La Depresión
Jorge Sánchez
Mejorada
La depresión es, sin duda alguna, una de las psicopatologías
de las que más se ha hablado a lo largo de los años,
no sólo desde una perspectiva neuroquímica, clínica
o terapéutica, sino también desde los más
diversos ángulos. La literatura, el teatro, el cine,
la sociología, la antropología o la historia
nos hablan de personajes y experiencias depresivas, aunque
no necesariamente
las identifiquen como tales.
En la medicina hubo ya una identificación clara de los
síndromes melancólicos desde la Grecia clásica.
Hipócrates, por ejemplo, incluye al “humor melancólico” en
sus descripciones caracterológicas.
La psiquiatría de los siglos XIX y XX, basada en la observación
y en la descripción detallada y cuidadosa de los cuadros
clínicos, se ocupó ampliamente de su estudio y
tratamiento; sin embargo, será hasta el último
tercio del siglo XX que el tratamiento de la depresión
dé un gigantesco brinco cualitativo gracias a los avances
de las neurociencias y de la psicofarmacología.
El diccionario Porot de Psiquiatría define a la depresión
como “un fallo pasajero o perdurable del tono neuropsíquico”,
y agrega: “es preciso tener en cuenta la presencia de dos
componentes: uno físico-somático y otro psíquico-afectivo”.
Sobre el primero expresa:
El deprimido se reconoce desde el primer
momento por su forma de presentarse y su actitud; su actividad
se halla reducida,
sus gestos tienen una expresión mínima; permanece
casi siempre sentado o echado, inerte, con la mirada triste
y la cara inexpresiva. A la depresión acompaña
un elemento afectivo importante: el rostro se convierte en
una máscara de profunda tristeza y, a veces, de una
gran ansiedad. El sujeto siente una impotencia física
que, en ocasiones, se acompaña de insomnio. En cierto
número de casos se comprueba la existencia de signos
neurovegetativos: adelgazamiento más o menos importante
[y] retardo de las funciones digestivas”.
Al componente psíquico lo describe en los siguientes
términos:
El deprimido tiene […] la sensación de su impotencia
psíquica, de su incapacidad para realizar un esfuerzo
intelectual sostenido, de disminución de su capacidad
de atención, de lentitud de evocación de su memoria,
de su rápida fatigabilidad ante cualquier trabajo mental.
Sufre, sobre todo, una impotencia de su voluntad y de sus esfuerzos,
los cuales suelen quedar reducidos a simples veleidades. El
sentimiento de inferioridad que tiene de su personalidad actual
lo aflige y lo conduce a la tristeza, el dolor moral y la ansiedad,
y por ello los estados depresivos –sea cual fuere su
origen y naturaleza– tienen casi siempre un matiz melancólico.
El síntoma cardinal de la depresión es sin duda
el dolor psíquico: al deprimido, particularmente en
la expresión de la depresión más grave
o mayor, le duele vivir. Difícilmente se explica y explica
sus sentimientos de inadecuación cuando ni siquiera
cuenta con un marco conceptual mínimo que le permita
enunciar a su problema por su nombre: “depresión”.
Los clínicos han catalogado a la depresión en
función de sus orígenes y características.
Se utilizan conceptos tales como depresión neurótica
cuando se liga a rasgos de la personalidad e inadecuado manejo
de las situaciones; depresión psicótica cuando
incluye elementos delirantes relacionados con culpa, daño,
alteraciones corporales u otras; depresión endógena
cuando su origen se gesta en el sistema nervioso sin que se
pueda identificar algún condicionante externo; depresión
exógena cuando hay algún elemento medioambiental
desencadenante; depresión primaria cuando constituye
el síndrome dominante, y depresión secundaria
cuando existe una condición previa que origina el cuadro.
Estas categorías son útiles no sólo para
entender la etiología de los cuadros, sino también,
y sobre todo, por las implicaciones directas que tiene el empleo
de las herramientas terapéuticas, que son las psicofarmacológicas,
las psicoterapéuticas y las sistémicas. Aunque
como psiquiatra reconozco que en algunas depresiones el componente
neuroquímico es determinante y que hay que corregir
la disfunción en este nivel, el problema –como
todos los problemas de salud, y en particular los de salud
mental– requiere una solución integral, biopsicosocial,
como es la esencia compleja y multifactorial de los problemas
humanos.
Las clasificaciones de mayor consenso en la actualidad son
las de la Organización Mundial de la Salud y de la Asociación
Psiquiátrica Americana, la que, en el marco del capítulo
de Trastornos Afectivos, describe las categorías para
la depresión. En ellas, indica que el episodio depresivo
debe ocurrir cinco veces o más por periodos de dos o
más semanas, traducido como el estado de ánimo
predominante; haber una disminución del interés
o del placer en forma continua; experimentar el paciente un
cambio o disminución de peso; padecer insomnio o hipersomnia
persistente; mostrar agitación o retardo psicomotor;
manifestar fatiga o pérdida de energía; tener
sentimientos excesivos de culpa o inutilidad; exhibir incapacidad
para pensar, decidir o concentrarse, y tener pensamientos recurrentes
de muerte.
A la depresión se le llamó hace un par de décadas “la
enfermedad del siglo”, afirmación que tiene vigencia
en el siglo XXI, aunque quizás está en vías
de ser desplazada por las adicciones como problema prioritario
de salud individual y colectiva. De acuerdo a los doctores
Kenneth S. Kendler, Charles O. Gardner y Carol A. Prescot,
funcionarios de la Asociación Psiquiátrica Americana,
los siguientes datos dan cuenta del lugar que juega la depresión
en el escenario de la psicopatología:
•
Una de cada cuatro mujeres y uno de cada diez hombres la sufren.
•
La prevalencia para las mujeres es de 5 a 9% y para los hombres
de 2 a 3%.
•
El grupo más afectado en ambos sexos es el de 25 a 40
años de edad.
•
Un 30% de los cuadros tiende a volverse crónico.
•
La mitad de las personas que han padecido un cuadro volverán
a presentarlo.
•
Existe una mayor correlación del padecimiento en gemelos
monocigóticos (70%) respecto de los gemelos fraternos
(25%).
•
Una cuarta parte de las personas con alguna enfermedad médica
sufren depresión.
•
De 5 a 15% de los pacientes con un cuadro depresivo mayor padecerán
un episodio maniaco.
De estos datos se desprende el importante peso que juega el
componente familiar (genético), particularmente en el
caso de la depresión mayor. Sin embargo, los expertos
consideran otros factores de riesgo para el desarrollo de una
depresión, entre los que se hallan los siguientes: problemas
en el entorno familiar, abuso sexual en infancia, pérdida
de los padres en la infancia, problemas neuróticos,
baja autoestima, ansiedad de inicio precoz, trastornos del
comportamiento, bajo nivel académico, acontecimientos
traumáticos a lo largo de la vida, escaso apoyo social,
abuso de sustancias psicoactivas, divorcio, problemas conyugales
durante el último año, dificultades diversas
durante el último año, acontecimientos vitales
estresantes el último año, acontecimientos vitales
estresantes previos al último año y episodio
de depresión mayor durante el último año.