Revista de Investigación Educativa 7
julio-diciembre, 2008
ISSN 1870-5308, Xalapa, Ver
Instituto de Investigaciones en Educación, Universidad Veracruzana


 
La teoría de las representaciones sociales y la perspectiva de Pierre Bourdieu: Una articulación conceptual
 
   
 

Silvia L. Piñero Ramírez

I. Introducción

El presente texto representa un intento por articular dos aproximaciones en el análisis de los fenómenos sociales. Estas aproximaciones son la teoría de las representaciones sociales de Serge Moscovici, y la postura sociológica de Pierre Bourdieu, surgidas en el campo de la psicología social y de la sociología, respectivamente.

Entre estos campos es posible entablar relaciones de analogía y complementariedad en un nivel conceptual, que se constituyan en las bases para posteriores análisis que comprometan tanto el papel que desempeña la realidad estructural que rodea al agente como el rol activo atribuido a su subjetividad. Consideramos que de esta forma se contribuye a entender la forma en que los agentes realizan intercambios con su entorno social a través de representaciones y estrategias construidas en condiciones estructurales específicas (Bourdieu, 1997, 2002a).

Nuestro interés está centrado en el análisis de los procesos educativos, en los cuales participan profesores, estudiantes y administradores. La hipótesis que guía este trabajo se basa en el reconocimiento de que las acciones que los agentes educativos desarrollan en su entorno social constituyen procesos cargados de gran complejidad, en virtud de que se ve involucrada su subjetividad. Al mismo tiempo, consideramos que no es posible entender los fenómenos educativos recurriendo a determinismos que tienden a afirmar relaciones causales. Por el contrario, asumimos una postura que analiza a las prácticas educativas como manifestaciones de una multiplicidad de condicionantes provenientes tanto del entorno material como de los rasgos inherentes a los agentes de la educación: las disposiciones subjetivas.

De esta forma, concebimos al agente como un sujeto que participa en la configuración de los procesos sociales y educativos. Pablo Navarro (1996) resume esta postura cuando señala:

El sujeto individual es capaz de elaborar, de manera endógena, representaciones peculiares de la realidad social en la que habita, tanto en el nivel micro como en el macro […]. El resultado de la relación mutuamente constituyente de ambos aspectos es un proceso morfogenético global que, en definitiva, configura al individuo como sujeto social. La subjetividad social del individuo, en efecto, no es otra cosa que el resultado dinámico de ese proceso. (:s/p, El individuo como sujeto morfogenético)

En cuanto al desarrollo del presente artículo, inicialmente se ofrece una síntesis de las aportaciones que la teoría de las representaciones sociales hace a un mayor conocimiento de la forma en que el agente actúa construyendo su realidad social; a la vez, se considera que en esta construcción juegan un papel determinante los procesos a través de los cuales el agente se apropia de ella. Así, se asume que la configuración de la subjetividad del agente va aunada a un proceso de incorporación de su realidad estructural.

En un segundo momento de análisis, se retoman algunos conceptos propuestos por Pierre Bourdieu, vinculándolos con la teoría de las representaciones sociales, en tres niveles:

  1. Las nociones de estructura y agente, a partir de las cuales aspiramos a asentar que el habitus desempeña un papel esencial en la configuración de las representaciones sociales y la toma de posición de los agentes (Bourdieu, 1997);
  2. el reconocimiento de que las representaciones sociales y el habitus constituyen conceptos homólogos en virtud de las funciones que desempeñan. Aludimos a la idea de que la posición social desempeña un papel prioritario en la definición del habitus y de las representaciones del agente;
  3. finalizamos colocando en la mesa de las discusiones lo que consideramos es la principal función de las representaciones sociales y del habitus: construir las estrategias que los agentes utilizan para desenvolverse dentro de su campo y espacio social.

II. Un repaso al carácter de las representaciones sociales

El concepto de representación social es presentado inicialmente por Serge Moscovici. En el libro El psicoanálisis: su imagen y su público (1979) presenta una primera aproximación a lo que hoy en día representa uno de los enfoques clave para el estudio de los fenómenos sociales.

Moscovici desarrolla conceptualmente el estudio de las representaciones sociales a partir de la noción de representaciones colectivas propuesta por Emilio Durkheim en el campo de la sociología.

