El lector alumno y los textos literarios

Ana Ester Eguinoa1

Sabemos que lo que sucede en el inconsciente de un autor juega un papel significativo en la creación de una obra literaria. [...] Igualmente importante es la participación del inconsciente en la configuración de la apreciación de una obra literaria por parte del lector. El inconsciente del lector configura de manera significativa sus respuestas a la obra que está leyendo, pero hasta el momento se ha prestado poca atención a este fenómeno, aunque su investigación nos ayudaría a comprender porqué algunas personas obtienen grandes beneficios de la lectura mientras que otras siguen siendo indiferentes a ella.

Bruno Bettelheim y Karen Zelan.

La lectura es una actividad solitaria, silenciosa, de descubrimiento, de recreación del lenguaje escrito. Leer es volver presente un pasado y, por lo tanto, se convierte en un viaje hacia el conocimiento y la verdad; al mismo tiempo puede sernos útil en la inacabable tarea de comprender al mundo, al hombre, a uno mismo. La lectura implica, por una parte, una competencia, un aprendizaje del sujeto que ejecuta el acto y, por otra, es la razón que justifica en mayor medida la puesta en práctica de la imaginación, ya que en todo acto de lectura siempre apelamos a ella y es ella la que nos permite hablar del papel activo, (co)creador, (co)elaborador del lector ante la obra.

En todo acto de lectura subyacen dos situaciones: a) una práctica lingüística y, b) una actividad directamente relacionada con el quehacer humano, con las motivaciones, las experiencias y la vida personal, pues es un aprendizaje que se construye y se conquista paso a paso desde el momento en que el sujeto descubre y redescubre nuevos mundos, nuevos saberes. De este modo, la recepción individual se encuentra mediada por los acontecimientos vivenciales y por diversas recepciones que determinan, en gran medida, las motivaciones hacia la lectura.

La lectura se transforma en una actividad hermenéutica si se realiza interrogando al texto y si deja a éste responder, porque le permite al lector la construcción de interrogantes que hace extensivos al grupo social: lo individual y lo colectivo; entonces se interceptan en todo acto lector. Leer un texto es descifrar su significado; al mismo tiempo es agregar de acuerdo con una perspectiva personal una interpretación. En otras palabras, todo texto se caracteriza por su organización interna y su codificación múltiple. En el caso específico de la lectura literaria, la participación del lector se modifica, en la medida en que el universo de la obra es un universo inventado, (re)creado, ficcional en una palabra. De allí que la figura del lector se hace indispensable para construir el texto. La lectura literaria, que denominamos comunicación literaria,2 es una forma particular de comunicación entre el texto y el lector y puede estudiarse en dos niveles de análisis: a) entre el emisor ( autor implícito) y un lector "virtual" y, b) entre el texto y el receptor. Tenemos, por lo tanto, al menos dos situaciones que se presentan permanentemente en forma simultánea: la extratextual, en la que se lleva a cabo la comunicación literaria entre un emisor-autor y un receptor-lector y la intratextual, entre un emisor-narrador-personaje y un receptor-narratario-personaje. En el cuadro siguiente sintetizamos las categorías3 enunciadas:

 


En este trabajo haremos referencia a un lector real: el lector-alumno universitario. Ello nos sirve de punto de partida no sólo para analizar la lectura literaria como una forma particular de comunicación sino la comunicación escolar donde el alumno ocupa un doble rol: a) destinatario del mensaje escolar y, b) del mensaje literario.

Nuestra propuesta como interesada en la situación pedagógico-didáctica se vincula con los procesos de la lectura individual y la lectura literaria. En toda práctica pedagógica didáctica el alumno-sujeto lector ha sido el más olvidado, el más dejado de lado en las experiencias académicas y en las propuestas pedagógicas. Especialmente, en lo referido al proceso de identificación que se produce con el conflicto ajeno, el del texto, y de afirmación de la personalidad en la medida en que podemos descubrir en ella la distancia que nos separa de otra realidad. La comunicación literaria depende tanto de la personalidad como de las características de la obra. En sus niveles cognitivos y afectivos el sujeto lector desarrolla competencias para identificarse con los modelos de hombre, de mundo o mundos posibles propuestos en la obra, él es quien la va enriqueciendo de época en época, de cultura en cultura, dándole sentido, poniéndola en movimiento. Entonces, podemos preguntarnos: ¿Cómo vive el lector alumno la lectura literaria?, ¿cuáles son sus motivaciones?, ¿por qué lee?, ¿qué mecanismos psicológicos pone en práctica durante el proceso? Todos estos interrogantes nos permitirán reconocer primero, y certificar después, que frente a un texto literario existen diferentes tipos de lectura, producto de las experiencias de cada lector (formación, nivel cultural, tradición, motivaciones, etcétera). Si la obra literaria puede provocar _según las características del mensaje y la personalidad del receptor_, estados anímicos4 y sentimientos diferentes es porque "[...] al transferir a la esfera de la propia conciencia las vivencias modelizadas en el texto el receptor puede ampliar el espectro de sus posibilidades afectivas y puede desarrollar, además, una «cultura sentimental» que le permita reconocer y clarificar sentimientos indiferenciados y nebulosos" (Reisz de Rivarola, 1989: 42).

Para que se produzca esta empatía, esta comunicación particular, el texto debe referir a la totalidad de la persona del receptor, a toda su actividad cognitiva y emocional, a su personalidad. A nivel cognitivo tiende a satisfacer sus intereses literarios. Desde el punto de vista emotivo le ofrece elementos de identificación, proyección, introyección, transferencia y empatía con la historia, con los personajes.

