Abril 2002, Nueva época No. 52 Xalapa • Veracruz • México
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Camus: una infancia en Argelia
Bernard Fauçonnier

 

La publicación del Premier homme* era esperada desde hacía mucho tiempo y se había convertido en uno de los temas de gran resonancia del mundo editorial. Todos los especialistas en Camus sabían de su existencia y, en algunos casos, conocían su contenido. En su gran biografía de Camus, Herbert Lottman ya había hecho numerosas y precisas alusiones. Alrededor de esta novela inacabada, encontrada en una cartera manchada de lodo en el momento de la muerte de Camus, se construyó una leyenda a la que la desaparición del autor confirió toda la apariencia de tragedia. Ve la luz pública, entonces, ese texto interrumpido en el que Catherine Camus, hija del escritor, trabajó durante tres años, plazo que resulta muy razonable a la luz de algunos de los facsímiles del manuscrito.
El fenómeno editorial y cuasi sociológico que marca la aparición de este texto merecería por separado un análisis profundo. No se trata de decir que el éxito —desde ahora asegurado— sobrepasa el interés o los méritos del texto, que son considerables, sino que revela una carga emocional que excede con mucho los límites del campo literario: efecto de curiosidad, efecto de nostalgia, gloria intacta de Camus, lamentación por una obra futura nunca escrita y que se hubiera deseado todavía más bella, homenaje a alguien que se amó o se detestó, y a quien hoy en día se respeta. Se celebra el mito de una vida brillante cuya muerte accidental transformó en destino, un signo de ultratumba, un remordimiento; la época en que la literatura francesa valía para algo; un texto tanto más precioso cuanto que el largo periodo en que estuvo guardado (cerca de treinta y cinco años), y cuyo efecto público es hoy día comparable al de una olla exprés, lo revistió largo tiempo de todas las virtudes del misterio. Evidentemente, en esto los herederos no tienen nada que ver: su larga vacilación tuvo bases legítimas (sobre todo René Char y Roger Grenier, amigos de Camus, quienes consideraron que su publicación era inoportuna en los años inmediatos a la muerte del escritor), y el trabajo de Catherine Camus sobrepasa todo elogio. Por supuesto, era necesario publicar ese texto; en ese sentido, estamos ante un hecho consumado. Es en él, y sólo en él, que a partir de este momento hay que interesarse. Y vale la pena hacerlo.
Como sus diarios lo testimonian, Albert Camus soñaba con el Premier homme desde comienzos de los años cincuenta. El primer hombre es el niño pobre porque “la pobreza no tiene pasado”. Niño sin padre y sin fortuna, Jacques Cormery debe comenzar todo, inaugurar todo. El comienzo de la narración tiene resonancias de relato bíblico: un nacimiento pobre en una granja, con la madre dando a luz a solas y el padre corriendo en busca de un médico. Luego ese niño que visita, en Saint-Brieuc, la tumba de su padre muerto en 1914 a los 29 años. El niño convertido en hombre hecho y derecho que a partir de ese momento es más viejo que su padre, que es su hijo mayor. A partir de esos dos momentos se despliega el relato, el de la formación en Argelia, entre pobreza y deslumbramiento: la abuela terrible, violenta, zafia, iletrada, manejando gustosa la fusta, a quien su nieto debe, para su gran vergüenza, leer los diálogos en el cine; la madre dulce y resignada, evocación de una vida que es permanente humillación para el niño; homenaje conmovedor al maestro que descubre en Jacques una destacada capacidad intelectual y lo pone a estudiar para participar en el concurso por las becas. Jamás como en este texto Camus había estado tan cerca de sí mismo, revelando confidencias que con frecuencia echan una especie de luz retrospectiva sobre la obra ya escrita, como la anécdota del padre que presencia la ejecución de una pena capital y regresa lívido y enfermo, amigos de la infancia, deslumbramientos ante las sensaciones que dejan el mar y el sol.
Ante un texto inconcluso y no retrabajado, la tentación es grande. No de imaginar vanamente lo que hubiera podido ser una vez terminado, sino de preguntarse qué es escribir. Escribir es tantear, dar cuerpo, transformar, pulir, renunciar, agregar, suprimir. Evidentemente, en el caso de un escritor tan brillante y avezado como Albert Camus, el primer impulso contiene tesoros con los que quedarían satisfechos numerosos plumíferos, y se leen con satisfacción esos compactos bloques narrativos en los que nos entrega la belleza luminosa de su lengua, esos relatos de una infancia en la que las naderías de la vida toman la dimensión de un canto de amor a los suyos: “caminando en la noche de los años sobre la tierra del olvido donde cada quien era el primer hombre, donde uno mismo debía educarse solo, sin padre, sin haber conocido jamás esos momentos en que el padre llama al hijo, del que ha esperado que tenga la edad para escuchar, para decirle el secreto de la familia, o para contarle una vieja pena, o la experiencia de su vida (…) y había cumplido dieciséis y luego veinte años y nadie le había hablado y él había tenido que aprender solo, crecer solo, a viva fuerza, en potencia, encontrar solo su moral y su verdad (…)”. Pero seguramente en el ánimo de Camus este manuscrito no era más que un montaje, un objeto a remodelar. Lo demás, el último cincelazo del artista, los toques de luz y sombra, la gran parte faltante del relato estaban por venir. Hay que celebrar que los editores no nos hayan presentado este texto como la última novela de Albert Camus, y que hayan agregado esbozos, borradores y documentos que esclarecen su génesis. Pero algunas veces en el borrador, en lo inacabado, hay fulgores y franquezas que perturban.

Traducción
de José Luis Rivas y Agustín del Moral