Núm. 14 Tercera Época
 
   
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Carlos Franco

 
En verdad, para Guevara, antes que la construcción de un sujeto Revolucionario, de un sujeto colectivo en el sentido que esto tiene para Gramsci, se trata de construir una nueva subjetividad, un sujeto nuevo en sentido literal, y de ponerse él mismo como ejemplo de esa construcción (pp. 109-110).

Esta afirmación nos mueve a formular la pregunta: “¿qué sucede con aquellos entrenados por el régimen castrista para ser como el Che cuando no están a la altura de la autoexigencia casi enfermiza de aquél?” La respuesta a este interrogante se encuentra en dos novelas contemporáneas, de cubanos exiliados: Las iniciales de la tierra –reescrita en 1987 y publicada primero en España y luego en Cuba–, 8 de Jesús Díaz, quien viviera primero en Berlín y luego en Madrid hasta su muerte en el 2002, 9 y Caracol Beach (Premio Alfaguara 1998), de Eliseo Alberto (hijo del poeta Eliseo Diego), actualmente radicado en México.

          En la primera, el Che es una presencia fugaz en el capítulo 8, donde se describe el estallido del buque belga La Coubre (el 4 de marzo de 1960), que descargaba armas para la Revolución, por un atentado presuntamente planeado por la CIA, con la colocación clandestina de una bomba que detonó al quitar parte del cargamento, haciendo estallar el resto, lo que mató alrededor de 100 personas y dejó con lesiones de por vida a otras tantas.

          Entre los hombres que recogen pedazos de otros hombres, se alza la figura del Che, atravesando la barrera de seguridad, horas antes de que Fidel fundiera “la furia y la tristeza, los gritos y silencios del pueblo convirtiéndolos en una sola voz al entregar por vez primera la consigna que todos repitieron como guía y bandera de los múltiples combates por venir: ‘¡Patria o Muerte!’” (p. 149); pero no es esta presencia fugaz lo relevante, sino cómo el personaje central de la novela, Carlos, opera como una parodia del Che, carente de sus dotes, pero siguiendo, sin rumbo, un modelo que le queda grande. También la presencia del miliciano asmático en el campamento de entrenamiento muestra otra parodia, pero ésta sin el sentido casi bufonesco que la del protagonista adquiere por momentos, sino con desenlace trágico. La respuesta que parece plantearse al interrogante formulado acerca de qué queda cuando no se está a la altura del autoexigente modelo personal de Guevara, es entonces: “un vacío paródico de personalidad, una imitación burda”.

          Eliseo Alberto, en su más contemporánea playa fictiva de Miami –tan alejada de la Revolución que la historia se da por sabida y no se tematiza– encuentra otra respuesta en su personaje del miliciano que enloqueció en la campaña del Congo, y sobrevive penosamente en su modesta casa rodante en Caracol Beach por una casualidad del destino, añorando su infancia cubana, perseguido por el tigre congolés que lo acosa en su delirio: se lo condena a la locura, una locura que puede arrasar con los demás cuando no se está, como en la mayoría de los casos, a la altura intelectual del Che.

          Así, para ambos autores, ya distantes de las utopías revolucionarias que en los setenta idealizaban y mitifica ban al Che, la idea de éste acerca de construir una nue va subjetividad, un sujeto nuevo para el que su conducta de superhombre sirviera de modelo, se ha estrellado en la parodia vaciada de sentido, o con consecuencias más trágicas, en la locura desatada que arrastra, inexorable, a los demás –inocentes– en su desborde. Las dos ficciones, en todo caso, hablan, más que del propio Che, de las secuelas de su ejemplo utilizado en sobredimensión y exageradamente por el régimen; es esa distancia del “modelo original” en su desfiguración lo que permite proponerlas como lecturas políticas que sitúan la utopía voluntarista en perspectiva histórica mostrando sus derivaciones dramáticas.

          Ahora bien, la actualización de este artículo para ser publicado me ha llevado a un punto de contradicción, por otra parte esperable, con su inicio: si bien afirmé que el adormilado silencio sobre la figura del Che en Argentina se prolongó durante años, la figura resurgió, como era previsible, con fuerza mediática, en el 40 aniversario de su muerte, es decir, en el 2007; para esa fecha, dos registros son relevantes: por una parte, un programa televiso, El gen arGENtino, previsto en ocho capítulos que fueron emitidos entre fines de agosto y mediados de octubre de ese año, basado en un formato original de la BBC ya adaptado a otros países, propuso el pasado histórico nacional como tema y propició, a través de Internet, una votación popular de candidatos a ser considerados como personalidad argentina más destacada en diversas categorías que abarcaban desde historia y política de los siglos XIX y XX hasta el deporte. Las dos personas más votadas de cada categoría serían analizadas en el ciclo a través de un equipo de notables integrado por catedráticos, periodistas, biógrafos.

8 Según dice Jesús Díaz en un reportaje, la novela fue escrita originalmente en Cuba y censurada allí durante 12 años (www.otrolunes.com/hemeroteca-ol/numero -02/html/otro-lunes-conversa/ otro-lunes-conversa-n02-a01-p01-2007.html).
9 Se encuentran en internet artículos conjeturales acerca de la posibilidad de que Díaz fuera un agente de la inteligencia castrista y no un exiliado “real”. Si bien no es un tema para discutir acá, no puede dejar de ser mencionado. Véase: “El extraño encuentro de Jesús Díaz con la muerte”, de Servando González, 15 de mayo del 2002, en www.cubanet.org/opi/05150201.htm

 
 
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