Abril-Junio 2007, Nueva época Núm.102
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Trimestral



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Sergio Galindo, editor visionario y creador

José Luis Martínez Suárez 1

El libro es uno de los grandes símbolos de la cultura, ya que la posesión y desarrollo de la escritura ha sido históricamente la diferencia fundamental en el perfeccionamiento de las civilizaciones, y aquellas que no lo lograron fueron condenadas a la desaparición o a un régimen permanente de cultura arcaica; de ahí que escribir sea un postulado sobre el que se han construido las civilizaciones. Incluso antes del nacimiento de la imprenta, Occidente optó por el libro como el medio eficaz para transmitir los conocimientos, resguardar la memoria histórica, difundir los valores, estimular la imaginación y establecer los principios filosóficos de sus pueblos. Esa apuesta que Occidente hizo a favor del libro resultó benéfica y fructífera: civilizaciones enteras se han construido a partir del libro.

Si el anterior planteamiento no resulta desconocido para un lector habitual, hay que reconocer que una gran cantidad de personas desconoce la función desempeñada en el mundo del libro –donde destacan autores y lectores– por otro elemento importantísimo en ese universo: el editor. La labor de éste excede el limitado marco del circuito comercial. Su papel no se reduce a poner en contacto a un producto con un consumidor, sino que sus características y las de los libros hacen que esta primera función deba tener en cuenta necesidades culturales, estéticas y educativas, mas el editor cumple en conciencia con muchas otras tareas dentro del mundo de la cultura. En concreto, es un creador, ya que combina el gusto y las necesidades del público.

También el editor es un empresario, pero un empresario que cuando se compromete con la inteligencia se convierte en un elemento esencial de la promoción cultural. Más aún: "La función de un editor es poner en contacto gente que tiene algo que decir con gente que quiere escuchar; es facilitar contenidos culturales, educacionales e informativos a quien le interesa; y nuestra obligación es hacer los contenidos lo más dignos que sepamos hacerlos y facilitar los canales para que llegue a cuanta más gente mejor, con la mejor calidad…", afirma, precisamente, el editor español, José Manuel Lara Bosch. De tal manera que el editor es, pues, un elemento fundamental para el mundo que construye el libro.

Ahora bien, la presión ejercida contra las nuevas generaciones de escritores, para someterse a parámetros que inhiben el acto mismo de la escritura, es una espada de Damocles que atenta contra la creatividad, y corre el peligro de convertirse en una guillotina que cercenaría la cabeza misma de la literatura. Por ello es que necesitamos editores que sepan realizar su trabajo.

Pensemos, entonces, en una posible formulación del trabajo de un editor: éste debe ser un radar y una esponja de su tiempo y sociedad, ver lo que es necesario para el lector potencial y, entre otras cosas, detectar lo que existe en el marco de su tiempo y merece ser comunicado al público, lo que sin existir debe empezar a ser formulado en cuanto proposición de temas, textos, personajes y valores, y lo que ha existido y debería ser rescatado.

En definitiva, un editor tiene que proponer valores, y ello sólo se consigue con un amplio criterio, el cual permite hacer propuestas coherentes que amplíen el horizonte del lector. Editar implica siempre una responsabilidad social. En el mejor de los casos, editar es avanzar, es proponer construir mejores ciudadanos, más autónomos, más críticos, más sensibles, más libres; ciudadanos que piensan, que hablan, que conversan, que discuten; ciudadanos activos, responsables, educados e ilustrados, como diría el pensador francés Edgar Morin. El editor debe definir qué espacio quiere ocupar, a qué tipo de público quiere dirigirse, cuáles son sus objetivos y deseos, para, en un acertado y algo alquímico equilibrio entre necesidades e ilusiones, conseguir el maravilloso momento en el que un catálogo "hable". Cuando esto sucede, la edición es una profesión maravillosa, porque editar es dar el máximo valor al tiempo; seducir más que obligar.

La labor editorial de Galindo
Gabriel García Márquez, Juan García Ponce, Álvaro Mutis, Jaime Sabines, Rosario Castellanos, Rosa Chacel, José Revueltas y Elena Garro constituyen apenas unos cuantos nombres, tomados al azar, de escritores que conforman el catálogo de la colección Ficción, orgullo editorial de la Universidad Veracruzana (UV) desde hace 50 años cuando, bajo la conducción de Sergio Galindo, editor y autor, dio inicio una etapa de especial notabilidad para la cultura latinoamericana, al dar cobijo y difusión a obras y autores que, con el tiempo, se convirtieron en modelo del pensamiento, el arte y la creación literaria en el ámbito hispanohablante.

