Mientras
el gobierno de Vicente Fox presume de ser el primero elegido de
manera democrática en el país y pone, sistemáticamente,
por delante de sus fallas su mal entendido concepto de democracia,
el Estado mexicano se sume en una severa crisis y la promesa de
que la economía nacional crecería 7 por ciento al
año siegue siendo sólo una promesa, ya que lo ha
hecho únicamente un 3 o 4 por ciento, cifra que a final
de cuentas no se ve reflejada en progreso y bienestar para los
ciudadanos.
Este entorno no sólo afecta las labores de los poderes
del Estado, sino en general a toda la sociedad y al desarrollo
de la cultura, y favorece el debilitamiento de las pocas instituciones
que nos quedan.
René Avilés Fabila, escritor, periodista y catedrático
universitario, asegura que México no tiene una tradición
democrática, no ha tenido ni 20 minutos de democracia,
y se pregunta de dónde va a sacar este país una
tradición democrática cuando es producto de dos
autocracias, la azteca y la española.
Crítico feroz y decidido, primero del Partido Comunista
Mexicano al que perteneció en su juventud, luego del sistema
presidencial priísta, Avilés Fabila fue uno de los
pocos fustigadores de Carlos Salinas; incluso, en 1992, ganó
el Premio Nacional de Periodismo por un artículo de fondo
en el que criticaba las medidas económicas y políticas
del presidente.
Como escritor –que él considera su verdadera vocación–
se inició en 1967, con la publicación de su primer
libro de cuentos. Perteneciente a la generación de la Onda,
reconoce que sus trabajos poco o nada tuvieron que ver con el
movimiento literario encabezado por José Agustín
y Parménides García Saldaña, pues “mi
estilo y mi influencia fueron siempre más clásicos”.
Hasta la fecha, el ex alumno del ya mítico taller literario
de Juan José Arreola ha publicado cerca de 400 cuentos
y varias novelas, además de libros de memorias.
Más adelante, René Avilés, periodista por
ansias de desahogo y escritor por convicción y por tradición
familiar, habla lo mismo de política y de historia de la
izquierda mexicana que de la falta de una obra clásica
en la literatura de nuestro país en los últimos
20 años y de su propuesta sobre los nuevos caminos en que
los jóvenes literatos podrían buscar la calidad
literaria y el éxito.
¿Cómo
entiende el camino que ha seguido la izquierda mexicana desde
los años sesenta?
Pienso que la izquierda mexicana empieza a diluirse hacia 1980
cuando eliminan al Partido Comunista Mexicano y se conforma el
PSUM (Partido Socialista Unificado de México). Ese es el
primer paso para desaparecer a la izquierda, y a partir de ahí
se va atenuando, se va haciendo sonrosada.
La historia sigue, es más compleja, pero evidentemente
hoy no hay izquierda, por lo menos no en los términos tradicionales;
y en términos mucho más modernos existe un partido
como el PRD que cuenta con algunos cuantos viejos comunistas como
Pablo Gómez y Amalia García, quienes han asumido
tareas que prometieron destruir: la economía de mercado,
por ejemplo, ya la asumen como proyecto de ellos, y Marx nunca
planteó la sobrevivencia de la economía de mercado.
Por ello, me hace mucha gracia ver que lo que hoy llaman la izquierda,
o lo que tratan de mostrarnos como izquierda, son ex priístas,
es decir, de principio hasta el final el PRD es un partido de
ex priístas.
Si Roberto Madrazo es el candidato del PRI, va seguramente contra
Andrés Manuel López Obrador, y esto significa que
van priístas contra ex priístas; entonces, yo no
veo dónde está la izquierda hoy en día. Claro,
tendríamos que ajustarnos más a los tiempos actuales
y pensar en que la del PRD podría ser una posición
de centro izquierda; pero una izquierda que plantee un cambio
radical, quizá sería la de los globalifóbicos,
ciertos sectores sindicales, pequeños grupos luchadores
comunistas que se han negado a morir y algunos que forman parte
del ámbito académico. La izquierda realmente está
por ahí perdida, desbalagada, sin ninguna fuerza.
Hoy, como resultado de la desaparición del PC en 1980,
tenemos un grupo de ex priistas que propone un cambio a medias.
No veo que el programa de López Obrador vaya más
allá de lo que planteaban dos o tres gobiernos priístas
juntos –López Portillo, Echeverría y el propio
Salinas–, los cuales proponían la intervención
decidida del Estado, pero no para cambiar la estructura del país,
sino para mantener la situación política económica
como está.
