Abril-Junio 2007, Nueva época Núm.102
Xalapa • Veracruz • México
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La Editorial de la UV allanó el camino a escritores en ciernes, ahora universales

Dunia Salas Rivera

Sergio Galindo, su fundador, fue rara avis en un medio mezquino, hipócrita, mercantilizado y conflictivo: Luis Arturo Ramos


Tres ex directores de la Editorial de la UV: Juan Vicente Melo, Sergio Galindo y Luis Arturo Ramos.
(Foto: Héctor Vicario)

Sin duda, una figura importante para la labor editorial que la Universidad Veracruzana (UV) ha desarrollado desde 1957, año en que surgió su principal publicación, La Palabra y el Hombre, ha sido Luis Arturo Ramos. Este narrador y ensayista veracruzano, después de haber estudiado la carrera de Letras Españolas, regresó como funcionario a esta casa de estudios para desempeñarse como jefe de Publicaciones bajo la gestión de Sergio Galindo. De esta relación, caracterizada por la fe y confianza de uno, así como la admiración del otro y el respeto de ambos, surgió una sólida y entrañable amistad que, años más tarde, beneficiaría enormemente la tarea de la Editorial de la Universidad Veracruzana, que este 2007 celebra su 50 aniversario.

En esta entrevista, el ganador del Premio Colima en dos ocasiones habla tanto de su llegada a la Universidad –la cual estuvo enmarcada por una etapa de grandes transformaciones históricas: el crecimiento de la UV, la competencia editorial, el movimiento estudiantil de 1968 y sus repercusiones en el campo editorial– como de las dificultades que conlleva el trabajo editorial y de la gran experiencia que le dejó el hecho de trabajar al lado del fundador de la Editorial de la UV y de la revista La Palabra y el Hombre.

Asimismo, en este número especial de Gaceta, dedicado a los 50 años de la Dirección General Editorial de la UV, Luis Arturo Ramos muestra la faceta más humana de dicho escritor destacable en la historia de la literatura veracruzana, nacional e, incluso, latinoamericana: Sergio Galindo, quien tuvo el acierto de abrir las puertas a autores universales cuando iniciaban sus carreras: Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Luisa Josefina Hernández, Emilio Carballido, José Revueltas, Elena Garro, Eraclio Zepeda, Sergio Pitol, Juan Carlos Onetti, Elena Poniatowska, José de la Colina y al mismo Luis Arturo Ramos, entre muchos otros. Además, el autor de Violeta-Perú nos hace testigos de cómo la Editorial de la UV ha sido el espacio donde la obra de escritores de diversas partes del mundo ha convergido y acrecentado el pensamiento y la cultura de los veracruzanos.

Luis Arturo Ramos llega a la Universidad Veracruzana en un momento histórico fundamental. ¿Cuál era el contexto político y económico que enmarcó su llegada a la Editorial de la UV como funcionario?
En 1969, llegué a la Universidad a estudiar en la Facultad de Letras Españolas en un momento en que la institución comenzó a crecer de una manera muy acelerada; además, tenía que ser eco de lo que estaba sucediendo en el país.

La UV era muy señalada en las facultades y áreas de Humanidades: Música, Antropología, Letras. En ese contexto se crearon las carreras de Sociología e Historia. Fue una etapa de crecimiento de las universidades públicas que correspondía también a una nueva dinámica dentro del país: el movimiento del 68, el arribo de los nuevos partidos, la reforma política que promovió Jesús Reyes Heroles.

A raíz de los acontecimientos que envolvieron al Movimiento Estudiantil de 1968 se canceló prácticamente toda la producción editorial de la Universidad Veracruzana, y en 1979, a instancias de Sergio Galindo y siendo ya rector Gonzalo Aguirre Beltrán, se replanteó la necesidad y la obligación de rescatar a la Editorial de la UV. De esta manera, Sergio fue designado como director editorial y él, a su vez, me nombró jefe de publicaciones y director de La Palabra y el Hombre.

