la pregunta consiste en afirmar que este volcán de dinero en combustión –un cerrito de la Estrella frente al Everest del Instituto de Protección al Ahorro Bancario (IPAB)– muestra, sin lugar a duda, que en cuestiones electorales somos el país más pródigo del universo, el más mal administrado y de mayor despilfarro, una nación disipada en el uso de sus recursos. México es así un país perdido, como solían decir las abuelas de las sexo servidoras actuales.

Este desarreglo mayúsculo en la generación de ingresos y la disposición de gastos, manera desordenada y escandalosa de tirar las riquezas sociales, puede ilustrarse con una metáfora extraída de las comidas corridas cantineras: el caldo de la festinada democracia electoral nos sale mucho más caro que las albóndigas. Si el Instituto Federal Electoral (IFE) se toma, no por una dirección de recursos humanos, lo que sería excesivo, sino por el área de contratación de personal, entonces en el 2003 este head hunter burocrático es un caldo aguado que nos sale tres veces más caro que los 500 millones de dólares que nos cuesta el H. Congreso de la Unión.28 ¡Vamos, ni Hollywood gasta así en los castings de sus superproducciones!

La idea del subsidio de Don Jesús Reyes Heroles es un préstamo, aquí de ideas. De toda suerte, la declaratoria de interés público sobre el régimen de partidos se inspira en la Ley de Industrias Nuevas y Necesarias del llamado “desarrollo estabilizador”, la cual ofrecía, temporalmente, un paquete de estímulos fiscales a las industrias requeridas por la estrategia de sustitución de importaciones y el crecimiento hacia adentro.29 La Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LFOPPE) de 1977 es la responsable de una vasta progenie burocrática: la del Código Federal Electoral (CFE) de 1987 y la de los sucesivos COFIPEs I, II, III y IV (Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales), de 1990, 1993, 1994 y 1996, a los que seguirán otros. ¿Por qué? Debido a que hacemos nuestras leyes electorales contrariando la advertencia de Maquiavelo para evitar normas malas y aún peores. Por esta causa, desde la de 1977 hasta la de 1996, hemos convocado la participación tumultuaria de al menos cinco presidentes; seis secretarios de gobernación; más de tres mil diputados y senadores federales; muchas dirigencias partidistas; carretadas de ciudadanos, aparte de miles de intelectuales, técnicos y expertos, más los que se acumulen en el futuro. ¿Qué podía esperarse de un edificio electoral con una masa de arquitectos, estilos e intereses, el que para nuestra fortuna cuenta con un ejército de diez mil burócratas de riego –para no hablar de los temporaleros–, aplicados a su administración, mantenimiento y publicidad?30

El padre benemérito de la envilecida democracia que padecemos –de quien su sucesor y entenado, no por ello menos heroico, el padre de la alternancia democrática del 2000, mandó decir a un banquete en el edificio de la Organización de los Estados Americanos (OEA) celebrado en Washington en honor de su padre adoptivo: “Sin Zedillo no habría Fox”– decía que Zedillo profetizó, en su discurso de toma de posesión de 1994, los efectos del último COFIPE, al declarar, con la prudencia debida a la más eminente de nuestras magistraturas, la Presidencia de la República, que el objetivo de su reforma era, textual: “que todos quedemos satisfechos… independientemente de los resultados”.31
¿A quiénes habla tan desparpajadamente? ¿Qué duda cabe que, con el mismo humor negro de su cómplice Fox, Zedillo habla “en corto”? Desde la alta tribuna del Congreso, se dirige exclusivamente a la elite burocrática, a pesar de que toda la nación lo escuchó, y con ella a otros países que pudieron oírlo y verlo por la pantalla chica. ¡Es la democracia de los zánganos gubernamentales, ésa que desde entonces ha buscado democráticamente la satisfacción de todos ellos, por ellos y para ellos, sin importar el precio que le cobran a la sociedad, menos todavía sus consecuencias para la vida política del país! (Me pregunto por qué no se ha comparado la transición española y la mexicana, tomando en cuenta no el tan fementido Pacto de la Moncloa, sino la manera en que Franco determinó la suya al designar a Juan Carlos su sucesor como Jefe de Estado; mientras Zedillo inaugura el fraude democrático del milenio al corromper la sucesión presidencial privilegiando al Gran Procastinador que es Fox).
 

Notas
1. Profesor-investigador de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
2. Austin López y Francisco Toledo, Una vieja historia de la mierda 4, Ediciones Toledo, México, pág. 69.
3. Aristóteles, Política, traducción de Antonio Gómez Robledo, UNAM, México, 2000, p. 16.
4. Ibid., p. 18.
5. Ibid., p. 16.
6. Ibid., p. 18.
7. Ibid., pp. 17 y 18. La crematística es lo que en inglés se sigue llamando  husbandry.
8. Ibid., p. 18.
9. Webster’s Third New International Dictionary, Vol. III, S-Z, Merriam-Webster Inc., Encyclopaedia Britannica, Chicago, 1968, p. 2456.
10. John Lock, An essay concerning the true original extend and end of civil government, en Great Books of the Western World, Encyclopaedia Britannica, Chicago, 1991, pp. 25-81; y Patricio Marcos, El fantasma del liberalismo, UNAM, México, 1986, pp. 117-142.
11. Patricio Marcos, Los nombres del imperio: Elevación y caída de los EEUU, Editorial Patria, México, 1991, pp. 21-34.
12. Ibid. pp.155-172.
13. Aristotle, Magna Moralia, Libro I, Capítulo 3, en The complete works of Aristotle, The revised Oxford Translation, p. 1872.
14. Aristóteles, op. cit., pág. 7.
15. El compositor del tango “Cambalache” es Enrique Disépolo.
16. Aristóteles, op. cit., pp. 17 y 19.
17. Cfr. en El Siglo de la Ilustración, Tomo 9 de Historia Universal, Daimon, Madrid, 1973, p. 93.
18. Ibid. en El Siglo de Luis IV, Tomo 8, p. 280.
19. Cfr. nota 19 al Libro I de Gómez Robledo, p. xxxiv.
20. Aristóteles, op. cit., pp. 18 y 20.
21. Platón, La República, traducción de Antonio Gómez Robledo, Libro VIII, UNAM, México, 2000, p. 291.
22. Diccionario de la Lengua Española, Decimonovena Edición, Madrid, 1970. p. 620.
23. Dictionarie Alphabétique & Analogique de la Langue Française Paul Robert, Société du Nouveau Littré, Paris 1970, p. 709.
24. Diccionario de la Lengua Española, op.cit., p. 620.
25. Ibid., p. 165.
26. Patricio Marcos, Libro blanco del sistema electoral mexicano. La transición democrática en México. ¿Una estrategia equivocada?, capítulo VI, Editorial Cuadrivio, México, 2004, pp. 31-36.
27. Aristóteles, op. cit., pp. 141-182.
28. Marcos, op.cit., 2004, p. 32.
29. Ibid., pág. 26.
30. Ibid., pág. 66.