|
|
Opina
Juan Villoro
La democracia ha implicado abrir armarios
donde hay secretos y heridas del pasado
Alma
Espinosa |
El
estilo particular en su narrativa y las preocupaciones distintas a
las del común son las primeras características que podemos
ver en el escritor mexicano Juan Villoro, quien ha sido calificado
por la crítica como el campeón de la prosa boxística,
de la frase como gancho en las carnes blandas de la literatura sentimental.
Según el crítico Miguel Rodríguez Lozano, Villoro
“se distancia de los escritores de su generación por
la forma en que busca desenvolverse como escritor. Puede partir del
cuento al libro de viajes y de éste a la literatura infantil,
hasta llegar a la novela, pasando por el ensayo, la crónica
y la traducción”.
Al hablar sobre el trabajo de Villoro, Pedro Ángel Palou asegura
que el efecto de sus textos no se sostienen únicamente de la
anécdota, sino del conflicto psicológico de los personajes
y las tramas ocultas que atraían a Julio Cortázar y
que, de hecho, ni siquiera los personajes conocen. |
|
A
la par de su trabajo como escritor, ha tenido la oportunidad de participar
en el mundo de la política y de representar la cultura de México
en otros países, donde ha conocido a numerosas personalidades
de la literatura y afianzado sus lazos con los conacionales, como
Sergio Pitol.
Su cercanía con el Premio Cervantes de Literatura 2005 motivó
su presencia en el homenaje que se le ofreció al autor de El
arte de la fuga, así como en la Feria Internacional del Libro
Universitario (FILU), donde concedió una entrevista en la que
habló sobre su narrativa, específicamente sobre su novela
más ambiciosa y madura: El testigo, premio Herralde 2004. Asimismo,
el narrador mexicano se refirió a sus pasiones como la política,
el fútbol y la música. |
Cuando
escribo una novela me tardo en saber de qué se va a tratar.
Tengo una idea básica y, a través de la escritura,
trato de descubrir por dónde puede ir esa historia. Los primeros
dos años de la novela son de tinieblas. No estoy muy seguro
de hacia dónde va la trama. Es en el tercer año cuando
este proceso tiene la obligación de adquirir un orden para
que lo empiece a interpretar como primer lector. |
¿Cómo
construye su narrativa?
Tengo un acercamiento distinto hacia el cuento y la crónica,
por una parte, y hacia la novela, por otra. Cuando escribo una novela
me tardo mucho en saber de qué se va a tratar. Hay autores
que escriben una novela porque ya tienen una preconcepción
del mundo que han imaginado o investigado y luego se meten a detallarlo.
En mi caso, tengo una idea básica y, a través de la
escritura, trato de descubrir por dónde puede ir esa historia.
Los primeros dos años de la novela son de tinieblas, en los
que escribo el recuerdo de un personaje, el diálogo de otro,
la infancia de otro, un episodio en primera persona y luego lo escribo
en tercera persona para ver cómo funciona. No estoy muy seguro
de hacia dónde va la trama y voy viendo las posibilidades de
los personajes. Es en el tercer año cuando este proceso tiene
la obligación de adquirir un orden, una lógica para
que lo empiece a interpretar como primer lector. Me gusta mucho este
proceso porque te permite suspender ciertas preconcepciones que todos
los autores tenemos y abandonarte un poco a las fuerzas de la historia.
En cambio, cuando escribes un cuento necesitas saber hacia dónde
van los personajes. Creo que la estructura la escribes al revés,
de atrás para adelante.
Cuando tienes un final dominado, todo camina mucho mejor hacia ese
fin. Lo mismo pasa con una crónica: debes saber qué
estás escribiendo y cuál es tu tema para que el lector
tenga una claridad inmediata; debes seleccionar qué información
dejas fuera y cuál incluyes. Son circunstancias de control
de material totalmente distintas.
¿Cómo
surgen los personajes en sus novelas?
