Octubre-Diciembre 2005 , Nueva época No. 94-96
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Mensual


 

 Ventana Abierta

 Mar de Fondo

 
Tendiendo Redes

 ABCiencia

 Ser Académico

 Quemar las Naves

 Campus

 Perfiles

 Pie a tierra

 Reglamentos


 Números Anteriores


 Créditos

 

Si renunciamos a él, seremos veletas entre vientos de mediocridad
Negar el derecho a la reflexión es coartar la libertad del ser humano: Martiarena

Edith Escalón

En la reflexión encontramos los caminos hacia una vida más plena, diferentes a las dinámicas de producción y consumo; con la reflexión, el ser humano ejerce su libertad de pensamiento, el libre albedrío que sólo se alcanza a partir del uso de la razón. El filósofo Oscar Martiarena, desde una perspectiva académica, muestra en Gaceta su punto de vista en torno a la distribución social del conocimiento.

Sin título, 2000.
Aunque la Universidad Veracruzana ha tenido siempre como fines esenciales la tarea de “conservar, crear y transmitir la cultura en beneficio de la sociedad”, como lo establece su Ley Orgánica, fue en 2001 cuando el programa de trabajo institucional planteó por primera vez la distribución social del conocimiento como una estrategia para el desarrollo institucional, indispensable para orientar el quehacer universitario.

Básicamente, esta filosofía busca llevar a todo tipo de sectores, no sólo a los universitarios, el conocimiento que genera la casa de estudios, un paradigma universitario donde la nueva plataforma tecnológica, las redes virtuales, las alianzas estratégicas, la educación a distancia, la educación continua, la extensión universitaria y los programas culturales sean la pauta para cumplir con este gran propósito.
 

Más allá del compromiso que este paradigma implica, el filósofo español Oscar Martiarena habla en entrevista para Gaceta de la diferencia fundamental entre conocimiento y reflexión, entre aprender y pensar, y propone una nueva fórmula para darle sentido a la actividad universitaria, una que no sólo busque la distribución social del conocimiento, sino que vaya más allá, a los orígenes de la ética humana.

Usted mencionaba que hablar de “conocimiento” en la actualidad es hablar de un problema de apreciación. ¿A qué se refiere?
En el mundo contemporáneo, cuando vamos a la escuela o a la universidad, lo que hacemos en términos generales es aprender una serie de conocimientos que después, en la vida profesional, ponemos en acción para ganarnos la vida. Lo cierto es que esos conocimientos están ceñidos a áreas especializadas y los seguimos ejerciendo el resto de nuestra vida, sin pensar que hay otros ámbitos de los que
podemos aprender.

Lo anterior es un problema por dos razones principales: primero, porque nos convertimos –como diría Herbert Marcuse– en hombres unidimensionales y limitados, hombres de una sola cara, lo cual es verdaderamente triste, dada la riqueza del conocimiento mismo; en segundo lugar, porque los conocimientos que generalmente se aprenden en las escuelas técnicas, politécnicos y universidades son conocimientos que los profesionales, los trabajadores de cualquier nivel, utilizan básicamente para extraer riqueza de la naturaleza o, bien, de los otros seres humanos.

Sin título, 2000.
Creo que lo hacemos de una manera un tanto inconsciente, sin saber lo que esto implica. Esto pasa porque la época en que vivimos nos lleva a pensar que la naturaleza es una fuente de materias primas, un almacén de energía, y que nuestros semejantes son sólo recursos humanos –como señalan las empresas–, meramente recursos para la producción.

Entonces, ¿no es válida la intención universitaria de distribuir socialmente el conocimiento?

