Julio-Septiembre 2006, Nueva época Núm.99 Xalapa • Veracruz • México
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Los apoyos deben otorgarse en función de la excelencia académica
Subsidios a universidades privadas de calidad harían su oferta mucho menos excluyente: UIA


Edith Escalón

Defender la existencia y el fortalecimiento de la universidad pública como única vía para impulsar el desarrollo de México ha sido la bandera de rectores, científicos y académicos en los últimos años, sobre todo por las fuertes tensiones que han experimentado debido a la reducción de los subsidios que aportan los gobiernos estatal y federal. Sin embargo, es innegable que la falta de calidad que ha marcado a muchas de ellas durante años y su imposibilidad de cubrir la creciente demanda de educación superior han llevado, por un lado, al fortalecimiento de las universidades privadas que se han ganado con los años un prestigio académico y, por otro, a la proliferación de otras que, por desgracia, sólo brindan programas de muy mala o escasa calidad.

En el marco de la XXXVII Asamblea General de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), celebrada en junio de 2006, en Boca del Río, Veracruz, José Morales Orozco, rector de la Universidad Iberoamericana, una institución de tradición jesuita y reconocimiento internacional, se pronunció por que todas las universidades del país –públicas y privadas– sean tratadas en forma semejante y sin discriminación alguna, que el Gobierno reconozca e identifique los mejores programas y a las universidades más calificadas y, sobre todo, que apoye con subsidios y otros esquemas de financiamiento la auténtica excelencia en la educación superior, exigiendo resultados de calidad y transparencia sin demagogias ni oportunismos a todas las instituciones del país.
La educación privada no tiene los recursos ni para dar cobertura ni para dar la calidad que requiere y exige la educación superior. Primero, porque económicamente depende únicamente de las colegiaturas de los alumnos y, segundo, porque a pesar de la proliferación de instituciones de educación privada, muchas de ellas no son propiamente universidades, sino centros que ofrecen algunos programas de muy dudosa calidad.
¿Cree que la educación superior privada sea la respuesta a las necesidades del país para la formación profesional?
Tal como está ahora no. La educación privada no tiene los recursos ni para dar cobertura ni para dar la calidad que requiere y exige la educación superior.
Primero, porque económicamente depende única y exclusivamente de las colegiaturas de los alumnos y, segundo, porque a pesar de que ha habido una gran proliferación de instituciones de educación privada, muchas de ellas no son propiamente universidades, sino centros que ofrecen algunos programas de muy dudosa calidad, pues igual que en las públicas hay diversos niveles y categorías.

¿A qué sí da respuesta la universidad privada?
Está supliendo lo que no puede hacer la educación pública en términos de cobertura, aunque no necesariamente en términos de calidad, precisamente porque el sistema autofinanciable de las privadas vuelve a las mejores inaccesibles para la gran mayoría. De ahí que hayan surgido tantas otras para quienes no encuentran lugar en las públicas y que, por otro lado, no tienen recursos económicos suficientes para ir a privadas de buen nivel. Ahora bien, algunas de las privadas
–como la nuestra– están respondiendo también a las expectativas de alumnos y familias que quieren tener una formación más integral, es decir, que no solamente se centran en la formación académica, sino también en la personal, en donde los valores, la formación afectiva y la religiosa toman un peso especial.
Una fortaleza de la educación privada es una mayor libertad en sus orientaciones. En general, las universidades privadas están menos politizadas; en cambio, muchas de las públicas, por los recursos que necesitan, adquieren compromisos con grupos políticos o empresariales, y casi siempre tienen que hacer alianzas que les quitan su libertad. Aunque entre las privadas hay instituciones orientadas a la ganancia, también hay otras que buscan ofrecer calidad académica y libertad de cátedra, y formar profesionistas e investigadores de
excelencia.
Desde su perspectiva, ¿cuales son las fortalezas de la educación privada frente a la educación superior pública?
Creo que una de ellas es una mayor libertad en sus orientaciones. En general, las universidades privadas están menos politizadas; en cambio, muchas de las públicas, por los recursos que necesitan, adquieren compromisos políticos con el gobernador, con el presidente municipal o con grupos políticos y empresariales, y casi siempre tienen que hacer alianzas que de alguna manera les quitan su auténtica libertad. Aunque entre las privadas hay instituciones sólo orientadas a la ganancia –y reconozco que son una gran mayoría–, también hay otras que buscan ofrecer calidad académica, brindar libertad de cátedra y formar profesionistas e investigadores de excelencia. En la Iberoamericana, quizá no tenemos inclinaciones políticas; en todo caso, nos vemos condicionados por otro tipo de factores, como los religiosos.

