Enero-Marzo 2007, Nueva época Núm.101
Xalapa • Veracruz • México
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Consideraciones para su transformación
La investigación científica y tecnológica en México. Quo vadis?*


José Rangel **

En 2005, concluía en un libro escrito en co autoría con Rafael Pérez Pascual, publicado por la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES),1 que aún estamos lejos del camino hacia la construcción de un proyecto nacional donde la ciencia y la tecnología constituyan uno de los pilares fundamentales. Más lejos –dije entonces y sostengo ahora– estamos de adoptar el conocimiento, la ciencia, la tecnología y la cultura como fundamentos de una política de Estado. Por ende, no debe sorprender la posición de rezago que guarda México en el ámbito internacional ni la ausencia casi total de representación del país en los proyectos mundiales, tampoco la desvinculación productiva de la ciencia y la tecnología ni la ausencia de estos elementos fundamentales en los esbozos de un proyecto político en el Gobierno y en las fuerzas de la oposición.

México como nación no ha mostrado voluntad a la altura de sus necesidades y condiciones ni siquiera similar, por ejemplo, a los esfuerzos que se realizan en otros muchos países con los cuales nos comparamos, competimos y nos aliamos.

En un documento reciente elaborado por el Foro Consultivo Científico y Tecnológico sigue apareciendo un diagnóstico incambiado frente a lo dicho entonces por nosotros.2 El asunto es tan delicado que los miembros del Foro han encontrado que “se carece de una visión compartida y una actitud de sensibilidad de los encargados de formular políticas hacia el valor del conocimiento científico y tecnológico”.3

El diagnóstico del estado en que se encuentra la ciencia y la tecnología en el país es tan grave que, en un momento en que pareciera que nadie en actividades responsables de la conducción del país pudiera dudar de su centralidad para la viabilidad futura del mismo, no contamos siquiera con una definición clara de los sectores prioritarios para el desarrollo nacional y regional en el ámbito de la innovación. No tenemos visiones prospectivas del impacto de la ciencia, la tecnología y la innovación en el desempeño competitivo del país en el mediano y largo plazo.

Afortunadamente, el Foro ha sido capaz de trascender la trillada cantaleta de únicamente exigir al Gobierno en turno el incremento del subsidio federal a la ciencia y la tecnología, establecido ciertamente por ley, hasta alcanzar 1 por ciento del producto interno bruto (PIB). Pero muchos más cambios son requeridos para lograr que un mayor financiamiento se traduzca en los beneficios esperados en términos de crecimiento, distribución del ingreso y competitividad del país.

En esta contribución, quisiera mostrar un conjunto de elementos relacionados con el desempeño mismo del aparato de ciencia y tecnología, que requerirían modificarse para hacer más productiva la actividad en este sector. Algo que tradicionalmente no cuestionamos es la eficiencia con la que operamos la actividad científica y técnica misma. Asumimos posturas de víctimas por no recibir lo que nos corresponde, pero no llevamos a cabo cambios de fondo que nos permitan incrementar sustancialmente su producción y el empleo productivo de sus resultados, para lograr más con los escasos recursos disponibles.

De los 63 países que se encuentran dentro del grupo de naciones con alto índice de desarrollo humano, México se encuentra en el sitio 53. Y contra ellos haremos algunas comparaciones iniciales para conocer qué tan distantes, en términos de financiamiento y de investigadores, estamos del promedio que significa este grupo.
Israel es el que tiene el mayor porcentaje de gasto destinado a investigación y desarrollo en términos del PIB: 4.9 por ciento. El promedio para los países que consignan gasto es de 1.6 por ciento, y como sabemos, México destina a este renglón 0.4 por ciento de su PIB. Esto es solamente una cuarta parte de lo que gasta el promedio de este amplio conjunto de naciones que, entre otras razones, se encuentran ahí por el monto destinado a esta actividad.