Durkheim (2000) emplea este concepto para analizar un tipo de fenómenos que tienen su origen en el entramado de relaciones sociales que establecen los individuos en una sociedad. Señala que las representaciones colectivas son “realidades [que] sostienen con su sustrato íntimas relaciones [y cuya] autonomía no puede ser sino relativa” (Durkheim, 2000: 48). El autor agrega que el sustrato de estas representaciones colectivas es “el conjunto de los individuos asociados” (:48). Las representaciones colectivas se producen por el intercambio de acciones que realizan los individuos como colectividad, en el seno de la vida social y constituyen, por lo tanto, hechos sociales que sobrepasan y se imponen al individuo, pues las propiedades individuales, al sumarse en la colectividad, pierden su especificidad y se constituyen en fenómenos eminentemente sociales.

De este modo, desde la perspectiva durkheimiana las representaciones colectivas son sintetizadas y expresadas en forma colectiva y tienen vida propia (Durkheim, 2000: 54-55); como hechos sociales, mantienen independencia de los individuos y como tales le son impuestas mostrando su carácter determinista.

Si bien Durkheim no llegó a desarrollar en un sistema teórico la noción de representaciones colectivas, sentó el fundamento para su sucesiva elaboración; desde el campo de la psicología social, Moscovici y sus seguidores logran desarrollar el terreno teórico, conceptual y metodológico en el estudio de las representaciones sociales (Jodelet, 1986).

Al considerar las representaciones sociales como una forma de conocimiento compartido socialmente, Moscovici (1979) alude no solo al carácter eminentemente social de las representaciones, sino además a su naturaleza individual y psicológica.

Denise Jodelet (1986) destaca el carácter psicológico de la representación social al conceptualizarla como “una forma de conocimiento específico, el saber de sentido común, cuyos contenidos manifiestan la operación de procesos generativos y funcionales socialmente caracterizados. En sentido más amplio, designa una forma de pensamiento social” (:474).

La representación social constituye una forma de pensamiento social en virtud de que surge en un contexto de intercambios cotidianos de pensamientos y acciones sociales entre los agentes de un grupo social; por esta razón, también es un conocimiento de sentido común que, si bien surge y es compartido en un determinado grupo, presenta una dinámica individual, es decir, refleja la diversidad de los agentes y la pluralidad de sus construcciones simbólicas.

Las representaciones sociales constituyen un pensamiento social que se distingue de otras formas como la ciencia, el mito o la ideología, no obstante que pueden mantener con éstas algún tipo de relación (Piña, 2004).

El hecho de que las representaciones sean generadas y compartidas socialmente no significa que sean genéricas, es decir, que existan representaciones sociales universales a todos los objetos de la realidad social; por el contrario, las representaciones surgen respecto a objetos específicos y varían según su naturaleza (Ibáñez, 1994; Piña, 2004).

Al mismo tiempo, las representaciones no constituyen objetos que se encuentran suspendidos en forma etérea en el espacio social, sino que están incorporadas (es decir, integradas al cuerpo simbólico) en el pensamiento de un agente por un proceso de construcción. Es posible establecer diferenciaciones entre representaciones sociales en torno a una diversidad de objetos o hechos sociales, en virtud de la individualidad del agente, esto es, su subjetividad, y en función de la especificidad de su contexto sociocultural (Ibáñez, 1994).

Respecto del carácter compartido de las representaciones sociales, es necesario aclarar que éste no implica que las representaciones respecto a un objeto determinado sean idénticas para todos los agentes, sin importar su adscripción a un determinado grupo social; antes bien, como señalan Willem Doise, Alain Clémence y Fabio Lorenzi-Cioldi (2005):

La idea de conocimiento compartido se encuentra ahora calificada por lo menos de dos maneras. Primero, del consenso como acuerdo entre individuos que se manifiesta por la similitud entre respuestas, pasamos a los puntos de referencia y tomas de posición compartidos. Estas tomas de posición implican […] la multiplicidad, la diversidad, la oposición. Después […] del consenso se llega a la idea de la pluralidad de dimensiones (o de tomas de posición) relativamente independientes unas de las otras. (:151)

De esta forma se atribuye a las representaciones sociales un carácter heterogéneo y no consensual, contrariamente a la concepción de Durkheim, quien hizo énfasis en el carácter homogéneo de las representaciones colectivas.