Uno de los mayores pendientes de las universidades privadas, y que incluso reconocieron en el encuentro, es alentar la investigación científica, el desarrollo tecnológico, la transferencia de tecnología. ¿Qué opina al respecto?
No sólo es uno de los pendientes, sino, también uno de nuestros mayores retos.

Nos interesa, claro, pero nuestra capacidad para investigar es muy limitada.

Además, reconozco que hay instituciones privadas con fines de lucro a las que no les interesa hacer investigación sencillamente porque ésta no es redituable a corto plazo, y como su fin principal es la ganancia lo que quieren es disminuir costos.

Sin embargo, te puedo decir que hay instituciones privadas –unas diez o 15 en México, entre ellas la Iberoamericana– que sí hacen investigación de calidad que está contribuyendo a crear conocimiento y no sólo transmitirlo, pero todo eso es con recursos propios, montos que no podemos comparar con los recursos que recibe la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Politécnico Nacional o la Universidad Autónoma Metropolitana. Por otra parte, los investigadores de las universidades públicas reciben estímulos por su trabajo que no tienen los de las privadas –recursos como los que otorga CONACYT a los miembros del Sistema Nacional de Investigadores–, porque de alguna manera los reconocimientos a los investigadores de las privadas son regateados o su trabajo, subestimado.

Entonces, ¿la falta de apoyos gubernamentales es lo que las hace excluyentes?
Sí, ya que, al no tener los subsidios, dependemos de las colegiaturas para subsistir.

Aquí quiero dejar claro que ofrecer acceso a la educación superior es una responsabilidad del Estado. La educación privada sólo está ejerciendo una función supletoria. Somos excluyentes, sí, de alguna manera, pero si el Estado diera subsidios a las privadas de calidad, podríamos ser mucho más asequibles.

El sistema así funciona en nuestro país, pero es distinto en otros donde hay instituciones privadas que reciben subsidios de sus gobiernos. Eso pasa en Europa, en Estados Unidos e, incluso, en algunos países de América Latina, pero en México históricamente ha habido atención y privilegio del Estado sólo para las públicas.

Claro, esto tiene que ver también con la proliferación de instituciones privadas con fines de lucro que el Gobierno no tiene por qué ayudar, dado que tienen otros fines.

Por otro lado, siendo conscientes de esto, muchas instituciones privadas –como la Iberoamericana– están manteniendo un sistema muy importante de becas y de créditos para ser más accesibles, de tal forma que nadie que merezca estar en esta institución por su trayectoria académica deje de entrar a ella sólo por razones económicas.

¿Qué estaría dispuesta a dar la universidad privada a cambio de subsidios y apoyos como los que le otorga el Gobierno a la universidad pública?
Estamos dispuestos a dar lo mismo que se les exige a las universidades públicas, calidad académica. Y creo que, precisamente, ése debería ser el parámetro para otorgar subsidios, no el hecho de calificar como pública o privada una institución.

