Octubre-Diciembre 2006, Nueva época Núm.100
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Trimestral


 

 Ventana Abierta

 Mar de Fondo

 Tendiendo Redes

 ABCiencia

 Ser Académico

 Quemar Las Naves

 Campus

 Perfiles

 Pie a Tierra


 Números Anteriores


 Créditos

 

Opina Juan Villoro
La democracia ha implicado abrir armarios donde hay secretos y heridas del pasado


Alma Espinosa

El estilo particular en su narrativa y las preocupaciones distintas a las del común son las primeras características que podemos ver en el escritor mexicano Juan Villoro, quien ha sido calificado por la crítica como el campeón de la prosa boxística, de la frase como gancho en las carnes blandas de la literatura sentimental.

Según el crítico Miguel Rodríguez Lozano, Villoro “se distancia de los escritores de su generación por la forma en que busca desenvolverse como escritor. Puede partir del cuento al libro de viajes y de éste a la literatura infantil, hasta llegar a la novela, pasando por el ensayo, la crónica y la traducción”.

Al hablar sobre el trabajo de Villoro, Pedro Ángel Palou asegura que el efecto de sus textos no se sostienen únicamente de la anécdota, sino del conflicto psicológico de los personajes y las tramas ocultas que atraían a Julio Cortázar y que, de hecho, ni siquiera los personajes conocen.
A la par de su trabajo como escritor, ha tenido la oportunidad de participar en el mundo de la política y de representar la cultura de México en otros países, donde ha conocido a numerosas personalidades de la literatura y afianzado sus lazos con los conacionales, como Sergio Pitol.

Su cercanía con el Premio Cervantes de Literatura 2005 motivó su presencia en el homenaje que se le ofreció al autor de El arte de la fuga, así como en la Feria Internacional del Libro Universitario (FILU), donde concedió una entrevista en la que habló sobre su narrativa, específicamente sobre su novela más ambiciosa y madura: El testigo, premio Herralde 2004. Asimismo, el narrador mexicano se refirió a sus pasiones como la política, el fútbol y la música.
Cuando escribo una novela me tardo en saber de qué se va a tratar. Tengo una idea básica y, a través de la escritura, trato de descubrir por dónde puede ir esa historia. Los primeros dos años de la novela son de tinieblas. No estoy muy seguro de hacia dónde va la trama. Es en el tercer año cuando este proceso tiene la obligación de adquirir un orden para que lo empiece a interpretar como primer lector.
¿Cómo construye su narrativa?
Tengo un acercamiento distinto hacia el cuento y la crónica, por una parte, y hacia la novela, por otra. Cuando escribo una novela me tardo mucho en saber de qué se va a tratar. Hay autores que escriben una novela porque ya tienen una preconcepción del mundo que han imaginado o investigado y luego se meten a detallarlo.

En mi caso, tengo una idea básica y, a través de la escritura, trato de descubrir por dónde puede ir esa historia. Los primeros dos años de la novela son de tinieblas, en los que escribo el recuerdo de un personaje, el diálogo de otro, la infancia de otro, un episodio en primera persona y luego lo escribo en tercera persona para ver cómo funciona. No estoy muy seguro de hacia dónde va la trama y voy viendo las posibilidades de los personajes. Es en el tercer año cuando este proceso tiene la obligación de adquirir un orden, una lógica para que lo empiece a interpretar como primer lector. Me gusta mucho este proceso porque te permite suspender ciertas preconcepciones que todos los autores tenemos y abandonarte un poco a las fuerzas de la historia.

En cambio, cuando escribes un cuento necesitas saber hacia dónde van los personajes. Creo que la estructura la escribes al revés, de atrás para adelante.
Cuando tienes un final dominado, todo camina mucho mejor hacia ese fin. Lo mismo pasa con una crónica: debes saber qué estás escribiendo y cuál es tu tema para que el lector tenga una claridad inmediata; debes seleccionar qué información dejas fuera y cuál incluyes. Son circunstancias de control de material totalmente distintas.