Esta
pregunta se la hago al intelectual, al escritor y al periodista.
¿Los mexicanos nos merecemos el gobierno que tenemos?
Considero que sí. No hablan bien de nosotros 70 años
de priísmo, y mucho menos cuatro años de foxismo.
Una y otra cosa han sido degradantes; una, por la cantidad de
tiempo ejerciendo el poder, corrompiéndose cada vez más,
y la otra porque en cuatro años el país ha estado
peor. Como dice un periodista por ahí: “estamos peor
que cuando estábamos peor”.
Creo que en todo esto ha influido la devoción de los mexicanos
por el caudillo. Votaron por Fox porque era un caudillo, patético
pero un caudillo. Hoy van a votar por López Obrador porque
es un caudillo tropical, patético pero también caudillo.
¿Qué no hay proyectos, que no hay planes, no hay
sistemas, no hay organizaciones que sean las que nos lleven a
votar? ¿Tiene que ser la simpatía por el caudillo,
por el dirigente?
México es un país de caudillos, sin tradición
democrática, ¿de dónde va a salir la tradición
democrática en una nación que es resultado de dos
autocracias, la azteca y al española, y que no ha tenido
ni 20 minutos de democracia? Estamos así porque no hemos
sabido reaccionar ante el poder. Ya es el momento de que la sociedad
mexicana reaccione y sepa conducir, ella y no los partidos, al
país.
En el prólogo de su libro de periodismo cultural,
dice usted que sus trabajos políticos son un desahogo y
que por sus trabajos culturales siente simpatía. ¿Eso
se debe a una cuestión de intereses personales solamente?
Lo que pasa es que yo soy literato, literato que se ha metido
a la política a través del periodismo. Me inicié
y quise siempre ser un escritor de literatura, pero nunca dejé
de militar políticamente. A los 17 o 18 años ya
estaba en la Juventud Comunista, más adelante pasé
al Partido. Estuve en La Habana, en Praga, en la Unión
Soviética; es decir, la historia que se hacía en
esa época, con la finalidad de hacer un cambio radical
en México, nunca se llevó a cabo, eran tomaduras
de pelo. Cuando me di cuenta de eso, me volqué hacia el
periodismo y ahí es donde hago mis planteamientos y comentarios
políticos. El periodismo es, efectivamente, como un desahogo,
pero siento que mi vocación real es ser escritor.
¿Se
puede ocultar las inclinaciones políticas o las simpatías
a la hora de escribir literatura? Pienso en Mario Benedetti, que
se asume como subjetivo y militante a la hora de escribir y no
tiene problema para decirlo públicamente.
No, creo que la subjetividad existe tanto en la literatura como
en el periodismo. En este último se puede ocultar un poco,
pero pienso que, finalmente, prevalece eso. Vicente Leñero
y Marín, en el manual que hicieron cuando eran amigos,
señalan muy claramente la subjetividad del periodismo;
es decir, la nota está ahí, los hechos están
ahí, pero lo que va a contar es la manera en que el periodista
lo narra, la ideología, su cosmovisión, su manera
de ver el universo… y eso cuenta mucho.
De esta manera, tanto en el periodismo como en la literatura,
he tratado de mostrar mi visión del mundo, y siempre me
he manifestado como un hombre que tiene una cierta militancia
política, en función de ideas, no de partidos. Ahora
mi obligación, y en general la obligación del periodista
y del intelectual, es ponerme del lado de la sociedad, no de los
partidos, no del poder.
Eso tardé en entenderlo, o ya lo intuía cuando estaba
en el Partido Comunista, porque nunca fui un militante cómodo.
Fui expulsado dos veces, acusado de maoísta, de trotskista;
incluso, cuando estuve en la Unión Soviética, en
cursos para tomar el poder en México, tenía cierta
simpatía por libros de Trotsky, de Rosa Luxemburgo, libros
que estaban prohibidos, señalados como imposibles de leer.
Entonces, nunca fui un militante cómodo, siempre tuve dudas.
¿La
promoción oficial, incluso se podría decir el patrocinio
oficial, genera intelectuales que sirven exclusivamente al poder?
Sí claro, por supuesto. El mejor ejemplo es Sartre, filósofo,
novelista, dramaturgo francés que no aceptó el Premio
Nobel de Literatura porque decía que eso lo comprometía
y él optaba por la libertad, lo que significaba poder decir
cualquier cosa de cualquier persona o institución.