Dando un paso adelante en esta conceptualización, Moscovici desecha la definición de colectivas atribuida por Durkheim a las representaciones, y adopta en cambio el calificativo de sociales para caracterizarlas. El autor explica el fundamento de su propuesta cuando apuntó:

En nuestros días, por consiguiente, la representación colectiva tal como solía ser definida no es más una categoría general sino una clase especial de representación entre muchas con diferentes características. Parece una aberración, de cualquier forma, considerar las representaciones como homogéneas y compartidas como tales por la sociedad entera. […] Lo que deseamos enfatizar al abandonar la palabra colectiva era esta pluralidad de representaciones y su diversidad dentro de un grupo… En efecto, lo que teníamos en mente fueron representaciones que estaban siempre en construcción, en el contexto de interrelaciones y acciones en continua producción. (Moscovici, 1988, citado en Jovchelovit, 2001: 167; la traducción es nuestra)

Las palabras de Moscovici ponen de manifiesto que las representaciones sociales son un tipo especial entre otras, y diferentes de las representaciones colectivas. Añade que poseen un carácter heterogéneo, plural y diverso entre los miembros de un grupo social y entre diferentes grupos sociales; aún más, aborda el asunto del contexto en el que son construidas estas representaciones, el cual está caracterizado por la existencia de intercambios sociales basados en la comunicación.[1]

Las representaciones sociales se expresan en tanto proceso y en tanto contenido. Como proceso, se refieren a las formas en que se adquieren y comunican conocimientos; en este proceso interviene el papel que desempeñan los distintos medios de comunicación para la creación, transmisión y reproducción de las formas simbólicas.

Como contenido, las representaciones sociales se manifiestan a través de tres dimensiones: la actitud, la información y el campo de representación (Araya, 2002; Ibáñez, 1994). La primera de ellas se refiere al aspecto afectivo de la representación, que implica una valoración positiva o negativa acerca del objeto representado. La información se refiere a las formas de explicación que el agente posee acerca del objeto, la cual puede variar dependiendo de la calidad y el tipo de información poseída, así como del grado de precisión de la misma. Por último, el campo de representación es definido como la forma en que se organizan los diversos elementos que la estructuran, lo cual incluye la especificación de su núcleo figurativo o central y de sus elementos periféricos (Abric, 2001b).

El carácter heterogéneo de las representaciones sociales puede ser entendido si centramos la atención en la estructura que las conforma: un núcleo central y unos elementos periféricos (Abric, 2001a; Ibáñez, 1994).

Según Jean Claude Abric (2001a) el núcleo central está determinado por la naturaleza del objeto representado, por el tipo de relaciones que el grupo mantiene con el objeto, así como por el sistema de valores y normas sociales que constituyen el ambiente ideológico del momento y del grupo. Los diversos elementos que componen la representación social adquieren su significado y valor a través del núcleo central; al mismo tiempo, estos elementos se unifican y adquieren estabilidad, dotando a la representación social de una permanencia relativa y de resistencia al cambio. El núcleo central es el tipo de contenido de la representación que da a la misma su especificidad y su permanencia.

Alrededor del núcleo central se organizan los elementos periféricos de las representaciones sociales, los cuales se integran con base en el contexto de representación: en este tipo de elementos se integran las experiencias e historias individuales, proveyendo a la representación de un carácter flexible y heterogéneo (Abric, 2001b).

¿Cómo se configuran las representaciones sociales? Según Ibáñez (1994), las fuentes de determinación de las representaciones sociales se ubican en tres dimensiones:

  1. Las condiciones económicas, sociales e históricas de un grupo social o sociedad determinada;
  2. Los mecanismos propios de formación de las representaciones sociales (la objetivación y el anclaje);
  3. Las diversas prácticas sociales de los agentes, relacionadas con las diversas modalidades de comunicación social.

De estas fuentes de determinación de las representaciones sociales nos interesa destacar la última, que se refiere a los mecanismos sociales de comunicación e intercambio de información, dado que es a partir del contexto comunicativo donde se originan las representaciones sociales. Al respecto, Miles Hewstone y Serge Moscovici (1986) señalan que el avance de los medios de comunicación, inicialmente los libros y periódicos, y luego a través de las nuevas tecnologías de la información basadas en los intercambios multimedia, ha hecho posible la difusión de “imágenes, nociones y lenguajes que la ciencia inventa incesantemente [y que acaban integrándose al] bagaje intelectual de los hombres de la calle” (:684). Este fenómeno ha provocado que la ciencia pase a constituir una nueva forma de conocimiento de sentido común que “es penetrado por la razón y sometido a la autoridad legítima de la ciencia [fundando] un conocimiento de segunda mano que se extiende y establece constantemente un nuevo consenso acerca de cada descubrimiento y cada teoría” (:685-686).

El fenómeno de generación y difusión del conocimiento científico, y su posterior conversión a formas de conocimiento de sentido común, es importante en virtud de que la construcción de las representaciones sociales depende de la cantidad y tipo de información que se encuentra disponible para los agentes, según el contexto sociocultural el que se ubican y la posición social que ocupan.