¿Cómo surgen los personajes en sus novelas?
Van surgiendo de un diálogo inicial. Creo que en todas las novelas los protagonistas que llevan la mirada narrativa están más bien desdibujados, por eso yo quería enfatizar esto desde el título de mi tercera novela El testigo, en la que planteo al protagonista más como un testigo de los hechos que como un actor de ellos. Me parecía muy importante encontrar una circunstancia que justificara esto para que no fuera simplemente una persona pusilánime o aburridísima.

El recurso del que me valí es que él, como Ulises, ha estado mucho tiempo fuera de su patria y, al regresar, encuentra un entorno que le es familiar, pero también donde él se siente descolocado.

En cierta forma, las circunstancias para él empiezan a ser ajenas y no se atreve a actuar porque no entiende y trata de descifrar todo.

Esto me pasa en mi cotidianidad con mucha frecuencia. De hecho, hace poco estuve con un amigo que vive en Oslo desde hace 30 años y me decía: “yo ya no entiendo a México”, le dije: “yo tampoco”. Y es que habitualmente uno se siente descolocado, pero no encuentras pretexto y simplemente sientes que es una insuficiencia tuya ante una realidad que se desborda.

¿Por qué interesarse en la figura del testigo?
Como cronista me interesa mucho esta figura, ya que es importante cuestionarse en qué medida las cosas que nosotros vemos realmente las juzgamos como son o juzgamos lo que tenemos dentro. Julio Valdivieso es el personaje que mira a los demás e interviene en la trama pero sólo en la medida que aquellos se lo permiten.
En cambio, hay otros personajes mucho más fuertes. Un personaje en ausencia, que está construido con datos biográficos reales pero que a la vez es un fantasma, es el poeta Ramón López Velarde. Yo quería escribir una novela que tuviera la tradición de un fantasma y, en este caso, me enfoqué a la herencia que aquel ha dejado en sus lectores y cómo es leído. Más que una novela sobre su poesía es una novela sobre sus lectores, quienes lo interpretan en clave católica y piensan que hay mensajes sagrados en su poesía; otros lo entienden en clave radical revolucionaria y descifran otras cosas. Cada quien ve en él lo que quiere ver, tal como ocurre con los clásicos.

Esta tradición del fantasma construye un personaje, pero éste tiene que estar basado en datos reales. Toda biografía tiene zonas perdidas. En el libro de Guillermo Sheridan sobre López Velarde, Un corazón adicto, parecieran faltar unos días de la vida del poeta después de la escena trágica en la que se va y no se sabe muy bien dónde estuvo. En esos huecos me basé para imaginarme algunas situaciones posibles en esa etapa de su vida, la cual es construida a partir de su obra, de lo que los lectores piensan de él –que no necesariamente es cierto pero deriva de su poesía– y, finalmente, de los datos biográficos, incluyendo las ausencias de datos.

Sin embargo, hay otros personajes que parecieran ser más fuertes en la construcción narrativa.

Claro, hay otros como el cura Monteverde, quien me resultó el más interesante del libro, porque yo quería construir una figura un tanto paradójica, un sacerdote muy culto, muy buen lector, vinculado con los pueblos de México, con misión pastoral de ir a pequeñas parroquias y, al mismo tiempo, con un deseo de reivindicación católica y de recuperar a López Velarde como el poeta del México católico. Pero esta visión era un poco maniquea; veía a ese personaje como el que me ayudaría a crear una trama, pero no como alguien muy interesante en sí mismo.

