Abril-Junio 2006, Nueva época Núm.98
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Trimestral


 

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Mi primera novela
 
En Barcelona logré terminar El tañido de una flauta, mi primera novela. Tenía para entonces treinta y ocho años y muy poca obra en mi haber. Al escribirla establecí de modo tácito un compromiso con la escritura. Decidí, sin saber que lo había decidido, que el instinto debía imponerse sobre cualquier otra mediación. Era el instinto quien determinaría la forma. Aún ahora, en este momento me debato con ese emisario de la realidad que es la forma. (uno, de eso soy consciente, no busca la forma, sino que se abre a ella, la espera, la acepta, la combate. Y entonces, siempre es la forma la que vence. Cuando no es así el texto tiene algo de podrido).

El tañido de una flauta fue, entre otras cosas, un homenaje a las literaturas germánicas, en especial a Thomas Mann, cuya obra frecuento desde la adolescencia, y a Hermann Broch, a quien descubrí en una estancia en Belgrado y al que deslumbrado leí y releí de modo torrencial durante casi un año. El tema central de El tañido... es la creación. La literatura, la pintura y el cine son los protagonistas centrales. El terror de crear un híbrido entre el relato y el tratado me impulsó a intensificar los elementos narrativos. En la novela se agitan varias tramas en torno a la línea narrativa central, tramas secundarias, terciarias, algunas positivamente mínimas, meras larvas de tramas, necesarias para revestir y atenuar las largas disquisiciones sobre arte en que se enzarzan los personajes. Pocas noticias me han agradado tanto como una revelación de Rita Gombrowicz en torno a los gustos literarios de su célebre marido. Una de sus pasiones era Dickens. Su novela preferida: Los papeles póstumos del Club Pickwick.

Mi aprendizaje continuó. Durante largos años seguí escribiendo cuentos y novelas intentando no repetir los procedimientos ya utilizados. Mis últimos seis años en Europa transcurrieron en Praga, la más secreta, la más inconcebiblemente mágica de todas las ciudades conocidas. Allí salté de lleno, como compensación al árido mundo protocolario en que me movía, a la parodia, a la irrisión, al esperpento, componentes que oralmente había disfrutado con intensidad toda la vida, pero que hasta entonces había rehusado integrar en mis relatos.

Como homenaje tácito o expreso a algunos de mis dioses tutelares: Nikolai Gogol, H. Bustos Domecq y Witold Gombrowicz entre otros, escribí El desfile del amor, Domar a la divina garza y La vida conyugal, una trilogía novelística más próxima al carnaval que a cualquier otro rito. He escrito en otra parte sobre esa experiencia:
A medida que el lenguaje oficial escuchado y emitido todos lo días se volvía más y más rarificado, el de mis novelas, por compensación, se animaba más, se hacía zumbón y canallesco. Cada escena era una caricatura del mundo, es decir, una caricatura de la caricatura. Encontré refugio en el vacilón, en el esperpento... La función de los vasos comunicantes establecidos entre las tres novelas que componen Tríptico del Carnaval me resultó de pronto clara: tendía a reforzar la visión grotesca que las sustentaba.

Todo lo que tuviese aspiraciones a la solemnidad, a la sacralización, a la autocomplacencia, se desbarrancaba de repente en la mofa, la vulgaridad y el escarnio. Se imponía un mundo de disfraces. Las situaciones, tanto en conjunto como separadas, ejemplifican las tres fases fundamentales que Bajtín encuentra en la farsa carnavalesca: la coronación, el destronamiento y la paliza final.


La primera novela escrita
por Sergio Pitol fue
El tañido de una flauta.