En este proceso los lectores son activos y receptivos a la vez, pues como ya hemos dicho interrogan y dejan responder al texto. Las obras, por su parte, guían la actividad lectora. Se trata de una forma particular de interrelación, donde los sujetos, emisor textual (autor) y lector alumno, se penetran mutuamente. Desde esta perspectiva Naumann indica:


[...] algunas obras, sobre la base de sus propiedades objetivas, obligan a los lectores a discutir con ellas una y otra vez; otras, en cambio, y éstas son las más, hacen, por las mismas razones, que los lectores las rechacen como objeto de recepción después de cierto tiempo. Las obras provocan en los lectores un acercamiento gradual a un juicio tendencialmente positivo o negativo. (1990: 37)


Muchas veces los lectores se hallan tan identificados con los textos que no pueden establecer una distancia entre ambos, y su crítica está sobrecargada de juicios tales como "me ha gustado", "me parece el libro más importante que hasta el momento he leído", "refleja mi vida", etcetera. Así, podemos decir, que texto y lector-alumno se enmarcan dentro de una relación transferencial por medio de la cual la estructura del primero _sus vacíos, sus espacios en blanco_ es llenada por el lector a través de los actos de imaginación, por el cúmulo de sus situaciones experienciales. De allí que, la recepción individual es tan variada como las experiencias de la vida misma. El lector introduce en su relación con la obra su experiencia continuamente cambiante y, a su vez, condicionada situacionalmente, entre ellas el conocimiento, la información, su biografía, sus bloqueos, sus perturbaciones que, como ser biopsicosocial posee de manera consciente o inconsciente. Los complejos procesos psicológicos que tienen lugar en el acto de lectura están mediados tanto por situaciones internas (imagos, afectos, represiones) como externas (la crítica, la enseñanza, la propaganda literaria). Este proceso al que llamamos transferencial surge espontáneamente en el momento que el lector comprende, internaliza, hace suyas las situaciones del texto y es inducido a hacerlas actuar una y otra vez, transformándolas de acuerdo con su propia visión, su punto de vista; a partir del cual el objeto estético comienza a emerger.

¿Qué pasa cuando el lector-alumno enfrenta una obra literaria?


Ante todo podemos afirmar que se trata de un encuentro de naturaleza lingüística: las palabras de una página funcionan como señales que necesitan ser decodificadas para generar un proceso de significación. Esta es una operación compleja que requiere de la interacción de capacidades tales como la percepción, la imaginación y la memoria. El lector participa en una tarea de recreación que ocurre en un espacio temporal determinado. Puesto que esta actividad se origina en un lugar y en una época concretas, su realización descansa en actitudes y presuposiciones culturales específicas. El lector responde a la lengua como un ser social que comparte con otros miembros de la sociedad una manera de entender un campo léxico determinado por el uso común, pero también como un individuo cuya interpretación de las palabras está teñida por las experiencias vividas y por la experiencia en el uso de la lengua. En consecuencia, no hay lecturas idénticas. (Percival, 1987: 282)


En pocas palabras, la recepción individual de un texto narrativo es, a la vez, punto de llegada y punto de partida de una cadena de asociaciones, de acontecimientos e interacciones de naturaleza social, psicológica, estética, de situaciones históricas, de la tradición. Como expresa Heuermann la comunicación que se establece entre el texto y el lector es:


[...] un proceso transmitido textualmente, que en el mismo proceso de la lectura se deben aplicar cambios posibles a los constituyentes de partida, que no tienen ninguna equivalencia en la parte del texto […] Hablando de una manera general, se trata de aquellos efectos que son provocados por la calidad e intensidad del proceso de recepción y cuya expectativa incita, en fin, al lector a la lectura en forma de motivaciones primarias. Finalmente, se debe pensar que todos los constituyentes están subordinados, tanto por parte del texto como también por parte del lector, naturalmente a la ley del cambio histórico […], en donde la historicidad general de los factores básicos puede tener efecto y puede ser captado en una forma doble: o bien se encuentran en el texto y el lector en relación con una «sociedad contemporánea», que los coloca _en el pasado o en el presente_ en el campo de una relación más o menos sincrónica (claro que la sincronía se puede alcanzar siempre sólo de una manera aproximada, nunca de una manera absoluta) o se encuentran en relación de una distancia histórica, que los coloca en el área de una relación diacrónica. En ambos casos es evidente, que el modo de recepción depende no en última instancia de esas relaciones y que la determinante histórica debe contar como un factor constante. (1987: 319)


De acuerdo con las consideraciones planteadas hasta el momento, creemos pertinente enfocar nuestro análisis de manera más detallada con relación al lector-alumno, la construcción de la lectura y la interpretación.


1. El lector-alumno


El texto ficticio está en situación de desventaja con respecto al discurso ordinario al carecer de las condiciones contextuales que optimizarían la comunicación. Sin embargo:


[...] esta carencia de contexto se traduce en dos aspectos positivos: a) la relación entre el texto y el lector se vuelve más fuerte _el emisor trabaja mucho más el texto; el lector pone más de lo suyo_, (b) ahí se motiva también la posibilidad de un amplio espectro posible, como se manifiesta luego en la pluralidad de las lecturas. Carente de contexto preciso, el texto ficticio no sabría comunicar sin una fuerte estructuración interna de sus elementos, de tal manera que permitan la producción de sentidos a pesar de la ausencia de contexto externo y con un contexto interno marcadamente simbólico _autorreflexivo, en última instancia. (Antezana, 1990: 120)

Para analizar el modo en que el lector-alumno enfrenta el texto literario partimos de algunas preguntas básicas: ¿Qué procesos se desarrollan en esta relación comunicativa particular que denominamos lectura literaria?, ¿cuáles son los mecanismos psicológicos puestos en juego en la relación texto-lector-alumno?, ¿qué pasos realiza el lector para lograr la comprensión e interpretación del texto literario?