A medida que empecé a hablar de él, a escuchar su voz y a ver cómo, desde una perspectiva ilustrada y conservadora, se quejaba de un México bárbaro, bronco, roto, al tiempo que le gustaba, me di cuenta de que era demasiado inteligente para que aceptara a una persona como Carlos Abascal y sus reivindicaciones católicas tan primarias. Él mismo, en la novela, con la inteligencia que tiene, se da cuenta de que su propia causa se puede vulgarizar mucho si sigue con la idea de dar a conocer los milagros del poeta, llevarlos a la televisión para que todo México los conozca. Se da cuenta de que este reality show del catolicismo, con el mayor poeta de México como protagonista, se puede convertir en algo ajeno a la fe, susceptible de ser utilizado ideológica y comercialmente, que vulgariza la doctrina.
Creo que en todas las novelas los protagonistas que llevan la mirada narrativa están más bien desdibujados, por eso quería enfatizar esto desde el título de mi tercera novela, El testigo, en la que planteo al protagonista más como un testigo de los hechos que como un actor de ellos.

El personaje de Monteverde se volvió, pues, mucho más complejo, al grado de que tengo la idea de escribir una novela sobre él, como un desprendimiento de este libro, porque es el personaje que más me atrae, dada su complejidad.

¿De qué manera los personajes femeninos determinan la novela?
Las figuras femeninas en la literatura que me interesan muchísimo son las que afectan sin estar presentes. Son amores perdidos, utópicos, fabulados. En el caso de El testigo está Nieves, que sí fue un amor real, pero un amor perdido en la juventud por una razón enigmática. Debido a que Julio y Nieves eran primos hermanos, la situación fue tensa a pesar de que se querían mucho. Ella lo dejó plantado y él no dejó de pensar en los motivos que ella tuvo.

En el fondo, creo que Julio Valdivieso pensaba con sentido común que el tiempo iba a curar esa herida. Y es que cuando nos separamos de una persona decimos: “ya pasó, el tiempo hace maravillas y tendremos otra relación satisfactoria”; sin embargo, hay ausencias que nos pesan más que las presencias. Eso es una constatación empírica muy estremecedora para nosotros; las cosas que hacemos implican que no hicimos otras. Eso quiere decir también que uno puede ir pensando cómo sería esa vida en la sombra, cómo sería esa otra realidad, qué hubiera pasado.

Tal vez si él hubiera estado con Nieves, tendría una relación bastante normal, neurótica, se hubieran peleado, pero como eso no ocurrió y además él vive
en el extranjero, su verdadero país es Nieves.

Me interesaba mucho trabajar cómo un personaje es determinado por la ausencia de otro. Algo de lo más difícil para un escritor es narrar el reverso de los sucesos, lo que Javier Marías llama –amparándose en Shakespeare– la negra espalda del tiempo: las cosas que no sucedieron, que no están en el tiempo, que están en la espalda del tiempo, pero que nos determinan. Eso es muy difícil porque no sucedió y opera desde la distancia.

Luego está el amor utópico que es otra variante de la ausencia. En el caso de El testigo, esta variante es representada por Olga, la chica que pudo haber sido el amor colectivo de toda la generación, y quizá le atraía a Julio porque le gustaba a todos. En este caso, podemos referirnos a la estadística del erotismo, es decir, a veces alguien te gusta porque 20 personas te dijeron que esa persona es guapísima y cuando la ves sucede un deslumbramiento acompañado de una vox populi de su propia belleza. En el caso de Olga, se trata también de esta figura que fue determinante, pero exclusivamente como un anhelo, lo cual me parece muy importante.

Por otra parte se encuentra Paola, esposa de Julio, quien es muy próxima, dichosa, agradable y susceptible de ser querida, pero no la puede querer porque carece de misterio, no tiene nada qué revelar, no tiene secretos; por lo tanto, quizá el afecto que le tiene es cotidiano, muy parecido a la rutina, y de alguna manera deja perder esta relación.
Como cronista me interesa la figura del testigo, ya que es importante cuestionarse en qué medida las cosas que vemos realmente las juzgamos como son o juzgamos lo que tenemos dentro. Julio Valdivieso es el personaje que mira a los demás e interviene en la trama pero sólo en la medida que aquellos se lo permiten. En cambio, hay otros personajes más fuertes, como Ramón López Velarde, que está construido con datos biográficos reales pero que a la vez es un fantasma.

