Julio-Septiembre 2005, Nueva época No. 91-93 Xalapa • Veracruz • México
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Hay que reinventar la Universidad como
tenemos que reinventar las ciencias sociales

Boaventura de Sousa Santos

Mensaje enviado por teleconferencia, durante la ceremonia de entrega de la Medalla al Mérito Universidad Veracruzana, realizada en la Feria Internacional del Libro Universitario 2005. El mensaje mereció un comentario final de Alberto Olvera, que aquí se incluye.
 

Quiero agradecer a la Universidad Veracruzana el reconocimiento que me ha concedido con la Medalla al Mérito. Es un gran honor. Visité la Universidad hace poco tiempo, conozco a algunos de sus investigadores, he tenido reuniones con ellos y seminarios inolvidables. Por eso este hecho me da un gusto enorme, además del honor de estar más conectado con esta institución donde he visto trabajo de primera calidad a nivel mundial. Muchas gracias, y espero que podamos estrechar una colaboración a partir de este momento.

Quiero compartir con ustedes ciertas inquietudes que tengo en este momento, como científico social y como activista del Foro Social Mundial. Lo que me impacta hoy en día es ver que vivimos un periodo de crisis en las ciencias sociales. De alguna manera, en muchos de nuestros países –y en los estudiantes interesados en estudiar ese campo– hay un sentimiento de que las ciencias sociales no están correspondiendo a nuestras inquietudes, a los problemas de la gente; que a veces son irrelevantes y otras son hasta dañinas; que no contribuyen a introducir en la agenda social y política las cuestiones de justicia social, que son cada vez más importantes.

Si ustedes miran el último informe de las Naciones Unidas sobre el desarrollo humano, se darán cuenta de que es realmente muy preocupante la situación mundial. En él, por primera vez vamos a tener una información muy detallada sobre la cuestión social, sobre todo en lo que respecta a la salud en los Estados Unidos, en el país más desarrollado del mundo. Y el informe es realmente demoledor, por las cuestiones de este país, por el incremento de la pobreza, por el aumento de la mortalidad infantil, que en esta nación se ha incrementado en los últimos cinco años –estoy hablando de los Estados Unidos– a tal grado que en este momento es semejante a la de Malasia.

Esos problemas son, pues, a los que nos enfrentamos hoy, por lo que tenemos que mirar cuáles son los instrumentos que tenemos sobre todo en nuestros países para estudiar y también proponer soluciones. De alguna manera, las ciencias sociales fueron creadas para resolver los problemas sociales, pero hay conflictos hoy en día que no parece que puedan ser resueltos con los instrumentos teóricos y analíticos que tenemos.

El problema es que las ciencias sociales fueron creadas dentro de un marco específico. Hoy, para nosotros hay otros marcos analíticos que son muy importantes y que hay que articular entre sí: el marco local, que para ustedes en México es muy importante, y el marco global, que con la experiencia del NAFTA, también para ustedes tiene un interés muy especial. Por eso debemos articular estas expresiones y variables externas y globales, pero nuestros agentes sociales no están preparados para articular bien las diferentes escalas.

En segundo lugar, las ciencias sociales son muy disciplinarias. Los problemas sociales son totales –lo sabemos muy bien– y nosotros los hemos compartimentado demasiado: sociedad aquí, política allí, economía allá. Todas las diferentes áreas han estado muy separadas, y esta separación disciplinaria nos parece que hoy es cada vez más peligrosa en términos de la relevancia de las ciencias sociales.

En tercer lugar pienso que es muy claro que todas las teorías y los conceptos que fueron desarrollados en las ciencias sociales, llevados sobre todo a la sociología, fueron constituidos en la base de las experiencias sociales de los países desarrollados, por tanto, no sirven a las naciones menos desarrolladas: los países del Sur, digámoslo así. Y no sirven porque no sólo pueden permitir que haya investigaciones que tienen, de alguna manera, vicios de partida y prejuicios, sino que además invisibilizan o desacreditan muchas de nuestras realidades. Por ejemplo, si vamos a estudiar la democracia, podemos estudiar simplemente lo que se entiende en los países del norte por democracia. Pero nuestros pueblos indígenas, nuestras comunidades rurales y urbanas, tienen sistemas de gobierno distintos que debería ser importante analizar si son o no democráticos, cómo pueden serlo más o menos, y esos estudios raramente entran en el canon de otros estudios.