III. Articulación de algunos conceptos Bourdieusianos con la teoría de las representaciones sociales

Existen algunos elementos teóricos y metodológicos que nos permiten llevar a cabo una articulación de la teoría de las representaciones sociales con la perspectiva sociológica de Pierre Bourdieu. Si bien ambas propuestas se desarrollan en campos disciplinarios distintos, es posible delimitar relaciones de analogía, complementariedad y de esclarecimiento en un nivel conceptual, plataforma para el análisis de los fenómenos sociales.

La sociología de Pierre Bourdieu representa una aproximación que nos permite entender la forma en que se llevan a cabo los procesos de reproducción y diferenciación social dentro de una sociedad determinada. En este sentido, emplea las nociones de sistemas simbólicos y relaciones de poder para explicar la forma en que son construidas las clases sociales, a las que él denomina espacios sociales (Bourdieu & Wacquant, 1995; Kuschick, 1987).

i. Dos dimensiones: estructura social y estructura cognitiva

En sus múltiples trabajos Bourdieu debate la tradicional separación teórica y empírica entre estructura y agente, entre el mundo material y el mundo simbólico, entre conocimiento objetivista y conocimiento subjetivista, a través de una “praxeología social” (Bourdieu & Wacquant, 1995: 20); esta propuesta integra los enfoques estructuralista y constructivista de la realidad social, tal como habían sido establecidos por el estructuralismo y la fenomenología.

Las implicaciones que la integración estructura/agente tienen en términos epistemológicos, se traduce en la posibilidad de conciliar las teorías y conceptos provenientes de los campos de la sociología y de la psicología social. De esta forma, nos es permisible realizar un intento por asimilar a la categoría de representación social los conceptos de espacio y posición social, habitus, capital, tomas de postura y estrategia; de esta manera consideramos factible establecer relaciones de complementariedad entre ambos campos de conocimiento y articular una perspectiva integradora.

Bourdieu señala que a las estructuras que conforman el mundo social corresponden dos tipos de objetividades, una de primer orden y otra se segundo orden. La “‘objetividad del primer orden’, [corresponde a] la distribución de los recursos materiales y de los modos de apropiación de los bienes y valores socialmente escasos” (Bourdieu & Wacquant, 1995: 18-19). Esta objetividad se relaciona con la posición ocupada por el agente en el espacio social, con los elementos materiales a los que tiene acceso en virtud de tal posición y con las estrategias puestas en juego para apropiarse de estos recursos.

Al hablar de la objetividad de segundo orden, Bourdieu hace referencia a los “sistemas de clasificación, de esquemas mentales y corporales que fungen como matriz simbólica de las actividades prácticas, conductas, pensamientos, sentimientos y juicios de los agentes sociales” (Bourdieu & Wacquant, 1995: 18-19). Estos sistemas de clasificación y el conjunto de esquemas mentales y corporales de orden simbólico definidos por Bourdieu como habitus, constituyen la versión subjetivada de la estructura objetiva de primer orden.

En esta correlación entre estructura y agente reside la hipótesis central de Bourdieu, expresada por él mismo: “existe una correspondencia entre la estructura social y las estructuras mentales, entre las divisiones objetivas del mundo social […] y los principios de visión y división que les aplican los agentes” (Bourdieu, 1989, citado en Bourdieu & Wacquant, 1995: 21).

Al distinguir los dos niveles de objetividad, Bourdieu logra eliminar la dicotomía entre estructura (objetiva) y agente (subjetivo). La forma en que lo logra es a través de los conceptos de espacio social, de habitus y de capital (económico, cultural, social y simbólico).

El dominio de los diversos tipos de capital y su expresión en términos de su estructura y volumen, son producto de las posibilidades de apropiación del agente en función de su posición en el espacio social. Además, el capital en sus diferentes manifestaciones se refleja en formas subjetivas, en estado incorporado a través de formas simbólicas constituidas por las representaciones, los sistemas de valores y las ideologías.

El habitus expresa, además de una posición objetiva en la realidad social, las disposiciones subjetivas relativas a ese espacio; esto significa que el agente tiene margen para reconstruir esas posiciones objetivas a través de formas simbólicas.

La manera en que se entabla la correspondencia entre la estructura objetiva y la estructura mental del agente concede a éste último un papel activo en la conformación de la realidad social; al mismo tiempo, atribuye un papel protagónico al saber o pensamiento ordinario en la producción de las realidades objetivas y subjetivas; dentro de este saber ordinario las representaciones sociales constituyen una forma en particular, junto con otras formas de pensamiento social, como las ideologías.