Por último, hay otra figura femenina, que es la mujer indígena con la que Valdivieso termina sus días: Ignacia. Esta relación es una especie de romance con una mujer que es de alguna manera idéntica a la tierra: él está tratando de hacer un rito de regreso a su país –porque estuvo en Europa 24 años–, está intentando despojarse de la piel del exiliado y regresar al fin a su tierra. Ignacia le revela esencias muy minerales, casi animales, y Julio empieza a sentir el contacto muy genuino. Hay en él una conducta de despojarse de todo lo que ha sido, de quitarse miedos, inseguridades, capas culturales y prejuicios para tener un último romance cuyo futuro desconocemos, un último romance con una mujer que representa a la tierra misma. Por eso la última frase de la novela es: “el agua que ella le da sabe a tierra”.

En suma, todas estas figuras están constituidas a partir de lo que no tienen, de lo que ocultan, de lo que les falta. Esta estrategia de construcción de personajes me gusta mucho porque confiere a un ser literario una dosis de misterio bastante alta; en cambio, cuando nosotros conocemos totalmente algo o creemos conocerlo se vuelve mucho más común y aburrido.

Otro punto trascendental en su narrativa, específicamente en la novela El testigo, es el constante regreso al pasado. ¿Cómo construye las marcas temporales?
Lo más difícil para mí en el proceso de crear una estructura para la novela fue decidir de qué manera narraba hacia adelante y hacia atrás, porque la novela, como bien lo señalas, tiene estos continuos regresos. Quería que los regresos fueran oportunos, que tuvieran que ver con circunstancias del presente, pero al mismo tiempo que no fueran artificiales, que no se viera una maquinación donde un personaje tiene que entrar a un museo para recordar la historia de México.

En la narrativa, una de las cosas que más me interesan en el manejo del tiempo es la condensación de tiempos dispares. En cada época que vivimos puede haber una posibilidad de tiempo futuro y algunas alusiones a instantes del pasado. Los grandes momentos que vivimos abarcan un poco esto, al niño que fuimos y al adolescente que esperó una cosa. Estos momentos de condensación me importan mucho, el problema es cómo equilibrarlos y manejarlos. Quería hablar, en parte, de la guerra Cristera –que es una lucha bastante soslayada en la historia oficial de México–, de López Velarde y del pasado de las haciendas. Todo eso tiene que ver con la familia de Julio Valdivieso, la cual se siente agraviada por la Revolución Mexicana y ha perdido la riqueza que alguna vez tuvo cuando producía mezcal en una región entre San Luis Potosí y Zacatecas.

Quería, pues, regresar a ese pasado y también al pasado biográfico del personaje, ubicado entre los años sesenta y los setenta.

Toda la novela está construida a partir de bisagras de tiempo. A veces, el pretexto para regresar al pasado es una caligrafía, un detalle muy pequeño, una foto, la alusión de un amigo a otra cosa; en ocasiones, es algo mucho más complejo. Esta parte era la más complicada de la novela, porque en una obra de tantas páginas es muy difícil tener en la cabeza toda la arquitectura y todas las asociaciones que se van a ir haciendo y que van a ir evolucionando.

Por ejemplo, en la hacienda hubo un inquilino que realmente era un prisionero y luego resulta que era un prisionero que tuvo una relación con una tía; finalmente, lo relacionan con un supuesto milagro de López Velarde.

En ese sentido, me gustaría que fuera una novela para releerse, para que adquiera más significado en una segunda lectura si es posible, no para entenderla porque sería un fracaso de la claridad narrativa. No quiero que el lector trabaje, pero sí que en lo más estimulante de los sentidos pueda, de pronto, repasar pasajes que le digan otra cosa.