La lectura literaria es un proceso comunicativo particular donde quien escribe (el autor) no se comunica a través de signos lingüísticos, sino que comunica sentidos o significaciones (Eguinoa, 1990: 106). Esto es, del supuesto que, como indica Grotzer, "domina sobre este tipo de lectura es que hay una especie de identidad _si no real por lo menos intencional_ entre lo que se dice y lo que se vive, entre el significante y el significado, identidad que si se llegara a lograr aboliría la literatura como tal". (1986: 8. El subrayado es nuestro).

El texto literario sólo puede alcanzar sentido cuando es reactualizado por el lector en su acto de lectura. Descifrar el sentido es, asimismo, descubrir el análisis de la lectura. Ahora bien, ¿cómo logra el escritor/autor despertar efectos emotivos en el lector?, ¿cómo puede dejar el camino abierto para alcanzar diversas interpretaciones?, ¿cómo es capaz de movilizar proyecciones e identificaciones a partir de la(s) interpretación(es) que el lector realiza? Todos y cada uno de estos procesos provienen, en alguna medida, de la experiencia pasada del lector (personajes reales, actitudes, sentimientos, etcetera.) que han gravitado a lo largo de su vida y que el texto le hace actualizar. Por una parte, moviliza recuerdos, fantasías, conductas que representan hechos de fundamental incidencia en su mundo psicológico pasado o presente; y, por otra, durante el proceso mismo lo conducen a una serie de omisiones, distorsiones de personajes, objetos o situaciones. De este modo, en todo acto de lectura el lector-alumno, aunque sea de manera inconsciente, se ve reflejado asimismo dado que el texto moviliza situaciones de su mundo personal, de su mundo psicológico pasado y presente que no puede, o no ha podido, verbalizar o, incluso, situaciones para las que está negado. Siguiendo a Freud, podemos decir que el escritor nos soborna con el placer puramente formal, es decir, estético, que nos proporciona al exponer sus fantasías y que nosotros retomamos, las hacemos nuestras para, de esta manera, completar el proceso comunicativo al permitirnos gozar de nuestras fantasías sin vergüenzas y sin culpas.

En este sentido, podemos preguntarnos: ¿por qué se leen textos literarios?5 Parafraseando a Freud, podemos decir que todos tenemos algo de niños, algo de poetas. Todos jugamos y nos identificamos _desde la lectura o la escritura_ con una situación que nos gratifica: "el verdadero goce de la obra poética procede de la descarga de tensiones dadas en nuestra alma [...] el poeta nos pone en situación de gozar, en adelante sin avergonzarnos ni hacernos reproche alguno de nuestras propias fantasías" (1954: 57). ¿Cómo consigue el escritor-autor que se produzca esa identificación, esa proyección, esa empatía? Freud mismo nos dice: «es su más íntimo secreto».

El texto se presenta como un mundo complejo y, el lector, desde el momento que inicia la relación con él, pretenderá encontrar su armazón, su estructura, ¿cómo hacer del lector un objeto de estudio concreto y objetivo? El análisis de la obra freudiana nos permitió retomar algunas categorías de la técnica psicoanalítica que pueden ser aplicadas a la relación entre el texto y el lector-alumno.

Al ser el texto una creación humana, desencadena en el lector situaciones de placer, de dolor y de angustia, en la medida en que cada personaje le hace reactualizar su vida, sus conflictos al: 1) identificarse, 2) proyectarse, 3) convertirse en héroe mítico, 4) desposeerse de su yo. Así, por ejemplo, el lector identificado con Edipo6 pierde su identidad. De este modo, el texto se transforma en un objeto catártico al permitir el retorno de lo reprimido en la medida que trae la problemática infantil edípica y, al igual que la situación terapéutica, el sujeto entrega parte de su sentido. Lo demás debe descubrirlo el lector. El texto es una expresión de emociones y afectos, pero también es una realidad en sí misma, ya establecida. Por ejemplo, Bettelheim expresa que el placer que experimentamos cuando nos permitimos reaccionar a un cuento no depende del significado psicológico del mismo sino de su calidad literaria, de ser una obra de arte al expresar:


Existe un acuerdo general al opinar que los mitos y cuentos de hadas nos hablen en el lenguaje de los símbolos, representando el contenido inconsciente. Su atractivo se dirige a nuestra mente consciente e inconsciente a la vez, a sus tres aspectos _ello, yo y super yo_ y también a nuestra necesidad de ideales del yo. Esto hace que el cuento sea muy efectivo, puesto que, en su contenido, toman cuerpo de forma simbólica los fenómenos psicológicos internos. (1988: 53)


El lector-alumno y el objeto texto están indisolublemente comprometidos en un aquí y un ahora, ya que el primero no sólo parte de la indagación del segundo en un momento dado sino también toma contacto consigo mismo: con sus experiencias asimiladas y vividas, con su historia personal, con su comprensión de los productos estéticos, entre otros.