Las beneficios que representa el análisis de la realidad desde esta perspectiva dual se expresan en el hecho de que facilita la comprensión de la manera en que se forman las regularidades sociales; esto es, permite entender la manera en que la sociedad se configura a partir de la reconstrucción de los patrones económicos, sociales, culturales y simbólicos, reconstrucción que tienen como resultado último el de contribuir a mantener el orden social, o bien a cambiarlo.

En este razonamiento se asume que la configuración social no surge de forma espontánea o de la nada, sino que responde al papel que desempeñan los agentes en la construcción de esta misma realidad social; esta construcción es condicionada por la percepción acerca de la misma y tiene como resultado un “conocimiento práctico” (Bourdieu & Wacquant, 1995: 19).

Al respecto, la teoría de las representaciones sociales señala, en palabras de Ibáñez (1994):

Existen diversas realidades porque la propia realidad incorpora en sí misma, y como parte constitutiva de sí misma, una serie de características que provienen de la actividad desarrollada por los individuos en el proceso que les lleva a formar su propia visión de la realidad. (:158)

De esta forma, encontramos que entre la estructura social y la estructura mental o cognitiva del agente existe una relación de implicación y complementariedad, en la que cada una es definida en función de la otra.

ii. Representaciones sociales, posición social y habitus

En este proceso de construcción social, las representaciones se insertan como formas de pensamiento producidas en contextos específicos. A cada espacio social corresponden formas específicas de distribución de los recursos económicos, sociales, culturales y simbólicos; sin embargo, esta correspondencia no es de tipo determinista, en el sentido de que los agentes con su estructura y volumen de capital, así como habitus, hayan sido previstos por un orden o estructura superior, sino que es el propio agente el que participa en la construcción de esa estructura social, al asignarle significados simbólicos y legitimidad.

En el terreno de las representaciones sociales, Ibáñez (1994) apunta a la relación que existe entre dos formas de categorización que intervienen en la construcción social de la realidad y de los procesos psicológicos: una categorización social y una categorización cognitiva. Señala que las representaciones sociales no se reducen a la simple interpretación de la realidad, sino que implican un proceso de producción de la misma; sin embargo, también destaca que la realidad social impone sus condiciones de interpretación y de construcción de significados.

En palabras del autor:

Las matrices socioestructurales y los entramados materiales en los que estamos inmersos definen nuestras rejillas de lectura, nuestras claves interpretativas y reinyectan en nuestra visión de la realidad una serie de condicionantes que reflejan nuestras inserciones en la trama socioeconómica y en el tejido relacional. (Ibáñez, 1994: 165)

De acuerdo con esto, las representaciones sociales se encuentran ligadas a la ubicación socioeconómica y cultural del agente o grupo social. Como pensamiento constituido, las representaciones funcionan a manera de lentes a través de los cuales se dota de significado a la realidad social; al mismo tiempo, conforman un pensamiento constituyente porque contribuyen a elaborar la realidad social (Ibáñez, 1994: 175).

Analizadas desde esta óptica, las representaciones sociales constituyen una categoría que contribuye a la configuración de habitus en virtud de su naturaleza simbólica; una de sus funciones es que contribuyen a que las personas reconozcan y acepten la realidad social, integrándose a la posición social que le corresponde en función de sus esquemas de pensamiento. Este proceso es de carácter simbólico en virtud de que las representaciones proporcionan al agente los códigos de construcción de su realidad, otorgándole un significado; así, contribuyen a la reproducción de las relaciones sociales.

Estos códigos que conllevan las representaciones sociales expresan, a su vez, cierta ideología de grupo, que constituye una condición para la producción de las mismas (Ibáñez, 1994: 197). En cuanto a la relación que existe entre las representaciones sociales y la ideología, Sandra Araya Umaña (2002) señala:

La ideología sí tiene un carácter de generalidad que la asimila a un código interpretativo o a un dispositivo generador de juicios, percepción, actitudes, sobre objetos específicos, pero sin que el propio código esté anclado en un objeto particular sino que atraviesa todos los objetos, además de que no es atribuible a un agente en particular. (:43)

La ideología constituye una síntesis de códigos que se manifiesta en todos los ámbitos del campo social en el cual se generan; esta síntesis simbólica, si bien no es equivalente a las representaciones sociales, sí encuentra formas de expresión en ellas.