La falta de apoyos gubernamentales hace excluyentes a las universidades privadas, pero si el Estado les diera subsidios a las que son de calidad, podrían ser mucho más asequibles. El problema es que en México ha habido atención del Gobierno sólo para las públicas. Sin embargo, ya muchas instituciones privadas están manteniendo un sistema de becas y de créditos para ser más accesibles, de tal forma que nadie que merezca estar en esta institución por su trayectoria académica deje de entrar a ella sólo por razones económicas.
Hay universidades privadas en las que no sólo buscamos la utilidad económica, que hacemos grandes esfuerzos por mantener la excelencia, que hacemos investigación, que procuramos la formación integral y una serie de factores que nos hacen merecedores de apoyos importantes como los que tienen las públicas, porque quiero aclarar que realmente nuestros márgenes de ganancia son muy bajos y muchas veces los dedicamos a becas, créditos y mejoras de instalaciones o reinvertimos en la superación académica. Si nosotros tuviéramos subsidios del Gobierno, no cobraríamos colegiaturas y daríamos formación semítica. De hecho, originalmente fue así, en la época colonial había fundaciones o haciendas que sostenían a los colegios y a las universidades y eso permitía la educación gratuita.

Luego cambió el sistema económico y nos obligó a buscar una manera de hacerla autofinanciable. Ahora los subsidios podrían ayudarnos a hacerla mucho más accesible.
A cambio de apoyos gubernamentales, la universidad pública está dispuesta a dar calidad académica. De hecho, en muchas de ellas no sólo se busca la utilidad económica, sino que se hacen grandes esfuerzos por mantener la excelencia, se realiza investigación, se procura la formación integral y una serie de factores que las hacen merecedoras de apoyos importantes como los que tienen las públicas.

¿Qué pasaría si las colegiaturas fueran deducibles de impuestos? Creo que se harían mucho más incluyentes a las universidades privadas. Si el Gobierno me ofreciera apoyos para que la Iberoamericana siga funcionando con tal de que no cobre colegiatura, lo aceptaría para mantener la misma calidad. Insisto, nosotros no buscamos la utilidad, sí buscamos un margen que nos permita superación académica, seguir creciendo, mejorar laboratorios, etc., pero no pensamos únicamente en la ganancia. Además, los apoyos nos permitirían enormes demandas y tendríamos la capacidad de ser muy selectivos, cosa que ya no podemos hacer ahora.

¿Cree que ha sido subvalorado el costo real de la educación en México?
No tengo datos precisos al respecto. Lo que sí sé es que si analizamos cuánto cuesta formar a un estudiante en el sector privado y cuánto en el sector público, quizá resulte más cara la formación de éste último, principalmente porque las públicas tienen una serie de problemas que no tienen las privadas, la optimización de los recursos, por ejemplo. Y me refiero específicamente a personal de más o poco profesional –maestros o trabajadores– que no pueden despedir por cuestiones sindicales. Nosotros no tenemos ese tipo de problemas, además de que optimizamos bastante bien nuestros recursos, por razones obvias.

Y en cuanto a la calidad, ¿podríamos decir que están en igualdad de ircunstancias?
Sólo en algunos casos. Yo entiendo que las universidades públicas han hecho un enorme esfuerzo por mejorar su calidad y la transparencia en el manejo de los recursos que reciben, de alguna manera pensando en que la educación sea pública y gratuita, pero hay que aclarar que la educación privada existe porque la educación pública no responde a esa demanda y, además, porque durante mucho tiempo fue de mala calidad, aunque reconozco que esto ha ido mejorando considerablemente en los últimos 15 años.

Pienso, por ejemplo, en las universidades públicas que tienen ciertos indicadores, como un número más grande de profesores con posgrado, mayor exigencia en la admisión y en la titulación, más recursos para la investigación, y pienso también en la vinculación que están procurando entre sí o con universidades privadas y empresas, y todo eso muestra que hay un gran avance, sin duda, en la educación pública. Los que estamos en la educación privada no lo podemos negar, más bien nos da gusto porque es por el bien de México, ahora ya no nos vemos como competencia o como enemigos. Públicas y privadas han caminado juntas en los últimos años, un ejemplo claro es la constitución de la ANUIES y la participación de ambas en proyectos comunes.
¿Qué puede esperar la sociedad de esta mancuerna?
Apertura y colaboración, básicamente. Estamos trabajando juntas para lograr la excelencia, la calidad, la pertinencia, la equidad. A través de convenios, estamos procurando la movilidad estudiantil y tratando de homologar programas y equiparar niveles. La idea es que se puedan revalidar estudios, sostener becas, integrarnos de manera que podamos aprovechar las ventajas comunes y apoyarnos con los retos que enfrentamos en cada trinchera. De hecho, una de las propuestas de esta reunión es precisamente hacer un Sistema de Educación Superior en el país que, a pesar de integrarnos, reconozca las diferencias entre instituciones educativas, porque es esa diversidad la que nos permite responder a necesidades distintas, algunas veces regionales y otras, por enfoques diferenciados.

