Enero-Marzo 2005, Nueva época No. 85-87 Xalapa • Veracruz • México
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Fallas de privatización revitalizaron la universidad pública: A. Tomasini
Edgar Onofre Fernández

Algunos piensan que en México la universidad pública está en peligro, pero otros opinan que hay una tendencia en su favor, motivada por las fallas que está empezando a mostrar el proyecto de privatización que afecta al sector educativo. Alejandro Tomasini Bassols, filósofo e investigador de la UNAM, no sólo habla de este resurgimiento, sino que además es una de las personas que no ha dejado de defender la presencia y el papel de la
universidad pública.
 

En su libro La universidad necesaria en el siglo XXI (editorial ERA, 2001), el investigador emérito y ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Pablo González Casanova, parte, de acuerdo con el comentario de José Guadalupe Gandarilla, “de la consideración del proceso de imposición de lo privado sobre lo público (en un sentido general) y del proyecto privatizador (en el sentido efectivo del término) del neoliberalismo y el ‘empresariato’ que amenaza con apropiarse no sólo la educación (superior), sino también el conjunto de servicios sociales que aún quedan en manos del Estado”.

A lo largo del libro, González Casanova enmarca los más recientes problemas de las universidades públicas mexicanas –como la huelga de la UNAM en el año 2000– “dentro del proceso de privatización del sector público que en México y el mundo entero promueve ‘el adelgazamiento del Estado en su función social’ y la apertura de nuevos espacios para la obtención del beneficio privado. Este proyecto es impulsado globalmente por fuerzas económicas y políticas que integran el complejo de macroempresas multinacionales cuyo centro hegemónico se localiza en los países más avanzados de la OCDE, encabezados por los Estados Unidos”.

De esta manera, González Casanova reafirma su de por sí conocida postura frente a la dicotomía que representa la valoración de las universidades públicas frente a las privadas y que ha sido, en los últimos años, pasto de comentarios, lo mismo manifestados en el seno de las cámaras de representantes que en los medios de comunicación y, por supuesto, en los corredores de las instituciones de educación superior de todo el país.

Sin embargo, al discurso promovido desde las cúpulas del empresariado que denuesta la pertinencia de la universidad pública e, incluso, su mera existencia, se ha contrapuesto otro que presenta los argumentos de la educación superior sostenida por el Estado, ya no como instituciones que permiten la formación profesional de quienes no pueden pagar la formación privada, sino como motores de múltiples transformaciones sociales de nuestro país.

El rector de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Luis Mier y Terán Casanueva, expresó en noviembre de 2003 que la escasa inversión en educación había impactado negativamente a la universidad pública y, con ello, «no sólo ha agravado las diferencias internas del México contemporáneo, sumando a la desigualdad económica la inequidad en la distribución de los beneficios y oportunidades vitales que aporta la educación a las personas y a la sociedad en su conjunto, sino que ha profundizado abismalmente la brecha que nos separa, en distancias estructurales de desarrollo, del resto del mundo”.

En la siguiente entrevista, el investigador y filósofo Alejandro Tomasini Bassols, uno de los expertos en las obras del inglés Bertrand Russell y del austriaco Ludwig Wittgenstein más connotados y de los especialistas en educación que con mayor ahínco aportan argumentos a favor de la educación pública, hace suyos distintos elementos que han caracterizado el debate acerca de la universidad pública y que van de las políticas públicas a la vida íntima, por llamarle de alguna manera, de las instituciones de educación superior pública de nuestro país.

En contraste con el discurso de algunos años atrás en el que la universidad privada parecía ser la solución a la demanda de educación superior nacional, hoy existe un discurso que nuevamente vota por la universidad pública. ¿Esto tiene que ver con un fallo de las privadas?
Yo creo que, entre otras cosas, sí tiene que ver con eso, pero más que nada con el fracaso de los últimos programas de gobierno en las últimas administraciones de México. Todo este proyecto de privatización y despojo de la riqueza nacional que afectó a las universidades y escuelas primarias, todo el sector educativo, está empezando a mostrar sus fallas en todos los sentidos, y esto inclina la balanza, poco a poco y cada vez más porque así son estos procesos, a favor de la educación pública y la educación nacional. Lo estamos viendo en todos los contextos, dentro y fuera de las universidades. Es cierto, entonces, que hay un rebote de la opinión pública a favor de la educación nacional y de las universidades públicas, lo cual es algo que hay que reforzar con todo.