Para profundizar más en el análisis, retomemos las formulaciones psicoa-nalíticas de la transferencia.7 La transferencia es un fenómeno espontáneo tanto en la situación analítica como en la cotidiana. Podemos preguntarnos ¿qué es lo que se transfiere? De acuerdo con Freud decimos que tanto los sentimientos cariñosos como los hostiles de la realidad psíquica (deseos inconscientes y fantasías relacionadas con él) por una parte; mientras que, por otra, estas manifestaciones no son repeticiones literales, sino equivalentes simbólicos de lo que es transferido. Ambos al servicio de la resistencia. Pero, de todas maneras, en ellos está involucrada la totalidad de la vida psíquica. Sentimientos que surgen espontáneamente _tanto en el analizado como en el lector_ durante el proceso, ya que son parte de su personalidad, y ninguna situación puede impedir su emergencia. Es decir, frente a la privación de las relaciones de objeto, el sujeto responde, restringiendo las funciones conscientes del yo y, por lo tanto, abandona el principio de realidad para caer bajo el dominio del principio del placer. Por lo tanto, la transferencia es el resultado de dos fuerzas: por una parte, la capacidad que tiene el sujeto de "desplazar" los conflictos internos _donde están involucrados los deseos inconscientes y las fantasías ligadas a él_ y, por otra, la influencia de los estímulos exteriores o factores desencadenantes, que son los que dan lugar a conductas transferenciales. Éstas no son repeticiones de la conducta primitiva, sino equivalentes simbólicos de lo que es transferido o reactualizado, con lo cual se llenan y se completan los vacíos y los espacios en blanco. Así, por ejemplo, lo que se transfiere por identificación, introyección, etcetera. en la lectura literaria son equivalentes simbólicos de lo vivido que, en este aquí y ahora, son traídos al presente sin perturbar el equilibrio de la conducta del sujeto. Durante el proceso transferencial, en el acto de lectura el sujeto puede recurrir a diferentes mecanismos de defensa8. Entre ellos, sólo haré referencia a los más arcaicos9 y primitivos de la relación con los objetos: introyección,10 proyección11 e identificación.12

Como hemos comentado, la comunicación literaria se diferencia de las demás interacciones sociales en la medida que está ausente la relación cara a cara. Pero de todas maneras, el lector se acomoda a esta situación al ser asimilado por la «conducta del texto». En esta relación comunicativa tiene lugar una transferencia de significados y el texto refleja hechos psicológicos fundamentales de la vida del lector, porque éste reencuentra en el texto estructuras de los procesos psíquicos que internaliza y hace suyos. Durante el proceso el lector acomoda, asimila y encuentra en el texto ficticio un sustituto de lo que ha perdido en la realidad. Por lo tanto, el poder del texto consiste en "[...] proporcionar al lector o al espectador lo que Freud llama «placer anterior»; suaviza sus defensas contra la realización de los sueños de los demás y le permite anular la represión por un momento y gozar del placer prohibido de sus propios procesos inconscientes" (Eagleton, 1983: 213).

En otras palabras, en los personajes se espera encontrar la proyección directa de la conducta del lector en la medida en que éstos se asemejan a personas reales de su mundo de alta gravitación en su vida (madre, padre, hermanos, etcétera) como de sus propios objetos internos. Asimismo, pueden ocurrir desplazamientos de la identificación masiva de uno de los personajes a otro como de identificaciones parciales. Por ejemplo, según Jaccard, Freud parte de una paradoja al indicar:


[...] el drama y la tragedia muestran los sufrimientos de héroes con los cuales nos identificamos y que nos imponen piedad. Sin embargo, experimentamos también placer; éste se funda en nuestras tendencias masoquísticas, pero también en la ilusión de participar de la grandeza de los personajes representados. Sobre todo, vemos realizarse sobre la escena nuestros deseos infantiles reprimidos. Tal espectáculo nos provoca angustia pero también placer: nos atrevemos a liberar momentáneamente nuestras pulsiones instintivas. (Jaccard, 1984: 55)

Este juego de proyecciones, de introyecciones e identificaciones durante el proceso de la lectura entre el lector y los personajes depende de:

a) Las motivaciones, actitudes y expectativas del lector frente al texto.
b) La estructura de conducta que conducen al sujeto a leer y organizar de una manera determinada el enfrentamiento con el texto.
c) La intervención de las defensas que permiten al lector elaborar la historia de acuerdo con la forma en que puede llenar los vacíos, los espacios en blanco, en última instancia, la posibilidad de "liberar" la censura.
d) La anexión que el sujeto hace consciente o inconscientemente, de materiales procedentes tanto de otras asociaciones como de la imaginación, otras lecturas, intuición, tradición, la crítica, la educación, etcétera.

3. La construcción de la lectura


En todo proceso de lectura está implícita la idea de desciframiento, de deconstrucción; el lector se entrega a ella de manera total o parcial, se da por entero a sus fantasías. Como hemos indicado líneas arriba, texto y lector logran el efecto comunicativo en el momento de intersección, de anclaje, en el encuentro de la construcción de la lectura; por otra parte, en el texto una serie de factores que, de alguna manera, están incidiendo en este encuentro, entre ellos: la tradición literaria, el género, la temática, la situación social, el lenguaje que está presente en todo texto pero dominando de manera distinta. A su vez, por parte del lector podemos indicar: sus experiencias previas, la situación social, la competencia lingüística, el nivel de desarrollo alcanzado, los bloqueos, etc. presentes en cada lector aunque en diferentes grados.

En este encuentro se determina tanto la "conducta del texto" como la "conducta del lector". La primera, inmodificable e insustituible en el momento presente; la segunda es la que se dinamiza, se pone en movimiento, en juego, en acto, en imaginación, en creación. Para explicar esta situación de comunicación, que hemos denominado transferencial, retomamos el concepto de Series Complementarias13 en la medida que los factores históricos que determinan ambas conductas _texto y lector_ no pueden modificarse, lo que sí cambia son los factores desencadenantes y actuales. ¿En qué momento histórico-social se lee un texto?, ¿bajo qué motivaciones?, ¿desde qué óptica teórica?

