Septiembre-Octubre 2002, Nueva época No. 57-58 Xalapa • Veracruz • México
Publicación Mensual


 

 Ventana Abierta

 Mar de Fondo

 Palabras y Hechos


 Tendiendo Redes

 Ser Académico

 Quemar las Naves

 Campus

 Perfiles

 Pie de tierra


 Números Anteriores


 Créditos

 

 

 

El gran circo del mundo, de Nahum B. Zenil*
Teresa del Conde

Nahum B. Zenil es un artista cuya fama ha trascendido nuestras fronteras. El hecho de haber realizado a lo largo de su nutrida trayectoria algo semejante a una biografía plástica, lo ha vinculado de cierto modo a Frida Kahlo, personaje y pintora a quien indudablemente admira y a quien ha dedicado varios homenajes, incluso auto-rretratándose con su “utilería”. Pero no es eso lo que lo ha llevado a ocupar un lugar preponderante en el arte mexicano de las últimas décadas del siglo xx.
Siempre observa. Observa con los ojos, con la sensibilidad y con la mente. En sus inicios cursó la Escuela Normal, ya entonces sus dotes de dibujante (he visto maravillas de paisajes pequeños realizados de su mano) lo convirtieron en maestro venerado por sus alumnos pese a su extrema juventud. Su letra manuscrita es palmer. Ya no nos solemos topar con frases así escritas en esta era de las computadoras y de Internet. Tan ordenada y flexible es, que funciona no únicamente para complementar los mensajes que sus figuraciones transmiten, sino como motivo plástico per se.
En diversas ocasiones ha insistido en sus orígenes. Conoce la importancia que tiene para un artista y en verdad para cualquier ser humano, los primeros años de vida. “Infancia es destino” como decía el eminente psicoanalista Santiago Ramírez. Sí, es destino, pero sólo cuando aquellos recovecos infantiles son capaces de transmutarse y a la vez permanecer en el espíritu adulto. Así ha sucedido con este artista, proclive a observar, desde su propia perspectiva, lo que le pasa a él, lo que le sucede a quienes están en torno, lo que acontece con las personas que comparten sus mundos y también quienes no los comparten. Por eso en pocas ocasiones ha sido un artista de denuncia. Su “yo” queda significado por su propio rostro (que simboliza la trinchera desde la cual observa las batallas diarias o las pelea), según le recogió en cierta ocasión la gran entrevistadora Cristina Pacheco.
Él dice que no es un pintor provocativo, que sus actitudes no buscan de ninguna manera eso. Así lo creemos, pero en todas formas tanto su postura como sus obras rebasan su propia voluntad, pues ha dicho que es capaz de develar su propio misterio.
Como maestro que ha sido, la memoria es su diosa predilecta. Al utilizarla en forma palpable a través de sus composiciones, nos confronta con sus recuerdos, sus creencias, sus debates, sus logros, sus aflicciones y sus dependencias. Con motivo de una de sus exposiciones en la galería Mary-Anne Martin Fine Art de Nueva York, Edward J. Sullivan anotó que su obsesivo auto-escrutinio, su manipulación de su imaginería religiosa y su obvio erotismo hacen sesgada referencia al mundo de los retablos y no sólo a eso, a otros momentos del arte, al finisecu-larismo del xix, pudiera ser.
Su manera de trasponer los temas se afianza en privilegiar lo lineal sobre lo pictórico, los contornos aparecen nítidamente definidos cercando las formas que siempre ofrecen lo que Berenson llamaba valores táctiles a partir de delicados sombrea-dos. Eso da al conjunto de sus obras carácter de documento, reproducen fotográficamente en forma muy nítida y van configurando una especie de diario inacabable que da cuenta de sus confrontaciones.
El tema de esta exposición es el circo. Pero el circo es el mundo y es la vida. En la vida real los elementos del circo son símbolos grotescos, crueles, graciosos que corresponden a situaciones vividas cotidianamente.
Termino esta presentación con un párrafo que recientemente me escribió, siempre en su hermosa caligrafía.
“Mi obra recientemente es la culminación de un trabajo iniciado profesionalmente en 1972, año en que egresé de La Esmeralda. No es halagadora ni complaciente, sin embargo no ha sido hecha con intención provocativa, ha surgido por necesidad interior, más instintiva que consciente y razonada. [Mi motivo principal] ¿Será la soledad, o mejor, la búsqueda de comunión? Me he querido explicar a mí mismo. La vida es un enigma”.
Que sea para bien. Y que esa larga cadena que supone la dirección del deseo, encuentre en la exposición un eslabón a partir del cual se encadenen otros.
*Texto publicado en el catálogo El gran circo del mundo, Museo de Arte Moderno, México, 1999.