En ese entonces, México ya era otro y había una gran competencia entre las editoriales privadas, que ya eran muchas, a diferencia de la primera época, cuando había acaso cinco editoriales en todo el país y, por supuesto, las editoriales universitarias, como la de Puebla, Sinaloa y Zacatecas, por citar algunas. Por lo tanto, era lógico que nosotros tuviéramos que enfrentar esa nueva dinámica política y económica; así que cuando Sergio Galindo refundó la Dirección Editorial de la UV, ubicó las oficinas en la Ciudad de México, porque ahí estaba el 50 por ciento de todas las librerías del país (y esa es la razón por la cual la oficina de distribución y ventas sigue estando ahí). Ya eran los años setenta y había mucha actividad política en el ámbito nacional: la guerrilla, la guerra sucia y otros hechos que obligaron a que todo se recompusiera… y de alguna manera la UV no podía
quedarse atrás.

A raíz del Movimiento del 68 se canceló casi toda la producción editorial de la UV, y en 1979, a instancias de Galindo y siendo ya rector Gonzalo Aguirre, se replanteó la necesidad de rescatar a la Editorial. Sergio fue nombrado director editorial. Él ubicó las oficinas en el DF, porque ahí estaba el 50 por ciento de todas las librerías del país. Eran los años setenta, había mucha actividad política y económica en el país (…) y la UV no podía quedarse atrás

En 1972, también a instancias de Sergio Galindo, que entonces era jefe del Departamento Editorial de Bellas Artes en la Ciudad de México, se reinauguró la nueva época de La Palabra y el Hombre, por eso digo que participé en esta refundación. En 1979, cuando trabajaba como profesor visitante en la Universidad de Texas, regresé a Xalapa para fungir como jefe editorial; Sergio Galindo era el director editorial. La Dirección Editorial tenía tres departamentos: el de Impresos, a cargo de Rosaura Romero, quien había trabajado con Galindo desde la fundación; el de Distribución y Ventas, que estaba en la Ciudad de México, y el de Publicaciones, cuyo titular era yo.

En 1988, Salvador Valencia fundó la Dirección General Editorial, y yo fui nombrado director general editorial. Me tocó, entonces, establecer ciertas políticas editoriales y llenar algunos vacíos que existían. Se fundó, por ejemplo, la revista La Ciencia y el Hombre, hermana de La Palabra y el Hombre. Esta última estaba orientada hacia el Área de Humanidades, y en los primeros números se publicaba literatura, filosofía, antropología, arqueología, textos sobre música y arte. Pero no había ese equivalente en las otras áreas, y la UV no sólo había crecido, sino que también se había descentralizado: se crearon las Vicerrectorías y hubo un auge de la ciencia, de las carreras técnicas. Por ello, se fundó La Ciencia y el Hombre, que se convirtió en otra de las figuras señeras, un espacio dedicado a la ciencia y a la tecnología. Luego, tratamos de fundar también algo que tuviera que ver con las ciencias administrativas, pero no se pudo, a pesar de los intentos. La idea era que hubiera tres publicaciones que fueran las puntas de lanza de las disciplinas que conforman las áreas académicas de la UV.