Van surgiendo de un diálogo inicial. Creo que en todas las
novelas los protagonistas que llevan la mirada narrativa están
más bien desdibujados, por eso yo quería enfatizar esto
desde el título de mi tercera novela El testigo, en la que
planteo al protagonista más como un testigo de los hechos que
como un actor de ellos. Me parecía muy importante encontrar
una circunstancia que justificara esto para que no fuera simplemente
una persona pusilánime o aburridísima.
El recurso del que me valí es que él, como Ulises, ha
estado mucho tiempo fuera de su patria y, al regresar, encuentra un
entorno que le es familiar, pero también donde él se
siente descolocado.
En cierta forma, las circunstancias para él empiezan a ser
ajenas y no se atreve a actuar porque no entiende y trata de descifrar
todo.
Esto me pasa en mi cotidianidad con mucha frecuencia. De hecho, hace
poco estuve con un amigo que vive en Oslo desde hace 30 años
y me decía: “yo ya no entiendo a México”,
le dije: “yo tampoco”. Y es que habitualmente uno se siente
descolocado, pero no encuentras pretexto y simplemente sientes que
es una insuficiencia tuya ante una realidad que se desborda.
¿Por
qué interesarse en la figura del testigo?
Como cronista me interesa mucho esta figura, ya que es importante
cuestionarse en qué medida las cosas que nosotros vemos realmente
las juzgamos como son o juzgamos lo que tenemos dentro. Julio Valdivieso
es el personaje que mira a los demás e interviene en la trama
pero sólo en la medida que aquellos se lo permiten.
En cambio, hay otros personajes mucho más fuertes. Un personaje
en ausencia, que está construido con datos biográficos
reales pero que a la vez es un fantasma, es el poeta Ramón
López Velarde. Yo quería escribir una novela que tuviera
la tradición de un fantasma y, en este caso, me enfoqué
a la herencia que aquel ha dejado en sus lectores y cómo es
leído. Más que una novela sobre su poesía es
una novela sobre sus lectores, quienes lo interpretan en clave católica
y piensan que hay mensajes sagrados en su poesía; otros lo
entienden en clave radical revolucionaria y descifran otras cosas.
Cada quien ve en él lo que quiere ver, tal como ocurre con
los clásicos. |
|
Esta tradición del fantasma construye un personaje, pero éste
tiene que estar basado en datos reales. Toda biografía tiene
zonas perdidas. En el libro de Guillermo Sheridan sobre López
Velarde, Un corazón adicto, parecieran faltar unos días
de la vida del poeta después de la escena trágica en
la que se va y no se sabe muy bien dónde estuvo. En esos huecos
me basé para imaginarme algunas situaciones posibles en esa
etapa de su vida, la cual es construida a partir de su obra, de lo
que los lectores piensan de él –que no necesariamente
es cierto pero deriva de su poesía– y, finalmente, de
los datos biográficos, incluyendo las ausencias de datos.
Sin embargo, hay otros personajes que parecieran ser más
fuertes en la construcción narrativa.
Claro, hay otros como el cura Monteverde, quien me resultó
el más interesante del libro, porque yo quería construir
una figura un tanto paradójica, un sacerdote muy culto, muy
buen lector, vinculado con los pueblos de México, con misión
pastoral de ir a pequeñas parroquias y, al mismo tiempo, con
un deseo de reivindicación católica y de recuperar a
López Velarde como el poeta del México católico.
Pero esta visión era un poco maniquea; veía a ese personaje
como el que me ayudaría a crear una trama, pero no como alguien
muy interesante en sí mismo.
A medida que empecé a hablar de él, a escuchar su voz
y a ver cómo, desde una perspectiva ilustrada y conservadora,
se quejaba de un México bárbaro, bronco, roto, al tiempo
que le gustaba, me di cuenta de que era demasiado inteligente para
que aceptara a una persona como Carlos Abascal y sus reivindicaciones
católicas tan primarias. Él mismo, en la novela, con
la inteligencia que tiene, se da cuenta de que su propia causa se
puede vulgarizar mucho si sigue con la idea de dar a conocer los milagros
del poeta, llevarlos a la televisión para que todo México
los conozca. Se da cuenta de que este reality show del catolicismo,
con el mayor poeta de México como protagonista, se puede convertir
en algo ajeno a la fe, susceptible de ser utilizado ideológica
y comercialmente, que vulgariza la doctrina. |
Creo que en todas las novelas los protagonistas que llevan la mirada
narrativa están más bien desdibujados, por eso quería
enfatizar esto desde el título de mi tercera novela, El testigo,
en la que planteo al protagonista más como un testigo de
los hechos que como un actor de ellos. |
El personaje de Monteverde se volvió, pues, mucho más
complejo, al grado de que tengo la idea de escribir una novela sobre
él, como un desprendimiento de este libro, porque es el personaje
que más me atrae, dada su complejidad.
