La depresión y
el proceso creativo
Rodrigo Morales García
¿Por qué razón todos aquellos que han sido hombres
excepcionales en lo que concierne a la filosofía,
la ciencia del Estado, la poesía o las artes son manifiestamente
melancólicos? Con esta pregunta Aristóteles
comienza el texto conocido como el Problema XXX y da origen
a una discusión
vigente hasta la actualidad: ¿Cuál es la relación
entre la creatividad y la psicopatología? ¿La
psicopatología
facilita la creatividad? ¿La actividad creativa induce
la aparición de alteraciones emocionales?
La creatividad en la historia
Una de las más antiguas y persistentes nociones culturales –y
también una de las más controvertidas– sostiene
que posiblemente hay un vínculo entre la locura y el genio.
En la mitología griega se describe la íntima relación
que hay entre los dioses antiguos, la locura y las personas creadoras,
y de una manera más dramática en las luchas dionisíacas
entre la violencia y la creación, entre la locura y la
razón.
En tiempos de Platón y de Sócrates se creía
que los sacerdotes y los poetas se comunicaban con los dioses
por medio de una inspiradora “locura” y el “fervor
religioso”. En su discurso sobre la divina locura, dice
Sócrates en el Fedro: “Si llega como un regalo del
cielo, la locura es el canal por el cual recibimos las más
grandes bendiciones […] los hombres de antaño que
les dieron su nombre a las cosas no veían ninguna desgracia
ni reproche en la locura; de otra manera no la hubieran relacionado
con la más noble de las artes: el arte de predecir el
futuro, que llamaron el arte maniaco [….] Por tanto, de
acuerdo con las pruebas dadas por nuestros antepasados, la locura
es más noble que la cordura, pues mientras la locura proviene
de dios, la cordura es solamente humana”.
Durante la Edad Media se consolida la idea de que la genialidad
se asocia a la patología mental. Nuevamente se le relaciona
con la melancolía. Se describía entonces que esa
melancolía generosa permitía al espíritu
sensible manifestarse por medio de expresiones artísticas.
Se trata de una melancolía erótica o de un furor
erótico que lleva al mundo de las ideas, concepto que
perdurará en el Renacimiento, cuando ser loco es ser humano
y se hace un arte de la propia locura. En su Elogio de la locura,
Erasmo de Rótterdam exclama que la locura, moira o stultitia
es semejante a los dioses por los dones que distribuye; su poder
se extiende a los orígenes de la vida humana ya que implica
el placer como bien supremo, y la más elevada sabiduría
se logra por el camino de la locura y no por el afán de
conseguir la gloria, porque todas las pasiones humanas se hallan
dentro de su reino. Describe dos tipos de locura: una que despierta
guerra, muerte y destrucción, y otra, más deseada,
que se manifiesta como un alegre extravío de la razón
y que lleva la impresión del goce. Será loco el
que salga de lo común y de lo habitual, y si es un artista,
mientras mayor sea su extravagancia, más aclamado será por
el público, dice en su texto.
No es sino hasta entrado el siglo XVII cuando la creatividad
empieza a ser abordada con los métodos de las ciencias
naturales. Si bien el genio es la máxima expresión
de la potencialidad humana, también lo es de la anormalidad
mental. Se pensaba que su neurofisiología sería
entonces distinta de la de otro ser humano sin esa característica.
Esta idea se iría abandonando paulatinamente para dar
paso a un modelo más coherente del funcionamiento mental
humano: la genialidad no es una cualidad extraña, rara
o extraordinaria, sino una habilidad biológica y natural.
Muchos son los estudios que, utilizando diferentes métodos
de investigación, han encontrado asociaciones entre la
actividad creativa y la proclividad a los estados emocionales
alterados o mórbidos.
La idea más común en este sentido es la de que
durante las etapas melancólicas los artistas son extremadamente
sensibles para percibir nuevas ideas que elaborarán en
etapas de mayor energía.
La enfermedad afectiva bipolar, antiguamente conocida como
enfermedad maniacodepresiva, es, por su prevalencia, la que
más se
ha asociado a la vida de muchos artistas, en quienes ha sido
evidente cómo su estado afectivo incide en la energía
y creación de su arte, que muestra las mismas oscilaciones
que la enfermedad provoca.
Otra idea interesante es aquella que postula que la enfermedad
(no sólo la psiquiátrica) afecta la expresión
creativa. Tal idea incluye al sufrimiento inherente a la
enfermedad como el principal motor generador de mayor sensibilidad.
Creatividad y psicopatología
Los estudios sobre la creatividad y la psicopatología
pueden dividirse en tres grandes grupos: los estudios biográficos,
los estudios de psicopatología en sujetos creativos
y los estudios de la creatividad en enfermos mentales.
Durante muchos años, el auge de los estudios biográficos
ha generado conclusiones que se asumen como verdaderas, aun cuando
el método de investigarlos nos conduce por sí mismo
a cometer errores fundamentales. Recuérdese que todo diagnóstico
retrospectivo tropieza con escollos epistemológicos de
consideración, sesgos de registro, omisión y, sin
duda, la visión social de lo normal y anormal de la época
en que vivió el artista. En todos ellos existe una conclusión:
la relación de la historia de vida del artista con el
contenido de su producción artística; conclusión
previsible, pero que no brinda la posibilidad de suponer que
hay mas psicopatología en los creadores que en otros sujetos.