Bueno, pienso que el conocimiento es una cosa y la reflexión, otra. Lo que necesitamos es reflexionar sobre la manera en que este mundo contemporáneo es, porque lo único que pensamos ahora es cómo explotar la naturaleza para obtener más ganancias, o bien, cómo explotar a nuestros semejantes para obtener más ganancias. Usamos nuestro conocimiento para eso, y compartirlo no nos llevará a mejores formas de vida y convivencia, sino a darle un uso diferente a todo lo que sabemos, es decir, a reflexionar –como una práctica cotidiana– sobre lo que hacemos con nuestro conocimiento.
Pienso que el conocimiento es una cosa y la reflexión, otra. Lo que necesitamos es reflexionar sobre la manera en que este mundo contemporáneo es, porque lo único que pensamos ahora es cómo explotar la naturaleza y a nuestros semejantes para obtener más ganancias.
¿Cómo debe ser nuestra reflexión, cómo debemos pensar, entonces, en torno al conocimiento?
Primero necesitamos un pensamiento que no sólo esté calculando cuántas ganancias obtendrá, un pensamiento reflexivo. Cuando ya estamos haciendo eso, cuando nos estamos alejando un poco para ver cómo funcionamos ya estamos reflexionando, nos estamos dando cuenta de que algo está pasando y que puede llevarnos a sufrir consecuencias serias. Insisto, un pensamiento que reflexione puede mostrarnos que la naturaleza es mucho más que un almacén del cual podemos obtener ganancias y que los seres humanos son más que meros trabajadores; son personas que quieren hacer uso de su libertad, que tienen la posibilidad y el derecho de tener otro tipo de formas de producción.

Si pensamos, por ejemplo, cómo funciona la música, la poesía o el teatro, veremos que hay formas de vida que no están orientadas a obtener ganancias, sino que tienen que ver con la posibilidad de pensar en un ser humano cuya existencia sea más amplia y más rica. Desde luego, suele suceder que la música o la pintura se vuelven también objetos de mero consumo y una forma de obtener riquezas. Basta pensar en la música que se oye continuamente en la radio, música generalmente mala que pretende obtener beneficios y ganancias para las disqueras, las radiodifusoras, los cantantes, los grupos, quienes no se preocupan por tener una mejor producción, de mayor calidad.

En ese sentido, es conveniente reflexionar acerca de lo que hacemos tanto con la naturaleza como con los seres humanos y sobre nuestra propia forma de vivir; es importante pensar en que podríamos tener una existencia más plena y más rica en este mundo, si actuáramos de otra manera.
A usted, que ha hecho una vida siempre ligada a la academia, ¿no le parece que para muchos estudiantes reflexionar es una cuestión de filósofos y no una actividad que asuman como parte de su quehacer académico cotidiano?

Sin título, 2000
Aquí existen varios problemas. Primero, resulta ser que el estudiante general está sometido a los medios de comunicación que hacen entrega de ciertos mensajes que son muy inmediatos, que no necesitan de la reflexión. La gente común y corriente no se detiene a pensar que ella misma puede ser distinta de como la muestran los medios de comunicación, que desafortunadamente parecen ser un espejo para los propios jóvenes.

También hay que ver que los filósofos somos gente común y corriente, como todos. Lo único que sucede es que nuestro propio trabajo consiste en cuestionar: ¿es esta manera en que somos la única posible?, ¿no podría haber otras formas mejores, más ricas, de existencia? El problema es que tal vez los que nos dedicamos a la filosofía deberíamos darnos tiempo para invitar más a los jóvenes y mostrarles las bondades de esta disciplina, de la reflexión, del pensamiento como un instrumento crítico.

Es curioso, en la Grecia Antigua, cuando surgió con Platón la filosofía, se inició una especie de discusión precisamente en relación con la educación en los jóvenes, pues en esa época no eran bien instruidos y estaban ocupados en querer ser poderosos, importantes, en tener beneficios económicos y la capacidad de ejercer el poder dentro de la ciudad. El ejercicio filosófico de Sócrates comienza ahí precisamente, en el intento de hacer reflexionar a los jóvenes sobre cuáles son los intereses importantes, y de decirles que puede haber otros actos que enriquecen más la existencia que meramente comprar, disfrutar o codiciar los objetos. Los que nos dedicamos a la filosofía tenemos que hacer un esfuerzo para hablar con ellos, para mostrar las bondades de esta corriente.
Cuando no se reflexiona, pasa todo lo que nos pasa ahora. No hay que ser un filósofo para darse cuenta de todos los problemas que enfrentamos debido a nuestra falta de razonamiento. De alguna manera casi inconsciente, hemos renunciado a nuestro derecho de pensar, de reflexionar, y nos hemos convertido en veletas que apuntan a donde la mayoría va, y eso nos ha llevado a navegar movidos por vientos de mediocridad.
¿Qué pasa cuando no se reflexiona? Si hemos pasado tanto tiempo sin procurar un pensamiento reflexivo y crítico, ¿por qué debemos pensar que es verdaderamente importante tenerlo y promoverlo?
¿Qué pasa cuando no se reflexiona? Pues pasa todo lo que nos pasa ahora. No hay que ser un filósofo para darse cuenta de todos los problemas que enfrentamos debido a nuestra falta de razonamiento. De alguna forma, de alguna manera casi inconsciente, hemos renunciado a nuestro derecho de pensar, de reflexionar, y nos hemos convertido en veletas que apuntan a donde la mayoría va; la dirección no importa, lo importante es ir con los demás, y eso nos ha llevado a navegar movidos por vientos de mediocridad. Tenemos que darnos cuenta de que si no reflexionamos, nos vamos a dejar llevar por la opinión común o por los medios de comunicación acerca de cómo vivir, cómo trabajar, qué comer, qué vestir, qué disfrutar, cómo actuar y, lo más grave, cómo pensar. Sólo si reflexionamos podemos distanciarnos un poco de los mensajes que nos dicen cómo deberíamos ser y pensar cómo es que, dentro de lo que yo quiero ser, debo ser.