En la novela, Julio Valdivieso regresó a México en el año 2000, cuando la situación política del país era adversa, por decirlo de alguna manera. ¿Qué pasaría si regresara al México de hoy?
La novela anticipa cierto clima del México contemporáneo. En un momento dado, se dice que se tiene la sensación de que el futuro en nuestro país está corriendo hacia atrás, o sea, que la transición a la democracia no ha sido una opción para ir hacia adelante, sino para abrir armarios donde estaban los secretos mal guardados del pasado y las heridas aún no sanadas.
Quería escribir una novela que tuviera la tradición de un fantasma y, en este caso, me enfoqué a la herencia que López Velarde ha dejado en sus lectores y cómo es leído. Más que una novela sobre su poesía, es una novela sobre sus lectores, quienes lo interpretan en clave católica y piensan que hay mensajes sagrados en su poesía; otros lo entienden en clave radical revolucionaria y descifran otras cosas.
Hoy en día, el personaje encontraría un país mucho más quebrantado, duro, lacerado… y donde las reivindicaciones extremas serían más obvias. En esta circunstancia de reivindicación de la guerra Cristera, nada más y nada menos que de ser mártires injustamente ignorados han empezado a ser mártires que empiezan a conformar una ideología oficial; basta recordar que el Secretario de Gobernación fue a atestiguar la beatificación mencionada en el estadio Jalisco.

Asimismo, el narcotráfico es un tema que rodea la novela como un horizonte último de los acontecimientos, como algo que está amenazando al país, pues en los últimos años ha habido una cantidad impresionante de ejecuciones en manos de estos grupos, a lo que hay que sumar los manejos y el descubrimiento de que en las cárceles de alta seguridad los capos del narco se matan entre sí, lo cual indica que siguen operando como si estuvieran en un hotel o en una oficina. Por lo tanto, si ahora regresara Julio, le tocaría más o menos lo que se anticipaba en la novela, pero de una manera extrema.

¿Podríamos hablar de una involución de México?
Es muy difícil valorarlo como involución. En el mejor de los sentidos, el hecho de que el PRI perdiera la Presidencia fue histórico, porque se acabó una época donde sólo teníamos una opción política.

No puede ser, por ejemplo, que en cualquier deporte gane el mismo equipo en la liga durante 71 años; eso invalida la capacidad de competir. En ese sentido, creo que fue un acontecimiento histórico.

Sin embargo, considero que la plataforma ideológica del PAN sí representa una involución, no respecto a las prácticas políticas del PRI, porque aquel partido no ha tenido la corrupción del PRI, pero sí respecto a las consignas del Revolucionario Institucional, como las de justicia social, incorporación nacional, identidad nacional, defensa de empresas estatizadas… todo esto que como ideología me parece más avanzada que la ideología del Acción Nacional. El problema del PRI es que confundió lo público y lo privado y, amparado por esa ideología, hizo lo que quiso y utilizó al país como su botín. No obstante, desde el punto de vista ideológico, sí hay una involución muy clara.

Al mencionar el deporte, recordé que el fútbol, junto con el rock, es uno de sus temas predilectos en sus conversaciones.
En efecto, son dos pasiones de toda la vida. Me gustan muchísimo y he escrito de ellas de distintas maneras. A veces, algunos de mis personajes detestan estos temas, porque tampoco me interesa escribir una literatura militante donde todo mundo oiga rock.

En la novela Materia dispuesta, el personaje odia el fútbol y no se interesa por el rock. Se interesa por la contracultura, pero no tanto por el rock. En el caso de El testigo, este tema está bastante difuminado, pero está presente. Yo necesitaba que mi personaje, en uno de sus mecanismos psicológicos, encontrara un pretexto para desviar su culpa. Y es que Julio Valdivieso plagia una tesis y se quiere justificar diciendo que había leído lo suficiente, que había tomado varios apuntes, pero simplemente encuentra un manuscrito. Cree que el futuro sería como una enmienda y que no habría problema, pero esa enmienda no llega a ocurrir.

Entonces, él se siente culpable, pero tiene un mecanismo de defensa –como tantos de nosotros– y en vez de responsabilizarse por haber cometido esta fechoría, odia al conjunto de rock que le recuerda el momento en que plagia a un autor uruguayo muerto, por lo tanto, era un robo perfecto porque nadie lo podía delatar.