¿De
qué manera los personajes femeninos determinan la novela?
Las figuras femeninas en la literatura que me interesan muchísimo
son las que afectan sin estar presentes. Son amores perdidos, utópicos,
fabulados. En el caso de El testigo está Nieves, que sí
fue un amor real, pero un amor perdido en la juventud por una razón
enigmática. Debido a que Julio y Nieves eran primos hermanos,
la situación fue tensa a pesar de que se querían mucho.
Ella lo dejó plantado y él no dejó de pensar
en los motivos que ella tuvo.
En el fondo, creo que Julio Valdivieso pensaba con sentido común
que el tiempo iba a curar esa herida. Y es que cuando nos separamos
de una persona decimos: “ya pasó, el tiempo hace maravillas
y tendremos otra relación satisfactoria”; sin embargo,
hay ausencias que nos pesan más que las presencias. Eso es
una constatación empírica muy estremecedora para nosotros;
las cosas que hacemos implican que no hicimos otras. Eso quiere decir
también que uno puede ir pensando cómo sería
esa vida en la sombra, cómo sería esa otra realidad,
qué hubiera pasado.
Tal vez si él hubiera estado con Nieves, tendría una
relación bastante normal, neurótica, se hubieran peleado,
pero como eso no ocurrió y además él vive
en el extranjero, su verdadero país es Nieves.
Me interesaba mucho trabajar cómo un personaje es determinado
por la ausencia de otro. Algo de lo más difícil para
un escritor es narrar el reverso de los sucesos, lo que Javier Marías
llama –amparándose en Shakespeare– la negra espalda
del tiempo: las cosas que no sucedieron, que no están en el
tiempo, que están en la espalda del tiempo, pero que nos determinan.
Eso es muy difícil porque no sucedió y opera desde la
distancia.
Luego está el amor utópico que es otra variante de la
ausencia. En el caso de El testigo, esta variante es representada
por Olga, la chica que pudo haber sido el amor colectivo de toda la
generación, y quizá le atraía a Julio porque
le gustaba a todos. En este caso, podemos referirnos a la estadística
del erotismo, es decir, a veces alguien te gusta porque 20 personas
te dijeron que esa persona es guapísima y cuando la ves sucede
un deslumbramiento acompañado de una vox populi de su propia
belleza. En el caso de Olga, se trata también de esta figura
que fue determinante, pero exclusivamente como un anhelo, lo cual
me parece muy importante.
Por otra parte se encuentra Paola, esposa de Julio, quien es muy próxima,
dichosa, agradable y susceptible de ser querida, pero no la puede
querer porque carece de misterio, no tiene nada qué revelar,
no tiene secretos; por lo tanto, quizá el afecto que le tiene
es cotidiano, muy parecido a la rutina, y de alguna manera deja perder
esta relación. |
Como
cronista me interesa la figura del testigo, ya que es importante
cuestionarse en qué medida las cosas que vemos realmente
las juzgamos como son o juzgamos lo que tenemos dentro. Julio Valdivieso
es el personaje que mira a los demás e interviene en la trama
pero sólo en la medida que aquellos se lo permiten. En cambio,
hay otros personajes más fuertes, como Ramón López
Velarde, que está construido con datos biográficos
reales pero que a la vez es un fantasma. |
Por último, hay otra figura femenina, que es la mujer indígena
con la que Valdivieso termina sus días: Ignacia. Esta relación
es una especie de romance con una mujer que es de alguna manera idéntica
a la tierra: él está tratando de hacer un rito de regreso
a su país –porque estuvo en Europa 24 años–,
está intentando despojarse de la piel del exiliado y regresar
al fin a su tierra. Ignacia le revela esencias muy minerales, casi
animales, y Julio empieza a sentir el contacto muy genuino. Hay en
él una conducta de despojarse de todo lo que ha sido, de quitarse
miedos, inseguridades, capas culturales y prejuicios para tener un
último romance cuyo futuro desconocemos, un último romance
con una mujer que representa a la tierra misma. Por eso la última
frase de la novela es: “el agua que ella le da sabe a tierra”.
