Septiembre-Octubre 2002, Nueva época No. 57-58 Xalapa • Veracruz • México
Publicación Mensual


 

 Ventana Abierta

 Mar de Fondo

 Palabras y Hechos


 Tendiendo Redes

 Ser Académico

 Quemar las Naves

 Campus

 Perfiles

 Pie de tierra


 Números Anteriores


 Créditos

 

 

 

Me considero un saboteador
de la literatura: César Aira

Iván Maldonado Rosales

En César Aira, vida, lectura y escritura se imbrican. Así ha terminado 50 novelas que han tenido espléndida acogida en España, donde este año han aparecido El mago, La liebre y Varamo.
Aira empieza una novela con una idea vaga, no muy bien definida, de modo que le dé la posibilidad de ir improvisando a medida que la va escribiendo, y la nutre con un diario donde anota “cosas que me van sucediendo todos los días”. Un escenario de muchas de sus obras es el barrio bonaerense de Flores, donde vive desde 1967.
En la presentación de las novelas de César Aira, Sergio Pitol y Marcelo Uribe hablaron en torno a la creación literaria de este escritor argentino. (Foto: César Pisil)
Con voz pausada, confiesa que escribe en los cafés, mira lo que pasa, escucha conversaciones, sale mucho a caminar, ve televisión, lee a los clásicos, “a la buena literatura”. De ahí le surgen ideas para sus novelas, que “tienen un curso zigzagueante, un poco imprevisible que ni yo sé adónde va porque no lo puedo saber”. En ello radica su apuesta literaria. Unos críticos lo adoran, otros lo desprecian.
Si bien César Aira ya se ha consolidado como una de las figuras relevantes de la actual narrativa hispanoamericana, es capaz de reírse de sí mismo, de declararse no genio, sino “un fraude bien hecho” dada la ambigüedad de la literatura, pues “juega con la verdad hecha mentira y la mentira hecha verdad”. También es capaz de asumirse cual saboteador que construye algo normal, pero le afloja unos tornillos.
La presencia de César Aira dio enorme realce a la filu, evento en el que, el 18 de octubre, presentó cuatro de sus novelas, publicadas por Era: Los dos payasos, Un episodio en la vida del pintor viajero, Los fantasmas y La prueba, que fueron comentadas por el escritor Sergio Pitol y el editor Marcelo Uribe.
Sergio Pitol expresó su admiración por la escritura de Aira, a quien conoció en 1994, durante un congreso de escritores celebrado en Mérida de los Andes, Venezuela, donde otros integrantes de la delegación argentina mencionaron que quizá Aira era la figura más importante de la nueva literatura de aquel país; “que su escritura era provocativa, irritante, radicalmente desconcertante y un poco semejante a la de Gombrowicz”.
En ese congreso, donde los participantes debían hablar sobre su ars poetica, Aira expuso que sus procedimientos narrativos se movían en dirección contraria a las convenciones narrativas. “A él no le interesaba hacer lo que todos hacían ni seguir las líneas de Balzac, Stendhal o Zolá, a quienes conocía perfectamente y respetaba con fervor”. Se remonta a los orígenes para irse hacia una escritura más estimulante, detesta la literatura comercial y lee muy poco a sus contemporáneos –aunque pueda parecer snob–; se nutre de los autores clásicos, de los extravagantes, de los surrealistas, de los locos.
Pitol afirmó que, tras su primer encuentro en Venezuela, Aira le regaló una de sus novelas, Cómo me hice monja; a partir de ahí, se convirtió en uno de sus lectores asiduos. “Desde hace muchos años no encontraba ese escalofrío, esa hinchazón, esa embriaguez que conocía al recorrer una y otra vez sus páginas”.
La trama, las situaciones y las tribulaciones de los personajes creados por Aira, subrayó el autor de El arte de la fuga, “nos arrastra desde el primer contacto. La escritura nos parece un mero vector, un vehículo que nos conduce a una velocidad desaforada a la situación final. Los episodios son tan disparatados, tan excéntricos, tan inconcebibles, que los prodigios del lenguaje se esconden. Parecen ser sólo un sostén firme de los procedimientos narrativos. Pero cuando uno lee la novela, conociendo ya sus peripecias, y sobre todo el final, es posible describir el lenguaje, tocarlo, paladearlo”.