Luis Arturo Ramos, Silvia Molina y Federico Patán, durante el Congreso Nacional de Novela Mexicana, organizado por la UV, entre otras instituciones.
Usted fue una de las personas más cercanas a Sergio Galindo, no sólo en el aspecto laboral, sino también en el personal, lo cual, acaso sin pretenderlo, benefició enormemente a la Editorial de la UV y a su principal publicación, La Palabra y el Hombre. ¿Cómo se dio y cómo definiría esta amistad?
Cuando estaba estudiando Letras y me dijeron que fuera a México para ver si podían publicar un libro mío, yo sabía quién era Sergio Galindo. Al llegar, le dije a la secretaria: "Soy de Xalapa", y ella me dijo que no me fuera, que sí me iba a recibir, pero que tenía que esperar. Luego, Sergio salió y no me atendió, sólo me pidió que lo acompañara al aeropuerto a recibir a su hija. El no haberme recibido en su oficina –lo cual me hubiera impresionado mucho– fue muy relajado. Así, en 1972, mis cuentos fueron publicados en el número dos de la nueva época de La Palabra y el Hombre. Posteriormente, mandé mi primer libro de cuentos, El tiempo y otros lugares, al Premio de Cuento San Luis Potosí, en el que Galindo fue jurado, y donde resultó con mención honorífica. Luego, un amigo le dio mi novela Violeta-Perú; Galindo me llamó, me invitó a comer a su casa y me dijo: "Necesito un jefe de publicaciones. Dime en este momento si vienes a trabajar conmigo".
Inmediatamente le dije que sí y viajé de Estados Unidos a Xalapa. Violeta-Perú apareció en los primeros cinco títulos de la refundación de la Editorial de la UV.
Para mí, Galindo fue un amigo, un consejero y un maestro. Siempre mostró un respeto absoluto hacia mi concepto de lo que era la labor editorial (…) Cuando había cosas de mi trabajo que no le gustaban me decía que tenía derecho a cometer errores, y cuando algo le gustaba lo expresaba. Le tuve un gran respeto no sólo por su trabajo como editor, sino también como escritor que estuvo más allá de la mercadotecnia
Con este antecedente fue más fácil publicar Intramuros, novela que le di a Luis Mario Schneider, dueño de la Editorial Oasis, quien la aprobó. Sergio se enteró y me reclamó por no habérsela dado para la UV; le expliqué que al ser yo de casa no me parecía prudente, pero él no pensaba así, y habló con Schneider y éste se la dio. Otro de los privilegios que tuve es haber ido a su casa de la colonia Nueva Anzures. Me invitaba a comer y me leía sus textos. Yo le oí Otilia Rauda antes de leerla, al igual que muchos de sus cuentos. Además, era un magnífico lector: se sentaba con su cigarro en la mano –lo que desgraciadamente le cobró la vida prematuramente– y leía con volumen alto entonando la voz narrativa, los diálogos, las voces de los personajes masculinos, femeninos, de niños; y en ese momento se daba cuenta de que el texto necesitaba otra palabra. Esta prerrogativa de ver cómo trabaja el escritor no sucede siempre.

Para mí, Galindo fue un amigo, un consejero y un maestro. Cuando yo era director de La Palabra y el Hombre siempre mostró un respeto absoluto hacia mi concepto de lo que era la labor editorial, incluso hacia lo que debía ser la personalidad del director de la revista. Cuando había cosas de mi trabajo que no le gustaban me decía que tenía derecho a cometer mis propios errores, y cuando algo le gustaba lo expresaba. Le tuve un gran respeto no sólo por su trabajo como editor, sino también como escritor que estuvo más allá de la mercadotecnia. Siempre me llamó la atención el hecho de que otros autores con tanta calidad como la de él, y a veces hasta un poquito menos, tuvieran tanto cartel. Sergio era un gran escritor; además destacaba su gran generosidad, principalmente con los escritores jóvenes, en especial con aquellos en quienes creía. Galindo fue rara avis en un medio tan mezquino, hipócrita, mercantilizado y conflictivo. Por eso, en todos los sentidos, me parece una figura emblemática, un modelo a seguir en cuanto a dignidad literaria.

En 1994, se instauró el Consejo Editorial de la UV, y Luis Arturo Ramos fue nombrado presidente del mismo

Y como editor ¿qué se le debe reconocer a Galindo?
Como editor hay que destacar su visión de apertura, su gran generosidad, su apuesta a favor de la literatura, más que a los grupos políticos o a intereses ajenos. Era un enamorado de la literatura, un excelso escritor y un gran lector, y eso lo demostró en la primera época de La Palabra y el Hombre. Y aunque tenía un estilo muy particular y reconocible, no le daba la espalda a otro tipo de propuestas literarias, precisamente por su gusto tan pulido como lector. También hay que destacar que esta labor editorial tuvo un apoyo irrestricto en las administraciones de Alberto Aguirre Beltrán y de Roberto Bravo Garzón.

Uno de los grandes aciertos que tuvo el autor de Otilia Rauda fue publicar obras de escritores desconocidos, quienes, después de aparecer bajo el sello de la UV, iniciaron una carrera en ascenso que los llevó a ser los autores consagrados de hoy: Sergio Pitol, Juan Vicente Melo, José de la Colina, Elena Poniatowska, José Revueltas, Gabriel García Márquez…
Si digo que Sergio Galindo es una figura fundamental, no sólo me refiero a su calidad humana o a su generosidad sin distinciones, sino también a su apuesta por la literatura joven. Muchos escritores ahora consagrados son muestra de ello. Y gracias a esa visión se publicaron libros fundamentales para la literatura.