Sergio Galindo no sólo fue un gran escritor, sino también un editor inteligente, sensible y visionario.
(Foto: Archivo de la familia Galindo)
Durante el rectorado del Dr. Gonzalo Aguirre Beltrán (de diciembre de 1956 a diciembre de 1959), la Imprenta Universitaria (creada en 1952) se transformó en Departamento Editorial bajo la dirección de Sergio Galindo, e inició, en enero de 1957, la publicación de La Palabra y el Hombre, revista oficial de la Universidad, destinada a promover la difusión de los estudios científicos y humanísticos. Con la aparición de La Palabra y el Hombre comenzó, con gran éxito, la actividad editorial de nuestra casa de estudios. En diciembre de 1962, apareció el número 24 de la primera época, y el número 25 incluía ya la leyenda "segunda época", sin ningún cambio en la revista: el Consejo Editorial mantuvo a sus mismos integrantes y la publicación continuó siendo dirigida por Sergio Galindo. La segunda época vio su fin con el número 32 (octubre-diciembre 1964), en el que Sergio Galindo terminó sus funciones como director de la revista. Durante los ocho años que él estuvo al frente de La Palabra..., ésta llegó, sin exagerar, a todo el mundo: de Canadá a Chile y de España a Pekín. La salida del fundador no menguó la calidad de la misma ni su proyección al exterior, dado que mantuvo su política de divulgación de las letras y el pensamiento.2

Fue también en 1958 cuando con la publicación de Polvos de arroz, del mismo Sergio Galindo, las prensas universitarias abrieron una importante alternativa para los entonces jóvenes escritores de México e Hispanoamérica, la colección Ficción, que representa encomiablemente la tarea editorial de la UV, encabezada hace 50 años por la labor editorial de Sergio Galindo, quien logró agrupar, bajo un mismo sello editorial, a los escritores más representativos de la segunda mitad del siglo XX: los narradores y poetas de la generación de medio siglo como Juan García Ponce, Elena Garro, Sergio Pitol, Juan Vicente Melo y José de la Colina; las voces de la disidencia intelectual, entre los que destacan Rubén Salazar Mallén, José Revueltas, Juan de la Cabada, Eraclio Zepeda, o que portaban la experiencia de los grupos marginales emergentes como Rosario Castellanos, Carlo Antonio Castro, María Lombardo de Caso; los autores españoles antifranquistas, Max Aub, Luis Cernuda, Rosa Chacel, Tomás Segovia; los creadores noveles en ese tiempo como Jaime Sabines, Elena Poniatowska, Luisa Josefina Hernández y Emilio Carballido, y los jóvenes latinoamericanos escasamente conocidos, cuya obra estaría destinada a ocupar lugares altos en la historia literaria continental: Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Haroldo Conti, Juan Carlos Onetti.

La importancia que reviste este proceso estriba en las repercusiones que habrá de proyectar en la historia de la literatura hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Esta influencia queda de manifiesto en el hecho de la colección contiene no sólo las primeras obras producidas por los grandes escritores de la época, sino también textos inaugurales para la tradición literaria, como Los funerales de la mamá grande, de García Márquez; Dormir en tierra, de José Revueltas; La semana de colores, de Elena Garro, y Cuentos de Ciudad Real, de Rosario Castellanos, entre otros.3

Hablar de la Colección Ficción, a 50 años de existencia de tan importante proyecto editorial, significa, pues, hablar de una historia viva que fue animada por un editor verdadero: Sergio Galindo.

Durante el rectorado de Gonzalo Aguirre Beltrán, la Imprenta Universitaria se transformó en Departamento Editorial.
( Foto: Acervo de la Fototeca de la UV)
1 Profesor de la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruzana, traductor y crítico literario.
 

2 Al relevo de Sergio Galindo llegó el maestro César Rodríguez Chicharro, quien inició sus funciones como director con el número 33 (enero-marzo 1965). Con el número 1 de la nueva época (enero-marzo 1972) volvió a iniciar la actividad editorial. Se puso gran énfasis a las letras mexicanas y a la investigación antropológica, línea que habrían de seguir los futuros directores. En el primer número de 1975 (el 13) apareció ya como nuevo director Mario Muñoz, quien estuvo al frente de la revista durante diez números, hasta 1977, año en que es sucedido por Juan Vicente Melo, el cual dirigió la revista hasta el número 29, aparecido en 1979. Luego llegó a la Dirección Editorial Luis Arturo Ramos, quien tomó a su cargo La Palabra... hasta 1986. Con un número doble, 59-60, dedicado a Sergio Galindo, tomó las riendas de esta publicación Raúl Hernández Viveros, quien permaneció al frente de ella hasta el número 96, cuando es nombrado Guillermo Villar para ocupar la dirección. Posteriormente, el poeta Jorge Brash dirigió la revista hasta 2006. Ahora corren tiempos nuevos.

3 Para ampliar el panorama aquí esbozado, lea la presentación que a la edición conmemorativa del cincuentenario de la colección Ficción escribió Efrén Ortiz en uno de los números recientes de la colección Cuadernos de Texto Crítico, del Instituto de Investigaciones Lingüístico Literarias de la UV