Lo mismo pasa con la producción. La producción que estudiamos normalmente es la producción formal capitalista, cuando nosotros cada vez más vivimos la realidad de la economía informal, y este fenómeno la economía no lo estudia, es la sociología la que lo hace. Realmente, aquí hay un problema de adecuación de las teorías y de los conceptos a nuestra realidad, que se está incrementando digamos hacia las relaciones Norte-Sur dentro de la ciencia. Tienden a proletarizar cada vez más el Sur porque hay una dependencia financiera de nuestras instituciones, hay una dependencia institucional que es muy clara en las ciencias naturales, pero también en las sociales, y una dependencia conceptual.

Por otro lado, sabemos muy bien que muchos proyectos científicos, sociales, naturales del Sur son proletarizados dentro de los proyectos internacionales, ya que crearon otra cultura de integración horizontal de diferentes países, no una nueva cultura de investigación social. Entonces, lo que me parece de esta crisis es que necesitamos ir desarrollando una nueva epistemología que dé cuenta de la diversidad epistemológica del mundo.

Yo he propuesto dos caminos posibles: uno es lo que llamo una epistemología del Sur. Esta epistemología tiene dos pies: el primero consiste en analizar cada vez más en nuestros países que hay una pluralidad interna de la ciencia. La ciencia en general y las ciencias sociales en especial tienen una pluralidad interna enorme: no hay una sola manera de hacer ciencia, sino varias. De hecho, en las últimas dos décadas, por un lado las feministas y por otro lado los teóricos poscoloniales han mostrado que realmente hay diferentes formas de producir ciencia, por lo que esta pluralidad interna es muy importante.

El segundo pie es lo que denomino la pluralidad externa, o sea, las relaciones entre ciencia y otros saberes –populares, de nuestros campesinos, de nuestros pueblos urbanos, de nuestra gente– que de alguna manera nuestra ciencia ha destruido porque ha considerado que no tienen ningún rigor, que no son saberes eruditos, formalizados ni institucionalizados. Muchos de ellos no están reducidos a escritos, pertenecen a una tradición oral, lo cual ha contribuido a suprimir, marginar, excluir dichos conocimientos, y esto es un empobrecimiento epistemológico del mundo porque estos saberes no son considerados, pero la propia ciencia se empobrece por el hecho de no ser confrontada, enfrentada, comparada y de no poder enriquecerse de alguna manera de estos otros conocimientos.

Todo este conocimiento ha sido producido en la Universidad, y ésta ha sido muy importante en nuestros países porque ella realmente ha impulsado proyectos nacionales –donde el conocimiento erudito y científico fue muy sustancial– y porque, además, las universidades pagaron y están pagando un precio a veces muy elevado por mantener un conocimiento independiente, crítico y autónomo, lo cual es un tesoro, es un bien que no debe ser despreciado.

Por otro lado, debo decir que, como hay una crisis de las ciencias sociales, las universidades también tienen la misma crisis, o sea, la crisis se transporta hacia la Universidad porque ahora sabemos que era un proyecto nacional y que las universidades de alguna manera condujeron y teorizaron: era un proyecto elitista. Por ejemplo, en muchos países de América Latina, los pueblos indígenas nunca fueron considerados dentro de esos proyectos nacionales, al contrario, fueron activamente excluidos. Sin embargo, hoy en día en la Universidad tenemos una conciencia muy grande de este problema.

Cada vez más, las fuerzas del mercado están intentando influir en la Universidad, determinar lo que se debe investigar y cómo se debe investigar, y más que eso, estamos entrando en otro momento que es el de la mercantilización de la Universidad misma, o sea, en el momento de convertirla en una corporación de producción capitalista de conocimiento universitario. Y esta producción capitalista se va a globalizar, incluso hay proyectos en la Organización Mundial de Comercio en ese sentido.

Tenemos, pues, que resistir ante este proceso de mercantilización, y nuestras universidades tienen que hacerlo abriendo un acceso cada vez más democrático a la Universidad, pero también a un conocimiento cada vez más democrático producido en ella: no interesa simplemente democratizar el acceso si no vamos a democratizar el conocimiento, y debemos hacerlo en redes nacionales y continentales. He propuesto que en América Latina las universidades entren en redes para promover cursos de posgrado o procesos de investigación, dentro de una lógica de solidaridad internacional y no de la lógica de la Organización Mundial de Comercio, que es mercantilista, que dice que una universidad deberá patentar un curso y recibir derechos de propiedad intelectual cuando los transmita a otro país. No es eso lo que queremos. Pedimos una universidad global, pero solidaria, desde abajo, desde la iniciativa de los profesores, de los investigadores, de los estudiantes, del personal y no de entidades que son comerciales, mismas que en cada país están intentando desarrollar este mercado universitario.