Esta idea de expandirse al mundo se dio en la Xalapa de los años cincuenta. La capital dejó de ser provincia, entre otras cosas, por su Editorial que se abrió al mundo, y aunque todavía tenía ciertas cosas de carácter provinciano, éramos universales en las publicaciones. Y es que no hay que perder de vista que la Editorial de la Universidad Veracruzana subsiste con los impuestos de los veracruzanos, de ahí que se desprenda una obligación para con su comunidad, el pensamiento y la creación de conocimiento en general. Quien la dirija no se puede manejar como si se tuviera una empresa, donde el valor fundamental son las utilidades; no se le puede dar la espalda a la sociedad, mucho menos a la comunidad universitaria. Esto lo entendió muy bien Sergio, quien se atrevió a publicar obras de autores inéditos, a diferencia de otras editoriales que publicaban libros de gente ya conocida, porque de alguna manera esto representaba
un éxito.

Sergio era un gran escritor; además destacaba su gran generosidad, principalmente con los escritores jóvenes, en especial con aquellos en quienes creía. Galindo fue rara avis en un medio tan mezquino, hipócrita, mercantilizado y conflictivo. Por eso, en todos los sentidos, me parece una figura emblemática, un modelo a seguir en cuanto a dignidad literaria

Por otra parte, hay que reconocer que no había muchas editoriales y que a la UV llegaron autores de gran calidad, entre ellos Juan Vicente Melo, José de la Colina, Tomás Segovia, Vicente Leñero, Rosario Castellanos, Elena Garro, Juan García Ponce, Jorge Ibargüengoitia, Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Luisa Josefina Hernández, Emilio Carballido, José Revueltas, Eraclio Zepeda, Sergio Pitol, Juan Carlos Onetti, Elena Poniatowska… aparte de los locales como Ramón Rodríguez, Carlo Antonio Castro, Dagoberto Guillaumín o Francisco Beverido, todos importantes para la literatura veracruzana e, incluso, nacional.

Sin embargo, ahora son más importantes las ventas, por ello se sacrifica la calidad (aunque no se trata de que las editoriales vayan automáticamente en números rojos). Pero, en aquella época, los libros, además de tener una gran calidad, se distribuían y se vendían. Esta visión de dejar de lado lo mercantil y las famas espurias fue lo que caracterizó a la Editorial de la UV durante la gestión de Galindo. Ésta fue la modernidad bien entendida de Galindo, el cual tuvo un gran respeto por la calidad y el servicio social que una universidad pública como la UV tiene que dar a la comunidad, pero gracias también a Aguirre Beltrán, rector que permitió esa apertura universal.

Otro de los grandes aportes que la Editorial de la UV ha dado al conocimiento ha sido la traducción de libros fundamentales para la literatura…
Y no sólo para la literatura, pues se han traducido importantes libros de diversas disciplinas humanísticas, textos antropológicos, de ciencias jurídicas; se incorporaron autores fundamentales como José Gaos, María Zambrano, Ryszard Kapuœciñski… Aquí cabe destacar la labor importantísima que, por una parte, hizo Sergio Pitol en La Palabra y el Hombre, donde se editaron a muchos autores, principalmente de Europa del Este, y por otro, Mario Muñoz, cuyas traducciones sirvieron para conocer, incluso en el ámbito nacional, a muchos escritores polacos desconocidos hasta entonces, como Jaroslaw Iwaszkiewicz, Jerzy Andrzejewski, Kazimierz Brandys y Ryszard Kapuœciñski.

Si digo que Galindo es una figura fundamental, no sólo me refiero a su calidad humana, sino también a su apuesta por la literatura joven. Muchos escritores ahora consagrados son muestra de ello. Y gracias a esa visión se publicaron libros fundamentales para la literatura. Esta idea de expandirse al mundo se dio en la Xalapa de los años cincuenta. La capital dejó de ser provincia, entre otras cosas, por su Editorial que se abrió al mundo, ¡éramos universales en las publicaciones!