Para Marcelo Uribe, de Editorial Era, la escritura de Aira es una continuación de su actividad como lector, además de que posee una interminable y paciente curiosidad de reconstruir todo una y otra vez, a partir de la lectura y la escritura. No le interesa la fama, sólo le preocupa escribir.
Aseveró que los libros del escritor argentino apuntan para todos lados, a diferencia de los autores que publican gran número de títulos, con versiones y variaciones de una sola pasión, de una misma temática, quizá por ello muchos críticos lo han calificado como un excéntrico, un inclasificable. “Es un hombre de una curiosidad sinfín, que no ha dejado de escribir un diario donde improvisa y hurga en la realidad, la manipula y nos la devuelve en forma de novela”.
Detrás de cada una de sus obras –agregó– hay un intento de ensayar algo, “de buscar algo, o de comprobar si alguna intuición suya es verídica”. Sus libros son apasionantes, llenos de inteligencia, con mundos inventados completamente por él. César Aira no tiene un rostro literario reconocible. “Y en su interminable persecución de la novela, de narrar, de contar, de alguna forma lo que hace es ir destruyendo los géneros, los estilos, inventándolo todo de nuevo con esa sed insaciable e iconoclasta que busca y encuentra, con la máxima serenidad, con la máxima pasión”.
Un episodio en la vida del pintor viajero, señaló Uribe, cuenta y reinventa algunos días de descanso en el cono sur de Johan Moritz Rugendas, “un maravilloso paisajista alemán que se dedicó a pintarlo todo”, tal como Aira se ha consagrado a contarlo todo. Empero, el discurso destruye las expectativas fáciles de la novela histórica, “para transformarse en uno de los relatos más intensos sobre el artista y la creación, y su relación con lo que tiene frente a él, sus modelos, el mundo y nosotros”.
Los fantasmas es uno de sus textos más realistas de Aira, ya que describe con toda precisión hasta los colores, texturas y elasticidad de las partes del cuerpo de los fantasmas, así como su comportamiento, de la misma forma que describe a los personajes de carne y hueso que conviven con ellos en un edificio en construcción. Así, el lector acepta la existencia real, verídica y tan-gible de ambos seres, “gracias a la sabiduría y la sutileza de lenguaje narrativo”. La tensión dramática que se desata en ese mundo “posee la dimensión trágica de las mejores obras literarias, de los más lúcidos narradores”, concluyó el editor de Era.
Al finalizar, el narrador argentino, tras agradecer a Sergio Pitol que haya sido su guía de lecturas, –pues por él conoció a autores polacos y georgianos–, leyó un pequeño relato de unas amigas suyas “que tienen una tiendecita de souvenirs en Buenos Aires”, sacado en fotocopias y editado en un cuadernillo que, al igual que sus otras publicaciones, colgaban en un ganchito.
Su lectura inspiró a Aira a escribir “una pequeña novelita para ellas”, titulada La pastilla de hormonas, en la que pudo constatarse el humor, la ironía y el absurdo característicos de sus textos, así como la improvisación con la que los engarza, arrancando más de una carcajada entre los asistentes que colmaron el Pabellón Central del Gimnasio Universitario.
César Aira nació en Coronel Pringles, un pueblo del sur de la provincia de Buenos Aires, Argentina, en 1949, y desde 1967 reside en el barrio bonaerense de Flores. Hizo estudios de derecho y literatura, y también se ha desempeñado como traductor. Tiene publicados más de 50 libros, entre novelas, teatro y ensayo. Otros de sus textos conocidos son Cómo me hice monja, Cumpleaños, Diccionario de autores latinoamericanos, El llanto y Ema, la cautiva.