En suma, todas estas figuras están constituidas a partir de
lo que no tienen, de lo que ocultan, de lo que les falta. Esta estrategia
de construcción de personajes me gusta mucho porque confiere
a un ser literario una dosis de misterio bastante alta; en cambio,
cuando nosotros conocemos totalmente algo o creemos conocerlo se vuelve
mucho más común y aburrido.
Otro
punto trascendental en su narrativa, específicamente en la
novela El testigo, es el constante regreso al pasado. ¿Cómo
construye las marcas temporales?
Lo más difícil para mí en el proceso de crear
una estructura para la novela fue decidir de qué manera narraba
hacia adelante y hacia atrás, porque la novela, como bien lo
señalas, tiene estos continuos regresos. Quería que
los regresos fueran oportunos, que tuvieran que ver con circunstancias
del presente, pero al mismo tiempo que no fueran artificiales, que
no se viera una maquinación donde un personaje tiene que entrar
a un museo para recordar la historia de México.
En la narrativa, una de las cosas que más me interesan en el
manejo del tiempo es la condensación de tiempos dispares. En
cada época que vivimos puede haber una posibilidad de tiempo
futuro y algunas alusiones a instantes del pasado. Los grandes momentos
que vivimos abarcan un poco esto, al niño que fuimos y al adolescente
que esperó una cosa. Estos momentos de condensación
me importan mucho, el problema es cómo equilibrarlos y manejarlos.
Quería hablar, en parte, de la guerra Cristera –que es
una lucha bastante soslayada en la historia oficial de México–,
de López Velarde y del pasado de las haciendas. Todo eso tiene
que ver con la familia de Julio Valdivieso, la cual se siente agraviada
por la Revolución Mexicana y ha perdido la riqueza que alguna
vez tuvo cuando producía mezcal en una región entre
San Luis Potosí y Zacatecas.
Quería, pues, regresar a ese pasado y también al pasado
biográfico del personaje, ubicado entre los años sesenta
y los setenta.
Toda la novela está construida a partir de bisagras de tiempo.
A veces, el pretexto para regresar al pasado es una caligrafía,
un detalle muy pequeño, una foto, la alusión de un amigo
a otra cosa; en ocasiones, es algo mucho más complejo. Esta
parte era la más complicada de la novela, porque en una obra
de tantas páginas es muy difícil tener en la cabeza
toda la arquitectura y todas las asociaciones que se van a ir haciendo
y que van a ir evolucionando.
Por ejemplo, en la hacienda hubo un inquilino que realmente era un
prisionero y luego resulta que era un prisionero que tuvo una relación
con una tía; finalmente, lo relacionan con un supuesto milagro
de López Velarde.
En ese sentido, me gustaría que fuera una novela para releerse,
para que adquiera más significado en una segunda lectura si
es posible, no para entenderla porque sería un fracaso de la
claridad narrativa. No quiero que el lector trabaje, pero sí
que en lo más estimulante de los sentidos pueda, de pronto,
repasar pasajes que le digan otra cosa.
En
la novela, Julio Valdivieso regresó a México en el año
2000, cuando la situación política del país era
adversa, por decirlo de alguna manera. ¿Qué pasaría
si regresara al México de hoy?
La novela anticipa cierto clima del México contemporáneo.