En otros términos, la posibilidad de reflexionar nos mantiene alejados de las soluciones únicas, de los trabajos preestablecidos, de los fines comunes, de la unidimensionalidad que implica trabajar para obtener dinero, comprar cosas, tener ganancias y vivir “bien”, y de ver las ventajas económicas como sinónimo de felicidad. Sólo la reflexión nos permite abrirnos al mundo, abrir nuestras mentes a otras formas de ser más humanas, más genuinas, que realmente nos lleven a una mejor calidad de vida, a nosotros y a los que nos rodean.
Lo que está de por medio es la libertad de ser legítimamente lo que nosotros queremos ser. Eso tiene ciertos límites. El juego está en que nos es perfectamente lícito elegir nuestra forma de existencia.

Sin título, 2000.
La posibilidad de reflexionar nos mantiene alejados de las soluciones únicas, de los trabajos preestablecidos, de los fines comunes, de la unidimensionalidad que implica trabajar para obtener dinero, comprar cosas, y vivir “bien”, y de ver las ventajas económicas como sinónimo de felicidad. Sólo la reflexión nos permite abrirnos al mundo, abrir nuestras mentes a otras formas de ser más humanas, más genuinas, que realmente nos lleven a una mejor calidad de vida.

¿Podemos pensar que no se promueve la reflexión precisamente para quitarnos la libertad de elegir, de pensar, de ser?
Bueno, primero tendríamos que dejar claro que el pensamiento calculador y materialista no es, efectivamente, un pensamiento que haga libres a los individuos, pues lo que hace es frenar la posibilidad de libertad. ¿Por qué? Justamente porque beneficia económicamente a algunos y afecta seriamente a otros; nos hace elegir cierta forma de existencia conveniente a ciertos grupos. El pensamiento calculador busca beneficios, ganancias, y no piensa más que en eso. Así se limita la libertad de los individuos. Es fácil. Pensemos en la preocupación que tiene una familia cuando uno de sus individuos quiere dedicarse a la música, a la poesía o a la filosofía. La familia empieza a alarmarse porque parece que es mejor que haya ahí un contador o un abogado, cuando a lo mejor si al chico se le encauzara positivamente y se le permitiera estudiar bien música o literatura podría enriquecer a la familia misma, porque podría compartir en el ámbito familiar la experiencia de la música, la poesía y la literatura, elevar así la gama de posibilidades de realización personal y profesional.

¿En qué momento los seres humanos abandonamos la razón para abrazar el dinero?
Un momento importante, aunque no tiene toda la culpa, es aquel en que la naturaleza empieza a ser percibida como posibilidad de explotación. Desde luego, esto no quiere decir que el hombre no haya vivido antes de la naturaleza –el hombre mismo es naturaleza–, pero en el momento en que, a partir de los instrumentos de medición, el ser humano pudo empezar a apropiarse con mayor fuerza de su entorno natural, cuando se entroniza y se considera el amo de la naturaleza, ahí comienza el problema. No podemos acusar a alguien; fue la propia corriente occidental que llevó a esto. Sin embargo, hubo una paulatina agudización a partir del siglo XIX y principalmente en el XX.

