Núm. 5 Tercera Época
 
   
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Leticia Tarragó
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DOSSIER (artes plásticas)

Leticia Tarragó y el espíritu de los sueños
Germán Martínez Aceves

Germán Martínez Aceves es licenciado en Comunicación
Social por la UAM-Xochimilco. Actualmente es
coordinador de Actividades Culturales, Artísticas y
Difusión de la Feria Internacional del Libro Universitario.

Rostros redondos de niños observadores, melancólicos, meditabundos; paisajes oníricos, medievales, con aires entre lúdicos y surrealistas; ángeles en paraísos pictóricos donde conviven el bien y el mal; mininos regordetes a punto de desaparecer como el gato de Cheshire; magia de circo y exuberancia tropical: tal es el universo creativo de Leticia Tarragó plasmado en óleos y grabados.

En cada obra, Tarragó ofrece un cuento encriptado dispuesto a develarse si el buen observador escruta su hondura narrativa. Las ideas se plasman como en un juego interminable de niños y los colores resaltan la intensidad del relato. Puede haber arcángeles mitad niña, mitad sirena; casas descubiertas a medias con rincones habitados por infantes solitarios, abuelitas que ven cómo se les acumula el tiempo, tlacuaches entrometidos, gatos comodinos, resquicios por donde se asoman ojos inocentes, esféricos, tímidos. ¿Nuestros sueños tendrán un límite, una frontera? La imagen nebulosa no lo toma en cuenta; en el caso de Leticia Tarragó se delimitan en un cuadro pero se extienden sin barreras en la profundidad de las imágenes.

Como escribe la crítica de arte Estela Shapiro (Leticia Tarragó. Noticias del estudio, Editora de Gobierno del Estado de Veracruz, Xalapa, 2002, p. 9):

Leticia Tarragó es pintora de la quietud que inquieta, de la serenidad que altera. En sus cuadros, ariposas,
gatos y niñas ángeles habitan en arquitecturas fantásticas y en paisajes despoblados en los que nunca faltan algún elemento que perturba y sorprende al espectador. En sus atmósferas, plenas de silencio, todo está inmóvil e intacto, como si al recuperar sus recuerdos y retomar la infancia, el tiempo se detuviera y dentro de esos espacios nostálgicos y cerrados se congelaran para siempre sus inquietantes historias visuales.

De aquí soy

La Pitaya es casi el paraíso; en ese rinconcito excepcional de Veracruz es donde la inspiración afl ora para la labor creativa sin tregua de Leticia Tarragó. Ahí, en la paz espiritual, el aroma de un buen café es la mejor compañía para conversar con la artista nacida en Orizaba, quien regresa a las páginas de La Palabra y el Hombre, su casa, para ofrecernos una breve muestra de su obra. “Yo, encantada, me emociona mucho que me inviten”, sonríe y sorbe su taza en una mañana llena de sol.

En los inicios de la Editorial de la Universidad Veracruzana, algunas publicaciones fueron ilustradas por Leticia Tarragó. “Sí –recuerda– desde fi nes de los sesenta Fernando Vilchis y yo participamos con ilustraciones y diseños de portadas; me viene a la memoria ahora sobre todo la amistad iniciada con muchos escritores. Eso para nosotros fue un gran tesoro, que nuestro trabajo nos haya puesto en contacto con personalidades que después se convirtieron en amigos nuestros. Nos tocó la grandísima suerte de que Sergio Galindo dirigía la Editorial de la UV y en ese momento iban empezando los ahora grandes escritores que en aquella época eran muy jóvenes, como fue el caso de Gabriel García Márquez [habría que recordar que la UV editó de él Los funerales de la mamá grande].

Las evocaciones trasladan a Tarragó a esos días que, por las dimensiones culturales, adquieren el tinte de dorados y ahonda en sus recuerdos. “Soy veracruzana pero estudié en el Distrito Federal. Cuando terminé la escuela en La Esmeralda me pasé a la Ciudadela para aprender grabado y tuve la fortuna de hacer amistad ahí con Guillermo Barclay y Fernando Vilchis; incluso conocí a Enrique Florescano, porque ellos eran una palomilla. En una ocasión nos invitaron a Xalapa para montar una exposición como alumnos de la Ciudadela, donde se encontraban artistas que, con el tiempo, alcanzaron fama, como Antonio Seguí o Tomás Rayo. Era gente inquieta que buscaba aportar algo; ahora unos viven en Nueva York, otros en París. Así fue como se inició mi relación con Fernando Vilchis, después nos casamos y realmente fue una decisión mía la de venirnos a radicar a Xalapa. Extrañaba mucho el verdor de mi tierra, Orizaba, y esas tardes tristes de neblina que a mí me producían nostalgia. Cuando conocí Xalapa dije ‘aquí pertenezco’. La Universidad fue otro punto muy importante a favor del cambio de residencia y no me equivoqué. Pronto frecuentamos a Sergio Galindo, gracias a la mediación de Guillermo Barclay, y conformamos una especie de comunidad en la que cooperábamos todos haciendo también teatro, montando exposiciones, y nuestra actividad artística empezó a crecer”.

Ilustre ilustradora

“Sergio Galindo me ofreció La semana de colores de Elena Garro para ilustrarlo. Es un libro que me encanta, que me sigue gustando, realmente para mí fue una oportunidad, era muy joven y fueron mis inicios como ilustradora. Así me acerqué también a Sergio Pitol, por medio de unas ilustraciones que le hice para la revista de la UNAM. Entonces mi trabajo me empezó a abrir puertas y me acercó a mucha gente. Siento que mi profesión ha sido muy noble porque me ha dado la oportunidad de hacer muchos amigos a lo largo de la vida. Desgraciadamente traté a muy pocos de los escritores a quienes les ilustré sus libros, como fue el caso de Elena Garro. Se me encargó también ilustrar un Bestiario de Juan José Arreola que apareció en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, pero tampoco tuve la suerte de conocerlo personalmente”.

 
 
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