Abril 2002, Nueva época No. 52 Xalapa • Veracruz • México
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Interrelaciones culturales en la Mesoamérica
de la fase transicional Clásico-Postclásico / II

Fernando Winfield Capitaine

 

Cantona
El complejo juego de pelota, altar y templo aparece reiteradamente en Cantona, así como ciertos elementos representativos de la fertilidad. Los ritos de fertilidad tienen ya un numeroso catálogo aquí, al igual que en la zona arqueológica de Aparicio, en la llanura costera del Golfo, a unos cuantos kilómetros de Las Higueras: penes, lápidas de Chicomecóatl, esculturas de Xipe-Totec.

Golfo de México
El Golfo de México es considerado por algunos como el lugar en el que está ubicado el mítico Tlalocan, lugar de la fertilidad y la abundancia. Las civilizaciones que se desarrollaron en la costa del Golfo y áreas interiores contribuyeron destacadamente al repertorio cultural del México prehispánico. Olmecas, totonacas, huaxtecas, nahuas y otras etnias se mantuvieron en movimiento constante a lo largo de toda el área mesoamericana, intercambiando experiencias y fundando las bases de los desarrollos posteriores.
Los entrelaces escultóricos tipo Tajín aparecen ampliamente distribuidos en una gran zona que incluye a Santa María Cotzamaluapa. Las construcciones circulares y semicirculares están configuradas en varios sitios arqueológicos mesoamericanos: Tzintzuntzan, Tula, El Tajín, Zempoala, Xochiquétzal. El símbolo de la alegría aparece tempranamente en las culturas del Golfo –como se aprecia en algunos objetos olmecas en barro, piedra y jade del área de San Lorenzo–, pero es en la época Clásica (100 a. C. a 900 d. C.) cuando alcanza su mayor esplendor en la civilización del río Papaloapan y donde la fijan en el eterno lenguaje del barro. Con el descubrimiento de la Estela número 1 de La Mojarra se confirmó la hipótesis de Alfonso Caso, en el sentido de que en la costa del Golfo está el origen de la escritura, la numeración y el calendario.
Entre los totonaca, el concepto prehispánico de ciudad está distante de nuestra concepción urbana occidental. En el Tajín y Cempoala, al igual que en muchas otras unidades urbanas de centros mesoamericanos mayores, el centro ceremonial con población dispersa permitió una clasificación de las funciones administrativas, de justicia y de comercio, junto con las religiosas, mientras que la gran población se localizaba dispersa en su rededor, dedicada fundamentalmente a las actividades económicas del cultivo de las plantas y a tareas complementarias como la caza, la pesca y la recolección.
En El Cuajilote, ubicado en el área de Filo- bobos, la traza urbana evoca el patrón teotihuacano en el manejo del espacio. Una figura de Xipe-Totec apareció en el periodo Clásico de La Mojarra, municipio de Alvarado, Veracruz, por lo que el concepto de fertilidad asociado a esta deidad constituye una de sus manifestaciones más tempranas en las llanuras pantanosas de Veracruz. El culto a Ehécatl también surgió tempranamente (162 d. C.), como puede apreciarse en la iconografía escultórica de la Estatuilla de Los Tuxtlas.
Para los huaxtecas, los parientes norteños de los mayas, separados de éstos por cuñas culturales de otras naciones a lo largo de los siglos, tal aire de familia queda testimoniado en el lenguaje1 y en las prácticas de la deformación craneana ,2 tan en boga como elemento estético en muchas sociedades mesoamericanas. Su escultura en piedra caliza tiene como motivo principal la figura humana, pero el contenido y el objetivo de la escultura están dirigidos a las deidades. Los huaxtecas representaron el plano frontal de los cuerpos disminuyendo el fondo, dando a las esculturas una forma aplanada; el tocado en forma de resplandor semicircular posterior en algunas de ellas es un atributo esencial de su arte. También se desarrolló una escritura abstracta que todavía espera mayores esfuerzos para su desciframiento; quizá algunas figuras oblongas esgrafiadas representen el símbolo del maíz.