En un momento dado, se dice que se tiene la sensación de que
el futuro en nuestro país está corriendo hacia atrás,
o sea, que la transición a la democracia no ha sido una opción
para ir hacia adelante, sino para abrir armarios donde estaban los
secretos mal guardados del pasado y las heridas aún no sanadas. |
Quería
escribir una novela que tuviera la tradición de un fantasma
y, en este caso, me enfoqué a la herencia que López
Velarde ha dejado en sus lectores y cómo es leído.
Más que una novela sobre su poesía, es una novela
sobre sus lectores, quienes lo interpretan en clave católica
y piensan que hay mensajes sagrados en su poesía; otros lo
entienden en clave radical revolucionaria y descifran otras cosas. |
Hoy
en día, el personaje encontraría un país mucho
más quebrantado, duro, lacerado… y donde las reivindicaciones
extremas serían más obvias. En esta circunstancia de
reivindicación de la guerra Cristera, nada más y nada
menos que de ser mártires injustamente ignorados han empezado
a ser mártires que empiezan a conformar una ideología
oficial; basta recordar que el Secretario de Gobernación fue
a atestiguar la beatificación mencionada en el estadio Jalisco.
Asimismo, el narcotráfico es un tema que rodea la novela como
un horizonte último de los acontecimientos, como algo que está
amenazando al país, pues en los últimos años
ha habido una cantidad impresionante de ejecuciones en manos de estos
grupos, a lo que hay que sumar los manejos y el descubrimiento de
que en las cárceles de alta seguridad los capos del narco se
matan entre sí, lo cual indica que siguen operando como si
estuvieran en un hotel o en una oficina. Por lo tanto, si ahora regresara
Julio, le tocaría más o menos lo que se anticipaba en
la novela, pero de una manera extrema. ¿Podríamos
hablar de una involución de México?
Es muy difícil valorarlo como involución. En el mejor
de los sentidos, el hecho de que el PRI perdiera la Presidencia
fue histórico, porque se acabó una época donde
sólo teníamos una opción política.
No puede ser, por ejemplo, que en cualquier deporte gane el mismo
equipo en la liga durante 71 años; eso invalida la capacidad
de competir. En ese sentido, creo que fue un acontecimiento histórico.
Sin embargo, considero que la plataforma ideológica del PAN
sí representa una involución, no respecto a las prácticas
políticas del PRI, porque aquel partido no ha tenido la corrupción
del PRI, pero sí respecto a las consignas del Revolucionario
Institucional, como las de justicia social, incorporación
nacional, identidad nacional, defensa de empresas estatizadas…
todo esto que como ideología me parece más avanzada
que la ideología del Acción Nacional. El problema
del PRI es que confundió lo público y lo privado y,
amparado por esa ideología, hizo lo que quiso y utilizó
al país como su botín. No obstante, desde el punto
de vista ideológico, sí hay una involución
muy clara.
Al
mencionar el deporte, recordé que el fútbol, junto
con el rock, es uno de sus temas predilectos en sus conversaciones.
En efecto, son dos pasiones de toda la vida. Me gustan muchísimo
y he escrito de ellas de distintas maneras. A veces, algunos de
mis personajes detestan estos temas, porque tampoco me interesa
escribir una literatura militante donde todo mundo oiga rock.
En la novela Materia dispuesta, el personaje odia el fútbol
y no se interesa por el rock. Se interesa por la contracultura,
pero no tanto por el rock. En el caso de El testigo, este tema está
bastante difuminado, pero está presente. Yo necesitaba que
mi personaje, en uno de sus mecanismos psicológicos, encontrara
un pretexto para desviar su culpa. Y es que Julio Valdivieso plagia
una tesis y se quiere justificar diciendo que había leído
lo suficiente, que había tomado varios apuntes, pero simplemente
encuentra un manuscrito. Cree que el futuro sería como una
enmienda y que no habría problema, pero esa enmienda no llega
a ocurrir. |
|
Entonces, él se siente culpable, pero tiene un mecanismo de
defensa –como tantos de nosotros– y en vez de responsabilizarse
por haber cometido esta fechoría, odia al conjunto de rock
que le recuerda el momento en que plagia a un autor uruguayo muerto,
por lo tanto, era un robo perfecto porque nadie lo podía delatar.
