Núm. 4 Tercera Época
 
   
encabezado
 
Pepe Maya
SUITE DE LOS SUEÑOS
CONTADOS EN VOZ ALTA
 
 
fotos
escudo uv
 
corre
 
  punto    Puntos de venta
  buzón Buzón del lector
  suscribete Suscríbete

 

árbol_L.Emilio

Cultívate

 

 

 
 
 
 
páginas 1 2 3 >>>
 

PALABRA NUEVA

El canto circular
Adán Medellín

Adán Medellín. Ciudad de México, 1982. Estudió
Ciencias de la Comunicación y Lengua y Literaturas
Hispánicas en la UNAM. Ha publicado cuento, poesía y
ensayo. En 2007 ganó el Premio Nacional
de Relato Universitario “Sergio Pitol” convocado por la
UV, con el relato que aquí se presenta.

We are accidents waiting to happen
RADIO HEAD

  Lago Titicaca  
 

Fotografías de Gerta Stecher. Bolivia 1. Lago Titicaca

 

Palabras. La mujer me repite que debe encontrar las palabras. Muele unas hojas, luego enciende una vela. Me pregunta por la presencia. Por ti, Joaquín. Yo le respondo: sé que el hombre me busca. Le cuento las cosas que he visto. Tania y yo estamos alineados; el niño junto a nosotros. De pronto, por la mención de tu nombre nos adentramos en una música silenciosa que nos lleva a un baile, a una ronda. La música es como un latido que se escucha en mi cabeza. Tania, el hijo y yo, sin poder contenernos, nos tomamos de las manos y empezamos a girar. Poco a poco me siento mareado. Intento detenerme, pero ellos siguen haciendo círculos, me arrastran al vaivén de su danza. Le cuento a la vieja que siempre me opongo a ese baile. Ella me corrige: eso no sirve, se trata de acabar con una presencia, con una sombra. Yo le digo que no quedan ropas ni fotografías de Joaquín. Las paredes de la casa están limpias: quité los cuadros que le gustaban, los cuadros que pintó con sus manos. Todos, excepto uno. Eso no me correspondía. Tania debía dejarlo atrás, decirme que no había espacio para los trazos de esa tela. Pero no lo hizo. Y desde entonces pienso que de esa forma ella lo llama en secreto. Por eso, aunque sus huellas no dejan rastro en la alfombra, él persiste. No llama a su esposa ni a su hijo. Tampoco a sus padres. Me llama a mí. Tú me llamas, Joaquín. Me exiges que te escuche. Dices tu canto repetido y estúpido, un canto que cuenta una historia, donde escucho mi nombre, como un reflejo latente que se me pega en la piel y no puedo quitarme.

De regreso, me siento más tranquilo. Ha vuelto el silencio. Abro el zaguán, entro por la tienda. Veo unas pinturas fuera de lugar. Las acomodo y sigo hacia la casa. Al abrir la puerta, siento temor. Tania me espera sentada y me pregunta por qué dejé solo el negocio. Ya son varias veces que te vas así, ¿qué pasa?, me pregunta. Baja la mirada, se le quiebra la voz. Me toma de la mano. Al abrazarla, siento la calidez de su piel. Acaricio su mejilla. Entonces el canto vuelve. Unas cuantas palabras en voz baja, una letanía cansina. Me separo de ella. Le pregunto: ¿Joaquín te quería? ¿Los quería a ti y al niño? Ella dice: supongo que sí. No pasó mucho tiempo con el niño, era un bebé cuando Joaquín se mató en el accidente. Y yo le digo que me cuente de nuevo los detalles, pero ella piensa que es absurdo. Venía manejando de Xalapa. Quería exponer allá. Se quedó dormido en una curva, dice. Te habías quedado dormido en la carretera, pasaste al otro carril, caíste por un barranco. Como si hubieras resbalado de la cama. ¿Eso es todo?, le pregunto. Esoes todo, afirma.

Y sin embargo, Joaquín, sigues cantando. La vieja me dice que seguirás haciéndolo en tanto yo no encuentre la cura. Mientras ella no sepa cómo calmarte, cómo arrullar tu insomnio, debo seguir escuchando, sintiendo tu voz que me despierta en las noches. Debo soportar que tú ames a Tania a través de mi cuerpo. Noto que llegas porque mi mano se aleja de mí. Pasa con cada miembro que soy. Los miembros que fui. Las rodillas, los codos, los labios y el sexo. Por la noche, como un niño que no puede dormir, puedo vernos a Tania, a tu hijo y a mí que seguimos la bruma. El vapor tiene voz. Yo trato de negarme, pero si doy un paso atrás, me siento chocar contra una pared. Qué inercia absurda, incorregible. Salgo de la cama. Miro los cabellos de Tania, su espalda, la medialuna que forman sus caderas. Lo intento, pero no puedo quedarme. Tomo el coche y manejo a casa de la vieja. Toco hasta que ella me abre. Le pregunto por ti, le pregunto por mí, no entiendo. Ella niega con la cabeza, pero me mira profundo y me hace pasar después de todo. Dice que eres un alma pendiente, que no moriste del golpe, sino durante la caída. Morir en el aire, suspendido, como atrapado en un círculo sin fin. Morir mientras girabas, mientras el coche se partía en pedazos. Yo puedo refutar lo que dice con la versión ofi cial. Traumatismo y fractura en el cráneo. Un golpe fulminante. Pero la vieja me corrige sin oírme. Murió en el aire, dice, en el aire. Me explica que ha llamado a otras presencias y les ha pedido ayuda. Hay palabras poderosas para callar tu canto. Neutralizar tu influencia. La vieja muele unas hojas y luego las calienta bajo la llama de un cirio. Los dos olemos aquel vapor. Ella empieza a dar palmadas. Luego respira profundo y de su boca brotan vocablos rápidos que no entiendo. Me ordena que repita esas palabras. Lo hago. El vértigo se apaga por un momento, sólo quedan oscilando sus plegarias en el vacío de mi cabeza. Cuando ella se queda en silencio, agotada y tendida en el piso, me marcho. Vuelvo al coche y manejo a casa. La ciudad está lejana, silenciosa. Tanto, que escucho el movimiento de mis manos, la caída de mis dedos, el aire en mi nariz. En el cuarto, Tania tiene la bata puesta. Los ojos llorosos. Me reclama que dónde estuve, es tarde. Sólo tomas el carro y te vas, me dice, ¿ya no quieres estar con nosotros? Trato de explicarle, pero para tu mujer, Joaquín, son sólo nervios, impresiones. No hay almas en tránsito, no hay muertes suspendidas. Óyelo bien: para Tania, tu mujer, estás muerto.

 
 
 
páginas 1 2 3 >>>
     
Hidalgo #9 • col. Centro • Xalapa, Veracruz, México • (2288)8185980, 8181388 • lapalabrayelhombre@uv.mx