Todas y cada una de las situaciones que interactúan en el momento presente, en el aquí y en el ahora, conducen al lector a interpretar el texto de una manera diferente aunque las condiciones primigenias de la emisión hayan sido otras de las que obtiene el lector en una situación temporo-espacial diferente. Ejemplo de ello sería Los sueños en la Gradiva y Edipo Rey analizados por Freud; Cervantes por Starovinsky, etcétera.

De este modo, en el proceso de la recepción convergen la conducta,14 el texto, el lector y la construcción de la lectura:

Hablar de la conducta del texto, con la aplicación de categorías psicoanalíticas, debe hacerse sobre la base de:

[...] la suposición de la existencia de un inconsciente; sin embargo este inconsciente no se refiere a un inconsciente humano, porque ese solo hecho nos llevaría a la `intención del autor' que, como sabemos, es un elemento externo al texto. El autor una vez que ha creado un texto, éste deja de pertenecerle, y pasa a ser propiedad común de todos los lectores. No se trata de un inconsciente psíquico, porque un texto es un hecho de lenguaje, por lo tanto su inconsciente es un inconsciente lingüístico. El inconsciente del texto no es lo que se encuentra evidentemente en el texto mismo, es decir, en su contenido manifiesto, sino, por el contrario, es todo aquello que puede surgir a través de un análisis, de una lectura, de una interpretación. Todo aquello perteneciente al lenguaje del texto que aparece como consecuencia de la lectura profunda del mismo. (Cortés-Mena, 1990: 160)


De allí que toda actividad de lectura se le presenta al lector como una tarea a realizar; él es el que debe analizarlo, deconstruirlo, ponerlo en marcha, en una primera etapa y, posteriormente, construirlo, ponerlo en movimiento. En el texto todo está hecho pero, a su vez no está completado, es el lector quien debe darle sentido, "armarlo". "Lo primero que existe es el texto y sólo él; sólo al someterlo a un tipo particular de lectura construimos, a partir de él, un universo imaginario


[...] sólo la perspectiva de la construcción nos permite comprender el funcionamiento del texto llamado representativo" (Todorov, 1988: 38).

Con relación a la conducta que el lector pone en juego durante el proceso de lectura de los textos literarios indicamos que ponen en práctica su imaginación, sus fantasías, sus deseos; es decir, trae al presente tanto aspectos conscientes como inconscientes. Frente al texto el lector se desdibuja, se despersonaliza al identificarse _de manera inconsciente_ con la actuación del o los personajes; por ejemplo, es Edipo, la madre castradora, la madre gratificante. De allí que la tarea del lector no resulte fácil:


[...] es una gran tarea porque el objeto no parece agotarse nunca, no hay una verdad del objeto a alcanzar y el sentido [...] parece escapársele obstinadamente al lector a cada encuentro. Cada cita, cada fragmento desvela un nuevo texto y ésta es su riqueza y su desazón. Para el lector todo está por hacer y todo está hecho; mientras lee sabe que podrá ir siempre más lejos en su lectura y así la obra le parece siempre inagotable. (Rovira, 1990: 145)


El texto se le presenta al lector como un objeto flexible, dinámico, productor y generador de sentidos en la medida en que soporta innumerables lecturas entre las que podemos indicar:


a) Literal o textual. Todos los elementos manifiestos que puede captar el lector y que en una primera etapa, le ofrece una idea global, más o menos coherente de su contenido. Por ejemplo, todos los elementos que puede observar, leer _grafías, indicios, lenguaje_ y que denominamos lo manifiesto. Asimismo, cuando se realizan descripciones dentro del texto y la palabra es empleada para evocar esos referentes tal y como son en la realidad.


b) Profunda. La que nos permite hallar el sentido o significado textual y que depende del vínculo que el lector establezca con él. Aquí caben todas las asociaciones, interpretaciones que conducen, progresivamente, a descubrir el sentido oculto en la medida que el lector da curso libre a la imaginación la libre asociación de ideas, lo que nos da la pauta que el proceso de lectura no es lineal y en la que los elementos lingüísticos y no lingüísticos son a la vez señal y encubrimiento. Durante el proceso de construcción tratamos de encontrar el sentido lo que le permita llegar al núcleo oculto del texto. Como lo plantea Gloria Prado (1990: 172-173).

 

A través de un texto manifiesto _el de la escritura_ con una sintaxis, una retórica, un léxico, una disposición paradigmática y sintagmática, se nos comunica mediante un lenguaje simbólico, algo, otro texto, texto implícito en el primero, que ha de ser revelado. Y al ser el lenguaje poético un lenguaje simbólico no restringido por las limitaciones de la sintaxis del lenguaje científico o del coloquial, produce un discurso polisémico dirigido hacia el interior, afincado en el sentir estructurante y expresado por el texto literario.

Podemos, en esta primera aproximación, sintetizar el proceso de construcción de la lectura de la manera siguiente:


Texto y lector están implicados en una relación dinámica15 que va surgiendo en el proceso mismo de la lectura. Todo acto lector debe ir más allá de una simple descripción de los contenidos textuales, avanzar poco a poco, paso a paso, desde la deconstrucción hasta la construcción e interpretación. Así podemos agregar que "Para construir un universo imaginario a partir de la lectura de un texto, es necesario en primer lugar que ese texto sea en sí mismo referencial, en ese momento, habiéndolo leído, dejamos trabajar nuestra imaginación" (Todorov, 1988: 41).