Ese efecto de rebote en la opinión acerca de las universidades públicas, ¿podría reflejarse en los presupuestos que se otorgan a la educación pública?
Estos procesos son lentos. Los procesos sociales no tienen la velocidad de los individuales. Primero, la opinión pública empieza a despertar, a moverse, a tener influencia y, entonces, es cuando vienen los cambios. Eso es algo que va a llevar tiempo. Pero no es nada más un asunto de dinero, de presupuesto. De hecho, me atrevo a pensar, por lo menos en el plano de la educación superior, que las cosas no están tan mal para muchos investigadores o profesores de tiempo completo: hay siempre mecanismos de apoyo, como el Sistema Nacional de Investigadores, por ejemplo.

En este país, los más desfavorecidos no son los profesores universitarios ni los que realizan las cargas más pesadas. Todo mundo siempre quiere más de lo que tiene y lo que recibe, y no sé si es legítimo de manera sistemática, pero lo podemos entender. Me parece que podría estar peor la situación, habría que comparar el estatus, las facilidades, los ingresos de los profesores universitarios nacionales con los de otros países. Por ejemplo, en la Universidad de Buenos Aires, que es muy fuerte y cuenta con grandes publicaciones y profesores de primer nivel, no tienen las condiciones que tenemos en la UNAM. Por todo ello, pienso que habría que tomar las quejas de los profesores con más cuidado.

Quienes sí requieren un apoyo más palpable son los profesores de educación básica, dado que su situación no es la misma, es más delicada.

El quid del asunto, entonces, no sólo es el dinero, ¿cuáles son los otros elementos que deberían atenderse?
Creo que como un efecto retardado de políticas nacionales desorientadas, antinacionalistas, lo que se ha generado es un desinterés en el trabajo real del profesorado en muchos sectores. Claro, siempre habrá excepciones, pero estamos hablando de ello como un fenómeno masivo en donde la gente perdió, no quiero emplear la palabra “mística”, pero sí el interés por su profesión y ven la carrera universitaria como una opción para ganarse la vida y no como algo que tiene un interés propio, que representa algo valioso en sí mismo. Creo que es algo que hay que renovar y volver a infundir en la educación superior.

Lo que menciona recuerda aquello que se llegó a decir durante la huelga del año 2000 en la UNAM. En lugar de que su lema rezara “Por mi raza hablará el espíritu”, decía “Por mi raza hablará la lana”...
Coincido con eso. Quizá hasta sería más exacto decir «el espíritu de la lana». Eso es una desgracia, pero creo que hay que entender el fenómeno a distancia y de manera global. Eso es el reflejo de algo que está pasando en otros ámbitos. Lo que pasa en las universidades no es ajeno a lo que pasa en otros sectores del país: estamos metidos en una situación impulsada por un gobierno que nos obliga a buscar, cada quien por su cuenta, lo que más le conviene y punto. Y esa es la perspectiva que aparentemente es la correcta, pero los resultados los estamos viendo tanto en este sector como en muchos otros.

Acaso esto tenga relación con la tendencia a diseñar e impartir, en las universidades, programas académicos que respondan a las demandas del mercado. ¿Qué opinión le merece esta propensión?
Me parece despreciable. Creo que deberíamos echar un vistazo, por lo menos, a lo que sucede en los países más avanzados. Francia, Alemania e Inglaterra son países cuyos sistemas de educación no están sujetos a negociación. Ahí no hay nada de que si este año la orientación ideológica cambió, entonces cambian los programas o se le cede a la Iglesia espacio en ciertos sectores. Ellos saben que la educación nacional es como la columna vertebral del país y con eso no se transige.

En Francia, el 99 por ciento de la población tiene estudios de bachillerato. Es una población en la que todos tienen entre 12 y 13 años de escuela. Puede ser que no todos lleguen a las universidades, pero es una población culta. Nosotros, en cambio, tenemos una población de segundo o tercero de primaria, por lo tanto, México resulta un país débil, endeble, porque no ha reforzado eso. ¿Y por qué no? Porque, entre otras cosas, se negocia con la educación, con los libros de texto, con los contenidos.