Los mayas
En el gran tramo histórico de su vida como alta civilización, desarrollaron varios tipos arquitectónicos: hubo influencias teotihuacanas hacia el final del mundo clásico y, desde fechas muy tempranas, se emplearon sistemas de numeración, calendario y escritura. Si bien los mayas no fueron los inventores de estos logros culturales, a ellos se debió su gran desarrollo.3
Gran parte de los textos presentes en inscripciones se refieren a su historia relevante, integrada por pasajes de guerras, captura de prisioneros, caída de ciudades, ascensión al trono de los gobernantes, ceremonias de carácter religioso y agrícola, pero también hay textos proféticos.
Las hazañas de los astrónomos mayas reveladas en sus inscripciones se antojan aún más deslumbrantes para nuestra mentalidad occidental, sobre todo si consideramos que los ciclos celestes se descubrieron sin ayuda de los instrumentos de precisión que tanto sirvieron a los astrónomos europeos en el desarrollo de nuestro calendario moderno durante el Renacimiento.4 En muchas construcciones mesoamericanas se incorporaron angostos tubos y ventanas con el propósito especial de hacer observaciones astronómicas.
Algunos artículos de consumo –como el pedernal, la cera de abeja, los textiles de algodón, la miel, el hule, el incienso de copal, los tintes vegetales, el tabaco, la vainilla de Papantla y de Teutila, la cerámica policromada, las conchas de tortuga del Pacífico, las plumas, las pieles de jaguar y de ocelote– se exportaban cotidianamente de las tierras bajas hacia las altiplanicies de Chiapas, Guatemala y El Salvador. A cambio, los comerciantes de esas zonas llevaban jade, albita, obsidiana, hematita, plumas de Quetzal, cerámica y cinabrio para vender en los centros de las tierras bajas. Los grupos que vivían en las regiones costeras proporcionaban a los distritos de tierra adentro5 sal, pescado seco, conchas, espinas de mantarraya (empleadas en el autosacrificio de dignatarios y sacerdotes) y perlas.
A partir de las interpretaciones de Tatiana Proskouriakoff y de Heinrich Berlin Neubart, basadas en las inscripciones de Yaxchilán y Piedras Negras, los mayas pasaron de la historia mítica a la historia real configurada en sus dinteles y estelas.