Si bien con sus limitantes, esos estudios muestran una tendencia
a sufrir más enfermedades del espectro afectivo, especialmente
depresivo, en estas poblaciones.
La segunda vertiente es la investigación sobre la presencia
de psicopatología en sujetos creadores, los que muestran
resultados en la misma tendencia. Con instrumentos estandarizados
y grupos de comparación homologados, se encuentra mayor
prevalencia de enfermedades afectivas, uso de sustancias y ansiedad
en el grupo de personas creativas. Tal asociación se ha
reproducido en estudios hechos en grupos de escritores y artistas
plásticos y escénicos. Los resultados muestran
que si bien existe una relación entre creatividad y psicopatología,
no ha sido posible explicar el papel que desempeñan los
factores ambientales ni el sentido de dicha asociación.
Por otra parte, los estudios hechos en pacientes con enfermedades
mentales no logran diferenciar a los pacientes con habilidades
creativas que enferman y modifican esta habilidad, de aquellos
en los que la enfermedad “favorece” habilidades
creativas.
En su obra El talento creador: rasgos y perfiles del genio,
Alonso Fernández escribe: “La propensión de los
individuos geniales a desarrollar una enfermedad mental está favorecida
por una serie de factores inherentes a su vida, como por ejemplo
la lucha contra las normas y la amplia serie de esfuerzos y sacrificios
personales implicados en el trabajo creativo y el trato poco
comprensivo que recibe de los demás. El propio proceso
creativo exige un profundo esfuerzo espiritual, anímico
y vital que muchos no son capaces de soportar sin sucumbir en
el desequilibrio”.
Si el término latino delirare es apartarse del surco,
toda creación original que abre nuevos campos y expande
las fronteras del espíritu tiene necesariamente algo de “delirante” –aunque
sólo sea en el sentido primitivo de ese término– respecto
de lo aceptado y lo establecido, de los que intenta escapar:
sólo hay verdadera creación en la ruptura. El delirio
modifica la obra del artista ya consagrado o permite la eclosión
de una creatividad sui generis que nunca antes había expresado.
Señala Fernández: “El delirio, verdadera
neoformación endopsíquica en el que las partes
indemnes del psiquismo intentan realizar un nuevo equilibrio
que dé sentido al hecho primordial, puede conducir a lenguajes
neológicos, […] neoformaciones verbales y gráficas,
fusiones, contaminaciones, interposiciones de palabras y de fragmentos
que encuentran su contraparte en múltiples ejemplos del
arte contemporáneo, que con leyes cada vez más
complejas recrea –reinterpreta– al mundo. Al vivir
en dos planos a la vez, el artista o científico es capaz
de captar destellos ocasionales de la eternidad mirando a través
de la ventana del tiempo”.
Hemos visto que el acto creador siempre incluye una regresión
a niveles más primitivos en la jerarquía mental,
mientras que otros procesos continúan simultáneamente
en la superficie racional: este estado nos recuerda el de un
buzo que tuviera un tubo para respirar. La capacidad de regresar
más o menos a voluntad a los juegos subterráneos,
aunque sin perder el contacto con la superficie, parece ser la
esencia de lo poético y de cualquier otra forma de creación.
Prácticamente desde todas las perspectivas se está de
acuerdo en que la creación y la inspiración artísticas
incluyen –o más bien requieren– sumergirse
hasta llegar a fuentes prerracionales o irracionales, pero manteniendo
siempre el contacto con la realidad y con la “vida de la
superficie”.
Muchos de los escritores, compositores y pintores más
talentosos y creadores actúan esencialmente dentro del
mundo racional sin perder el acceso a su psique “subterránea”,
mientras que otros pueden igualmente sumergirse en las corrientes
de pensamiento del inconsciente, pero deben luchar contra emociones
insólitamente tumultuosas e impredecibles. La integración
de estas fuentes profundas y verdaderamente irracionales con
procesos más lógicos puede convertirse en una tarea
tortuosa, pero, si se logra, la obra creada casi siempre llevará una
señal particular, “una marca de fuego”,
por todo lo que se ha tenido que soportar.
Los artistas y los escritores, como muchos otros individuos,
son muy diferentes no sólo por su capacidad para experimentar,
sino también para tolerar las más extremas
emociones y vivir cerca de las fuerzas oscuras.
Depresión y creatividad
Parecería contraintuitivo que la melancolía pueda
asociarse con la inspiración y con la productividad artística,
pero el extremo dolor de la más profunda melancolía,
y la más amable, reflexiva y solitaria de las melancolías
más leves pueden ser de extrema importancia en el
proceso creador.
“
Todos los del oficio estamos locos –dijo Lord Byron de
sí mismo y de sus compañeros poetas–. A algunos
les da por la alegría, a otros por la melancolía,
pero todos estamos más o menos marcados”.