Hubo un proceso de revisionismo antipatriótico impulsado por supuestos intelectuales, gente como Enrique Krauze, que quieren revisar la historia de México y renegar de héroes y procesos nacionales para favorecer a los que están a la moda y a los que el mercado impone. Eso debemos denostarlo y denunciarlo.

¿Todavía hoy podemos decir que, en la educación superior, se siente la presencia de líneas ideológicas propuestas por el partido del mandatario o es algo que pertenece a otras generaciones?
Creo que en la universidad es menos fácil la manipulación porque ya hay gente formada, que tiene intereses propios, que sabe cuál es su tarea, por eso los peligros son menores. Aunque también eso existe, la prueba es la proliferación de universidades privadas.

¿Entonces, incide la ideología gubernamental en la educación superior?
Por supuesto. De esta manera, las universidades privadas en México prácticamente no hacen investigación, porque esta labor cuesta. Lo que hay en ella son facultades de Derecho, Diseño, Historia del Arte, Comunicación y nada más, pero los grandes laboratorios de Física, de Química, de Matemáticas, no los tienen, no los ofrecen.

En ese sentido, el mercado académico queda reducido por la influencia del mercado comercial, cuando de lo que se trata es de impulsar la investigación en todos los sectores y, a partir de ahí, abrir los mercados y conectarse con la vida pública. Sin embargo, es mucho más fácil limitarse a cosas que son de relativa urgencia, y lo mismo pasa en otros sectores de la vida productiva. Por ejemplo, dada la estructura de la vida comercial en México, de las leyes arancelarias y del trafique de cosas, a un comerciante mexicano le conviene más importar suéteres de Corea que producirlos aquí y venderlos. Sencillamente, la industria textil está desmantelada.

No es casualidad que haya un resurgimiento del interés por la educación pública y por otros valores, pues estamos viendo que los que han prevalecido en México durante los últimos 20 años están llevando al país al desastre.

Esto nos llevaría a replantearnos, acaso, el papel de la universidad. ¿A quiénes o a qué debe responder?
Los planes de estudio –concentrándonos en las universidades– responden a intereses propios de los temas que se abordan en la sociedad. Hay una investigación mundial, temas que están en discusión en el ámbito global, y son éstos los que deben marcar la pauta para orientar la educación. Los planes de estudio, además, tienen una motivación interna, tienen que ver con los objetivos y problemas que existen en el lugar donde surgen, no de factores externos a la educación. Nadie va a elaborar planes de estudio que no respondan a los requerimientos teóricos que están en boga o que se requiere abordar. Lo que podría suceder con las consideraciones externas sería restringir las investigaciones en algún sentido, pero los planes mismos difícilmente podrían modificarse. Hay cosas muy establecidas. No podría haber un plan de estudios en filosofía que no estudiara a Platón, a Marx o Kant, sería ridículo. Hay ciertos temas por los que cualquier estudiante tiene que pasar, y estos son temas inherentes a los problemas de la filosofía.

Existe también un discurso que dice que las universidades deben actuar para su comunidad pero, al mismo tiempo, responder a las demandas del mundo globalizado. En esta relación, donde se atiende simultáneamente las esferas local y global, ¿cómo deben entender las universidades su tarea?
Las universidades deberían tener la mirada puesta en los requerimientos locales o nacionales, porque en función de lo efectivo que sea su trabajo, sus resultados podrán convertirse en productos de exportación. Es decir, en la medida en que tengamos investigadores de punta que consiguen buenos resultados, una clase de profesores de primera, estudiantes esforzados que escriben, que hacen investigación, que redactan… en esa medida, los ojos del mundo se van a fijar en lo que se esté haciendo aquí. Pero lo que hay que evitar es tratar de emular, copiar, limitarse a importar cosas y nada más. Lo que hay que hacer es desarrollar las potencialidades de las universidades nacionales y atender las necesidades de nuestro país.

Acerca de los estudiantes se ha dicho que el mexicano ha perdido el espíritu que, en años anteriores, lo hizo protagonista de la vida social y política del país. ¿Se trata de una exageración o hay razón en decirlo?
De nuevo esto es un hecho, es innegable, y es el resultado de muchos otros factores, como los que ya mencionamos. Al estudiante mexicano, al universitario, se le ha pervertido. Se le han puestos las cosas a veces muy difíciles
–para entrar a las universidades o por las condiciones de vida, por ejemplo– y a veces muy fáciles ya dentro de las universidades: el pase automático, la no exigencia de exámenes, la falta de rigor, el no poder reprobar. Con estas prácticas bajan los niveles de calidad y el afectado es el estudiante. Al final, terminamos produciendo egresados que, sencillamente, no van a poder competir en el mercado de trabajo.