De esta manera podemos preguntarnos: ¿Cómo nos conduce el texto a la construcción de un universo imaginario?, ¿de qué manera lo realizamos? Para responder a estas interrogantes debemos analizar, por una parte, los hechos que hemos denominado observables y los no observables. Entre los primeros, hacemos referencia al contexto donde se desenvuelve la historia, el ambiente, las descripciones de los personajes, el lenguaje empleado, los diálogos y las marcas que definen la organización textual, etcétera. Entre los segundos, todos aquellos aspectos no cuantificables (como los sentimientos, las ideologías, las actuaciones) a los que el lector no tiene acceso directo y los infiere a través de suposiciones, de los vacíos, de los espacios en blanco. En suma, su experiencia de vida, de sujeto pensante, de sujeto "afectivo". De allí que ciertos textos más que otros provoquen la emergencia de contenidos de las distintas instancias psíquicas de manera semejante a como aparecen en los relatos oníricos y, pueden ser analizados, como si se tratara de un sueño, de una conducta. De modo que en este interjuego de manifestaciones conductuales se establece una relación transferencial entre el lector y el texto (no sólo con el texto objeto de su indagación); de igual modo toma contacto consigo mismo, con su mundo interior, sus fantasías, sus sueños diurnos. Este tipo de interrelación o proceso intersubjetivo bien puede ser bloqueador de manifestaciones o bien flexible, dinámico, variable de lector a lector, de época en época, de cultura en cultura.

En un primer momento hay un enfrentamiento del Yo del sujeto lector con una parte del sentido del texto (manifiesto) en donde entran en juego el conocimiento de las grafías, palabras y hechos, actuaciones de los personajes, etcétera. En un segundo, el lector puede descubrir o penetrar en la intencionalidad del sentido al establecer analogías entre el material suministrado por el texto y su conducta, su experiencia de lectura, sus motivaciones. De este modo, el lector se representa todo aquello que había estado excluido de su personalidad y encuentra algún tipo de asociación o vinculación con ella. La construcción se alcanza en el momento en que el lector logra intersectar los datos observables como los no observables, producto estos últimos de la asociación libre, de su capacidad de simbolización, de su personalidad. Así, al igual que en el trabajo terapéutico, el lector puede ir descubriendo ciertas "marcas" que el texto le ofrece, aunque de manera solapada, y que no son detectables a primera vista, tales como:


a) Repeticiones o reiteraciones. Aparición de un suceso, conducta, gesto, actitudes, etcétera, como emergentes de un campo, en un aquí y un ahora, que producen la aparición de recuerdos, de asociaciones, de sentido. Estos elementos aparecen ya sea de manera consciente o manifiesta y el lector no puede librarse de pensar una y otra vez sobre la significación de los mismos; ya sea de modo inconsciente, ya que en apariencia carecen de sentido pero están presentes y revelan "algo".

Así, por ejemplo, la repetición de palabras:


[...] es un elemento aprovechable, ya que en la lectura es importante el sentido de lo que se deriva de la repetición. Puede tratarse de una repetición de palabras a nivel fonológico, a nivel gramatical o lingüístico. Puede ser repetición de palabras, frases o fragmentos. Debe verse lo qué se repite, qué se repite, por qué se repite y lo que no se repite. (Cortés-Mena, 1990: 179)


b) Espacios en blanco que inducen y orientan la actividad constructora del sujeto lector.


Son los huecos que van surgiendo en el diálogo, las cosas que faltan, las escenas aparentemente triviales _eso es lo que estimula al lector a suplir los blancos con sus propias proyecciones. El lector resulta atraído hacia los acontecimientos haciéndolo proveer lo que se quiere decir a partir de lo que no se dice. Lo dicho sólo parece adquirir significación en tanto refiere a las omisiones; es por medio de implicaciones y no a través de afirmaciones que se da forma y peso al significado. Pero a medida que lo no dicho se hace vivo en la imaginación del lector, lo dicho se expande para adquirir mayor sentido que lo que se hubiera podido suponer: escenas incluso triviales pueden parecer sorprendentemente profundas […] (Iser, 1989: 355)


c) Conducta de los personajes, que pueden ir detectando a lo largo del proceso: conformismo, angustias, bloqueos, tipos de relaciones. Descubrir el sentido de estas situaciones conducen al lector no sólo a completar la lectura, sino también a tener una idea más completa de todo aquello que puede estar vinculado con la vida, en la medida, como hemos indicado al inicio que la lectura como actividad hermenéutica, se intercepta lo individual con lo social. Por ello, detectar el sentido oculto del texto demanda tanto comprensión por parte del lector como cierta apertura, creatividad, capacidad de autocrítica. Dado que en la lectura de todo texto no se le empuja o se le obliga a llegar a este o aquel significado, sino se espera que pueda experimentar, recrear y descubrir. En una palabra, interpretar como hemos insistido en páginas anteriores.

3. Interpretación de la lectura


Con lo expuesto hasta el momento debemos dejar claro que la interpretación no se alcanza sólo con la lectura superficial y lineal de un texto sino muy por el contrario, es una tarea ardua y compleja que depende, en última instancia, de la perspectiva psicológica de quién la realiza, de sus ideas y experiencias previas, en suma, de su historia de vida. Por ello, interpretar es una actividad dinámica que se alcanza una vez que se ha leído, analizado, completado el proceso comunicativo-transferencial.

