Revista de Investigación Educativa 6
enero-junio, 2008
ISSN 1870-5308, Xalapa, Ver
Instituto de Investigaciones en Educación, Universidad Veracruzana


 
El pensamiento sistémico en la asesoría intercultural[1]
 
   
 

Selene Álvarez Larrauri

Instituto Nacional de Antropología e Historia

 

Rehaag, Irmgard. (2007). El pensamiento sistémico en la asesoría intercultural. La aplicación de un enfoque teórico a la práctica. Ecuador: Abya Yala

 

La autora ha sido cercana estudiante de Bertalanfy y su teoría de sistemas. Su propio acercamiento, por el cual nos lleva de la mano con claridad, apasiona porque enriquece. No sólo porque ve la realidad como compleja, sino porque incluye una postura epistemológica clara y hace justicia al objeto de estudio fundamental de las ciencias sociales: los cuerpos-mentes y las relaciones entre estos que devienen en sociedad; los agentes y su intersubjetividad.

Otra pasión. Esta teoría abre la posibilidad de un acercamiento entre la biología y las ciencias sociales, entre el cuerpo y la sociedad, entre la naturaleza y la cultura. Y lo hace no desde una orientación naturista ni behaviorista ni cognitivista, sino constructiva y sistémica.

Es una visión teórica inclusiva tanto de los neurocientíficos Maturana y Varela y sus concepciones de autopoiesis, autorganización y emergencia en red, como de los campos sociales de Pierre Bourdieu. Es decir, los ve como sistemas vivos, surgiendo, demostrando que están ahí, iguales y a la vez distintos. Producidos en cada momento entre estructuras y procesos. Es, así, una visión absolutamente relacional.

La autora abraza un constructivismo del mundo concibiéndolo como producto de las diferentes formas de relación entre los seres vivos. Junto con Gergen sostiene que el sentido de uno mismo, la identidad e incluso las emociones, nacen en un contexto intrínsecamente interrelacional.

Hay más pasiones aún. La posibilidad de un acercamiento al objeto de las ciencias sociales que no sea una simple sumativa de categorías, como los modelos en boga que creen abarcar la complejidad agregando categorías; por ejemplo, modelo bio-psico-socio-ambiental y cultural, multifactorial, ubicado en un espacio dinámico; o que sea una amalgama de disciplinas como neuropsicoinmunología. Es un acercamiento, para que nos entendamos bien, que parte de una misma conceptualización del objeto de estudio.

Una penúltima pasión: la autora dice en su libro que lo que estudiamos los científicos sociales son personas organizadas en sociedad. Parecería una obviedad. Pues no es tal. Hoy en día la mayoría de los investigadores sociales propone estudios sobre categorías teóricas, como si éstas fueran el objeto de estudio y no un instrumento para la construcción del mismo. Así, por ejemplo, en antropología médica se estudian los determinantes del comportamiento, como si el comportamiento fuera algo que resulta de una causa que lo determina, no agentes sociales complejos. O se estudia la relación entre el comportamiento y el riesgo, como si este último existiera en la realidad y no fuera una categoría que habla de una relación estadística de Salud Pública. Los riesgos reales de esta confusión en la práctica de la investigación, se ignoran.

La concepción de receptáculo del agente social como determinado y no activo, elimina al sujeto y a la intersubjetividad como objetos empíricos. Y las investigaciones obedecen más a “círculos de sentidos” que a una posibilidad de edificación del objeto natural-social en objeto sociológico o antropológico de una manera práctica. Peor aún, lo cosifica.

Pierre Bourdieu teoriza al cuerpo-mente, al habitus, como un fenómeno físico atrapado y transformado por las relaciones sociales y en constante relación práctica con el mundo. Construyéndolo y siendo construido por sus relaciones sociales. Los neurocientíficos hablan de embodiement (encarnación) haciendo justicia a la autopoiesis, a la emergencia en red, a lo que surge en el momento como vida, como identidad, como sistema inmunológico, como producto de la evolución. Como producto complejo de complejidades y producto de estructuras y procesos, ya sean biológicos o sociales.