Los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) destinan, en promedio, 2.26 por ciento del PIB y la Unión Europea de 25 países, 1.86 por ciento. Si nos comparamos con el club de ricos al que pertenecemos, veremos que la distancia que nos separa de ellos es ahora mucho mayor. En el primer caso, tendríamos que desembolsar 5.7 y, en el segundo, 4.7 veces más de recursos para la investigación y el desarrollo (I+D). Escojamos. ¿Estaríamos preparados para recibir una inyección de recursos de esta magnitud?
Si dado el tamaño de nuestra economía por habitante nos comparamos con el grupo de naciones de alto índice de desarrollo, requeriríamos multiplicar por cuatro nuestro gasto en I+D y acompañarlo de un incremento de 22 por ciento del número de investigadores. Si nos comparamos con los países de la OCDE, el monto de investigadores en I+D tendría que aumentar 86 por ciento. Así, en lugar de los 268 investigadores por cada millón de habitantes que actualmente tenemos, habría que pasar a 343 en el primer caso o a mil 859 en el segundo.

Por importante que sea, es difícil pensar que en el corto y quizá mediano plazo se pueda disponer de los recursos financieros y humanos para estar a la altura que nos corresponde como país. Sin embargo, adicional al esfuerzo para conseguirlos, es menester llevar a cabo importantes transformaciones en la vinculación productiva de la I+D y en la eficiencia en el uso de los recursos empleados, para obtener los resultados que se requieren en términos de motores del desarrollo y la competitividad internacionales.

En esta ocasión, quisiera mostrar el grado de desvinculación productiva en la cual se encuentra el trabajo de investigación y desarrollo, como resultado, precisamente, de la falta de articulación de estos elementos con un proyecto de desarrollo nacional. Adicional a la escasez de recursos financieros y humanos destinados a la I+D en el país, ésta se lleva a cabo en condiciones muy onerosas y enormemente desaprovechadas, lo que las vuelve aún más caras.

Para mostrarlo, voy a apoyarme en el cuadro que acompaña al texto, en el que se expone una comparación de México con tres países: Estados Unidos (EU), Argentina y España, en relación con un conjunto selecto de indicadores relacionados con la investigación y el desarrollo, normalizados de forma tal que pueden hacerse comparaciones de manera directa. Como se constata en el cuadro, EU sirve como patrón de comparación del conjunto de indicadores presentados. Los valores para el resto de países se presentan como parte proporcional de éste.
Independientemente del monto absoluto o de su expresión porcentual en términos del PIB, México destina a investigación y desarrollo poco más del 15 por ciento, medido frente a lo que se gasta en EU; Argentina, 16.5 por ciento, y España canaliza más de 2.6 veces más recursos que México, lo que equivale a poco más de 40 por ciento del tanto correspondiente a EU. Ésta es otra manera de ver la escasez relativa de recursos que tiene la I+D en dos importante países de América Latina.

¿Qué hacemos con dichos recursos? Cuando esta cantidad la medimos en relación con el número de investigadores que la reciben, la imagen se invierte frente al caso anterior. En México, cada investigador dedicado a la I+D recibe más del 56 por ciento del porcentaje que reciben en EU sus contrapartes para este fin; más de dos terceras partes que en Argentina, y 10 por ciento por encima del promedio que se alcanza por investigador en España.

El monto relativamente abultado que cada investigador en México tiene en sus manos para realizar tareas de I+D es resultado de su escasa presencia en el seno de la población. Si observamos a los investigadores como parte de la fuerza laboral encontramos lo siguiente:

El país cuenta sólo con 9 por ciento del tanto de investigadores que tiene EU por cada mil integrantes de la población económicamente activa (PEA). Esto muestra que las actividades vinculadas a la investigación y al desarrollo en México son tarea sólo de unos cuantos, si se toman parámetros de orden internacional. Argentina tiene 2.4 veces más personas dedicadas a este tipo de labores; en tanto, el monto en España se multiplica por más de seis veces. De ahí la relación inversa entre México y Argentina, donde con montos similares destinados a la I+D en términos del PIB, a menos de la mitad de investigadores que tiene México le corresponde 67 por ciento más de gasto por investigador.