Según Freud, el texto, al igual que el síntoma neurótico, es susceptible de una superinterpretación, incluso necesita de ella para cobrar vida. Leer es una permanente búsqueda de la estructura, de la coherencia y de la significación para explicar los actos humanos. De este modo, el texto literario, al igual que el texto del sueño, puede ser analizado, descifrado, desarmado y, por medio de la interpretación, vuelto a significar. Para Freud puede ser interpretado todo lo que puede ser sustituido por otro texto: el sueño, el mito, el síntoma, el chiste o la obra de arte.


Si el texto literario _por los motivos que sea_ oculta un significado propio tras un velo, que habría que entender como distorsión condicionada histórica o socialmente, entonces se podría recuperar el significado enterrado por medio de métodos psicoanalíticos.

Sólo si el lector en el transcurso de la lectura debe producir el sentido del texto, no exclusivamente según sus propias condiciones (analogizing), sino ante todo según condiciones ajenas, el lector se formula entonces algo que saca a la luz un estrato de su persona y que hasta ahora estaba sustraído a su conciencia. Este proceso de hacer consciente se logra por medio de la interacción texto y lector [...] (Iser, 1987: 87)


En términos generales, denominamos interpretación16 al proceso que nos permite descubrir los elementos profundos de la significación textual. De este modo, la interpretación no se refiere a los elementos manifiestos, sino a sus derivados simbolizados. Durante el proceso interpretativo podemos decir que el yo se divide en dos partes: una que observa el contenido manifiesto del texto y, otra, que vivencia los elementos profundos. Esta situación se realiza en el momento de la transferencia. Interpretar es, en alguna medida, hacer consciente y entrar en contacto no sólo con las configuraciones ofrecidas por el texto sino también con las situaciones significativas de la vida del lector (emotiva y conativa). Sin embargo, la interpretación de un texto no se realiza de manera total, acabada:


[...] jamás podríamos asegurar que la interpretación o la lectura de un texto fue terminada aún ni por el mismo lector, con más razón si consideramos el acceso infinito de lectores a ese mismo texto, y al igual que en el sueño, el texto es una `complicada trama de relaciones recíprocas', por lo tanto una relación nos lleva a otra y ésta a otra y así sucesivamente. (Cortés-Mena, 1990: 55)


En una palabra, no hay lecturas idénticas, ni del mismo lector en distintas etapas de su vida ni de los diferentes lectores en una misma época, ya que cada una de ellas depende, en última instancia, de las circunstancias presentes o factores desencadenantes en el momento que la realiza: motivaciones, crisis, bloqueos, exigencias, etcétera. Por ello, podemos indicar que el proceso interpretativo fluctúa en tres tiempos:


a) Presente. El yo se enfrenta a la situación actual (el texto) que es capaz de desencadenar los deseos encubiertos del sujeto.


b) Pretérito. El sujeto lector vuelve a un suceso pasado, casi siempre infantil, en el que quedó insatisfecho el deseo para encontrarlo en un futuro.


c) Futuro. Éste se presenta como la satisfacción imaginaria de ese deseo pretérito. El lector construye ese mundo imaginario partiendo de sus informaciones (el texto, sus experiencias, lo verosímil, etcétera).


Insistimos, este proceso intersubjetivo conduce a un producto, a un nuevo texto que, de todas maneras, depende totalmente de la interpretación que cada lector pueda realizar en función de la estructura de su personalidad. A pesar de ello el texto no siempre permite asociar y, a su vez, descargar los motivos o problemas subyacentes del sujeto, sólo destaca aquellos contenidos que hacen hablar a las fuerzas del inconsciente dando lugar a historias significativas desde un punto de vista psicodinámico, algunas de las cuales apuntan a situaciones humanas fundamentales y a los tipos de conflictos más frecuentes en nuestra civilización.

En síntesis, podemos indicar que en la interpretación entran en juego tanto las ideas preconcebidas, las motivaciones, identificaciones, proyecciones que conducen al lector a completar el proceso, como las omisiones que, de todas maneras tienen importancia, ya que constituyen un indicio frente a los hechos o situaciones que ha puesto en marcha y ha erigido en su defensa. Estos mecanismos nos mueven a hacer actuar e interpretar a los personajes de manera diferente:

a) Lo más fácil y común es identificarse con el o los personajes que, de alguna manera, poseen atributos de la propia identidad del receptor para convertirlo en personaje central o héroe. Por ejemplo, todos nos identificamos con Edipo.


b) Imposibilidad de lograr cierta empatía con éstos en la medida en que las defensas del lector son tan fuertes que impiden entablar "relación". El lector se siente bloqueado y carece de aptitud para hacer propios los sentimientos de los demás, pues el texto le exige una mayor implicación personal.

Por último, enseñar a leer textos literarios es, a su vez, enseñar al alumno a reconocerse a sí mismo como también a conocer las más íntimas situaciones del hombre y de la sociedad. Es comprender que la literatura tiene no sólo una función escolar sino también social y cultural en la medida en que orienta a la formación de criterios estéticos y exige, por lo tanto, de una preparación comprensiva y graduada. Más que enseñar a leer literatura se debe guiar la experiencia personal del alumno dado que es en este interjuego entre la "conducta" del texto y la de él como lector puede descubrir, redescubrir e interpretar al mundo, al hombre, a sí mismo. La literatura bajo la óptica de la enseñanza es tanto sustancia estética de conocimiento como una actividad orientada al goce, al placer.


Notas

1 Investigadora del Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana.

2 Cfr. Eguinoa, Ana Ester y Georgina Trigos. La comunicación literaria: lineamientos de lectura, México, Universidad Veracruzana, l992. Las autoras analizan el proceso de la comunicación literaria caracterizando los aspectos lingüísticos, cognitivos y culturales del emisor y el receptor en las distintas instancias en que se presentan dentro y fuera del texto literario.

