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August
Johan Strindberg nació y murió en Estocolmo; respectivamente:
el 22 de enero de 1849 y el 14 de mayo de 1912. Vio la luz en una
vieja residencia de Riddarholmen, en la parte más antigua
de la ciudad. Su padre, de nombre Oskar, era un comerciante pobre,
aunque de familia burguesa. Su madre había sido sirvienta
antes de convertirse en ama de llaves, luego en amante y, por último,
en esposa de Oskar; de aquí el título que más
tarde dará Strindberg a su gran narración autobiográfica:
El hijo de la sierva. Poco después de su matrimonio, Oskar
se hundió en la bancarrota. Según sus propias confesiones,
la infancia de August fue triste. Muy pronto tomó conciencia
del contraste imperante entre las clases superiores y las inferiores.
Su padre volvió a casarse tras la muerte de su primera mujer.
El joven Strindberg no supo entenderse con su madrastra, y soportó
de mala gana la seve-ra autoridad del padre. La adolescencia del
futuro escritor, menos triste quizás, estuvo marcada por
varias crisis morales y religiosas. Strindberg fue pietista en una
época, luego leyó con pasión los folletos de
un predicador unitario: Parker. La confirmación de la iglesia
luterana lo decepcionó, al no aportarle los arrebatos místicos
esperados. Frente a su profesor de religión, hizo también
el papel de un rebelde.
En 1867 comenzó sus estudios superiores en Upsala, pero se
adaptó muy mal al ambiente universitario; pasó por
graves apremios financieros y no pudo sobrellevar sus estudios con
normalidad. Se abre aquí un pe-ríodo de búsquedas,
no sabe por qué profesión inclinarse: se gana la vida
como docente y participa muy modes-tamente como actor en el Teatro
Real, sueña con convertirse en médico. Una sola vocación
se afirma en él: la de autor dramático. Desde fines
de 1869 se entrega a la escritura de una tragedia en verso: El fin
de la Héla-de, premiada por la Academia sueca. Ese mismo
año recibe una pequeña herencia que le permite seguir
sus estudios en Upsala. Funda la asociación Runa, consagrada
al culto del ideal y el pasado nórdicos. Lee con pa-sión
a Byron y se impregna del pensamiento de Kierkegaard. Si literalmente
su estancia en Upsala es fecunda —Strindberg escribe tres
dramas: El librepensador, En Roma y El proscrito-—, el joven
autor no goza de esta-bilidad psicológica. Se pelea con su
familia. No lleva a buen puerto sus estudios, abandona Upsala sin
haber obtenido título universitario alguno. Se hace periodista
y se instala en Estocolmo en 1872, resuelto ganarse así la
vida. Pero frecuenta sobre todo a los artistas y comparte su existencia
irregular. Él mismo se revela como un talentoso paisajista,
dueño de gran vigor y originalidad. Y sus primeras obras
maestras comienzan a ma-durar: Mäster Olof y El cuarto rojo.
En 1874 entra como adjunto en la Biblioteca Real, donde se entrega
a pes-quisas eruditas que no van en desmedro de sus actividades
como publicista y escritor.
En 1876 conoce a la baronesa Wrangel —de soltera: Siri von
Essen— y a su marido, un funcionario del go-bierno. Siri admira
a Strindberg por su condición de dramaturgo, y sueña
con subir a las tablas. Strindberg se enamora de la baronesa, quien,
luego de divorciarse, se casa con él el 30 de diciembre de
1877, tras una larga serie de episodios extraños, que los
relatos autobiográficos del escritor, en especial el Alegato
de un loco, han fielmente conservado para nosotros. Los primeros
años de matrimonio, al parecer, fueron dichosos. Hacia 1880,
el horizonte comienza a nublarse un poco debido a las desavenencias
de la pareja, cuyos ecos se reflejan en el drama La mujer de Sire
Bengt. Ya entonces Strindberg toma posición ante las tesis
de Visen, muy favo-rables a la causa del feminismo. Strindberg inicia
en esa época la publicación de relatos históricos
que reme-mo-ran el pasado nacional del pueblo sueco. Para él,
la historia de Suecia se confunde con la de la gente humilde, cuyo
sufrimiento y sacrificio jamás deben ser olvidados. Strindberg
pone muy pronto en peligro la popularidad que le deparan esos excelentes
relatos. Publica, en efecto, El nuevo reino, novela satírica
que ridi-culiza a la sociedad sueca y a las instituciones parlamentarias
recién instauradas, pero que encierra además desagradables
(y transparentes) alusiones personales.