En eso estamos trabajando y creo que vamos avanzando con paso firme. Además, las alianzas entre universidades nos han ayudado mucho a afianzar el camino. Particularmente, nosotros estamos interesados en una alianza con la Universidad Veracruzana, porque reconocemos que tienen muy buena calidad en muchos de sus programas y que la colaboración beneficiaría a ambas.

Ahora bien, ¿qué opina acerca de las universidades que han surgido en los últimos años, que no son públicas ni privadas, que tienen altos costos, pero dudosa calidad?
Creo que es uno de los mayores problemas que enfrenta la educación superior actualmente. Es cierto que están respondiendo a una necesidad, porque –como dije antes– hay alumnos que no tienen cupo en las públicas y no pueden pagar una educación privada de calidad, pero la oferta que estas instituciones tienen resulta perjudicial para los estudiantes y, en el futuro, para México. Estas universidades sólo surgen para hacer negocio, el verdadero problema es que se les está dando el reconocimiento de validez oficial. La propuesta de reforma a la Ley General de la Coordinación de Educación Superior precisamente trata de atacar este problema, evitar el surgimiento de las universidades patito y, así, garantizar la calidad de las universidades privadas.

Pienso que el espíritu de la ley es bueno, pero que no cataloguen a todas las privadas por igual, porque –hay que reconocerlo– también hay patito entre las públicas. Eso es verdad, patotes de hecho, grandes, malas y de muchos años. Yo sí creo que las exigencias de calidad y de certificación deben ser parejas para todas, tanto públicas como privadas.
El nuestro es un mundo secularizado en el que lo que el mercado pide son profesionistas bien preparados, con conocimientos, habilidades y capacidad para trabajar en equipo, y eso no está casado con ninguna religión. Sin embargo, valores como transparencia, honestidad, colaboración y compromiso social son cada vez más importantes para hacer de México un país más justo, democrático y menos corrupto. Si bien esos valores los procuramos en algunas instituciones privadas, debieran ser también el eje de las públicas.


Se ha manejado como una alternativa cerrar esas universidades. ¿Es ésta una propuesta viable?
No lo creo, porque de ser así, ¿qué va a pasar con esos muchachos que no tienen lugar en las públicas y que tampoco pueden pagar las privadas de calidad? Para mí una opción real es darles un margen de tiempo para que dejen de ser patito y exigirles calidad, porque parece que nos olvidamos de que todas las universidades empiezan desde abajo. En cierto sentido, las públicas empiezan con unas cuantas carreras, con profesores improvisados y, poco a poco, se van consolidando.

Además, considero indispensable acabar con la corrupción en el otorgamiento de los registros de validez oficial de estudios. Yo lo decía un poco en broma, pero es verdad, antes a los políticos se les premiaba con una curul, ahora se les premia con un REVOE para hacer negocio. Si preguntas quiénes son los dueños de esas instituciones, te vas a encontrar a un subsecretario de gobierno, a un ex diputado o a un amigo del gobernador, en fin, hay mucha corrupción en esto.

Hablemos de otro tema. ¿Usted está a favor de la educación laica?
Sí. Yo creo en la educación laica como opción pero no como obligación. La educación que da el Estado, la pública, no puede estar casada con ninguna religión, tiene que ser laica, pero no anticlerical. Es, por decirlo así, el sentido de la tolerancia, aunque a veces en México se confunde laicismo con anticlericalismo, y es que una cosa es que tú aceptes no estar casado con ninguna religión y otra muy distinta es que ataques la existencia de un credo.