Las representaciones sociales, al llevar en su contenido los códigos del grupo, expresan sus formas ideológicas; por lo tanto, una manera de acercarse al conocimiento de la ideología es a través del análisis de las representaciones sociales.

De esta manera, las funciones cognitivas y simbólicas que cumplen las representaciones sociales sirven para explicar las regularidades que presenta la configuración de los condicionantes sociales.

La forma en que se articulan las condicionantes estructurales y las funciones cognitivas involucradas en la configuración de las representaciones sociales, se expresa a través de dos mecanismos: la objetivación y el anclaje.

En el artículo “Social Positioning and Social Representations” (Posición social y representaciones sociales), Alain Clémence (2001) señala que la objetivación consiste en el proceso de transformación de información abstracta en conocimiento concreto a través de la comunicación; agrega que el proceso termina en la conformación de significados figurativos, metafóricos o simbólicos que llegan a ser puntos de referencia compartidos acerca de un objeto.

El anclaje es definido como un proceso mediante el cual las imágenes y significados del objeto de representación ya constituido pasan a formar parte de los conocimientos y creencias del agente (Clémence, 2001).

Denise Jodelet (1986) apunta que el proceso de anclaje permite, a través de un sistema de interpretación de la realidad social, “clasificar a los individuos y los acontecimientos, para constituir tipos respecto a los cuales se evaluará o clasificará a los otros individuos y a los otros grupos” (:488).

El anclaje permite explicar cómo es que las representaciones sociales tienen como condicionante la inserción social de los agentes, pues las imágenes y significados que los diferentes grupos sociales otorgan al objeto representado varían en función de la propia ideología del grupo, así como de la disponibilidad de la información que circula en el contexto comunicativo (Ibáñez, 1994).

Robert Farr (1986) resumió los mecanismos de objetivación y anclaje al señalar que “las representaciones sociales tienen una doble función: hacer que lo extraño resulte familiar y lo invisible, perceptible” (:503). Esto significa que una de sus funciones consiste en que el agente perciba su realidad como algo dado, normal o natural, en un proceso en el que el sistema de códigos sociales llega a formar parte de sus representaciones.

Siguiendo esta línea de análisis, las determinantes sociales que rodean al agente se le presentan como algo natural, de lo cual forma parte y con lo cual se encuentra plenamente identificado. De acuerdo con esto, las representaciones sociales cumplen otra importante función: la de contribuir a la configuración de la identidad de los agentes.

Al este respecto, Ibáñez (1994) señala que el hecho de que un grupo comparta representaciones sociales comunes desempeña una importante función en la conformación de la identidad grupal y en el sentido de pertenencia grupal; a partir de este sentido de pertenencia el agente establece una diferencia con otros grupos, con lo cual reafirma su identidad.

El análisis de los procesos de objetivación y el anclaje permiten destacar la existencia de representaciones diferenciadas en función de la pertenencia a distintos grupos sociales. Al mismo tiempo, nos permite entender que los procesos de configuración de las identidades están dados en función de la pertenencia a determinados grupos sociales.

De acuerdo con lo dicho hasta ahora, nos es permisible asimilar el habitus como una noción homóloga a la de representaciones sociales (Giménez, 2005).

Pierre Bourdieu abordó el modo en que el habitus del agente contribuye a generar su identidad; esto se logra en función de que las diferentes condiciones de existencia producen habitus diferentes; este proceso fue explicado por el autor de la siguiente forma:

El habitus aprehende las diferencias de condición, que retiene bajo la forma de diferencias entre unas prácticas enclasadas y enclasantes (como productos del habitus), según unos principios de diferenciación que, al ser a su vez producto de estas diferencias, son objetivamente atribuidos a éstas y tienden por consiguiente a percibirlas como naturales. (Bourdieu, 2002b: 171)

Así, el agente se identifica con su grupo de pertenencia y tiende a ver las características de otros grupos como algo que es ajeno a su identidad.

El habitus y las representaciones sociales constituyen así conceptos análogos. Gilberto Giménez (2005) señala que “el paradigma de las representaciones sociales […] permite detectar esquemas subjetivos de percepción, de valoración y de acción que son la definición misma del habitus bourdieusiano y de lo que nosotros hemos llamado cultura interiorizada” (:16).

IV. Estrategias, representaciones sociales y habitus

Como ya ha sido mencionado, las representaciones sociales se forman a través de un proceso en el que intervienen los medios de comunicación social. La ubicación del agente dentro de un determinado campo y espacio social ejerce una gran influencia en la forma en que se relaciona con los medios informativos, dado que la posición que el agente ocupa determina las posibilidades de acceso a diversos tipos y cantidades de información.