El equilibrio nervioso del poeta se muestra inestable a partir de
1883. Su susceptibilidad enfermiza le lleva a alejarse de Suecia
llevándose consigo a su familia. Reside primero en Gretz,
cerca de Fontainebleau, en el seno de una pequeña colonia
de artistas escandinavos, luego en Passy, y por último en
Neuilly. Hace serios esfuerzos para comprender la vida espiritual
de Francia y para asimilar muy a fondo el francés. Escribe
en diversas revistas parisienses. Luego se traslada a la Suiza de
lengua francesa, a Ouchy, luego a Chexbres. Publica en 1884 una
recopilación de novelas cortas, Casados, que habría
de provocar tempestades; en efecto, en uno de esos relatos Strindberg
habla irreverentemente de la cena luterana. Citado ante un tribunal
en Estocolmo, Strindberg comparece y se defiende muy bien, quedando
absuelto. Sin embargo su actitud antife-minista, más acusada
aún en una segunda recopilación de narraciones (Casados,
II, 1885), inquieta lo mismo a Bonnier, su editor, que a los escritores
de tendencia radical o naturalista de la “joven Suecia”.
Hasta ese momento, pensador de tendencia humanitaria, respetuoso
de Cristo y de sus enseñanzas, si se excluyen algu-nas estridencias,
creyente en dios, Strindberg evoluciona de modo rápido y
desconcertante durante esos años de prueba; así, primero
es radical, aproximándose a los hermanos Brandes (los pontífices
del radicalismo da-nés y escandinavo), pregonando su ateísmo,
proclamando su fe en la ciencia, deseoso de componer una obra positiva
más bien que de brillar por su imaginación (muy rápidamente,
en las inmediaciones de los años no-venta, se inclinará
por un aristocratismo intelectual, alejándose entonces del
socialismo). Para manifestar su fervor positivista, redacta sus
Confesiones (sólo conoce verdaderamente a un ser humano,
él mismo, además admira profundamente a Rousseau);
1886 es el año en que aparecen La hija de la sierva y Fermentación,
se-guidas de El cuarto rojo y de El escritor (redactadas ese mismo
año pero publicadas en 1887 y 1907, respecti-vamente); emprende
en 1886 también un viaje de estudios a Francia, buscando
compenetrarse con los trabaja-dores del campo. Ca-da vez más
inestable, el poeta cambia a menudo de residencia; es a orillas
del lago Cons-tanza donde, presa de nostalgia por el archipiélago
de Estocolmo, escribe una de sus mejores novelas: Los habitantes
de Hemsö; también allí compone El padre, y obliga
a su mujer e hijos a compartir su vida errante e incierta. La armonía
ha dejado progresivamente de reinar en el seno de una familia tras
haber conocido cerca de siete años de dicha.
El antifeminismo y el ateísmo de Strindberg chocan con Siri.
Lamenta que su marido le haya impedido seguir una carrera como actriz,
en la que ella fundaba sus mayores esperanzas. Strindberg quien,
en esa época, según las opiniones de algunos psiquiatras,
atravesaba por una crisis de tipo paranoico, detestaba a varias
personas cercanas a su mujer, sobre todo a Marie David, quien, según
él, encarnaba el fe-minismo en lo que éste tiene de
más funesto, y que sirvió de modelo para el personaje
de Abel en Las camara-das, pues sospechaba que Siri lo engañaba.