Desde su punto de vista, ¿la carga religiosa de las instituciones privadas, como la que usted dirige, no riñe con la libertad de credo que en México es una garantía constitucional?
No, y básicamente porque no hay imposición. Creo que las universidades tienen que estar abiertas a creyentes y no creyentes. Ahora, eso no impide que la universidad ofrezca –no que imponga– una serie de valores humanos y éticos que estén inspirados en un credo religioso. La Iberoamericana, por ejemplo, no es una universidad católica, pero es de inspiración cristiana, sin embargo, un 10 por ciento de los alumnos son judíos. Nosotros ofrecemos servicios religiosos para aquellos que lo requieran, no imponemos nuestras creencias ni nuestros dogmas, propugnamos una serie de valores universales –muchos de ellos inspirados, ciertamente, en los evangelios– como la verdad, la justicia, el respeto a la diversidad, la equidad, la apertura o la libertad de cátedra.

¿Y eso sólo se logra con enfoques religiosos?, ¿las otras universidades no fomentan ese tipo de valores?
Fomentan enfoques humanistas, es cierto, aunque no en todos los casos, pero el peso que damos nosotros a esa parte de la formación es mayor. Además, no podemos decir que todas las universidades privadas sean como la Iberoamericana, la Anáhuac o la Cristóbal Colón. La mayoría de ellas no están ligadas a ninguna orden religiosa, el Tecnológico de Monterrey, por ejemplo, ni siquiera se caracteriza por ese humanismo que tienen otras y, desde mi punto de vista, aunque es una fortaleza en educación tecnológica, una institución de educación superior sin humanidades no es una verdadera universidad, porque para serlo tiene que ofrecer una universalidad de aspectos.

En términos prácticos, ¿qué ventajas profesionales brinda a los estudiantes un enfoque religioso de valores?
Aparentemente, pocas o ninguna. El nuestro es un mundo demasiado secularizado en el que lo que el mercado pide son profesionistas bien preparados, con conocimientos, habilidades, talento, creatividad y capacidad para trabajar en equipo, y eso no está casado con ninguna religión. Sin embargo, también es cierto que valores como transparencia, honestidad, colaboración y compromiso social son cada vez más importantes para hacer de México un país más justo, más equitativo, más democrático, más transparente y menos corrupto. Si bien esos valores los procuramos en algunas instituciones privadas, estoy convencido de que debieran ser también el eje de las universidades públicas. Además, no hay que olvidar que la vinculación de estos valores con un credo religioso los hace mucho más sólidos y, a la larga, más duraderos.

Y específicamente la educación jesuita ¿qué es lo que aporta como un plus en la formación profesional?
Yo diría que la formación no sólo de profesionistas, sino de personas. Eso es fundamentalmente lo que procuramos desde hace más de 400 años. Para eso seguimos una pedagogía que deriva propiamente de nuestra espiritualidad jesuita y que parte de la realidad. Nosotros nos fijamos en el hombre y la mujer en su contexto concreto, individual, familiar, social, etcétera, y tratamos de responder a esas necesidades de formación integral; de ahí el énfasis que hacemos, por ejemplo, en la formación de valores, en promover una serie de actividades que no tienen valor curricular ni son necesarias para la calificación o el título profesional, pero que tienen un enorme valor formativo en nuestra persona. Tenemos actividades deportivas y culturales, y una cantidad de talleres de música, pintura, baile, danza, entre otras manifestaciones artísticas; además, está el modo de hacer el servicio social que, aunque sea obligatorio por ley, para nosotros es mucho más importante, porque pone al alumno en contacto con la realidad, con la pobreza, con la marginación. Esto para nosotros es una necesidad porque nos permite sensibilizar al estudiante y suscitar en él el valor de la solidaridad y el compromiso con los más pobres, los marginados, los abandonados, los enfermos, los ancianos, los que están en una situación desfavorable, y eso, actualmente, siembra la semilla del compromiso social en nuestros estudiantes. Creo que ése debería ser uno de los ejes de toda formación profesional en el país.