Cada habitus en cada cultura es un agente social, es un biológico-socializado, y las relaciones entre éstos, son la base sobre la que se erige la reproducción humana y la de la sociedad. La cultura es una característica de los seres biológicos. Somos capaces de relacionarnos entre nosotros y construir cultura porque hemos evolucionado de otros seres, porque estamos vivos, porque construimos relaciones, porque tenemos significados, porque tomamos decisiones de manera compleja que a veces ni entendemos, porque hacemos historia. Ojalá más científicos sociales lo tuvieran tan claro.

Celebro que en este libro se diga con toda claridad cuál es el objeto de la interculturalidad y que se vea a los sistemas sociales como categorías, no como objeto de estudio. Que utilice las categorías sin dejar que detrás de éstas desaparezcan los cuerpo-mentes y las relaciones entre éstos.

Una última pasión, y perdón por el anglicismo, pero me lo permito por aquello de la interculturalidad; last pero no least passion. El hacer cuentas claras con el conflicto y no separarlo del poder en todas sus dimensiones y como un estructurador social.

Por si fuera poco pedir, además del gran interés que suscitó en mí el libro, he aprendido algo útil de mi lectura. Algo que me servirá no sólo en mi trabajo sino incluso en mi vida diaria. Y esta es una convicción mía en relación a la investigación. En mi trabajo he rehuido siempre una ciencia social que no se comprometa, que no vea de frente esos rostros y no tenga empatía y cariño por sus cosujetos de estudio. Esta obra es práctica, es aplicable y es abrazable, además de rigurosa.

Qué aprendí. Bueno creo que eso no se los voy a contar, porque como bien dice la autora, siguiendo a Kant, la lectura que haga cada uno de ustedes tomará la forma de sus percepciones, al igual que el agua toma la forma de la jarra cuando se vierte en ella. Baste decir que conceptualizar en sistemas abiertos que se autorganizan porque están vivos y viven en sociedad, sirve para un entendimiento y explicación del poder y los conflictos. Desde los internacionales, los nacionales, los de grupo, los familiares, y, ¿por qué no?, hasta los que se entablan, con uno mismo. Así, las identidades de las que habla Varela, como la inmunológica o las que emergen en momentos distintos de la vida de los seres humanos como habitus en cada cultura, pueden ser apresadas en su complejidad y en su justa y científica dimensión dentro de sus relaciones.

Aprender del otro es comprender efectivamente, pero sobre todo es compartir algo tangible, por más complejo que sea. Compartir una red, ya sea el patrón neuronal del esquema motor de la acción de observar, el de la percepción, el de la simulación encarnada que implica la empatía y las neuronas espejo, el del reconocimiento del símbolo y los significados, el hablar una lengua, el de participar de las reglas, el de chocar y batirse en todo tipo de duelos, y finalmente, en el de reconocer. En pocas palabras, es familiarizarse a través de la experiencia, hacerlo propio, metérselo en el cuerpo y la mente.

Reconocer al otro es compartir la comprensión de los intereses que unen, o ponen en conflicto, una experiencia de vida que puede ser rica o empobrecedora. Las guerras, la violencia simbólica, los desencuentros y conflictos junto con la gama de violencias del mundo entero, el encontronazo con el otro, con el que es distinto, se podrían entender mejor y aprender de ellos si se analizaran científicamente. He aquí un instrumento que pone un grano de arena en esta compleja tarea.

Felicito a la autora por los significados y la herramienta práctica que comparte en su libro. Invito a todos a esta lectura.

Notas

[1]. El texto base de esta reseña fue leído en la presentación del libro El pensamiento sistémico en la asesoría intercultural, el 10 de abril de 2008 en las instalaciones del IIE.