Es un error pensar que las exigencias académicas son contra el estudiante; al contrario, es un impulso, y al hacerle fácil las cosas sencillamente lo debilitamos. No hay más que ver esto: un estudiante de cuarto año de la licenciatura en Humanidades redacta como un muchacho de secundaria en Francia, en el mejor de los casos. Ahora pensemos, ¿qué estructura de pensamiento tiene un individuo que no sabe redactar? Eso indica taras y deficiencias graves y eso se refleja en su trabajo y en su incapacidad para desarrollar investigación, para competir en un plano internacional. Pero este problema viene desde abajo y en la universidad es donde cuaja y se ve claramente.

Pero todo esto está concatenado: se requiere una reforma radical y global de programas de estudio desde la primaria, reforzar valores nacionales e impulsar el rigor. Parecería que estamos empeñados en hacer lo posible para convertir a nuestros estudiantes en malos alumnos. Si de eso se trata, hemos tenido éxito absoluto.

Esta concatenación a la que alude es muy recurrida: los maestros de universidad culpan a los de preparatoria y éstos a los de secundaria y éstos a los de primaria y así hasta el jardín de niños. Eso suena a que el sino maldito de los estudiantes mexicanos se escribe en el jardín de niños...
Naturalmente es una falacia, pues en todos los niveles se contribuye de alguna manera. Digamos que son ingredientes diferentes. Aquí yo preguntaría para qué ha servido la Universidad Pedagógica de México, y la pedagogía en general, que se ha limitado a importar modelitos de educación de escuelas extranjeras para homogeneizarlas aquí. Es lo que nos venden y es lo que los mexicanos compran. Como decíamos, hay países que no negocian la educación: hay cosas que toda persona tiene que saber. Punto. Hay cierta disciplina que tiene que interiorizar. Punto. Eso no es de negociación, pero aquí todo se negocia y el resultado está a la vista.

¿Esto podría tener relación con la presencia de numerosos grupos extra-académicos que intervienen en la vida de las universidades?
Esos intervienen en el funcionamiento de las instituciones más que en los programas mismos. Ahí es donde inciden. Entorpecen la vida institucional. Es obvio que si un sindicato para tres meses una universidad –por razones de negociación del contrato colectivo– destruye la investigación, los experimentos, el trabajo en muchos sectores de la universidad. Habrá quienes se salven, que no requieran de la infraestructura universitaria, pero habrá muchos que no.

Usted mencionaba que el hecho de que estemos formando estudiantes malos imposibilita que éstos signifiquen competencia en el mercado. ¿Podemos estar frente a un panorama que privilegia la preparación de alumnos para colocarse en una de las opciones que el sistema ofrece, contrapuesta a una visión integral, humana, de las universidades?
Coincido con eso. Hay que pensar en que es muy fácil convertir a las universidades en meros instrumentos de producción de trabajadores. La universidad es más que eso, sirve para preservar valores, tradiciones, para generar orgullo nacional –una gran universidad es motivo de orgullo, de la misma manera que la selección nacional–, pero si se pierde eso, incluso si se ganan buenos técnicos para el mercado, se pierde mucho. La universidad, entonces, no es un asunto tan simple como para aprender a arrancar muelas y a curar encías. No. Debes tener una visión de tu país y saber para qué estás trabajando, y estas cosas son las que se han perdido de vista.

El deber ser de la universidad tiene dos facetas. Hay que preparar gente competente en lo suyo, desde luego, es fundamental y no está en juego. Pero debe ser gente ubicada; es necesario que el personal académico se asuma como contribuyente en una labor nacional, que trabaja para su pueblo, su país. Puede sonar ridículo hablar así, pero es porque nos han obligado a pensar sólo en términos de mercado y de inversiones. Creo que nos han pauperizado ideológicamente y eso es algo contra lo que hay que luchar.