Las representaciones sociales son un conocimiento constituido que funciona de forma práctica porque determina la manera en que el agente se acerca a esta realidad, a modo de anteojos que guían la percepción y la acción; en esta medida, el agente, al contar con grandes cantidades y tipos de información a su alcance, selecciona y se apropia de aquella que le resulta más oportuna o familiar según la naturaleza del habitus que le es propio. Al mismo tiempo, las propiedades de la información que se apropia influyen en la construcción de ese habitus, pues esa información adquiere un carácter individual al ser incorporada.

Las representaciones sociales tienen un alto grado de determinación en la configuración del capital simbólico y el capital cultural en particular, puesto que estos están constituidos en buena medida por códigos que son asimilados por el agente y que son incorporados a su habitus.

De esta manera, observamos que el habitus corresponde no solamente a las estructuras subjetivas a través de las cuales el agente percibe y construye el mundo social, sino que lleva inmersa la forma en que los diversos tipos de capital se subjetivan en él, es decir, adoptan un estado incorporado en forma de sistemas de creencias, valores e ideologías.

En síntesis, la forma en que la construcción de las representaciones sociales se liga a la información a la que el agente tiene acceso en virtud de sus formas de intercambio con la realidad social, nos permite entender cómo es que ésta contribuye a configurar el habitus del agente. Dado que el habitus, como ya se ha reiterado, se conforma en parte por los modos en que el agente se apropia de la realidad, las representaciones juegan un papel determinante en la conformación de este habitus, pues constituyen los lentes a través de los cuales el agente lo construye, a la vez que esa misma realidad marca el contenido de esas representaciones.

Por otro lado, y no menos importante, es la forma en que las representaciones sociales acerca de un objeto determinado generan tomas de postura respecto a él. En este sentido existe una analogía entre el conocimiento práctico que expresa la representación social, y el sentido práctico del que el habitus dota al agente.

Abric (1976 citado en Doise et al., 2005) señaló que una de las funciones de las representaciones sociales consiste en que guían los comportamientos y las prácticas y que producen un sistema de anticipaciones y expectativas; por tal motivo, es uno de los elementos que se encuentran en la base de las prácticas sociales. Podemos afirmar que las representaciones sociales que el agente posee acerca de la infinidad de objetos que le rodean conforman un segmento de su habitus; al cumplir una función orientadora de las prácticas sociales, las representaciones guían las acciones que un agente realiza en torno a un objeto en particular.

El habitus constituye un sistema de disposiciones, es decir,

inclinaciones a percibir, sentir, hacer y pensar de una cierta manera, interiorizadas e incorporadas, frecuentemente de un modo no consciente, por cada individuo, a partir de sus condiciones objetivas de existencia y de su trayectoria social. (Casillas, 2003: 75)

El habitus fundamenta las anticipaciones y expectativas en un sentido más amplio y dentro de un marco ideológico global que reúne la síntesis de las representaciones y sistemas de valores que un agente posee en virtud de la posición que ocupa dentro del campo y espacio social.

Bourdieu (1997) resumió la forma en que las representaciones y el habitus se encuentran en el origen de las anticipaciones y expectativas:

Los <sujetos> son, en realidad, agentes actuantes y conscientes dotados de un sentido práctico […], sistema adquirido de preferencias, de principios de visión y de división (lo que se suele llamar un gusto), de estructuras cognitivas duraderas (que esencialmente son fruto de la incorporación de estructuras objetivas) y de esquemas de acción que orientan la percepción de la situación y la respuesta adaptada. (:40)

El mismo autor apunta que el habitus es el principio generador de las elecciones realizadas por el agente (Bourdieu, 1991: 105). Así, la secuencia de acciones ordenadas en busca de objetivos que no necesariamente se rigen por intenciones conscientes es lo que él define como estrategia (Bourdieu, 2002a).

Si consideramos que las representaciones sociales constituyen una fracción del habitus del agente, podemos aseverar que la función orientadora de las prácticas que producen las representaciones contribuye al papel guiador del habitus. De esta forma, los “principios generadores” del habitus funcionan “para dar respuesta a las diversas acciones encontradas, a partir de un conjunto de esquemas de acción y de pensamiento” (Casillas, 2003: 75).

Las estrategias que un agente pone en juego al tomar decisiones y al actuar respecto a cualquier objeto o situación de su realidad social, están en función de sus representaciones sociales y del habitus que éstas contribuyen a generar.