Creo, y lo he visto, que la gente que se deja apapachar por Martha
Sahagún o por Sari Bermúdez es gente que recibe
premios, que recibe el favor del poder y, a su vez, este gobierno
trata de conquistar a ciertos autores con una gran incapacidad.
Al menos el PRI tenía estilo para tratar a los intelectuales
y artistas; en cambio, la administración de Fox no lo tiene.
No me puedo explicar cómo es que hay un política
presidencial que se llama “México país de
lectores”, cuando el propio presidente hace alarde de no
leer, cuando Sari Bermúdez ha sido incapaz de leer un libro.
Me pregunto cuántos libros habrá leído (el
secretario de Educación Pública) Reyes Tamez, quien
se jacta de nunca haber leído el Quijote.
Entonces, considero que el intelectual tiene que seguir su propio
camino, dejando de lado el poder, aunque es muy difícil.
Octavio Paz lo pregonó durante 20 años, una y otra
vez dijo que el poeta y el príncipe tenían que mantener
distancia, y terminó en brazos del príncipe, que
pudo haber sido Salinas o Zedillo.
Actualmente
hay más escritores mexicanos que antes, ¿pero hay
mejores escritores que antes?
Creo que no, no uno equivalente a Revueltas o a Rulfo; no hay
en la literatura fantástica uno equivalente a Arreola,
y los que tienen más éxito son autores cuyas obras
más importantes las escribieron hace 40 años, como
el caso de Carlos Fuentes. Por tanto, tengo la impresión
de que, en efecto, ha aumentado la cifra de escritores, de los
cuales algunos tienen un gran éxito, pero eso no significa
que sean mejores. Incluso, me atrevo a pensar en que, en este
momento, tampoco hay mujeres equivalentes a Elena Garro, narradora
y dramaturga extraordinaria, quien es infinitamente superior a
Elena Poniatowska, a cualquiera de las mujeres que están
escribiendo hoy en día. Pero uno no tiene que separar la
literatura en literatura de hombres y de mujeres, eso no es necesario.
Pienso que la literatura es una y es innecesario dividirla en
sexos. Un amigo dice que la literatura es como los ángeles,
no tiene sexo, y yo así lo veo.
Ahora bien, sí considero que hay muy buenos escritores
en este momento, pero no tienen la talla, la grandeza, el impacto
internacional que tuvieron algunos de los que he señalado.
¿Las
llamadas mafias literarias ayudan a la mediocridad, al conformismo,
a que no haya mejores escritores que antes?
Mafias y grupos siempre los hay. Cuando era joven, existía
la mafia que comandaba Fernando Benítez, con Carlos Fuentes,
y ahí estaban todos los escritores afamados de aquella
época, que de hecho son los mismos: Elena Poniatowska,
Carlos Monsiváis… Pareciera que aquí no hay
ningún cambio, uno abre las páginas de un libro
y están Elena y Carlos, uno lee un suplemento y están
Poniatowska y Monsiváis, uno ve una película y ahí
están ellos, dan un premio y se lo ganan Elena y Monsiváis,
es una cosa exagerada. El propio país se está cerrando
puertas, es muy patético que crean que tenemos cuatro,
cinco o seis escritores: el mundo es mucho más amplio.
Definitivamente, me da la impresión de que las mafias y
los grupos no ayudan ni entorpecen el desarrollo cultural; la
cultura se sigue desarrollando, el buen pintor con o sin grupo
crea, el buen escritor, el buen músico. Por ejemplo, ahora,
el Sistema Nacional de Creadores dio becas exclusivamente a alumnos
de Hugo Gutiérrez Vega, porque justamente él fue
uno de los jurados determinantes. Se quedaron sin beca muchos
escritores que ya tenían obra hecha. Eso no significa nada,
seguirán escribiendo y tal vez a la larga puedan probar
que con la beca o sin la beca, parafraseando a José Alfredo
Jiménez, siguen siendo escritores.
Durante
muchos años la literatura mexicana ha vivido bajo la sombra
del agrarismo de Juan Rulfo y Edmundo Valadés. ¿En
la actualidad ya se apunta firmemente y con seguridad hacia otra
dirección?
Hoy la literatura básicamente es urbana, pero yo creo que
eso es temporal, siguen existiendo muchos problemas rurales. Simplemente
pensemos en la guerrilla; no sólo está el EZLN,
hay varios grupos guerrilleros o agrupaciones que pueden llegar
a serlo. Es cuestión de tiempo para que vuelva a haber
un estallido si no se solucionan las cosas.