La responsabilidad sobre los investigadores mexicanos pareciera incrementarse. ¿O será simplemente que el apremio en el que se desenvuelven en Argentina es mayor? Pero tal vez no lo sea tanto, pues el número de publicaciones de sus investigadores reconocidas internacionalmente difiere poco entre ambos países, y en los dos casos la distancia que nos separa de Estados Unidos es relativamente menor.
¿Qué puede decirse hasta el momento con estos datos? Primero que, en términos de publicaciones por investigador, todos los países presentados son productivos de manera mucho más parecida que en los casos anteriores. No importa que el gasto en I+D en términos del producto sea alto o bajo, como es el caso, ni que el monto disponible por investigador muestre también una variación importante, tampoco que haya muchos o pocos investigadores en términos relativos (la masa crítica). El resultado expresado en publicaciones es parecido o difiere menos que cualquiera de los otros indicadores.
 

En México, los investigadores publican sólo 16.5 por ciento menos que sus contrapartes estadounidenses. Menos mal. Claro que los españoles son sensiblemente más productivos que los otros países incluidos en la muestra. Con los datos a la mano, no es posible hablar del contenido ni de las aportaciones al conocimiento de los artículos publicados. Suponemos –a falta de otra evidencia empírica– que el arbitraje de las revistas indexadas en el Science Citation Index permite pensar en aportes promedio similares a los conocimientos en los artículos publicados. Estos artículos y el conocimiento en ellos no se transforman de igual manera en innovaciones capaces de resolver problemas en cada uno de los casos.

En costo por artículo, España está a la cabeza con el menor monto, pues con sólo 50.8 por ciento del gasto por investigador en relación con EU produce 128 por ciento de los artículos que se realizan en este país. Le sigue Argentina, donde aunque cuesta menos la investigación, se produce menos. En México, el costo de cada publicación equivale a 68 por ciento del costo en Estados Unidos, mientras que en Argentina es de 45 por ciento y en España de poco menos de 40 por ciento del costo frente al mismo referente: EU.

En nuestro país, cada artículo cuesta 50 por ciento más que en Argentina y 72 por ciento más que en España. La producción científica en México es cara en términos de costo internacional. Este elemento permite pensar que, aun cuando el gasto en términos del PIB sea bajo –lo cual provoca muchos de los reclamos de la comunidad científica por incrementarlo–, el cuerpo responsable de llevar a cabo estas tareas es tan reducido que encarece la investigación y muestra costos unitarios elevados.
Es decir, la I+D en México es innecesariamente cara. Es menester, entonces, revisar el costo de producción del conocimiento en México y detectar la forma de elevar su eficiencia hasta niveles internacionales. Esto aún no es parte de la conciencia de responsabilidad social de los investigadores. Además, frente a estos datos, es difícil tener la soltura de insistir en un aumento del financiamiento, sin más.

Coeficiente de invención: las patentes
Una manera estándar de visualizar cuántas publicaciones debiera generar el país se logra midiendo su número en correspondencia con el tamaño del país; en otros términos, expresado en relación con el PIB. Así también puede calcularse si el número de investigadores con que cuenta se ajusta a un esperado internacional, por ejemplo.

En el caso de las publicaciones por unidad del PIB, México está muy por debajo del esperado. Producimos solamente 33 por ciento de lo que se publica en Estados Unidos, mientras Argentina produce 17 por ciento más que este país por unidad de producto. España también se encuentra ligeramente por encima de la norma, con poco más de 3 por ciento de la producción estadounidense. La razón es la misma: lo que se gasta, aunque sea poco, se distribuye entre pocos investigadores, lo que la vuelve cara desde distintos puntos de vista, y su producción se torna muy ineficiente.

La investigación más cara, sin duda, se hace en Estados Unidos. Por ello, el indicador de publicaciones por unidad de gasto en I+D es mayor para cualquiera de los otros países. Pero véase nuevamente la distancia entre México y Argentina, por ejemplo: los investigadores en el primer país producen por encima de dos veces más publicaciones que sus pares en Estados Unidos, mientras en Argentina el tanto es superior a 600 por ciento, y en España, cercano a 156 por ciento.