¿Qué significó haber publicado en la Editorial que tú mismo impulsaste?
Cuando Sergio Galindo me invitó a ser el responsable de las publicaciones de la UV, también lo hizo porque le interesaba que yo publicara, y lo hice con el libro Violeta-Perú, que posteriormente ganó el Premio de Narrativa Colima para Obra Publicada. Esta edición, que se agotó (ya se han tirado tres ediciones más en otras editoriales), fue muy importante para mí, así como entrar al medio literario con el respaldo de la Universidad Veracruzana y, especialmente, de Sergio Galindo.
Además, publicar en la UV me dio un sentido de pertenencia. Soy muy regionalista, siempre digo que soy de Veracruz, me refiero a la UV como mi universidad porque me siento parte de ella. Y así fue con los cinco grandes autores de esa época: Jorge López Páez, Emilio Carballido, Juan Vicente Melo, Sergio Galindo y Sergio Pitol (el más joven de ellos); todos regresaron a Veracruz, todos publicaron en la Editorial de la UV y, salvo López Páez, todos tuvieron que ver con ella de una forma u otra como funcionarios. Tanto a ellos como a mí nos ha importado mucho que se sepa que somos escritores veracruzanos. No sé qué tienen estas tierras que nos hacen regresar: hay un cordón umbilical que nos une a Veracruz.

Desde que, en 1948, la UV inició su labor editorial, sus colecciones –como Ficción, Biblioteca, Textos Universitarios, Tesitura– han sido el vehículo idóneo para la difusión del trabajo docente, de investigación, estudiantil y artístico. ¿Cuáles fueron el contexto y los motivos bajo los cuales iniciaron las colecciones creadas bajo su gestión?
Con la colección Textos Universitarios pretendimos apoyar a la docencia. La intención era elaborar textos manuales para que fueran consumidos por los estudiantes y apoyaran ciertos cursos, la currícula académica de la Universidad Veracruzana. Eran libros dignos, bien hechos, pero relativamente de bajo precio para que el estudiante tuviera la oportunidad de adquirirlos. Algunos de estos libros ya tienen hasta cuatro ediciones.

Tesitura surgió porque, a pesar de que los músicos podían publicar textos ensayísticos en La Palabra y el Hombre, no había un espacio para las creaciones de los compositores.

Así fue como se creó esta colección. En ella se editaron libros de técnicas musicales, composiciones, ejercicios musicales y muchas propuestas novedosas.
Luna Hiena fue una colección creada por Ángel José Fernández, para los jóvenes poetas. Tenía un formato de corte artesanal muy bonito. También hay que mencionar los números monográficos sobre historia y literatura, que ahora están totalmente agotados. Ahí se publicaron unas traducciones de Carlo Antonio Castro sobre poesía japonesa, un libro que incluía la grafía de ese idioma, su transliteración a la fonética castellana y la traducción. Estos fueron textos monográficos bellos que interesaron a públicos muy definidos.

Además, seguimos apoyando las colecciones fundamentales: Ficción, mediante la cual se ha llevado lo mejor de la literatura al país y al mundo; Biblioteca, para los textos de Humanidades, y Divulgación, con la que pretendíamos publicar textos relacionados con otras áreas, como administración, contaduría, economía, entre otras. Tanto Ficción como Biblioteca fueron colecciones fundamentales en el pensamiento mexicano creador de la literatura mexicana y latinoamericana.
Jóvenes autores, mexicanos y extranjeros, publicaron ahí: Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez, María Zambrano, José Revueltas, Juan Carlos Onetti, José Gaos, Eraclio Zepeda, Emilio Carballido… Grandes filósofos, antropólogos, arqueólogos, historiadores y creadores han publicado en Ficción y en Biblioteca. Grandes títulos como Diario de Lecumberri, Dormir en Tierra, Benzulul, La calle de Valverde, Los funerales de la mamá grande, El Norte y Polvos de arroz, entre muchos otros, fueron ediciones austeras, pero sólidas y robustas.