Este problema social, cuyo origen sigue siendo el campo –simplemente
veamos la cantidad de mexicanos que migran a los Estados Unidos–,
puede llamar la atención de la literatura, de los escritores,
y dirigir la mirada hacia el campo, ya no de manera tradicional,
sino quizá como lo ha hecho Carlos Montemayor, buscando
en la guerrilla y en problemas sociales del campo de nuevo cuño.
Si
consideramos la cantidad de literatura que se escribe hoy, podemos
decir que antes los escritores escribían menos. Por simple
aritmética, ¿no debería haber mejores novelas,
mejores cuentos, mejores poemas?
Yo me imagino que sí, pero da la impresión de que
se ha creído que es un problema de cantidad, no de calidad;
entonces, uno se asombra de la cantidad de novelas y de cuentos
que aparece diariamente. Como jurado, como profesor de universidad
y de talleres literarios, me asombra la cantidad de personas que
escribe y no sólo jóvenes, sino también de
mediana edad, de la tercera edad que de pronto deciden convertirse
en escritores. Pienso que esto es poco respeto por la literatura,
porque hay que pensar seriamente y dedicarse intensamente a la
literatura.
En los últimos 20 años, creo, no se ha generado
un clásico, una obra que podamos seguir leyendo dentro
de 50 o 100 años. Esos (los clásicos) siguen siendo
los que he mencionado, donde la atención va a estar fija;
quizá rescatemos a muchos que están olvidados, que
han sido marginados por el peso de toda la maquinaria publicitaria,
que es lo que cuenta hoy. Fox diría que es rating y es
cierto.
El
hecho de que no haya habido un gran escritor mexicano en los últimos
tiempos, ¿es por falta de talento, por falta de apoyo,
es algo personal o tiene que ver el contexto?
El contexto tiene algo que ver, quizá son años menos
dramáticos, tal vez nos hemos distanciado de los grandes
acontecimientos sociales del país, pero también
cuenta la banalización de la política, la frivolidad
de los partidos, la incapacidad de los dirigentes políticos…
Creo que todo eso cuenta. Además, me parece que nadie se
ha sentado a pensar con una gran ambición en términos
de literatura. No sé si Rulfo o Arreola de pronto empezaron
a crear pensando en que iban a ser inmortales, no lo sé.
El caso es que ahora, francamente, no veo a nadie escribiendo
para la posteridad, aunque uno no escribe para la posteridad,
sino para lo inmediato.
Entonces, no tengo una respuesta precisa, pero mucho me temo que
pueden ser todas las cosas juntas: una falta de motivación
social, del contexto, del entorno, una gran pereza y la frivolización
de los medios, que es muy importante. Los suplementos y las secciones
culturales de los periódicos se han convertido en una especie
de tiranos semicultos que indican quiénes son los valores,
por lo que si uno no aparece en esas listas está perdido,
si uno no habla con propiedad o con cautela está perdido.
Es muy difícil enfrentar a los medios de comunicación
y eso también está dañando la creación.
Se vive muy atento para el éxito, para el best seller.
Yo no lo veo así; de hecho, estoy escribiendo un libro
que será un hito en la literatura mexicana, con la idea
de que nadie lo va a leer. Es un bestiario prehispánico
absolutamente fantástico, pues incluye animales inventados.
Es un esfuerzo de imaginación que nadie va a leer, que
no va a tener siete u ocho ediciones porque no aborda el problema
inmediato, periodístico.
La
gente joven que escribe, que escribe bien, ¿por dónde
cree usted que podría intentar? ¿Por dónde
habría que caminar?
Hay caminos por los cuales apenas se está intentando caminar.
Escritores como José Luis Ontiveros o como Jorge Volpi
están buscando en el entorno internacional los personajes,
las escenas, los recursos… Otros nos hemos empecinado en
buscar nuestros argumentos en lo inmediato, y quizá hay
más fortuna si hurgamos en otros lugares una novela, una
literatura más universal.
En ese sentido, tengo la impresión de que es mucho más
impresionante y fuerte la presencia de Borges que de García
Márquez. Este último no ha influido en nadie
–no quiero decir que no tenga lectores y admiradores, los
tiene por montones y bien ganados porque es un gran escritor–,
pero un autor como Borges tiene en Islandia, en Suecia, en Argentina,
en México, a escritores imitando su estilo, pensando en
su estilo, en sus personajes, en sus situaciones, en sus grandes
temas. Quizá eso haga falta: una idea de universalidad,
ya que estamos inmersos en la globalización.