Revista de Investigación Educativa
www.uv.mx/cpue • ISSN 1870-5308

 
     
  Editorial      
 
julio-diciembre, 2012
No. 15
     
       
       
 

La educación entre el pasado y el futuro

“La esencia de la educación consiste en el hecho de que los seres nacen para el mundo”. Con estas palabras, Hannah Arendt identifica la natalidad como la esencia misma de la educación. Para la filósofa, educar correspondería así al gesto de acogida de los nuevos seres que llegan a un mundo extraño, ya existente antes de su aparición. Este proceso de acogimiento humano al que llamamos educación atraviesa, sin embargo, tiempos de fragilidad.

Según Arendt, la crisis actual de la educación radica en el deterioro de la esfera pública por la glorificación de la privada. La decadencia de lo público es movida por fenómenos entrelazados, como, por ejemplo, el predominante modus cogitandi de la filosofía cartesiana (que promete el encuentro con la verdad en la soledad subjetiva), la sociedad de masas (que, paradójicamente, pasteuriza lo diverso por medio de la atomización individual) y la desenfrenada cultura consumista (que convierte lo superfluo en necesidad y los bienes comunes en mercancía privada). En nombre de un supuesto bienestar propio, tanto la fuerza novedosa de la natalidad como la pluralidad que constituye el mundo son depreciados, configurando el gran desafío de la educación de nuestros días: restaurar nuestro compromiso con los nuevos y con el mundo. Para Arendt, la acción, definida como evento público, hecho político y lazo directo entre humanos, es lo que podría devolver la pluralidad del mundo a los nuevos así como la novedad a nuestro antiguo mundo.

¿Cómo hacer de la educación un proceso activo y restituidor de la potencia pública? Un par de décadas después de que Arendt publicara Entre el pasado y el futuro, Paulo Freire nos ofrece respuestas contundentes a esta cuestión. Freire nos dice que educar, por ser un acto necesariamente político, siempre implica una cierta relación con lo público y lo privado. No hay neutralidad posible: se puede educar para transformar al mundo o para mantenerlo como es. En este sentido, una educación reconstructora de la potencia pública se dedica a denunciar la falacia de una vida puramente privada o apolítica, a fomentar la comprensión de la inseparabilidad entre individuo y colectividad, y a crear nuevas realidades más justas y solidarias, en las que podamos ser verdaderamente activo/as.

Aquí cabe una advertencia: tanto la creación de nuevas realidades a las que nos inspira Freire como la restauración de nuestro compromiso con los nuevos y con el mundo a que alude Arendt, no son puntos de llegada sino ideas que abren caminos de reflexión, deflagran cuestiones y abarcan nuevos retos. A modo de (in)conclusión, nos podemos preguntar, por ejemplo: ¿Qué señales en nuestra práctica educativa nos indican que no nos estamos rindiendo a posturas conformistas o supuestamente neutrales? ¿De qué maneras estamos contribuyendo a la transformación del estado de las cosas actual? ¿Cómo, en el afán de cambiar la realidad, no ceder al deseo de convertir a los otro/as en la imagen de nuestro sueño? ¿No sería la ‘natalidad’ un evento compartido por aquellos y aquellas que, independientemente de sus edades, nacen para nuevos mundos? ¿Podría la educación ser esta madre que nos pare?

Dra. Juliana Merçon
Instituto de Investigaciones en Educación
Universidad Veracruzana

       
 

   
 
       
 

CPU-e, Revista de Investigación Educativa 15
julio-diciembre, 2012

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Instituto de Investigaciones en Educación
Universidad Veracruzana