Es muy curioso, por ejemplo, que en Estados Unidos si un granjero descubre petróleo dentro de su granja es dueño de este recurso y lo puede vender y se hace riquísimo. ¡Qué absurdo, se convierte en dueño, propietario, poseedor de un recurso que es del mundo, de todos!

Ahora bien, dado que esta sociedad tiene capacidad para producir bienes de manera formidable, pareciera ser que la vida feliz consiste en la posibilidad de apropiarse cada vez de más bienes, y no nos damos cuenta de que hay otras maneras, incluso experimentadas históricamente, que pueden llevarnos al camino de la felicidad o, por lo menos, a percibir en bienvivir de otra manera.

Yo no puedo pensar que un empresario que entra a trabajar a las siete de la mañana y está pensando 14 o 16 horas al día cómo obtener más ganancias de su empresa pueda ser feliz. Quizá si se ocupara menos de sus propiedades y más de sí mismo pudiese encontrar otros caminos, si se preguntara a sí mismo ¿por qué tengo como principio que mi felicidad está en tener más bienes?, ¿existen otras posibilidades de vivir bien? Claro que no es condenable el vivir bien, pero ¿qué es vivir bien?, ¿trabajar más para obtener más dinero?... Creo que no. Pienso que si en lugar de hacer eso pasáramos 14 horas al día pensando cómo podemos ser mejores “seres humanos”, estaríamos en el camino hacia la solución de muchos de nuestros conflictos.

Si el pensamiento calculador y el sistema de consumo que dominan nuestra sociedad representan un gran beneficio para algunos y el razonamiento implicaría cambiar esos parámetros, ¿cree que sea posible llevar el mensaje de que el razonamiento es sinónimo de libertad?
Me parece que sí. Puede que tengamos que enfrentar tendencias fuertes, pero no absolutas. Creo que desde nuestras trincheras debemos luchar por hacerlo posible –y me parece sumamente interesante lo que propone hoy la Universidad Veracruzana: distribuir socialmente el conocimiento. Pero hay que decirlo, escribirlo, compartirlo. Por lo menos es una posibilidad lícita que nos da nuestra sociedad.

El pensamiento calculador y materialista no hace libres a los individuos, pues frena la posibilidad de libertad, porque beneficia económicamente a algunos y afecta seriamente a otros; nos hace elegir cierta forma de existencia conveniente a ciertos grupos. El pensamiento calculador busca beneficios, ganancias, y no piensa más que en eso. Así se limita la libertad de los individuos.

Lo que sucede es que tenemos que abrirnos al mundo y ver otras experiencias. Europa se unió, se formó la Comunidad Económica Europea a partir de proposiciones económicas, pero justamente desde entonces están preocupados por el medio ambiente, la educación de los jóvenes, la paz mundial…y, a pesar de que España fue a la guerra de Irak, hay comunicación entre ellos, posibilidad de aprender varias lenguas, leer libros, etcétera. En este sentido, no creo que todos los intereses económicos haya que vencerlos en función de la cultura. Hay que ser combatible, hay que avanzar en el desarrollo de la economía, pero sin que esto implique un absoluto determinismo económico. Claro, también necesitamos comer, vivir mejor.

En países como México hay una gran cantidad de personas al margen de los beneficios del mundo moderno, por lo que hay que trabajar en la economía, en una distribución de la riqueza más justa y, al mismo tiempo, en el desarrollo de la cultura, del conocimiento y del razonamiento.

Lo que generalmente sucede es que el individuo que está preocupado por su beneficio deja de lado que él forma parte de la totalidad humana. En ese sentido, un individuo debe pensar que vive en una sociedad, y que el beneficio de la sociedad va a ser su beneficio. A los egoístas hay que insistirles que sólo pueden progresar en la medida en que reconozcan el verdadero valor de su entorno, de los otros y, desde luego, de la naturaleza.

¿Alguna vez se logró democratizar la educación?
En algunas partes del mundo sí. Europa es un ejemplo. Considero que no es una utopía. Más bien creo que el horizonte de nuestro actuar bien puede tener como punto hacia el cual dirigirse esa democratización y la posibilidad de razonar, de tener una vida más justa, de que los individuos puedan tener una realización más plena… Èse debería ser el sentido de la educación, del conocimiento. De hecho, ése es el sentido también de la filosofía, según Kant.