Para ello, tenía que escoger un grupo de rock que fuera fácilmente
criticable. Es un poco absurdo luchar contra los Rolling Stones; te
pueden no gustar, pero ya tienen tal estatura mítica que hubiera
tenido que encontrar otros motivos y otras estrategias. Lo mismo pasa
con Bob Dylan y con otros. Luego hay grupos que son demasiado excéntricos
o menores como para que sean criticables.
Asimismo, hay cantantes tan versátiles, como David Bowie, que
no sabes qué fase criticarle, pues es complejo criticar a un
camaleón, algo no te gusta pero algo sí. Supertramp
me pareció, pues, un grupo que podía dar en el blanco,
aunque a mí me gusta mucho, más de lo que le gusta al
personaje, pero un narrador no escribe como si él fuera todas
las personas, sino al revés: escribir es salir de ti. De hecho,
hay discos de Supertramp que me gustan mucho –incluso, los vi
una vez en vivo en Berlín–; sin embargo, me pareció
que alguien podía criticarlos por sus voces nasales y porque,
en el fondo, no tienen un estilo muy bien definido, sino que se deriva
de otras bandas.
Antes de concluir, me gustaría que hablara sobre sus últimas
creaciones: Dios es redondo y Funerales preventivos, este último
presentado en la FILU 2006.
Funerales preventivos surgió de la relación con el caricaturista
Rogelio Naranjo, a quien admiro muchísimo. Lo conocí
cuando yo era miembro del Partido Mexicano de los Trabajadores, y
Naranjo ofreció una plática y colaboró con el
partido. Es un caricaturista de la escena política, y México
le dio una ayudadita, porque nuestro país pasó de la
dictadura perfecta a la caricatura perfecta, y tenemos mucha capacidad
de producir gobernantes y políticos de todo tipo que son figuras
de caricatura. Parte de su obra la presentó en una galería
de la ciudad de México y me pidió los textos para el
catálogo. De ahí surgió la idea de que fueran
fábulas políticas, no textos sobre sus ilustraciones.
Así, elegí series de ilustraciones para escribir siete
fábulas en las que doy cuenta de cómo es el sistema
político mexicano.
Desde el título hay esta ironía: Funerales preventivos
quiere decir cómo los políticos mexicanos se han adelantado
a los desastres, cómo pretenden decidir las cosas de tal forma
que quieren cometer los desastres por anticipado, antes de que sea
necesario. Hay una fábula concreta que habla de la posteridad
de los políticos, quienes de pronto administran todo menos
su salida del poder y el juicio que van a tener. Ésta es la
idea: que el juicio esté garantizado. Son fábulas que
tratan de atrapar el sistema político mexicano y llegan hasta
el foxismo.
Pueden ser leídas como metáforas de un sistema político
que es el nuestro, pero no tienen ninguna alusión concreta.
Las ilustraciones de Naranjo son como las noticias concretas de estas
fábulas. Es una especie de diálogo entre la realidad
y la ficción; la parte de realidad la aporta Naranjo y yo la
de ficción.
Dios es redondo es un libro que reúne crónicas que he
escrito a lo largo de 10 años sobre fútbol. Reescribí
muchas de ellas y actualicé otras. Es un libro no tanto sobre
el deporte en sí ni de periodismo deportivo o de historia del
fútbol, sino que es una investigación narrativa acerca
de la pasión futbolística. El libro se pregunta ¿por
qué nos gusta el fútbol?, ¿por qué le
gusta a tanta gente?, ¿por qué es la forma de la pasión
mejor organizada y repartida por el planeta? Otros cuestionamientos
son ¿por qué la FIFA tiene más agremiados que
la ONU? o ¿cuál es el planeta fútbol que provoca
que la gente se pinte la cara para ir a los estadios y grite cosas
extravagantes? El libro está pensado y dirigido a la gente
que le gusta el fútbol, pero también a la que no le
gusta o a la que lo detesta pero quiere averiguar por qué cautiva
a tantas personas. |
|