Núm. 2 Tercera Época
 
   
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Fernando Vilchis
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ESTADO Y SOCIEDAD

MULTICULTURALISMO
un breviario para el debate
Gunther Dietz*

Las confluencias programáticas de estos “nuevos” movimientos sociales —afroamericanos, indígenas, chicanos, feministas, gay-lesbianos, “tercermundistas” etc.— se han dado a conocer a partir de entonces bajo el a menudo ambiguo lema del “multiculturalismo”... 

Desde los años ochenta, inicialmente en Estados Unidos, Canadá, Australia y el Reino Unido, un conjunto altamente heterogéneo de movimientos contestatarios “post-68” emprende el camino de la institucionalización social, política y académica. Las confluencias programáticas de estos “nuevos” movimientos sociales —afroamericanos, indígenas, chicanos, feministas, gay-lesbianos, “tercermundistas”, etc.— se han dado a conocer a partir de entonces bajo el a menudo ambiguo lema del “multiculturalismo”: un heterogéneo conjunto de movimientos, asociaciones, comunidades y —posteriormente— instituciones que confluyen en la reivindicación del valor de la “diferencia” étnica y cultural, así como en la lucha por la pluralización de las sociedades que acogen a dichas comunidades y movimientos.

El multiculturalismo como movimiento social

Los movimientos multiculturalistas forman parte del panorama de los “nuevos movimientos sociales” (Touraine, Melucci). En el contexto de la terciarización de las economías occidentales y del surgimiento de una “sociedad postindustrial” se pretende agrupar a movimientos estudiantiles, urbanos, feministas, ecologistas, pacifistas y multiculturalistas bajo un denominador común, que se caracterizaría por los siguientes rasgos:

• una estructura organizativa altamente flexible, expresada mediante redes escasamente jerarquizadas y un rechazo abierto    a liderazgos explícitos, producto del legado “anti-autoritario” de la revuelta estudiantil que desencadenó este tipo de    movimiento;

• la insistencia en la autonomía del movimiento específico frente a otros actores políticos, sobre todo frente al Estado y a los    partidos políticos, interpretados como “aliados” o representantes del viejo establishment y de los movimientos sociales de    origen decimonónico;
• la carencia de una ideología de transformación de la sociedad en su totalidad, como lo fuera el proyecto marxista; el rechazo   a los amplios proyectos de cambio societal será el punto de partida de la confluencia entre los movimientos    multiculturalistas y los discursos “postmodernos”; no la política revolucionaria, sino la life politics (Giddens), la    individualizada política vital, se convertirá en el lema común;

• la consecuente limitación a temáticas específicas que no abarcan un proyecto societal global, sino que sólo se articula    como single-issue-movement, cuyos ejes vertebradores estaría íntimamente relacionados con la “política de identidad” del    propio movimiento;

• una composición social heterogénea, “multiclasista”, con un fuerte componente procedente de las clases medias, lo cual    para algunos analistas plantea el problema de cómo identificar el “sujeto histórico”;

• y, probablemente como consecuencia de dicha composición plural, una constante tematización de la identidad y la    subjetividad.

Encontronazos académicos

Es el ámbito filosófico, y sobre todo epistemológico, en el que los movimientos multiculturalistas y su reivindicación de una nueva “política de la diferencia” encuentran un peculiar aliado académico: el giro “postmoderno”, inicialmente denominado a veces “neo-estructuralista”, pero mayoritariamente “postestructuralista”, que ha protagonizado la filosofía francesa de los años setenta y ochenta. Es sobre todo el feminismo, tanto académico como político, quien ofrece una primera crítica sistematizada al universalismo y esencialismo subyacentes en las nociones occidentales del análisis social. Partiendo de esta crítica feminista de la supuesta neutralidad genérica del pensamiento occidental, que camufla su carácter patriarcal y autoritario bajo la singularización y monopolización del “conocimiento”, las diferentes corrientes postestructuralistas coinciden en su afán de de-construir los grandes “relatos” hegemónicos, las autorizadas “narrativas” occidentales que dotan de sentido y con ello legitiman los poderes fácticos vigentes en las sociedades contemporáneas. Este afán “deconstructivista”, crítico y disidente del postestructuralismo es retomado y aprovechado por los protagonistas de los movimientos multiculturalistas en su intento de demostrar el carácter subversivo y potencialmente contrahegemónico del propio multiculturalismo.

 
 
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