3 Idem, pág. 64 y ss.

4 Aristóteles definió a este fenómeno como catarsis y vio en él uno de los componentes fundamentales de la recepción de la obra de arte y la reconoció como una forma de placer derivada de procesos cognitivos. Posteriormente, Freud al referirse a este proceso, consideró que a él se deben todos los progresos de la vida social, la ciencia, el arte y la civilización en general en la medida en que cada uno de ellos depende de los procesos psíquicos implicados.

5 Al respecto, Terry Eagleton anota lo siguiente: "La razón por la cual la gran mayoría de la gente lee poemas, novelas y obras de teatro es porque le producen placer. Se trata de algo tan obvio que rara vez es mencionado en la universidad". Cfr. Una introducción a la teoría literaria, México, fce, 1983, p. 226.


6 Así por ejemplo, Bruno Bettelheim expresa: "El placer que experimentamos cuando nos permitimos reaccionar ante un cuento, el encanto que sentimos, no procede del significado psicológico del mismo (aunque siempre contribuye a ello), sino de su calidad literaria; el cuento es en sí una obra de arte". Más adelante el autor indica: "Existe un acuerdo general al opinar que los mitos y cuentos de hadas nos hablan en el lenguaje de los símbolos, representando el contenido inconsciente. Su atractivo se dirige a nuestra mente consciente e inconsciente a la vez, a sus tres aspectos _ello, yo y super yo_ y también a nuestra necesidad de ideales del yo. Esto hace que el cuento sea muy efectivo, puesto que, en su contenido, toman cuerpo de forma simbólica los fenómenos psicológicos internos" (1988: 53).

7 "[...] proceso en virtud del cual los deseos inconscientes se actualizan sobre ciertos objetos, dentro de un determinado tipo de relación establecida con ellos y, de un modo especial, dentro de la relación analítica. Se trata de una repetición de prototipos infantiles, vividos con un marcado sentimiento de actualidad". (Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis: Diccionario de psicoanálisis, Barcelona, Labor, 1983: 349). Por su parte, Freud otorga un papel importante a la proyección asociada con la introyección en la génesis de la oposición sujeto (Yo) objeto (mundo externo). Es decir, el sujeto introyecta al yo los objetos que son fuentes de placer y desplaza al mundo externo lo que en su mundo interior es objeto de displacer.

8 Las conductas defensivas son las técnicas con las que opera la personalidad total para mantener el equilibrio homeostático, eliminando una fuente de inseguridad, peligro, tensión o ansiedad. Son técnicas que logran un ajuste o una adaptación del organismo pero no resuelven el conflicto y, por ello, la adaptación recibe el nombre de disociativa. (José Bleger. Psicología de la conducta, Buenos Aires, Eudeba, 1965, p.143).

9 Cfr. Otto Fenichel: Teoría psicoanalítica de las neurosis, Buenos Aires, Paidós, l976.

10 "Consiste en una incorporación o asimilación por parte del sujeto de las características provenientes de un objeto externo o del mundo exterior. Puede ser parcial (bueno o malo) o total (ambivalente) si el objeto introyectado invade demasiado la personalidad del sujeto, ésta pasa a conducirse, parcial o totalmente, con los rasgos del objeto introyectado. Esto recibe el nombre de identificación introyectiva [e] incluye también todo lo que se ha estudiado como imitación". (Bleger, José. Op. cit., pp. 146-147).

11 Operación a través de la cual el sujeto atribuye a las personas u objetos del mundo externo características, motivaciones, deseos, etcétera, que o bien no reconoce, o bien rechaza en sí mismo. "Lo que se proyecta y se experimenta, por lo tanto, es uno de los términos de la divalencia (disociación de la ambivalencia) y, por lo tanto, una estructura que incluye un objeto parcial y parte del yo ligada a ese objeto". (Bleger, Ibíd. p.l44).


12 Proceso mediante el cual el sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro sujeto y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste. Así, la personalidad se va constituyendo y diferenciando sobre la base de numerosas identificaciones.

13 Cfr. Bleger, José: Psicología de la conducta, Op. Cit. pp. 82- 83.

14 Denominamos, en términos genéricos, a la conducta como [...] un vínculo, un precipitado de la relación interpersonal o, dicho de otra manera, toda conducta se refiere siempre a otro. La relación con las cosas es siempre un derivado de la relación con las personas, de las relaciones interpersonales; los objetos son siempre mediadores que se cargan de las cualidades de las relaciones humanas. La relación con los objetos implica siempre vínculos humanos. José Bleger. Op.cit. pp. 82-83. La relación con los objetos puede ser de modo concreto o virtual. El vínculo virtual y el objeto virtual de todo vínculo concreto son lo que Freud representó como contenidos inconscientes. Ibidem, p. 82.

15 "Explica los fenómenos psíquicos como el resultado de una acción recíproca y de la acción contraria de fuerzas […] Una explicación dimánica, es al mismo tiempo génetica, puesto que no sólo examina un fenómeno como tal, sino también las fuerzas que lo producen. No estudia actos aislados; estudia los fenómenos en términos de proceso, de desarrollo, de progresión o de regresión". Otto Fenichel: Op. cit. p. 25.

16 Otto Fenichel indica que "[…] interpretar significa ayudar a que algo inconsciente se haga consciente señalándolo en un momento en que pugna por abrirse camino. Las interpretaciones eficaces sólo pueden hacerse en un punto específico, es decir, aquel sobre el cual se centra momentáneamente el interés del sujeto" (39).

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