Miguel Casillas (2003) señaló la importancia, al analizar los habitus, de reflexionar en torno a la manera en que se producen sus disposiciones en función de una trayectoria escolar y una determinada posición social al interior de un campo (:78). El análisis de los habitus incluye los diversos elementos que los caracterizan: esquemas de percepción o si queremos ser más específicos, sus representaciones sociales, sistemas de valores y de ideologías; así mismo, abarca el análisis del contexto en el cual se ha desenvuelto el agente, en especial el comunicativo (Bourdieu, 2002b; Hewstone & Moscovici, 1986).

Como principios generadores de estrategias, el estudio de los habitus es vital si se desea comprender los comportamientos del agente en sociedad.

V. Conclusiones

Consideramos que este trabajo contribuye al esclarecimiento de las relaciones de implicación y complementariedad entre la teoría de las representaciones sociales y la perspectiva de Pierre Bourdieu.

A través de un reconocimiento de las formas, procesos y funciones propios de las representaciones sociales, ha sido posible hilvanar conceptualmente elementos que definen la sociología bourdieusiana: habitus, posición social y toma de postura y estrategia.

Objeto de la discusión sociológica ha sido el asunto del papel que desempeña la estructura en la conformación de las identidades y formas de actuación de los agentes. Al respecto, una de las principales contribuciones de la teoría de las representaciones sociales ha sido la de mostrar que el contexto social cumple un papel importante en la construcción de las creencias, opiniones, actitudes e informaciones de los agentes, en síntesis, de sus representaciones.

Al colocarlas en una relación de complementariedad, las nociones de representaciones sociales y de habitus permiten entender que ambas están implicadas en la construcción de las identidades sociales y que ambas están en el origen de las prácticas sociales.

El estudio de las representaciones sociales puede ser útil para entender la idiosincrasia de los diversos grupos sociales, y para establecer qué elementos entran en juego al analizar las prácticas sociales diferenciadas en estos grupos.

Uno de los retos para la investigación educativa en la actualidad consiste en participar en la producción de conocimiento acerca de las maneras en que las trayectorias escolares contribuyen a la configuración del habitus y las identidades de los estudiantes. Tema poco o nulamente trabajado, este conocimiento puede facilitar la comprensión del modus vivendi del estudiantado, el profesorado y los administradores educativos.

El reconocimiento de las representaciones sociales que los jóvenes tienen en torno a la experiencia escolar, se constituye en un eje de análisis si queremos entender el sentido de las acciones que los estudiantes realizan en su tránsito por las instituciones educativas (Dubet, 1998). Esto es de especial interés si se desea estudiar la manera en que los estudiantes construyen sus expectativas en torno a la educación.

Juan Manuel Piña Osorio (2004) destacó el papel que desempeñan las representaciones en torno a los objetos educacionales cuando apuntó: “los anhelos en torno a la educación superior dependen de las biografías y los motivos que los actores tienen respecto a una institución” (:35). Nosotros agregamos que las anticipaciones y expectativas acerca de la educación en sus diversas modalidades y niveles pueden estar en función de las representaciones sociales en torno al estudio, en torno a las características que adopta la institucionalización de la educación y en torno al oficio y a las profesiones.

Esperamos que este artículo contribuya a pensar los procesos educativos desde una perspectiva relacional, que supere los planteamientos de tipo determinista; así fue como lo propuso uno de los autores a quien se debe gran parte de lo aquí expuesto: Pierre Bourdieu (Bourdieu & Wacquant, 1995).

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[1]. Jovchelovith (2001) señala que las representaciones colectivas y las representaciones sociales tienen como condición para su configuración la existencia de sociedades caracterizadas por contextos diferentes. La diferencia en las conceptualizaciones que realizan Durkheim y Moscovici estriba en las características que presentan las sociedades en las que ambos teóricos abordaron las representaciones. Según la autora, la noción de representación colectiva surge en el contexto de una sociedad caracterizada por la existencia de espacios públicos tradicionales, en la que existe una marcada delimitación de los espacios de opinión pública, como la sociedad estadounidense; por el contrario, las representaciones sociales surgen en contextos en los que la esfera pública se ha abierto, es decir, en las sociedades modernas, caracterizadas por la apertura de los espacios de opinión pública, a la manera de la postura de Jürgen Habermas y su propuesta de la acción comunicativa.

Desde esta perspectiva, el cambio en la esfera pública implica cambios en el conocimiento social, que en el caso de las sociedades tradicionales se refiere a un conocimiento dominante, homogeneizador e impositivo.