Ahora los tiempos son distintos, ha entrado un afán mercantilista excesivo. Por ejemplo, el librero –que es un comerciante que vive de vender sus libros– es muy renuente a recibir el libro universitario; y es cierto que no está obligado a poner lo que uno le lleve, más bien pone lo que cree que se va vender. Por otra parte, las grandes editoriales transnacionales llegan a corromper este circuito ofreciendo a los libreros el 70 por ciento de las ganancias, algo imposible para las editoriales universitarias. Por ello, hay que ver que ésta no es una circunstancia fácil para el libro universitario.

Además, el mercado del libro privado está completamente mercantilizado. Se privilegian obras que son de fácil venta, por eso ahora el gran juez es el mercado. Pero el que se vendan más de 50 mil ejemplares de un libro no lo hace bueno.

En La Palabra y el Hombre han participado personalidades asociadas a los movimientos más avanzados del pensamiento humanista en Latinoamérica, y se ha distribuido en todo el mundo: de Canadá a Chile y de España a Pekín. Esto la convierte –entre otros motivos– en la principal publicación periódica de la UV, la cual tiene ya con más de 140 números editados. ¿Cómo ha cumplido con el objetivo de ser un órgano cultural para la expresión de la diversidad y la creación humanas?
Cuando la fundó Sergio Galindo, en 1957, era la única revista de su género publicada en provincia, y no había muchas en la Ciudad de México. Por eso fue un hecho insólito el que una publicación de este tipo saliera del Distrito Federal y que tuviera esta tendencia de apertura hacia las humanidades y hacia aquellos que eran los nuevos antropólogos, sociólogos, filósofos.

Es la única revista que, desde su inicio y a pesar de sus altibajos, se ha sostenido y ha sido muy bien recibida, en gran parte gracias al esfuerzo de cada uno de los directores, desde Sergio Galindo, en sus dos épocas; posteriormente, con César Rodríguez Chicharro, quien inició sus funciones como director en 1965; después con Mario Muñoz, Juan Vicente Melo y un servidor; hasta Raúl Hernández Viveros, Guillermo Villar y Jorge Brash. Y es que publicar en La Palabra y el Hombre era una garantía de la calidad de lo que se publicaba. Además de una revista en toda la extensión de la palabra, porque revisa lo que ocurre, ofrece y propone, fue un escaparate para los estudios, las tendencias, los nuevos criterios.

De 1968 a 1972 no se publicó nada, pero en este año Galindo rescató la revista. En 1986, cuando llegué a dirigir la nueva época de La Palabra…, me di cuenta de que todos los investigadores, especialmente los de Humanidades, eran nuevos y estaban jóvenes: Carmen Blázquez, Soledad Morales, Ricardo Corzo y otros; no obstante, los invitamos a colaborar porque estaban impulsando un trabajo fundamental. Y en Letras sucedía lo mismo, así como con los artistas plásticos. En este sentido, tratamos de incorporar a los pintores, fotógrafos, grabadores, fotógrafos, etcétera, para que ilustraran nuestras publicaciones y, con ello, rebasar el concepto de ilustración.

Por otra parte, vimos que había la necesidad de publicar números monográficos, que precisamente son los que están agotados. Hicimos uno fundamental sobre los estridentistas –que ya no se puede encontrar por ningún lado–, otros que coordinaron los historiadores, un número dedicado a Sergio Galindo por sus 60 años de edad y otro sobre Flaubert. Queríamos abrir las posibilidades, y hasta pagábamos las colaboraciones, claro, en la medida de nuestras posibilidades. Habíamos conquistado ese terreno y esos espacios: el trabajo académico en revista se pagaba.

¿Cuáles son las dificultades a las que se enfrentan las editoriales universitarias actualmente?
Principalmente, a las grandes editoriales transnacionales, sobre todo las españolas, que son dueñas de todas la editoriales y que están imponiendo mercados, criterios.
Y es obvio que no podemos competir contra ellas. La UV no puede pagar un anuncio en la televisión, tampoco comprar a un locutor para que diga: "Ya leí este libro y es muy bonito", y al otro día la clase media, que cree que la obra ya está sancionada, va y lo compra. Otro gran problema es el de la distribución, aunado al poco hábito de la lectura, que es un lugar común pero cierto, y a la obligación que tienen las universidades de publicar determinados libros que no son fácilmente vendibles.