Para ello, tenía que escoger un grupo de rock que fuera fácilmente criticable. Es un poco absurdo luchar contra los Rolling Stones; te pueden no gustar, pero ya tienen tal estatura mítica que hubiera tenido que encontrar otros motivos y otras estrategias. Lo mismo pasa con Bob Dylan y con otros. Luego hay grupos que son demasiado excéntricos o menores como para que sean criticables.

Asimismo, hay cantantes tan versátiles, como David Bowie, que no sabes qué fase criticarle, pues es complejo criticar a un camaleón, algo no te gusta pero algo sí. Supertramp me pareció, pues, un grupo que podía dar en el blanco, aunque a mí me gusta mucho, más de lo que le gusta al personaje, pero un narrador no escribe como si él fuera todas las personas, sino al revés: escribir es salir de ti. De hecho, hay discos de Supertramp que me gustan mucho –incluso, los vi una vez en vivo en Berlín–; sin embargo, me pareció que alguien podía criticarlos por sus voces nasales y porque, en el fondo, no tienen un estilo muy bien definido, sino que se deriva de otras bandas.

Antes de concluir, me gustaría que hablara sobre sus últimas creaciones: Dios es redondo y Funerales preventivos, este último presentado en la FILU 2006.
Funerales preventivos surgió de la relación con el caricaturista Rogelio Naranjo, a quien admiro muchísimo. Lo conocí cuando yo era miembro del Partido Mexicano de los Trabajadores, y Naranjo ofreció una plática y colaboró con el partido. Es un caricaturista de la escena política, y México le dio una ayudadita, porque nuestro país pasó de la dictadura perfecta a la caricatura perfecta, y tenemos mucha capacidad de producir gobernantes y políticos de todo tipo que son figuras de caricatura. Parte de su obra la presentó en una galería de la ciudad de México y me pidió los textos para el catálogo. De ahí surgió la idea de que fueran fábulas políticas, no textos sobre sus ilustraciones. Así, elegí series de ilustraciones para escribir siete fábulas en las que doy cuenta de cómo es el sistema político mexicano.

Desde el título hay esta ironía: Funerales preventivos quiere decir cómo los políticos mexicanos se han adelantado a los desastres, cómo pretenden decidir las cosas de tal forma que quieren cometer los desastres por anticipado, antes de que sea necesario. Hay una fábula concreta que habla de la posteridad de los políticos, quienes de pronto administran todo menos su salida del poder y el juicio que van a tener. Ésta es la idea: que el juicio esté garantizado. Son fábulas que tratan de atrapar el sistema político mexicano y llegan hasta el foxismo.

Pueden ser leídas como metáforas de un sistema político que es el nuestro, pero no tienen ninguna alusión concreta. Las ilustraciones de Naranjo son como las noticias concretas de estas fábulas. Es una especie de diálogo entre la realidad y la ficción; la parte de realidad la aporta Naranjo y yo la de ficción.

Dios es redondo es un libro que reúne crónicas que he escrito a lo largo de 10 años sobre fútbol. Reescribí muchas de ellas y actualicé otras. Es un libro no tanto sobre el deporte en sí ni de periodismo deportivo o de historia del fútbol, sino que es una investigación narrativa acerca de la pasión futbolística. El libro se pregunta ¿por qué nos gusta el fútbol?, ¿por qué le gusta a tanta gente?, ¿por qué es la forma de la pasión mejor organizada y repartida por el planeta? Otros cuestionamientos son ¿por qué la FIFA tiene más agremiados que la ONU? o ¿cuál es el planeta fútbol que provoca que la gente se pinte la cara para ir a los estadios y grite cosas extravagantes? El libro está pensado y dirigido a la gente que le gusta el fútbol, pero también a la que no le gusta o a la que lo detesta pero quiere averiguar por qué cautiva a tantas personas.