En Esa visible oscuridad, el novelista William Styron escribió acerca
de la imposibilidad de escapar de la depresión suicida: “El
dolor es implacable, y lo que hace que este estado sea más
intolerable es saber que no se podrá remediar en un día,
en una hora, en un mes o en un minuto. Cuando uno se siente mejor,
sabe, sin embargo, que la mejoría sólo es temporal,
pues el dolor no tardará en volver. Lo peor de todo es
la desesperanza que nos aplasta. Por lo tanto, el hecho de decidir
seguir viviendo significa, al revés de lo que sucede en
una vida normal, pasar de una situación exasperante a
otra menos exasperante, o de una molestia a una menor molestia,
o del aburrimiento a la actividad, pero siempre yendo de un dolor
a otro. No abandonamos, ni por un minuto, esta cama de clavos,
sino que la llevamos a cuesta donde quiera que vayamos”.
Leon Tolstoi describió su cansancio de la vida, su melancolía
y sus obsesiones suicidas, todo dentro del marco de una existencia
aparentemente feliz y satisfactoria:
La idea del suicidio me llegó con tanta naturalidad
como antes me había llegado la de mejorar mis condiciones
de vida. Esta idea se volvió de tal manera tentadora
que tuve que usar la astucia contra mí mismo para no
aplicarla demasiado pronto. No quería apresurarme porque
quería emplear toda mi fuerza para aclarar mis pensamientos.
Si no podía aclararlos, me decía a mí mismo,
siempre habría tiempo de suicidarme. Heme aquí,
un hombre afortunado, sacando una cuerda de mi cuarto, donde
me quedaba solo todas las noches mientras me desvestía,
para que no pudiera colgarme de la viga que había entre
los roperos. Y dejé de salir a cazar para no sentir
la tentación de quitarme la vida. Ni yo mismo sabía
lo que quería. Tenía miedo de la vida, luchaba
por deshacerme de ella, y sin embargo, todavía esperaba
algo […] Y esto me sucedía cuando aparentemente
debía considerárseme un hombre completamente
feliz; aún no cumplía los cincuenta años,
tenía una esposa buena y adorable, estupendos hijos
y una gran hacienda que crecía y se expandía
sin ningún esfuerzo de mi parte. Más que nunca
era respetado por amigos y conocidos, y alabado por los extraños,
y podía decir, sin temor a equivocarme, que ya tenía
cierto renombre.
La melancolía hace ir más despacio, enfría
el ardor y pone en perspectiva los pensamientos, la observaciones
y los sentimientos generados en otros momentos de mayor entusiasmo.
La depresión poda y esculpe; también reflexiona
y medita, y por último somete y afina el pensamiento.
La tendencia a escudriñarse interiormente, a preguntarse
por qué y para qué, a menudo se encuentra arraigada
en la depresión.
Investigaciones más recientes indican que las observaciones
y las creencias producidas durante los estados depresivos benignos
están en verdad más cerca de la “realidad” que
las generadas durante los estados de ánimo normales,
lo que destaca la fuerza de la negación en la vida diaria
y le da credibilidad a lo que enunciaba T. S. Eliot: “El
ser humano no puede soportar mucha realidad”. La pesadumbre
y la depresión a menudo traen consigo, para bien o para
mal, el meollo de la vida: el infierno, al igual que la caverna
de Platón, es el lugar en que todos llegan a conocerse
a sí mismos. La depresión obliga a ver la realidad
tal cual es –lo que generalmente no se busca ni se agradece–,
y que se adentra en la frágil naturaleza de la vida,
su corteza podrida, lo definitivo de la muerte y el finito
papel que desempeña el hombre en la historia del universo.
Según el grado en que el artista sobreviva, describa
y después trasforme el dolor psicológico en una
experiencia de mayor significado universal, otros mejor protegidos
podrán emprender su viaje.
Concluyo con una cita del biógrafo León Edel
en una conferencia que brindó en la Asociación
Psiquiátrica Americana a propósito de la depresión
y el arte: “Puedo adivinar una peculiar tristeza dentro
de la armonía y la belleza de casi todas las obras de
arte. Se podría decir que es simplemente la tristeza
de la vida, pero es una tristeza que de alguna manera se convierte
en el motor generador, en un eslabón de la cadena de
energía que hace que el artista persista cuando la haya
vivido, que la transforme mediante su instrumento de expresión.
Considero un postulado, casi un axioma, el hecho de que para
cuando la personalidad creadora ha llegado a la madurez, tiene
acumulada en el fondo una gran melancolía que clama
por liberarse”.
Para el lector interesado
Pérez R., H. (1992). Reflexiones melancólicas.
Ciencia y Desarrollo, 105, 33-42.
Rótterdam, Erasmo de (1985). Elogio de la locura.
Madrid: Brugera.
Chávez R., A. y Lara M., C. (2000). La creatividad y
la psicopatología. Salud Mental, 23(5), 1-9.
Alonso F., F. (1996). El talento creador: rasgos y perfiles
del genio. Barcelona: Temas de Hoy.
Pérez R., H. (1997). Delirio y creación. Psicopatología,
17,105-107.