Es en esa atmósfera de sospecha y de conflicto en que son
concebi-das y compuestas las obras maestras dramáticas de
la época naturalista: El padre, La señorita Julia,
Acreedo-res y toda una serie de piezas en un acto, en particular
Bandet y La más fuerte.
La lectura de El padre había suscitado en Émile Zola
más inquietud que admiración sincera. En cambio, Nietzsche,
con quien Strindberg había entrado en contacto gracias a
Georg Brandes, apreciaba bastante ese drama, y los dos hombres entablaron
una correspondencia a la que sólo puso fin el colapso del
filósofo en 1888. Strindberg descubrió en las teorías
de Nietzsche (especialmente en la noción de “superhombre”),
una justifica-ción de su propia filosofía, que se
inspiraba además en los resultados procedentes de la psicología
y de la psi-quiatría de esa época. Strindberg funda
su concepción de las relaciones humanas en la noción
de desigualdad psíquica entre los individuos y en la importancia
de la sugestión en la vida social; toda vida social es lucha,
según él, y en “la lucha de cerebros”,
es siempre el ser psíquicamente más fuerte el que
se impone; la lucha, muy ruda, puede culminar en “una muerte
psíquica” (así en sus ensayos titulados Vivisecciones).
Pero Strind-berg, obsedido por esas ideas altivas, presa por otra
parte de celos y temores, imponía a los suyos una vida cada
vez más penosa.
Había a menudo que cambiar de domicilio. Del otoño
de 1887 a la primavera de 1889, Strindberg habitó en Copenhague,
o en sus afueras. Volvió allí para tratar de crear
un teatro experimental escandinavo en la capital danesa, luego retornó
a Suecia para instalarse en el archipiélago de Estocolmo,
don-de cambió varias veces de isla. Siri trató de
preservar lo más posible la existencia hogareña, pero
Strindberg se volvió cada vez más receloso y ofensivo;
la miseria iba en aumento, pues los editores y los directores teatra-les
de Suecia no mostraban ninguna premura por aceptar las obras de
ese poeta de reputación inquietante. Finalmente, Strindberg
se separó de su mujer y abandonó, no sin un terrible
desgarramiento, a sus hijos, con quienes estaba muy enlazado. El
divorcio fue pronunciado en 1891.
Strindberg se fue a vivir entonces a Bre-visk, consolándose
de sus miserias con la lectura de Balzac, a quien admiraba, y que
con Serafita le reveló la grandeza de Swedenborg. Pero el
aislamiento le pesaba; esta atmósfera rodea a su novela En
alta mar (1890). No esperando ya nada de sus compatriotas ni de
los daneses, Strindberg tenía la impresión de que
estaba con-denado a abandonar de nuevo Escandinavia. Deseaba volver
a Francia, pero Antoine, quien debía montar La señorita
Julia, le daba largas. Strindberg prestó oídos entonces
al llamado de su amigo, el poeta escandinavo Ols Hansson, quien
le hizo saber del aprecio que le tenía el público
alemán y, un poco de mala gana, partió hacia Berlín.
En esa ciudad Strindberg habría podido sacar provecho del
éxito que no tardó en aparecer (Los acreedores fue
representada setenta veces en el Residenz-Theater), pero sus nervios
colapsados le jugaron trastadas muy rudas; se peleó con todos
aquellos que le querían bien. Su vida privada era agitada.
Aparentaba desdeñar el naturalismo (honrado aún en
Alemania, el naturalismo parecía ya superado en Suecia, donde
Verner von Heindenstam había dado a la literatura una nueva
orientación). Strindberg se consideraba entonces más
bien un sabio que deseaba consagrar lo mejor de su tiempo a la “hiperquimia”.
Traducción
de José Luis Rivas
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