En la universidad han desaparecido muchos discursos, como el nacionalismo al que se refería, que no se tratan de meras palabras. ¿Cuáles de ellos se recuerdan?
Todos de los que hemos hablado. Con raras excepciones o en porcentaje mínimo, el profesor, el investigador, el universitario, desafortunadamente, se ve a sí mismo sólo como una persona que trabaja y trata de sacarle el mayor provecho a la institución. Por ejemplo, el presupuesto universitario es considerable, pero ¿dónde está el fallo? En el reparto del presupuesto, ahí es donde empiezan las trampas, la rapiña, el esfuerzo por estar en todos los programas de apoyo para sacar la mayor cantidad de boletos que se pueda para tener más dinero.

Han convertido al universitario en un ave de rapiña que sólo se dedica a ver cómo le hace para vivir mejor, precisamente porque se perdió la otra dimensión. En cambio cuando ésta (la otra dimensión) existe, la satisfacción económica se regula de otra manera. No se trata de que luchemos contra nuestros propios intereses, nadie está pidiendo absurdos, pero sí de recrear un espíritu que impulsaría las cosas de una manera diferente y le daría otra dirección. Es decir, si la gente que trabaja en la universidad estuviera consciente de que tiene obligaciones hacia sus alumnos, de que tiene compromiso con la institución y el país, de que tiene que cumplir con ciertas cosas valiosas y no tiene derecho a traicionarlas ni a ser indiferente, no estaría tan empeñada en ver cuánto dinero saca para hacer una casa en Cuernavaca. Todo esto está relacionado con los niveles de vida. Si baja el nivel de vida del profesorado, pues lo obligan a que busque tres, cuatro, cinco trabajos –hay verdaderos campeones de tiempo completo.

He confrontado la situación mexicana con la de universidades de otros países y son notorias tanto la falta de interés por las disciplinas como la perspectiva de usar la universidad para beneficio económico personal. En la UNAM, donde somos privilegiados, lo somos al modo mexicano: ni los estadounidenses, ni los ingleses tienen privilegios como tener una secretaria que paga los estados de cuenta del investigador o su tarjeta de crédito, ni tienen cubículos como los nuestros. En Argentina, por ejemplo, en la Universidad de Buenos Aires, la gente del mismo nivel académico que nosotros comparte cubículos, y tienen una computadora para tres personas, pero esa situación, incómoda hasta cierto punto, se compensa porque les interesa lo que hacen. Si a la persona no le importa su tema, es natural que se fije en las condiciones materiales. Por ello, considero que se requiere toda una transformación radical.

¿Qué opina del lugar común que exhibe a los universitarios como taxistas, que dice que somos demasiados en las universidades aunque sólo el uno por ciento de la población lo sea?
Es deplorable. Esto indica que las universidades no están asimilando a gente que produce, que no hay trabajo académico, que la gente se tiene que ir; aunque habría que preguntarse si estas personas sólo cursaron uno o dos años de la carrera. Gente que acaba un grado, que logra cursar un posgrado, difícilmente la vamos a encontrar de taxistas u oficinistas. Pero esto indica que hay una ruptura en el proceso de formación de profesionistas y que en algún momento el famoso mercado no está sirviendo para nada.

El mercado quedó como amo supremo que maneja el destino de las personas, y el Estado se lava las manos, cuando es parte del Estado regular la vida social en su conjunto. Si se ve que hay huecos en algún tema, hay que intervenir para llenarlos y no dejar que las leyes del mercado –que hasta ahora nadie ha enunciado– regulen la vida del país, porque el mercado, por sí solo, conduce a la destrucción social.

El mercado debe estar regulado de alguna manera. Aunque haya habido experiencias que quedaron rebasadas no quiere decir que el Estado no debe intervenir. Los Estados Unidos son prueba de ello: si hay alguien que interviene constantemente con políticas de impuestos y aranceles y, por lo tanto, regula a través de subvenciones, es ese país. No sé por qué no se hace en México. Y esto está relacionado con una mala inversión en la educación: tenemos profesores para legiones de alumnos que no terminan y se van a trabajar a otros sectores y eso es como tirar el dinero, despilfarrarlo. El Estado invierte en estudiantes que terminan trabajando en sectores para los que no era necesaria tal inversión. Entonces, se necesita regulación, intervención, políticas –me atrevo a emplear una palabra en desuso– nacionalistas, preocupadas por la población mexicana, y eso es lo que no hay.