El altiplano central
Durante los primeros siglos de nuestra era, Teotihuacán se convirtió en un verdadero Estado imperial que logró ensanchar a su máximo las fronteras de Mesoamérica, manteniendo esta expansión por más de 600 años a través del comercio y la religión. Su fama como centro religioso atrajo la migración de muchos pueblos venidos del norte y su influencia se manifestó en la cerámica, en la construcción de edificios con su típico estilo de talud y tablero y en el complejo mágico religioso que implica el culto al dios de la lluvia, al dios del fuego y a la serpiente emplumada.
En la etapa de mayor esplendor, la población de Teotihuacán llegó a tener 120 000 habitantes, configurándolo como el centro urbano de mayor tamaño e importancia para su época. Su expansión y presencia pueden evidenciarse en Matacapan, poblado de la zona de Los Tuxtlas en Veracruz y punto de producción alfarera y comercial, y en el sitio arqueológico de Piedra Labrada, actual municipio de Soteapan, en el mismo estado de Veracruz.
La Estela 1 de dicho sitio presenta el glifo llamado por Caso “Ojo de Reptil” y el glifo “Turquesa”, compuesto por dos conjuntos de líneas verticales y horizontales que se alternan alrededor de un cartucho que las contiene; además, hay incensarios y columnas teotihuacanas. El glifo “Turquesa” aparece tempranamente figurado en el casco de la cabeza colosal olmeca número 4 de San Lorenzo; quizá la turquesa se relacione con la sangre sacrificial por el concepto “precioso” que liga a la primera con la segunda. El glifo “Ojo de Reptil” aparece en un fragmento cerámico localizado por Manuel Gamio en su célebre investigación sobre Teotihuacán, y también fue reportado por Alfonso Caso en inscripciones de Oaxaca; asimismo, aparece en la columna “U” de la prodigiosa Estela número 1 de La Mojarra.
La Estela 31 de Tikal (Winfield Capitaine, 1990, ilus. 182), dedicada en 445 d. C. (Schele y Freidel, 1990), muestra a dos guerreros con elementos iconográficos típicamente teotihuacanos –como armas y la cara de Tláloc sobre un escudo– frente a un gobernante (“Cielo Tormentoso”, que subió al poder en 426 d. C.). Estas representaciones hablan de la expansión comercial y guerrera hacia la zona maya.
Hasta su declive eventual y caída alrededor del año 600 d. C., Teotihuacán mantuvo la mayor influencia en todo Mesoamérica, con colonias comerciales en todas las partes del área maya (Tickell y Tickell, 1991:20). El eje Teotihuacán-Kaminaljuyú aparentemente escogió a Tikal como su principal socio en las tierras bajas. La primera evidencia aparece sobre la Estela 4 de Tikal, fechada en 378 d. C., la cual registra el ascenso al poder de “Bucle Hocico”. El estilo de este monumento tiene los diseños distintivos de Teotihuacán: “Bucle Hocico” está retratado de rostro entero en una posición sedente, más que en el perfil maya típico, que consiste en estar parado hacia la derecha (op. cit, p. 25).
El poder y la influencia teotihuacanos, pues, se extendieron sobre toda Mesoamérica: hacia el este dentro de las áreas de la costa del Golfo (Matacapan), las tierras altas mayas (Kaminaljuyú) y las tierras bajas mayas (Becán y Tikal), y al sureste hacia los zapotecos de Monte Albán, Oaxaca.
La decadencia de la urbe teotihuacana se inició en 650 d. C. con una progresiva disminución de la población, ocasionada por factores de orden social y climático. Cesó el crecimiento de la ciudad y aunque se construyeron palacios con espléndidos murales, éstos se edificaron sobre antiguas construcciones. El siglo VIII d. C. marcó el ocaso de la metrópoli, aunque el valle nunca fue del todo abandonado. Teotihuacán jugó un papel clave y su caída arrastró a todas las civilizaciones clásicas hacia un profundo colapso.
Durante el declive de Teotihuacán empezó a surgir Tula que, al igual que otras urbes cosmopolitas, tenía barrios en donde residían extranjeros, como los huaxtecas; pequeñas colonias de mayas y mixtecas y grupos del centro de Veracruz y de la costa del Pacífico de Chiapas y Guatemala. Por ende, puede considerarse a Tula como el principal dispersor de la alta cultura hacia el resto de las sociedades vecinas y periféricas mesoamericanas. La multiplicidad de su composición étnica y cultural la erigieron como la generadora de la diáspora de rasgos y complejos civilizatorios en el periodo transicional del Clásico Terminal al Postclásico.
La cultura maya yucateca de la península se vio enriquecida con las aportaciones de los flujos migratorios y comerciales de Tula: el complejo de Quetzalcóatl-Kukulkán, con recintos sagrados y astronómicos, y el interesante culto a las deidades del agua, con víctimas propiciatorias en el cenote sagrado, entre otras.
Civilizaciones posteriores, como la azteca, se asumieron como herederas de la gran tradición tolteca, trasladaron los principales monumentos sagrados y los integraron a su peculiar panteón particular. Los aztecas iniciaron su peregrinar de manera tardía: es el último grupo que llegó al Valle de México, para fundar su capital, Tenochtitlan, siguiendo a sus dirigentes y a la figura de su deidad tutelar, Huitzilopochtli, morador que compartió espacios con Tláloc, en el recinto del Templo Mayor.
Eclécticos por naturaleza, en cada conquista de otras comarcas, los mexicanos integraron las deidades locales a su panteón particular, conservando y adorando las imágenes en el lugar que para tal efecto destinaron en el Templo Mayor, las cuales pasaron a formar parte del séquito de Huitzilopochtli, su dios fundamental. En el caso de los huaxtecas, por ejemplo, importaron a Tlazoltéotl, la comedora de inmundicias, diosa lunar y del tejido.
Los mexicas, merced al apropiamiento de costumbres y deidades de otras naciones, formaron las bases del crisol cultural más rico que se dio en México hasta el tiempo de la conquista hispana.
Corresponderá al especialista establecer mayor número de semejanzas y paralelismos, oposiciones y puntos de convergencia entre los distintos pueblos prehispánicos del México Antiguo, es decir, trazar mayor número de vínculos. Falta todavía mucho por saber y descubrir, pero finalmente queda la sensación de que, poco a poco, va cayendo el velo que ocultaba el remoto pasado de Mesoamérica.

Notas
1. Leonardo Manrique Castañeda, xli Congreso Internacional de Americanistas. Paris.
2. Juan Comas, Los cráneos de la Isla del Ídolo. Además, una deformación de carácter local puede apreciarse en los restos humanos del entierro colectivo de El Zapotal Número Uno, en el estado de Veracruz.
3. Linda Schele, Notebook of the Maya Meeting, University of Texas, Austin, Texas.
4. Aveni, Observadores del cielo en el México Antiguo.
5. Jacques Soustelle, Los mayas.