Abril-Junio 2006, Nueva época Núm.98
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Trimestral


 

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Cine y música
  EN ACTITUD CONTEMPLATIVA. Algunos cuadros que me producen un placer inmediato, como también ciertos barrios de algunas ciudades, los primeros y los últimos cuartetos de Beethoven, Venecia entera, todo Matisse, las óperas de Mozart, también esas películas que una vez y otra, no importa cuánto las vea, me retrotraen a un placer adolescente inenarrable. ¡Mil noches pasaría ante El abanico de lady Windermere de Lubitsch por el mero placer de presenciar la escena final! La enumeración de todo aquello capaz de suscitar placer sería abrumadora. Pero con las relaciones humanas siempre me ha ocurrido lo contrario: han sido sólo el presentimiento o la memoria de algo, lo que está por venir, lo que ya ha pasado. Hace ya muchos años, una amiga italiana me dijo que los instantes de placer sexual más intensos no pueden despojarse de un grano de desesperación porque contienen ya un pregusto de la muerte. Por eso, en el fondo, nadie llegará a comprender el Don Giovanni. Don Juan carece de pasado y no intuye ni le interesa el futuro. Todo en él es presente. Lo mismo Cherubino, ese don Juan en ciernes. Mi diferencia con don Juan y Cherubino estriba en la capacidad de ambos para actuar, mientras que yo, si acaso sentía el presente, me mantenía ante él en actitud contemplativa.

ANULACIÓN DE POMPEYA. Un atributo de la memoria es su inagotable capacidad para deparar sorpresa, su imprevisibilidad. Alguien puede hacerse la ilusión de que el tumulto interior sentido en la adolescencia cuando escuchó por primera vez La consagración de la primavera de Stravinski ha sido de los más intensos que conoció en su vida, lo mismo repetirá años más tarde, al descubrir Venecia o los iniciales aleteos del Eros fueron, quién lo duda, momentos iniciáticos que sumaron nuevos elementos a su existencia, y decididamente la enriquecieron. Pero en tales experiencias se parte de una sorpresa no del todo natural, sino de algo que tiene un apoyo previo: una obra musical, una ciudad, una experiencia vital, donde ya existía un conocimiento indirecto, a través de la lectura, del cine o, tal vez, aun de las conversaciones cotidianas. Ese ejercicio consiste sólo en ratificar, a través de nuestros sentidos, algo preconocido y prestigiado con anticipación. Lo maravilloso es que esas experiencias nos demostraron que la belleza, el poder o una capacidad de perturbación hayan rebasado todo lo que hubiésemos podido imaginar.