El problema al cual hacía referencia al inicio de este artículo está en el último indicador del cuadro. Este indicador muestra el grado en que el conocimiento generado se convierte en herramienta potencialmente útil. Al indicador se le conoce como coeficiente de invención. Éste expresa el número de patentes que en cada país se solicitan por unidad de población. Insisto, conocimiento potencialmente útil.

En la sociedad del conocimiento se requiere no sólo generarlo, sino que éste sea socialmente utilizable. Una manera de medir su utilidad potencial está en el registro que, desde hace más de un siglo, se reconoce como la mejor expresión de volverlo piezas disponibles para su empleo productivo por la sociedad: las patentes.
Es criterio unánime en todos los países industrializados que las patentes y su legislación influyen decisivamente en la organización de la economía, al constituir un elemento fundamental para impulsar la innovación tecnológica, principio al cual no puede sustraerse ningún país, pues resulta imprescindible para elevar el nivel de competitividad de la industria.

Los valores que alcanza este indicador para los países de la muestra desvelan una verdad incontrovertible: el conocimiento que se genera en México tiene muy poco impacto en nuestra capacidad de innovación tecnológica. Y es que el número de patentes por habitante no alcanza ni 1 por ciento del correspondiente a Estados Unidos. Argentina solicita cuatro veces más patentes que México y España cerca de 17 veces. Todos, sin embargo, tienen estructuras muy ineficientes de transformación del conocimiento en innovaciones disponibles para su empleo. Hay, pues, fracturas muy severas entre la generación de conocimiento y su posible empleo productivo. 

Ciencia sin rumbo. Quo vadis?
En México, los investigadores producen una cantidad más que razonable de trabajos científicos, a pesar de ser muy costosos. Sin embargo, en general, el conocimiento generado se mantiene en la esfera puramente científica, desconectado de su posible aplicación. Pareciera que nosotros producimos el conocimiento y otros lo patentan. 

Nuestros sistemas de estímulo a la producción científica de calidad parecen haber dado resultados satisfactorios. No obstante, estas políticas se muestran aisladas de cualquier consideración sobre su posible empleo y de políticas articuladas. Así, los investigadores han sido empujados a producir ciencia de calidad y lo han hecho, pero sin rumbo, es decir, sin que el país haya tenido la capacidad de integrar esta actividad a las necesidades de desarrollo. Nuestra investigación no ha mostrado todavía su pertinencia social.

Los gobiernos no han sido capaces de poner a la ciencia y la tecnología como ejes del desarrollo individual y social ni como elemento central y meta primaria del Estado. Hacerlo significaría que en toda decisión de Estado o de Gobierno se calcularían sus repercusiones sobre la capacidad nacional de creación científica y tecnológica. Ciencia y tecnología son concebidas muy limitadamente: a la segunda se le ve esencialmente como un insumo para la producción, mientras a la primera se le asume como un lujo cultural.

No ver a la ciencia y la tecnología como parte fundamental e indispensable de la política de desarrollo es perder de vista que, en la actualidad, la viabilidad de la sociedad y del hombre mismo radica, en gran parte, en el desarrollo científico y tecnológico, hasta convertirse en elementos críticos de la seguridad nacional. De ahí su relevancia en el proyecto de construcción de cualquier nación. Ésta no es solamente una argumentación abstracta. Un análisis comparativo con otros países permite asegurar que en el mundo dicha concepción ha sido adoptada en las sociedades con mayor dinámica económica, cultural y política.


NOTAS
* Artículo ampliado y actualizado de una versión anterior publicada en Campus Milenio el 13 de julio de 2006.
Coordinación de Asesores del Rector de la Universidad Veracruzana (jorangel@uv.mx)

** Rafael Pérez Pascual y José Rangel, Ciencia, tecnología y proyecto nacional, ANUIES, Biblioteca de la Educación Superior, Ensayos, México, 2005.
2. “Conocimiento e Innovación en México: Hacia una Política de Estado”. Elementos para el Plan Nacional de Desarrollo y el Programa de Gobierno 2006-2012, México, Foro Consultivo Científico y Tecnológico, noviembre 2006.
3. Ibid. p. 36.