Por todo ello, mi mensaje para ustedes es un mensaje de inquietud ante la situación que vivimos; sin embargo, como soy siempre un optimista trágico, estoy consciente de que hay crisis, pero sé que existen salidas. No debemos asumir nunca una actitud cínica o de escepticismo paralizador. Hay salidas, hay que reinventar la Universidad como tenemos que reinventar las ciencias sociales. Hay mucha energía en los países del Sur para que esto se haga, pero debemos tener también el coraje para ir contra la rutina, contra los privilegios –que algunos son injustos, obviamente– e intentar una reforma nueva del conocimiento y de la educación, una reforma que realmente sea globalizada, pero desde abajo y mirando realmente los objetivos de justicia social, en una lucha por otro mundo posible, por otro mundo más justo.

Muchas gracias a las autoridades de la Universidad Veracruzana y a todos ustedes por la medalla. Yo espero, simplemente, hacer mi mejor esfuerzo para merecerla.

Alberto Olvera*: El tema de este foro ha sido la relación entre educación, política y democracia. Con base en lo que usted acaba de exponernos, es pertinente preguntarse si todavía podemos pensar la democracia dentro del marco Estado-Nación y, en su caso, qué rol puede jugar la Universidad en la promoción de esta democracia que hoy es una aspiración colectiva de los mexicanos.

Pienso que es una pregunta muy importante, porque cuando hablamos de democracia –eso es parte de nuestro problema en este momento– usamos términos que tenemos que definir, dado que hay una guerra digamos conceptual, que es también política, sobre los términos.

La democracia representativa sin más, el tipo de democracia liberal que el consenso de Washington ha impuesto en el mundo, es un concepto hegemónico de democracia y como tal, a mi juicio, no va a resolver los problemas de los pueblos, al contrario, puede profundizarlos.

O sea, esa democracia es parte de nuestro problema, no es parte de nuestra solución. Pero la democracia contiene otros conceptos contrahegemónicos bastante emancipados, que están dentro de la tradición occidental de democracia participativa, de transparencia, de rendición de cuentas, y estas tradiciones a mi juicio no están siendo impulsadas por organismos como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, pero son realmente importantes.

Entonces, nuestra crítica a la democracia es que básicamente es poca: queremos más democracia, queremos de alguna manera radicalizarla, y para hacerlo no puede ser confinada en el marco del Estado. No tiene sentido democratizar el Estado si no democratizamos también a la sociedad, las formas de sociabilidad. Yo, por ejemplo, he escrito y defendido que una democracia de un día no trae redistribución social. Podremos llegar a la situación de que como sistema político es democrático, pero como sistema social es fascista, es antidemocrático.

Considero que llevar la democracia en serio a la sociedad es el mensaje. ¿Cuál sociedad? La local, la nacional y la global. Hay también que democratizar las relaciones, y esto es lo más difícil en este momento, porque la unilateralidad que se ha creado en la administración Bush –que en este momento se ha traducido en 750 enmiendas que el embajador de los Estados Unidos ha impuesto a las Naciones Unidas sobre la declaración del milenio, que de alguna manera intenta destruir la agenda– ¿nos va a ayudar? La democratización y las relaciones internacionales sí van a ayudar, pero la postura del Gobierno de EU no, al contrario, se opone a la democratización.

Por todo ello, digo que hay que luchar por esta radicalización democrática y realmente intentar demostrar que sin la educación democrática, sin otra transformación democrática a través de la educación, no vamos a ir muy lejos, porque simplemente por medio de la educación podemos crear sociabilidad democrática. La democracia se hace con demócratas si queremos en verdad una democracia de alta intensidad. Sin embargo, en nuestros países infelizmente lo que tenemos es una democracia de baja intensidad y queremos una de alta intensidad. Para eso tenemos que buscar conceptos, teorías y prácticas contrahegemónicas.
*Director del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la Universidad Veracruzana.